Este dulce sabor amargo que me deja
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Este dulce sabor amargo que me deja recorrer
tu cuerpo con mi lengua. Tu
cuerpo se afloja, se tensa, tiene
montañas, planicies, montes y cuevas, humedales,
desiertos de sal y leche dulce. Mi
lengua recorre tu cuerpo lentamente, sin
apuro, y
tú estás entregada a ese juego. La
nuca que se eriza ante mi paso anunciado, los
lóbulos de las orejas donde
introduzco mi boca, y
saboreo como si fuera un caramelo. Mi
lengua da círculos concéntricos alrededor de
esos globos que se hinchan a medida que
se acerca. Intuyo
allá arriba un pico montañoso rojo que
se agranda y endurece, esperando
la llegada de mi boca, que
demora, demora, demora. En
la selva, la lengua bordea los precipicios. abre
sin pedir piedad, y
bordea las profundidades, besando lentamente hasta
llegar a esa maravilla de punto oculto que
se endurece, pidiendo a gritos ser tocado. Y
la lengua, luego de mucho andar, lo roza, lo
mima, lo castiga con pequeños golpecitos, le
da palmadas, lo protege poniéndolo todo en
la boca; los
dientes lo tocan levemente, y
tus gemidos pasan a ser gritos de auxilio, pidiendo
que no se aleje, que no se vaya, que
no se detenga, que
es increíble, que
no puedes más, que
te vas a desmayar, que,
que, que, y
el grito sacude esa parte del cuerpo, que
arrastra a la lengua, que
sabe, terminó su labor. Entonces,
beso con besos muy chiquitos ese
cálido lugar tuyo, le
hablo, le digo cosas casi en silencio, y
apoyo mi cara entre tus piernas y oigo
la humedad y los estertores. Y
subo y te beso en la boca. Me
pides que te abrigue porque te vino frío, y
nos cubrimos con la manta, y
te apoyas en mi pecho y cierras los ojos, y
ronroneas, mientras me dices: “te quiero”. |
Andrés Caro Berta
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