James Thurber: humorista |
HACE CINCUENTA ANOS,
Montevideo reía a mandíbula batiente. Se había estrenado un film que,
en español, estaba titulado Delirio de grandezas. En el papel
central actuaba el cómico Danny Kaye. Le acompañaban la rubia Virginia
Mayo, las "Goldwyn Girls", Boris Karloff y Ann Rutherford. El
director era Norman Z. McLeod. Los empresarios cinematográficos locales
sabían que si exhibían esa película, tenían la sala llena. Cuando llegó
al "Grand Splendid", ubicado en 18 de Julio 1226, la empresa
publicó grandes avisos en El País, asegurando risas a sólo $
0,60 por persona. |
Danny Kaye hacía de
distraído, de sujeto que soñaba despierto. Pero la mayor parte de
aquellos que se divertían con ello, no sabían que esto era un lejano
coletazo
de una pieza humorística de éxito sin igual, nacida en Manhattan y cuyo
título era el mismo que el original de la producción cinematográfica:
La vida secreta de Walter Mitty EL ÉXITO. En 1939 James Thurber escribía y dibujaba para The New
Yorker. En la edición del 18 de marzo, la revista publicó su
relato sobre la vida secreta de Walter Mitty. El éxito de esta ficción
humorística post-freudiana resultó inmediato y colosal. Fue reimpresa
por numerosas publicaciones, incluyendo el Reader's Digest, con
lo que dio la vuelta al mundo. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, los
soldados estadounidenses estaban tan consustanciados con el tema, que
formaban clubes Walter Mitty. El nombre pasó al lenguaje cotidiano de
los países de habla inglesa y la revista médica británica The
Lancet describió la persistencia del fenómeno de soñar despierto,
como "el síndrome Walter Mitty". Los periodistas empezaron a
usar frases como "él está sufriendo de un complejo tipo Walter
Mitty" o "él está pasando por una fase estilo Walter Mitty".
El compositor Charles Hamm convirtió el relato en una ópera. Hubo una
comedia musical, que se presentó en el off-Broadway. Después Samuel
Goldwyn produjo la película y, en 1944, Robert Benchley hizo de Mitty en
una excelente comedia radial. Se estima que La
vida secreta de Walter Mitty hizo ganar a su autor más dinero por
palabra, que cualquier otro relato en la historia de la literatura. El
inglés Frank Muir en 1992 comentó: "Esto parece altamente
probable, dado que a pesar de su gran impacto e influencia, (la obra) era
sorprendentemente corta. Thurber, en una carta hablaba de cuatro mil
palabras, pero su biógrafo Burlón Burstein insistía en que sólo tenía
2.500 palabras". Muir contó las palabras una a una y concluyó:
"parece que se encogió". El LA PATRONA. A los lectores masculinos les resulta difícil no
sentirse por lo menos parcialmente identificados con esa especie de
precursor del "varón domado", que es el personaje de Thurber.
Es un hombre común, que sueña con heroicidades, mientras hace los
mandados que le encomendó severamente su esposa. En determinado
momento sueña con que capitanea hábilmente un hidroavión gigante,
cuando la realidad lo golpea así: "¡No tan rápido!
¡Estás manejando demasiado rápido! dijo la señora Mitty. "¿Para
qué estás manejando tan rápido?" "¿Hmm?" dijo
Walter Mitty. Miró a su esposa,
sentada al lado de él, con escandalizado asombro. Ella le pareció
groseramente desconocida, como si una mujer extraña le hubiera gritado en
medio de una multitud. "Ibas a cincuenta y cinco", dijo ella.
"Sabes que no quiero que vayas a más de cuarenta. Ibas a cincuenta
y cinco". En otro pasaje,
cuando va caminando por un estacionamiento con esa esposa: "Espérame aquí.
Me olvidé de algo. Será un minuto" Ella demoró más de un minuto.
Walter Mitty encendió un cigarrillo. Empezó a llover: lluvia y
aguanieve.
Se paró contra la pared de la farmacia, fumando... Echó hacia atrás
sus espaldas y juntó sus talones. "Al diablo con la venda",
dijo Walter Mitty desdeñosamente. Tragó el humo del cigarrillo por última
vez y lo arrojó. Luego, con una leve sonrisa jugueteando en sus labios,
se enfrentó al pelotón de fusilamiento; erecto e inmóvil, orgulloso y
desdeñoso, Walter Mitty, el invencible, inescrutable hasta el
fin". En 1927, The New
Yorker estaba en su segundo año de publicación. Aún era muy delgada
y tenía pocos avisos. Pero aunque no resultaba rentable, ya le iba algo
mejor y necesitaba más personal. El humorista E.B. White conoció a un
periodista cuyo trabajo le gustó y se lo recomendó al simiesco
Harold Ross, editor de la revista. Ross lo tomó de inmediato. Así fue
que Thurber, a los 33 años, cargado con un matrimonio desventurado,
comenzó
la carrera literaria que haría de él uno de los humoristas más
admirados de los Estados Unidos. Ross cometió el
error de creer que Thurber serviría como Secretario de Redacción.
Luego de unos meses, se dio cuenta de su equivocación y le dio el rol de
periodista estable, en el cual brillaría por largos años. DESPUÉS LIBROS. Además de sus artículos, Thurber se abocó a
escribir libros. Ya en 1929 produjo uno en sociedad con White, titulado ¿Es
necesario el sexo? O Por qué se siente usted como se siente. Es un
libro sobre sexo en el cual no se menciona ni una sola vez el acto sexual.
Es una colección de consejos irónicos (con ilustraciones de Thurber)
para que las mujeres mantengan dominados a sus hombres. En cinco meses se
hicieron once ediciones y se vendieron 45.000 ejemplares. Ross no veía méritos
en los dibujos de Thurber (un día exclamó: ¿cómo diablos se te
ocurrió que podrías dibujar? "), pero ante el éxito de la
obra de Thurber y White, se vio forzado a empezar a publicar los
excelentes dibujos en The New Yorker. Thurber siguió
encantando a sus lectores con relatos como "La noche que se cayó
la cama", "Nueve agujas" y muchos otros, que en su
humor reflejaban su convicción de que las esposas norteamericanas tenían
el impulso instintivo de someter a sus esposos, quebrarlos, casi
destruirlos. Algo de su propia vida emergía siempre. No sólo de su vida
matrimonial sino de antes también. Había tenido mala visión desde los
seis años, cuando un hermano accidentalmente le hirió en los ojos con
una flecha. Formaba parte de una familia de notorios excéntricos de
Ohio: su madre era una bromista reconocida y temida; su abuelo se había
hecho recubrir de oro todos los dientes y le gustaba que le fotografiaran
apretando, entre ellos, una rosa roja. Después de los sesenta años, Thurber sufrió un empeoramiento de su visión y finalmente quedó ciego. Estaba muy amargado, bebía mucho y era una carga para sus amigos. Aún así, desplegó muchas veces su humor, antes de morir en 1961, a los 67 años. Un día, estando en París, una dama le dijo que había leído todos sus libros, tanto en inglés como traducidos al francés y que, en realidad, prefería leerlos en francés. Thurber le replicó: "Sí, me temo que mi obra pierde un poco en la versión original". |
Por Alvaro Casal
El País Cultural Nº 514
10 de setiembre de 1999
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