El maestro rural

 

A Homero Grillo

Antes íbamos a caballo hasta "El Cruce" y allí esperábamos el ómnibus que nos llevaba a la escuela del quilómetro 75.
En invierno crecía la cañada y no íbamos casi nunca.
Ahora tenemos la escuela en las chacras, en un rancho que cedió Lucio Argenta.
Cuando llegó el maestro en el charret, con Lucio, él no nos vio; pero nosotros que notamos todo en el camino, lo vimos llegar. Era un hombre joven y alegre. Lucio reía cuando él hablaba...
El maestro fue por todos los ranchos a saludar a los vecinos, a pedirnos que nos mandaran a la escuela.
Cuando el tiempo "levantó" y se pudo trabajar, lo vimos al maestro con Lucio que le enseñaba a arar:
-Firme la mancera maestro. ¡Firme la mancera!
Enseguida fue un hombre querido por nosotros. Donde había que ayudar él llegaba:
-No sé, pero quiero ayudar, además, así aprendo.
Los chacareros que le desconfiaban porque venía de la ciudad, ahora lo sentían uno de ellos.
Consiguió una lechera pero no sabía ordeñar; los más grandes de nosotros, acostumbrados a hacerlo, le enseñábamos. El miraba agachado, con gran tensión, lo que para nosotros resultaba tan fácil.
-A ver, hora déjenme a mi.
La vaca lo "extrañaba" y escondía la leche. El no se enojaba, se reía: "Ya aprenderé". Imitaba el movimiento de nuestras manos.
-Así tiene que ser, nos enseñamos los unos a los otros.
Una noche, mientras mi madre hacía la comida, mi padre, que tomaba mate silencioso, de pronto dijo como hablando solo:
-Está apurado el maestro porque aprenda a leer...
Los chacareros van de noche a la escuela. Mi padre llega con los libros y cuadernos bajo el brazo. Tiene fea letra. Las "a" las hace así @ . Yo lo corrijo y le enseño.
A veces llega riéndose solo y le cuenta a mi madre lo que les estuvo leyendo el maestro: "Un viejo loco que atropellaba los molinos a lanza porque creía que eran gigantes. ¡Qué de reírnos, viejo palangana!"
Le cuenta a mi madre lo que aprende mientras afila unas tijeras, porque tiene que enseñarle a podar al maestro.
Cuando la seca grande, la tierra tenía rajaduras en las que se podía meter un puño. Los chacareros la miraban como a un amigo enfermo: "Se va a perder todito" decían, y se quedaban mirándola.
Las tardes ocultaban un sol de un rojo dolido; después de cenar, los chacareros miraban el cielo tratando de descubrir algún indicio de lluvia. Pero la seca seguía...
Los hombres se habían vuelto callados y hoscos, las mujeres habían olvidado su canto.
El maestro, con un pasto que tenía entre los dientes, desgranaba un terrón de tierra y miraba los maicitos tempranos volverse metálicos por falta de agua.
Estábamos en la escuela cuando llegó la lluvia: la avisó un relámpago solo que partió al medio la tarde. Se oscureció todo. Salió el maestro y salimos nosotros: allá a lo lejos la lluvia empañaba los cerros, venía ligero hacia nosotros, cubriendo el paisaje.
Una gota grande mojó la cara del maestro. ¡Qué alegría la suya! Se sacó la túnica que agitaba en el aire y recorrió con nosotros los ranchos gritando y cantando, llamando a cada chacarero por su nombre: ¡Pedro! ¡Lucio! ¡Don Angel! ¡Llueve! ¡Llueve! ¡Llueve!
Dejaba correr el agua por su rostro vuelto al cielo, las manos levantadas, dejando que la lluvia lo empapara.
Los chacareros desde la puerta de los ranchos lo miraban conmovidos...
Esa tarde, aunque nos empapamos, en nuestras casas no nos dijeron nada.
Llovió toda la tarde; el paisaje quedó limpito, la tierra negra, los campos verdes, los cerros bien azules. . . El maestro y los chacareros allá a lo lejos recorrían los plantíos.
El cielo se floreció de mariposas y los borró de nuestra vista. Nosotros salimos a jugar y a querer agarrarlas.

Juan Capagorry
Hombres y oficios
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo, junio de 1973

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