En la tardecita de verano, camino por las blancas arenas de la costa del Plata.
Contemplo las olas que traviesas chocan en le orilla salpicando con su frescura, dando una sensación de bienestar.
Allá a lo lejos diviso un velero que se pierde en las onduladas aguas, hamacado por el oleaje.
Cada pocos metros encuentro los pescadores que más que pescar pasan el rato, lo toman como terapia.
Las dunas avanzan amenazantes sobre las bonitas casas que están ahí junto a la costa.
El paso del tiempo suele ser tirano, las gastadas piedras ya no podrán parar el agua que parece adentrarse.
Los verdes y gallardos pinos surgen airosos, mostrando sus altas copas que emergen desde lejos.
Las elegantes gaviotas revolotean sobre las olas, buscando su alimento, en armonioso vuelo resurgen con algún pez descuidado.
Las aguas al llegar a la orilla, traen piedrecillas de colores y tamaños distintos, junto algunas pues me atrae su rara belleza.
El tiempo pasó tan de prisa que no me di cuenta de que ya cae la noche.
El entorno cambia su aspecto, es un placer caminar ante tanto silencio.
La luna asoma su gorda cara se refleja en el agua dando un brillo plateado.
Qué paz, no me dan deseos de salir de este lugar. Una sensación de dejarme ir como si el tiempo se estancara..
¡Qué más podemos pedir a la naturaleza! Un cielo que con su brillante luna alumbra mi camino. Un río amplio y sonoro que brinda su frescura. Blancas arenas que invitan a caminar con total libertad.
Pienso en este momento que, para vivir felices y en armonía, sólo basta saber aprovechar lo que tenemos a nuestro alrededor.
Sigo mi camino sin dejar de mirar todo lo que hay a mi paso, no me asombra ver que he quedado sola en la playa.
Me invade un sensación de poder y tranquilidad. No siento soledad nada de eso.
Soy feliz al comprobar que soy por un instante, única moradora de ese pedacito de playa.
Un impulso de adentrarme en las frescas aguas me invade, poco a poco voy mojando mi cuerpo. Siento que las aguas acarician suavemente mi piel, con el chocar de las olas junto a mí como dándome la bienvenida.
En estos instantes somos dos, las olas y yo acompañadas por la lejana luna que se refleja oronda en el espejo del agua.
Es un placer adentrarme a las profundidades, nado con total soltura, me siento tan liviana con la sensación de no tener edad.
Sueño… mientras floto me gustaría encontrarme junto a un delfín o un caballito de mar.
Es imposible lo sé pero es tan lindo soñar….
Contemplo la luna que traviesa parece sonreír, el balanceo de las olas deforman su gorda figura.
Luego de retozar a mis anchas salgo a la orilla, me tiro en las arenas blandas y frescas.
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