Ya vamos caminando entre derrumbes.
Toda la tierra huele a cementerio
y una voz persuasiva incita los fantasmas
al asedio.
Los fantasmas tienen rostros de amor,
de un amor dilatado por la angustia
que en las pupilas siembra y multiplica
los balcones de ayer de abultadas columnas
rejas donde la flor sabe humillar al hierro,
zaguanes muy estrechos con una encantadora
sonrisa de azulejos y canceles sombríos
como última barrera del pudor.
Desnudez vegetal en el patio techado
por los innumerables nudos de la parra
cuyas uvas en racimos tantálicos
parecería que nadie hubiera de alcanzar
si tan sólo reflejos de las almas febriles
-matorral intangible de recuerdos -
(o gemidas palabras sobre estériles hojas)
han de quedar por siempre mis memorias
de mis calles de ayer de mi Montevideo
-25 de Mayo o Bartolomé Mitre,
Rincón o Sarandí, Zabala o Ciudadela-
mis playas y mis fuentes con ángeles de bronce.
mis paraísos frágiles en flor,
mis portones de gruesas maderas con aldabas
de leónicas figuras
y mi redonda Torre de los Panoramas
a una de cuyas hojas abierta sobre el cruce
de estrechas callejuelas se asoma Julio Herrera
y con el dorso húmedo de la mano haragana
se restriega los párpados de incierta lumbre y dice:
"Tanto dormir nos ha aumentado el sueño''.
En ese instante Alfredo pasando por la esquina
se levanta el sombrero, levemente se inclina
y luego se disipan, se borran en la nada
de una torre, una tarde, una calle, un aroma,
que sólo un gran dolor de ausencia irremediable
ha podido un instante devolver a la vida
en esta tarde opaca de exilio y de nostalgia
cuando la tierra toda se ha vuelto cementerio
y en vano los pasantes se afanan por mostrarse
que mi ojo sin ver los atraviesa
y enajenado de amor
se va tras los fantasmas
tras las vanas siluetas
cuyo reino fue el aire
cuyo hoy es el polvo.
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