Por la patria
cuento de Tarik Carson

Ayer fue un día de actividad. Hice bastante por mí. Pasamos la tarde en la oficina, trabajando para el comité; de pasada, afané unas porquerías y se las di a Cepeda para que las venda en la feria. También marqué las tarjetas de dos cafishos de mi trabajo: son del partido y van a “trabajar” mañana y me retribuirán el favor. Estos bárbaros capaz que intentan morfarse al viejo sereno. Son de otro comité que dirige el tío y nos ayudamos marcándonos las tarjetas, contándonos los comentarios, haciendo listas del personal para ver con quienes están unos y otros, en fin. El problema mayor es el de las tarjetas, pues hay un nihilista en la sección personal que no perdona a nadie, el hijo de puta; pero ya hablamos con el tío y con la oposición y lo vamos a trasladar a otra parte. A estos tipos que no están con nadie habría que limpiarlos, son muy peligrosos con sus ideas de independencia y justicia para todos igual. Y no puede ser, el mundo no puede prescindir de los dirigentes, de los baleros, si no, no sé quién llevaría las cosas adelante. Además, los hombres tienen errores, los errores son, bueno. Paso al ja ja repetido. Menos mal que somos mayoría. Después, con el Bagre y Cepeda, repartí volantes. Cuando los dejé ya era tarde y volví a casa. Laura estaba con el macho, y se metían mano descaradamente: está bien que le coman a uno la hermana, y más si la hermana tiene ideas avanzadísimas y es puta como gallina, pero a vista de la gente? da asco. Un día de estos les reviento la cabeza. Mi vieja, por su parte, estaba acostada, haciéndose la osa: quiere sacarse a la nena de arriba. Tomé leche, me cambié la ropa, saqué de mi escondite dos preservativos y salí. Tenía cita a las diez y media con una sierva del barrio. La hice esperar mientras fui a comprar cigarrillos a un bar de la rambla, donde frecuentan los pitucos ricos. Fui al mingitorio y me peiné. Con un lápiz de pintar carteles que me había regalado el veterano, escribí: “María le dio cinco veces y media el redondel a Jesús". Aquello fue para los machitos que iban por allí y tenían una mujercita llamada María. Este es un nombre tan popular y los tipos son tan rastreros, celosos y perspicaces que no pude escapar al gusto, además, cobre algo de lo que me debía el hijo de perra dueño del bar, que se enriquece con los vicios y con los formadores, con los que gustan de figurar. Mundo de mierda. También estaba amargado por eso de mi hermana, y debí escribir Laura en vez de María, y Josevigo en vez de Jesús, pero no importa, hasta en esto soy hipócrita. Dios. La esclava ya estaba en la esquina convenida, haciendo como que esperaba el ómnibus. Iba pintada y, lo juro, no parecía una sierva. Menos mal. Le dije que me perdonara, que no había podido dejar antes la reunión. Ella cree que yo soy algo grande; como me vio con el viejo en el colachata y no sabe lo marica que es el veterano, se engrupió sola. Está bien, ella tiene que pagar ese gustito por grandezas, ese gustito por hombres de importancia, ese gustito por ser caca de gallina cubierta de seda, esa admiración por los sarnosos que dominan todo. Si supiera que recién entro en la merza miserable y que soy lo que soy, ni pelota me hubiera dado: es la mejor sierva de Pocitos y yo creo que soy el primer advenedizo, digo, advenedizo. Tiene las uñas largas y por eso me pareció que era niñera y no lavatodo. Primero paseamos por la rambla, aunque hacía frío. Hace días que me la chamullo, pero no la había penetrado todavía, pues ella quería paseos, charla, besos, promesas, que la llevara adonde había gente y le diera de comer. Le di comida, toda la bazofia adornada que quiso; yo no comí nunca así porque no tuve dinero y hoy me da asco formar: qué rabia le tengo a todo eso de bares, de comidas, de bebidas, de mujeres sucias de pintura, de putos importantes, de revolucionarios adúlteros y canallas, de charlatanes, la gran siete. Qué desgracia. Pero seguí, y la nueva perspectiva de perforármela me animó, como a veces me anima a seguir sonriendo la ilusión de hundirle la cabeza con una piedra a algún miserable de estos que me rodean, de estos cornudos-adúlteros a los que quisiera ver destripados. Tal vez termine loco, mejor así, y no sé si tengo razón para tener tal voluntad, pero ellos no merecen nada mejor y yo estoy entre ellos, discurseando, trampeando, ya mintiendo y jodiendo, mortalmente contagiado, crónico. A veces tengo ganas de dejar todo y dedicarme a otra cosa, a locuras infructuosas, pero siempre sigo, y sigo esperando llegar alto algún día y no se para qué, si ese es el mismo fin de los que han motivado mis enrabietamientos, mi decepción, mis insultos que en mis buenos días me hacen reír y reír. Y sé también que todos son sueños imberbes, que los viejos tramposos sueñan con más seriedad y no pisan las ramas. Sí. Entonces después, cuando ella estaba en pedo, la llevé y en el camino me confesó que era señora de Pérez. Me reí, estaba sobrio, y me dolió el estómago. Señora de Pérez, ja, este es otro motivo para mi risa: los inventos de la basura, los contratitos que hacen. Y se puede comentar que yo espero ser un buen basurero. Igual, me la llevé al comité, derecho viejo. (No podía perderlo, después me arrepentiría y me reprocharía si lo perdiera: la decencia sé que sólo conduce al dolor y a la privación en este mundo.) Por suerte, nadie me vio entrar. Allí seguimos charlando, pues primeramente se negó a hacer las cosas con apuro. Le hable sobre la bondad y virtud del acto, en fin. Como tenía tiempo no la apuré, pero fui colocando banderas arriba de tres bancos de los que uso para confortar a los compañeros de causa . Saque la bandera del prócer, la seguí cargoseando, acomode otra histórica bandera, le acaricie la nuca como bestia alzada, y al rato la pelé medio a la fuerza, pues no hay nada más desagradable en sexo que manduquearse a una hembra borracha: se ponen blandas, a berrear, a lloriquear, a decir que no, y al final uno, con la creación en puerta, termina pegajoso, mojado y con ganas do curtirlas a patadas. Esa es la verdad. No hay caso, esto es igual que todo: un asco. De vez en cuando me gusta cerciorarme del asco y no dejarme convencer de que estoy procediendo bien. Engañar a los otros puede ser loable, de hecho es fructífero, pero a uno mismo no, es peor estafa que la de matarse. Dicen que sin amor no vale la vida, dicen, y quién puede amarme a mí, o a esa pobre mujer llena de defectos, que vive limpiando la mugre ajena por unos miserables papeles impresos que le permiten o no vivir, por los cuales se puede hacer cualquier cosa, inclusive decir esto. Dios. La bombacha le quedaba grande y era de buen material, deduje que no era de ella, por eso salió fácilmente. Nunca supuse que una bandera pudiera ser tan útil, y cuatro, mucho más aún. Hacía tiempo que no hacía algo mejor. La muchacha era experiente, considerando que era señora, por eso no quise gastarme un americano superfino, supersensible, superseguro; es una virtud considerada hacer un hijo, y hasta pagada hoy en día. Bueno, no se, pero en todo caso, mi felicidad grande sería tener una hembra lo suficientemente sincera como para decirme si el hijo que fuera a parir era mío o no. Aunque al fin a uno siempre le queda un camino, el más corto desde un punto a otro, por más gallina que sea. Terminé rápido, y ni me pregunté si ella estaba a punto o no; la mejor forma de gozar uno es no preocupándose por si el otro goza o no, esto hace tiempo que aprendí. Los políticos tenemos que aprender eso primeramente, por eso todos son acerdados, o son dilectos de la carne dura y procreadora. Y la hice quejarse también, todo lo que pude, así me imponía, me engrandecía; al fin, todo iba a ser por una vez y ella no tendría oportunidad de nada, ni de protestar. Yo no pienso casarme y voy a tratar de no ser igual que el veterano; hay que ser precavido y me doy cuenta de que mis instintos animales son demasiados, y fuertes, y el electorado podría darse cuenta de que por tener frente soy peor que un cerdo pastor. No quiero decir que voy a ser igual al tío en eso de pagar a la gente para que me ponga cosas adentro y me haga feliz, no, eso no está de moda todavía. Bah. Las banderas terminaron algo encharcadas, pero supuse que la naturaleza era sabia y que esos jugos en unas horas ya no existirían más que como una leve rigidez en la tela, y que la tela, al flamear y ser honrada por las miradas del pueblo, retomaría a su libertad absoluta. Libertad absoluta. Yo, honrando a ésta, le dije: “Limpiáte ahí, nomás”. Ella me dijo que si estaban limpias. “Carajo —le grité—, viste algo más limpio que esto: los mandarines lo pagan y vos lo desprecias, la puta que la parió con ustedes”. Me contestó que no quiso decir aquello. Ya estaba vivaz. Yo también me limpié con aquellas higiénicas, y me saqué el sudor de entre las piernas y las nalgas. Y hacía frío. Ya empezaba yo a destacarme, a conquistar con ideas propias. Ja, ahora, después de todo, me da pena esa pobre carne. Hasta de llamarla tipa-carne. ¿Por qué la llamo así?, al fin, ella ni nadie tiene la absoluta culpa para ser víctima de mis escarnios y taras supuestas. Qué pena que la realidad, en su crueldad, supere tan fácilmente a sus retratos más negros. Cristo.

 

cuento de Tarik Carson

NOTICIA: Este relato fue mencionado en el Concurso de la Feria Nacional de Libros y Grabados (1968), y compartió el Primer Premio en el Concurso de la Revista “Brecha" (1969). Esta es su primera publicación.

 

Publicado, originalmente, en:  Grupo Universo Nº 4 Montevideo, 0ctubre de 1971 pdf

Gentileza de  Biblioteca Nacional de Uruguay

 

 

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               Tarik Carson en Letras Uruguay

 

 

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