Montevideo, octubre 12 de 2012
Jorge:
Junto a estas líneas -ya que tu limitación para oír hace que la
comunicación telefónica vaya en una sola dirección, y en cambio podes
leer sin la ayuda de una lupa grande-, un pequeño cuento que escribí el
año pasado, con la vaga idea de que podría venirle bien leerlo a quien
se enfrentara a lo que llamamos achaques de la vejez; y con la impresión
subterránea de que podría estar visualizando mi próximo futuro.
Pasó el verano, pasó éste para mi terrorífico invierno en que llegué a
cumplir noventa años. Entre tanto, en ocho meses, me caí tres veces, en
el fondo de casa, sobre el mismo camino de baldosas. Tres caídas a
plomo: piernas, pecho, cabeza. Exámenes y todo eso, pero sigo caminando
sin bastón; veremos hasta cuándo.
Repito lo que me dijiste: apenas podes caminar, no te animes a salir de
tu casa ni con bastón, tus riñones te traen mal, "estás en el pozo". Lo
lamento y espero que tengas alguna mejoría, aunque no vuelvas a sentirte
como en otros tiempos. Aprender a ser viejo es difícil.
De paso te digo que en el cuento vas a encontrar una deferencia a mi
famosa (en mi cabeza) teoría de la burbuja: cada uno de nosotros vive
como encerrado en una especie de pompa de jabón, una burbuja protectora.
También te digo que puede haber burbujas colectivas, pero no quiero
cansarte con eso. La burbuja contiene nuestra visión del mundo, nuestros
sentimientos, nuestros estados de ánimo, es decir, la burbuja es lo que
sentimos que somos. A veces percibimos que nuestra burbuja está
amenazada, que algo o alguien la está pinchando, que se arruga, que
parece que va a romperse, y nos sentimos mal, o muy mal. No hace falta
que te comente que tu burbuja está muy abollada; pero no descartes la
mejoría.
Supongamos ahora que -es un juego y espero que sea sólo un juego- mi
médico me revela que sólo me quedan tres meses de vida. ¿Qué? ¿Voy a
pasar lamentando que sólo me quedan tres meses? ¿Voy a renegar de haber
nacido? (!Eso nunca!) Antes tendré muy presente a mi hogar y mi familia.
Y pese a quejas y lamentos, no olvidaré el humor (yo leo a Condorito,
ese personaje que siempre es el mismo en todas las situaciones en que se
encuentra, pero no se lo digas a nadie).
¿Y todo lo demás? ¿No tendré lugar para el mundo Que me rodea, aunque lo
vaya a dejar? ¿No me avergonzaría ser de los que piensan "después de mí,
el diluvio? Querría ser informado, leer diarios (lupa en mano), saber
qué está pasando en el país y en el resto del planeta: si Qbama gana las
elecciones contra el abominable Romney en Estados Unidos; si la paranoia
del gobierno de Israel desencadena la guerra contra Irán; qué resultará
del congreso del partido comunista de China; hasta qué punto amenaza al
planeta el calentamiento global; si llegan a su fin las masacres en
Siria; si las maniobras financieras continuarán hundiendo en la miseria
a pueblos y países; y, en fin, si puedo hallar atisbos de que el género
humano sea más cuerdo y más humano.
Pero ni yo ni vos pensamos morirnos, por ahora; y nuestras burbujas
seguirán soportando los embates del tiempo.
¡Adelante con coraje, mientras se pueda!
Reflexiones casi últimas
Estoy sentado en mi silla de ruedas, mi fiel servidora desde hace
¿cinco?, no, tres años. Detrás está la pared de la cocina, donde mi
mujer prepara el almuerzo. Delante de mí se extienden los pocos metros
de lo que sólo yo me animo a llamar jardín, en donde la frondosa
vegetación, criada a su aire, sin más cuidado que las podas necesarias
para que no invada las paredes de la casa y no entre por las ventanas,
llena mis ojos agradecidos. Hoy las podas quedan a cargo de mi nieto,
que vive en la casita del fondo, tras mi pequeño bosque ... bosque,
encima del cual poseo un ancho rectángulo de cielo.
Contemplo cómo se asoma la primavera bajo este sol tibio: los brotes de
las glicinas que muy pronto florecerán y los ramilletes de flores color
naranja (alguna vez oí que la planta se llama clidia), en tanto que las
enormes hojas caladas del filodendro se mantienen impávidas todo el año,
echando cada tanto un brote nuevo. Allá arriba, sobre un tirante, seis,
ocho, diez gorriones se turnan para llegar a la tapa roja de un frasco
de café que yo mismo llené con migas de pan, como todas las mañanas.
También suele aparecer un mirlo negro, venido quién sabe de dónde.
Lamentablemente, a causa de los, para ellos temibles perros de mi nieto,
poco se animan a picotear por el suelo.
Este espectáculo me ayuda a vadear las molestias que me causan la vejez
y la invalidez. Puedo al menos ir en mi trono portátil de aquí para
allá, en la casa o en el sendero que lleva hasta el fondo; y hasta
ayudar en las podas.
Mi mujer tiene sus malos momentos, su carga de penas imborrables;
también, destellos de felicidad. Antes, yo le decía que era el sol de mi
otoño. Ahora es el sol de mi invierno. Cuando nos abrazamos podría
decirle al oído la vieja canción: "!oh, so-le mí-o!"...
Soy un afortunado. Mis padres me colocaron en la situación en que ellos
estaban: clase media baja; y ahí me he mantenido gracias a mi trabajo.
Entre tanto, pienso, miles en mi país y millones en el mundo han nacido
y vivido en la miseria hasta morir.
Sin embargo, y aunque suene a herejía, sostengo, hilando fino, que hasta
el más infeliz tuvo, tiene, tendrá instantes dichosos, entre tanta
desgracia. ¿Qué haría yo si ella no existiera, si ni hijos ni nietos me
quedaran? Mi burbuja, la pompa de jabón que me protege, sentiría que
está a punto de romperse. Pero, de todas maneras, estoy seguro, querría
seguir viviendo.
Hace pocos días, algo se me ocurrió que me pareció terrible: pude no
haber nacido. Hubiera bastado que se unieran otro óvulo y otro
espermatozoide, en lugar de los que me dieron origen y habría nacido
otro, no yo. Claro que siempre supe que el nacimiento de cada cual es
obra del azar, pero nunca se me había ocurrido planteármelo a mí mismo.
Esto me lleva de la mano a la cuestión del aborto. Al matar el germen de
un ser humano se está matando, muy probablemente, a sus descendientes y
a los descendientes de éstos y a los que podrían seguir alargando la
cadena indefinidamente. El mundo humano sería distinto si hubiesen
nacido esos que no nacieron, entre los cuales habría nombres comunes,
genios y asesinos; así como sería distinto de no haber nacido seres como
Mozart o como Hitler, frutos, como todos, de la casualidad. Lo cual no
me conduce a abominar del aborto cuando es necesario, como tampoco a
criticar a quienes prefieren no tener hijos.
La existencia de todo ser humano transcurre como envuelta en una
burbuja. No al nacer, cuando siente agudamente que ha sido despojado de
una protección mayor: el vientre de su madre; luego, amamantado y
mimado, queda protegido por su propia burbuja. De la cual se sentirá
desposeído en ocasiones, a lo largo de su vida. Esa sensación de pérdida
puede ser momentánea, o durar mucho tiempo: entonces será la depresión,
en la que hay quienes permanecen largamente, y quienes prefieren
perderlo todo y eliminarse, huir de la vida hacia la nada.
¿Qué más puedo esperar, ahora, a mis noventa años? Sí, tengo momentos de
amargura. Pero puedo alcanzar mucho, antes de que mis oídos ya no me
permitan escuchar música, palabras, o los simples sonidos cotidianos, y
que mis ojos, aún con la lupa grande que ya uso no me sirvan para leer
libros y periódicos. Los seres humanos envejecemos y morimos, lo mismo
que los demás animales y las plantas, lo mismo que los planetas y las
estrellas.
Porque antes de dejar este mundo quiero saber todo lo que me sea posible
sobre él. Qué es, en definitiva, el hombre, ese extraño animal
evolucionado, capaz de todo lo mejor y de todo lo peor, capaz hoy de
aniquilarse a sí mismo y a todo el planeta (y precisamente por obra de
la Ciencia que lo ha hecho avanzar prodigiosamente. Quiero conocer todo
lo que pueda saberse acerca del Universo entero, y confirmar una vez más
que la Vida, esa gran fuerza que surge con el menor pretexto hasta en
los desiertos y en los polos, existe y puebla el Universo, como un
glorioso parásito; y que me lo diga la Ciencia, que tanto ha logrado y a
la que tanto le falta lograr.
Sí, tengo mucho que aprender todavía.