Acordeonista

 
Isabelino y Villarín son compañeros de rancho. Los dos se revuelven trabajando en changas. Cuando llegan al rancho, Villarín prende el brasero y empieza el mate. Isabelino agarra su acordeón.
Cuando lo hace y acaricia sus teclas le entra como una felicidad. Le habla con palabras mimosas al instrumento. Como a una novia, como a un hijo: "¡Mi facholita linda!" le dice.
Si le da por ahí, por tocar, no hay manera de empezar una prosa con él y Villarín se va. Cuando vuelve, así entre dos luces, todavía está Isabelino al costado del rancho con el instrumento; solo frente al camino.
No se lo explica Villarín:
-¡Es como un vicio que tiene!
La música de Isabelino es humilde, sin lujos. Es como mirar una lluvia tranquila, sube al cielo limpito, se enreda entre los árboles, se deja caer en los pastos. Lo envuelve a uno como un solcito tibio.
Víllarín a veces se enoja:
-¡Me tiene hasta aquí! -se señala la frente- con esa cordión.
Pero no le dura. Vez pasada, cuando la invasión de langostas, la gente hacía ruido con latas y piedras para espantarlas. Isabelino a grandes zancadas recorría la quintita de aquí para allá tocando el acordeón. Así las espantaba.
Me lo mostraba Villarín y sonreía:
-Es como una criatura...
A veces les escasean los pesos a los socios y van al boliche. Isabelino toca el acordeón, Villarin pasa el platillo.
Horas y horas toca Isabelino. Horas y horas toman vino los socios.
Los dedos de Isabelino ya andan torpes en el teclado, los ojos se le cierran. Cabecea. . . Villarin que lo ve, borroso él de tanto tomar vino, llega a una conclusión: ¡toca dormido!
Es él el que levanta la sesión y le dice a Isabelino de irse. Este lo mira con un agradecimiento tierno que le ilumina el rostro y le empaña los ojos.
Guarda su instrumento y lo abriga con un paño verde. Se van. Tambaleándose se van... Villarin sosteniéndose en el compañero; Isabelino en su instrumento.
Un día que trabajan juntos, Villarín, que es muy conversador, se ha quedado callado. Hay algo que lo preocupa. Cuando lo resuelve, mira al compañero como si recién lo descubriese y dice como para sí mismo:
-¡Vos, Isabelino, sin la cordión no sos vos!

Juan Capagorry
Hombres y oficios
Ediciones de la Banda Oriental
Montevideo, junio de 1973

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