Cuento de Navidad |
Como
nube de arena que despliega y levanta y dispersa el viento. Así pasó con
la familia de la prima Julia. La prima de más edad de la madre de Pascual
Algorta.
Hijo único, solitario, tímido, tuvo un deslumbramiento cuando
conoció esa familia.
Recién mudados a la vuelta de su casa, frente al parque, los
Arrieta eran cinco. Julia, la madre, exhuberante y desenvuelta, de voz
amplia y mucha risa; Santiago, el padre, un arquitecto alto y serio, de
poco hablar; luego los tres hijos, Anita, la mayor, alta como el padre,
fina como un junco, una piel luminosa, casi transparente, una frente ancha
donde casi se adivinaban unos delicadísimos trazos ligeramente azules
como un dibujo sobre porcelana y una cabellera larga, esponjosa, oscura
como los ojos, más trabajada por el aire que por la manos; Susana, la del
medio, precozmente docta, y completamente fea; finalmente, Polo, el hijo
tardío de apenas siete años, un castaño travieso intentando ser niño
entre grandes. La
madre llevó a Pascual a conocer a los Arrieta, contenta de tenerlos cerca
y pensando que en Polito encontraría un amigo. Pero Pascual tan sólo
admiró el conjunto. La familia completa. Una madre, por añadidura un
padre y tres hijos. Porque Pascual y su madre eran solos. Y su posible
padre no le parecía más que un sueño conversado de vez en cuando. Después
toda su atención fue para Anita. El día que celebraron los
diecisiete años de Anita quedó herido de muerte. Nunca más en su vida
sentiría lo mismo por una mujer. Todavía bajito, sin el estirón de los
trece años, cuando levantó los ojos hacia Anita para darle el beso y el
regalo, no vio a la prima grande sino a una diosa. Quedó paralizado, la
boca entreabierta, los ojos casi ciegos por el resplandor de la sonriente
diosa
nimbada por gasas del mismo color de los atardeceres. Pascual amaba
cada puesta de sol porque el parque estaba cerca de una playa pequeña de
mirada al oeste y en aquel horizonte ponía cada vez que se escapaba de su
casa todos sus sueños y esperanzas. Del
austero, intimidante arquitecto Arrieta...se decían cosas insólitas,
contaba la madre de Pascual. Había trabajado de muy joven en España y
había logrado un prematuro renombre por haber desenterrado un castillo
extrañamente fortificado, guiándose por un muy antiguo poema para dar
con su emplazamiento. Años después, cuando volvió al Río de la Plata
para casarse con Julia, la única mujer que amó, sólo tomaba trabajos
sencillos, restauraciones, decorados de interiores y nadie logró, ni sus
hijos, que se explayara sobre el tal Castillo.Y todo se habría creído
una invención si no fuera por las mentas de algunos extranjeros. Pascual
solía observarlo con un cierto azoramiento, con los ojos entornados como
para que el arquitecto no se diera cuenta. Sin embargo, una vez, se dio
vuelta de repente y le lanzó una sonrisa, como si fuera un dardo. Observando
a esa familia, en tanto crecía, Pascual aprendió muchas cosas,
precisamente ésas que suelen omitirse en las conversaciones y, si fuera
posible, hasta en los pensamientos. Cuando vió aumentar y madurar la
belleza de Anita...supo algo del
devenir. Cuando Susanita se suicidó por un amor no correspondido,
al parecer un amor largo y profundo, cavado en un corazón demasiado
ignorado por la fealdad de su dueña, Pascual descubrió los finales
inesperados, trágicos.
Cuando Julia enfermó de cáncer, o sea cuando todos empezaron a
hablar muy bajo a su alrededor, y cuando apenas podía verla desde la
puerta semientornada de su dormitorio, confirmó su aprendizaje sobre la
finitud pero, además, descubrió las agonías.
Cuando Anita se casó y se divorció en menos de un año, aprendió
acerca de las veleidades amorosas.
Y, luego de la muerte de Julia, cuando a los pocos meses el
reservado viudo se dejó ver en compañía de algunas mujeres....entendió
que los muertos
se van realmente muy lejos y que se pueden olvidar. Y de Polo, con
el que nunca pudo hacer amistad, aprendió la rebeldía sin causa. Se dejó
crecer el pelo, probó la marihuana y se mandó mudar. Quiere decir que
desapareció, sin rastro. Sin pena ni gloria, de la misma manera que la
familia Arrieta, tan al parecer sólida y bien estructurada. Como un
castillo de arena arrastrado por la marea.
Al pasar cada tanto frente a la augusta casa que se mantuvo mucho más
que la familia, años después, cuando hacía rato que había dejado el
barrio, Pascual seguía aprendiendo acerca de la nostalgia.
En especial, cuando al levantar los ojos por encima del garaje, se
perdía en la ventanita del altillo donde las chicas estudiaban. Cada
tanto, muy de tanto en tanto, se encontraba con una Anita sobreviviente,
siempre envuelta en chales volanderos,
en alguna terraza tomando café, discutiendo arduamente de política.
La que fuera una jovencita devota se había despojado de la fé y militaba
en el Partido Comunista, algo que sin duda habría espantado a su madre. Y
fue precisamente bajo un régimen de dictadura, cuando ya los dos tenían
algunas canas, en que se dio un inesperado, fulgurante encuentro entre los
dos. Anita en banda, bajo la mira de milicos, cambiaba seguido de pensión
y fue en una de la Ciudad Vieja donde ambos coincidieron. Era diciembre,
faltando muy pocos días para la Navidad, cuando dieron uno con otro en
uno de los pasillos del envejecido edificio. Edificio que había conocido
glorias de hotel elegante, con pretenciones de art nouveau. En la época
del tal encuentro, los refugiados habitantes solamente tenían todavía el
bienestar del agua corriente. La luz había sido cortada y se movían como
fantasmas, con faroles y linternas. -Fijate
dónde vinimos a parar – dijo Anita muerta de risa, pasada la sorpresa.
Porque dicho encuentro
tuvo su magia. Moviéndose a tientas en el más que penumbroso
corredor, palpando las paredes para guiarse hasta las desvencijadas
puertas de sus cuartos, sus manos se encontraron. Las manos fueron las
primeras en sorprenderse. Una asombraba por su inesperada suavidad, libre
de anillos, y la otra por su tamaño y muy trabajada palma. Los dedos
quedaron entrelazados sobre la pared, y Pascual y Anita quedaron muy
quietos, sin aliento casi, porque extrañamente las manos no quisieron
soltarse. Sólo cuando otro inquilino pasó despacio, con un farol, se
vieron las caras. -Las
vueltas de la vida, primo Pascual....Vení a mi cuarto. Se me terminaron
las pilas de la linterna pero tengo muchas velas. Nó para rezar por
cierto. Y algo de vino, también. -Prefiero
café, si tenés... -Si,
claro.
Iluminada
por las velas, Anita ya no se veía como diosa pero sí como una mujer
que, de alguna manera, siempre sería hermosa. Las líneas azules de la
frente mucho más marcadas en el rostro enflaquecido y los ojos igualmente
brillantes. La suave luz convertía en tenues reflejos las canas, y
disimulaba la modestia del atuendo, una camisa gastada y un jean
descolorido. No dijo una palabra mientras batía el café instantáneo y
el agua se calentaba sobre la garrafita de gas.
La luz también atenuaba la decadencia del cuarto y parecía avivar
ligeramente ciertas molduras, ciertas tallas en las paredes y el arco
elegante del pequeño balcón. -Si.
Este fue un lugar hermoso, refinado. Papá solía decir que era el
edificio más hermoso de la Ciudad Vieja. Pero...lo dejaron morir...como
tantas cosas – dijo Anita alcanzándole la taza y como si hubiera
adivinado sus pensamientos. -Tu
padre.... -Murió.
De un infarto. No volvió a ser feliz. Y perder aquella casa,
finalmente.... -Paso
a veces. La miro. -Yo
no. No quiero verla más. Mamá parecía sostener todo aquel mundo
encantado...Murió y todo se cayó. -Supe
de tu hermana.... -Ese
es otro motivo para borrar la casa. Yo la encontré. Asfixiada. La cabeza
en una bolsa de plástico. Y éso....no lo puedo borrar, Pascual. Es el
peor fantasma. Ahí me enojé con Dios. Definitivamente. -Recuerdo
a Susana como...muy buena. Quería mucho a los animales...El jardín del
fondo lo cuidaba ella, no? -Era...buena,
si. Pero la bondad no la hizo merecedora del amor de un hombre. Ustedes sólo
miran por fuera. Y...desgraciadamente, se enamoró de un idiota. Uno de ésos,
bello como un vikingo y sin nada en la cabeza ni en el corazón. Pero...lo
suficientemente astuto como para jugar con ella y apostar por su amor como
en un torneo. Te juro que....Pude matarlo. Y vos, Pascual? Todavía sos
cura? -No.
Rompí con la Iglesia. -Ah... -Pero
no con Cristo. -El
es otra cosa. Si hubiera vuelto por aquí ya lo habrían fusilado o tirado
de un avión. Yo tuve una maestra de gimnasia consciente, hija de un gran
periodista que también voló...que solía decir que ni el cristianismo ni
el marxismo se habían podido realizar. Y así estamos.
Tu mamá murió, también.... -Si.
Hace años. Por eso pude consagrarme. Ella me tenía sólo a mí. De
pronto fueron conscientes de que habían llenado el cuarto de fantasmas y
se quedaron callados en la penumbra. -Y
vos, Anita? – dijo finalmente Pascual. -Yo...
Camino sobre un abismo. Hace rato. -Te
siguen? -Supongo
que si. Me detuvieron un par de veces...pero ya ves. Estoy aquí. Pero sé
que no puedo quedarme demasiado en el mismo lugar. Además...me quedé sin
empleo cuando cerraron nuestro diario. Y ahora...agarro alguna que otra
traducción, cuando puedo... – y Anita soltó la risa – Imaginate mi
trabajo a la luz de estas velas.... -Y
el amor? -El
amor? A cuál te referís?
Yo...estoy llena de amor, Pascual. -Al
de un hombre, me refiero. -Ah...ése.
Ya fue. Y tú, Pascual? Tenés mujer? -No. -Pero
supongo que alguna vez te habrás enamorado... -Una
vez. Anita
se dio cuenta que era mejor callar. Y así quedaron, en silencio, mirando
sus caras que parecían desvanecerse a medida que se consumían las velas. -Y...qué
hacés, Pascual? Para vivir, digo.Tenés trabajo ahora que ya no sos
pupilo de la Iglesia? -Tengo.
Pero hablemos de eso otro día. Ahora estoy cansado. -Que
sea pronto, primo. No sé cuánto podré quedarme aquí. Además..me
parece que están por cortar el agua – alcanzó a decir Anita cuando
Pascual ya estaba de vuelta en el corredor. Como
huyendo llegó a su cuarto y la total oscuridad le pareció un alivio. A
tientas encontró su cama y se dejó caer, sin desvestirse. Entonces se
dio cuenta de que estaba temblando. En
los días siguientes hizo todo lo posible por mantenerse invisible. Porque
lo que alguna vez fue deslumbramiento se le había vuelto tormento. Lo
espantaba imaginar, tan sólo, el peso y el roce de sus manos llenas de
cicatrices sobre aquel campo de piel semejante a leche. Y sólo la densa
pared entre ambos. Anita, que ya no era una mujer al lado de un chico. Y
el hombre que ahora era él. Un hombre cociéndose a fuego lento, temeroso
de la levedad de sus límites. Sería
ya el 23 de diciembre cuando Pascual, llegando muy cansado de la calle, la
mochila casi doblándole la espalda, y más cansado todavía por el
revuelo de la calle donde la gente se preparaba para la Navidad simulando
que todo estaba bien, se cruzó con la encargada del edificio. -Junte
toda el agua que pueda porque mañana la cortan. Esto ya ni pensión de
mala muerte parece. Es un tugurio y yo...me las tomo -
dijo la mujer como faltándole el aire. -No
creo que me quede mucho, ya. Pero...gracias. -Una
cosa más – agregó la encargada, cerrándole el paso y bajando la voz
-
Si puede...haga algo por esa parienta suya, la tal Anita. Toma de más
y hace mucho escándalo. -No
me di cuenta. -Yo
sé lo que le digo. No le conviene llamar la atención. -Apenas
tengo trato con ella. No nos hemos visto por años. -Haga
lo que quiera. Pero preguntan demasiado por ella. De cualquier manera –
y la encargada se fue alejando por el corredor – este barco se va a
pique y las ratas saldrán disparando. "Entonces...no
hay nada qué hacer" , se dijo Pascual encerrándose en su cuarto.
Con el resto de luz que entraba por la ventana, abrió la mochila y
desplegó sus herramientas sobre el catre, repasándolas y limpiándolas
un poco. El arma fue lo último que sacó. Sería
cerca de medianoche cuando golpearon su puerta. Abrió y se encontró con
Anita en camisón, con una vela en la mano. Medio dormido y semi desnudo
con no más que un pantalón de gimnasia viejo, Pascual se la quedó
mirando. -No
tenés nada de luz? – dijo ella. -Estaba
tratando de dormir. -Puedo
entrar? Pascual
se hizo a un lado y Anita se sentó en el borde de la cama. El se mantuvo
de pie, mirándola. Era como una aparecida. La luz de la vela, agitándose
sobre su cara la hacía ver como si ya no tuviera consistencia y fuera a
deshacerse en la oscuridad. -Pude
darme un baño. Mañana cortan el agua. -Si.
Ya me avisaron. Entonces,
Anita se paró y dejó la vela en la mesa donde estaban los libros de
Pascual. -Seguro
que son tus libros de oraciones – dijo riéndose -
Puedo mirar? -No. -Te
estoy molestando. -No. -Todo
"no". Qué pasa contigo? Anita
se acercó a Pascual y le pasó un dedo por el cuello. Muy despacio. Y él
dio un paso atrás. -Qué
hacés? -Vamos...no
es un cuchillo...Es mi mano, nada más. Vos me tenés miedo, Pascual? Sólo
entonces y por el olor, él se dio cuenta que ella estaba borracha. Pero
se sostenía bien. -Anita...es
mejor que te vayas a tu cuarto y trates de dormir. -Dormir...Quién
dijo que quiero dormir? Además...no puedo. Tengo prohibido dormir. -Quién
te prohíbe dormir? -Yo.
Yo misma. Si duermo...no vivo. -Claro
que vivís. Sólo perdés la conciencia, Anita. -Eso
mismo. No quiero perder la conciencia. Tengo que estar alerta. Vigilar. Riendo
suavemente se echó sobre el pecho de Pascual. -Vigilar.
Vigilia. Vigilar, Pascual. Tenés el pecho caliente, primo. Buena pinta.
Cuánto hace que no hacés...el amor? -Vamos,
Anita. Andate. Por favor. -Claro
que sí. Sólo vine a invitarte. Mañana es Noche Buena. Unos
amigos...pocos...van a venir a mi cuarto a tomar unos vinos. Traete algo
dulce. Un pan....o algún turrón....El de Jijona me gusta. No dejes de
venir,Pascual. Porque nunca se sabe. -Nunca
se sabe...qué? -Podría
ser la última Noche Buena. Juntos, quiero decir...Hace tanto que Polo se
esfumó...En realidad sólo me vas quedando tú...Pascual...Así son las
cosas – murmuró apenas – Todo el mundo se va. Suavemente
la fue sacando del cuarto, una mano en su brazo y la vela agonizante en la
otra. En la mitad del pasillo ella pareció perder fuerza. Se dejó caer y
murmuró: -Dejame
aquí.
El piso está fresco. No te preocupes, primo. Estoy bien.
La
mañana del 24 apareció lluviosa. Pascual no salió a trabajar sino a
caminar. Un tranco sereno, sin rumbo, ligeramente divertido entre la gente
que apresuraba sus compras y cruzaba saludos. Se sintió envuelto en un río
que sólo arrastraba despojos de tradición. De pronto se encontró con el
fantasma amable de su madre armándole el pesebre. Ella era fiel. Nunca
pudo comprarle un árbol de Navidad aunque quizá fue más probable que no
quisiera. Le gustaba extender arena y papel de roca en aquel estante de la
biblioteca, levantar el pueblito en el horizonte de papel azul donde
pegaba la luna y las estrellas. Tomó conciencia por primera vez, a tanta
distancia, del celo de su madre por cuidar el encanto.
Cada año crecía la fauna extraña y variada que acompañaba a
pastores, reyes y fieles de todas clases, apiñándose para contemplar el
milagro de aquel niño maravilloso reposando en un lecho de viruta,
demasiado grande en relación a la madre envuelta en un manto de verdad,
de algún tul que se renovaba siempre, con un José un tanto apartado y más
chico todavía. Lo más grande de todo era la estrella guía y el ángel
de las alabanzas, con alas tan grandes y pesadas que a veces se desprendía
del papel que hacía de gruta y, cayendo sobre el niño, le parecía a
Pascual que en realidad se soltaba para besarlo. Recordó la primera vez
que su madre lo llamó para ver el nacimiento y su azoramiento por
aquellos lagos de espejo, con patos de celuloide que él se creyó
verdaderos. También recordó con una sonrisa su inocencia al intentar
meter el dedo en esos lagos y cómo jamás dudó de la explicación de su
madre. -Es
que están helados, Pascual. Es invierno ahí, hace mucho frío. Y,
en verdad, todo estaba salpicado de nieve. Una nieve que a veces era
harina y otras talco. Se
acordó de pronto de la invitación de Anita y se metió en un
supermercado para comprarle algo. No le encontraba sentido a lo de
reunirse para tomar algunos vinos de la misma manera que se había ido
enfriando con las visitas a los templos. Creía, sin embargo, que aún era
un hombre de Dios. Pero no de iglesia como le había dicho a Anita.
Cualquier mesa podía convertirse en altar y, posiblemente su madre, al
amasar el pan y ponerlo en la mesa y al ofrecerle aquel rescoldito de
vino...consagrara más que él. Hasta la palabra Dios le parecía extraña,
limitada. Porque sentía cada vez con más fuerza que no tenía la menor
idea de qué cosa fuera Eso tan incomparable, tan desconocido y
misterioso.
No podía encontrarlo entre las imágenes pero si en la playa,
sentado en la orilla cuando soplaba el viento, o entre los árboles del
parque cuando el follaje gemía. A veces le resultaba insoportable todo
aquel amor inexplicable hacia algo que podía estar en todas partes o en
ninguna. Eso que no obedecía a ritos y a liturgias pero que se le
aposentaba en el corazón haciendo uso de su cuerpo, tomándolo como dueño
absoluto. Por eso se había entregado a la tierra. Cuidaba con un esmero
que asombraba los jardines de los ricos, combinando arbustos, arbolillos y
flores, desplegando mantos de exquisita hierba. Pero le gustaba más
limpiar terrenos baldíos y plantar con los chicos cuanto se pudiera
comer. En eso no tenía tanto éxito porque poca gente entendía y lo veían
como un intruso, como una molestia. Pero Pascual, sembrador
por vocación, dejaba semillas donde podía, en la tierra y en el
alma de algún chico que otro. Sabía que no era mucho más lo que podía
hacer un hombre. Y detestaba cualquier clase de proselitismo. En la tierra
respondiendo, en todo lo que germinaba, en todas aquellas epifanías
vegetales...descubría una revelación. No entendía pero sabía que vivía
con algo y para algo verdadero que lo trascendía en todo y que lo
habitaba todo. Pero, a veces, y lo espantaba, encontraba armas en las
manos de los chicos. Se ingeniaba entonces para cambiarlas por comida. O
para robarlas. Muchas terminaban en el río. Pero...allí donde las
descubría no podía volver. Para muchos era
ya un ladrón de ladrones o un loco. Y no ignoraba que podían
matarlo por eso.
Cuando
volvió con el turrón se encontró con que algunos estaban dejando el
hotel. -Ya
no hay agua – le decían al cruzarse con él en la escalera, arrastrando
cajas y bultos. Pascual
estaba pronto para cualquier cambio y siempre supo que no se quedaría
mucho allí. Para uno que anda ligero de equipaje no hay demasiado
problema en dejar un lugar por otro. Subió pensando en Anita, en donde iría
aquella mujercita perseguida y alocada. Y cuando entró en su pieza, la
sorprendió con el revólver entre las manos. -Esto
no me lo esperaba, primo. En qué andás? En la subversión, también? -Y
tú que estás haciendo aquí? Soltá eso, Anita
-
respondió Pascual
sintiéndose furioso con su prima. -No
te enojes. Vine a recordarte la invitación. -Y
a vaciarme la mochila y... -Qué
son todas esas herramientas y bolsitas de semillas? -No
te importa. -Pero
lo más interesante son tus libros...Jamás pude imaginar que te
interesaras por la obra de Mary Shelley – dijo Anita riendo – Pensé
encontrar algún breviario y la Biblia.....y me encuentro con una historia
de monstruos.... -Todos
guardamos cosas sorprendentes. Algunas muy bien enterradas. Como el
castillo que descubrió tu papá. La
sola mención del padre pareció marchitarla
más. Anita soltó el arma sobre la cama y salió. -Te
espero en mi cuarto luego, a las nueve -
fue todo lo que dijo al alejarse. Cerca
del atardecer, Pascual se puso el revólver en el bolsillo y se encaminó
a la rambla. Cuando cargaba un arma le parecía llevar encima el peso del
mundo. Así como, al quitarle las balas y tirarla al mar, le parecía que
estaba naciendo de nuevo, libre de toda historia. Después, al soltar una
por una cada bala en el agua, le parecía que estaba alimentando a un
monstruo a punto de morir. Un monstruo que venía padeciendo una agonía
larguísima, que no parecía terminar nunca. Sabía que estaba en peligro.
Si lo habían seguido desde el apartado barrio donde hizo el canje con un
chico podrían darle una paliza hasta dejarlo medio muerto. Podría
defenderse de uno pero dificilmente de dos tipos sin escrúpulos.
Pero si algún tira le encontraba el arma...todavía podía ser
peor. Sin embargo nadie pareció seguirlo ni interesarse por su presencia
en la rambla. Saludó a algunos pescadores y se fue hasta la escollera más
apartada, hacia el oeste, y se internó por ella con paso tranquilo, como
un soñador persiguiendo el atardecer. Al mismo tiempo, arma, balas y sol
se hundieron en el agua. Pero Pascual no se movió. El cambiante cielo lo
retuvo hasta que la contemplación tranquilizó su alerta corazón. Luego,
sin prisa,fue volviendo al hotel y pensando, una vez más, en la
insignificancia de su acción. Qué relevancia podría tener un arma menos
en un mundo que era un arsenal? En alguna parte alguien se estaría riendo
de él. Pero...seguramente, Dios no esperaba mucho más de un solo hombre,
de un jardinero solitario, desprovisto y vulnerable. Cerca
de las diez, sin mucho entusiasmo, se fue hasta el cuarto de Anita con el
turrón en la mano. Muchas velas encendidas y una rama de acebo en el balcón,
reseca, aunque con una cinta roja, eran todo el arreglo navideño.
Pascual se quedó mirando a los cuatro desconocidos, tres hombres y
una mujer, que rodeaban a Anita. Cada uno con su copa llena de vino y con
un aire de haber tomado mucho, ya. -Te
invité a las nueve. Y son casi las diez
- dijo Anita y parecía irritada. -Disculpen.
Buenas noches. Lo importante es que estaremos juntos a las doce. Ninguno
respondió. -Espero
que este turrón te guste. -Jijona?
Me gusta, Pascual. Es lo más parecido al mazapán o a la Jalvá. En otro
tiempo...hace siglos...mis padres llenaban la mesa
de estas cosas...Marrons Glacé....pistachos...panetones...roscas
de almendras...champán francés....Ponían la mesa al lado de un árbol
de tres metros, en el jardín del fondo...el que cuidaba mi hermana, te
acordás, Pascual? Porque éste es primo mío. El primo pobre. En todas
las familias hay algún primo pobre que se queda con la boca abierta
cuando los ricos celebramos las bodas de Camacho....o las Noches Buenas o
Viejas que son casi lo mismo....Todos peleando todo el año aunque...a la
hora de comer... todos íntimos. Pero, eso si, las viejas de la familia
iban primero a Misa de Gallo y luego devoraban lo que les dejábamos a las
dos de la mañana....Y ahora...ahora esto es todo lo que hay .Un
turroncito para cinco personas.
Porque éstos sólo trajeron vino. Lo único que quieren es
chupar...y un pretexto cualquiera para seguir chupando... Pascual,
a través de las risas de Anita, percibió una pena profunda que ella jamás
admitiría y que sólo el alcohol podía delatar. -Pero
hay que celebrar. Sabe Dios dónde estaremos dentro de un año. -A
mí siempre me gustó esto de la Noche Buena y la Navidad – dijo la
mujer – Por unos días la gente parece más amable....Y hasta ligás algún
regalo... -Podríamos
jugar a las cartas mientras esperamos la medianoche
- dijo uno de los hombres. -Y
después ...qué? – dijo otro, mientras el tercero soltaba la risa. -Después...nada.
Seguís
tomando y comiendo si tenés con qué...o te llevás a alguien a la
cama. Anita
encendió más velas y puso unas cartas españolas sobre la mesa. -No
sé que será mejor. Jugar...o consultar la suerte... -Esta
no es noche de brujas...ni de fantasmas. Si quieren voy a buscar alguna
pizza... – propuso Pascual. -En
qué país vivís? Ya está todo cerrado. -Para
la medianoche tengo un pan dulce reservado – dijo Anita – No hay que
desesperar. -Y
qué es eso de que ésta no es noche de brujas ni de fantasmas? -El
gallo canta a la medianoche para celebrar el nacimiento del Señor y
dispersa a los malos espíritus. Eso dicen. Hasta Shakespeare. -Bah...los
ingleses siempre creyeron en fantasmas... Yo nunca vi ninguno. -Y
yo nunca escuché cantar a ningún gallo a la medianoche. -Y
seguro que a la mañana tampoco. Pascual,
probando apenas el vino, ajeno al juego, observaba a su prima. La
frente húmeda, los ojos demasiado brillantes, simulaba divertirse pero
las manos le temblaban al barajar y la voz se le iba perdiendo. Sin
embargo, vestida de blanco, conservaba un rescoldo del esplendor que había
deslumbrado al Pascual niño. Ya
no eran aquellas gasas que lucían como el atardecer, sino una
blancura de nieve o de hospital. Demasiado blanco confundiéndose con una
piel vacía de sangre.
Pero una piel que parecía llamarlo. Como si fuera preciso develar
con urgencia si Anita estaba tan fría como esa nieve que la cubría y,
con la misma urgencia, darle aliento hasta despertarle la sangre
nuevamente. Una
muñeca de nieve cada vez más embriagada. -Hablando
de fantasmas y monstruos – dijo Anita de repente – mi padre era
experto en desenterrarlos. -Nadie
habló de monstruos. -Dónde
está el baño? – dijo uno de los hombres dejando la mesa. -Al
fondo del corredor, a la izquierda. Llevate una vela. -Podríamos
hacer cuentos de fantasmas.... -Hay
que terminar el juego, primero... -El
corredor mete miedo, Anita. Y el baño está cerrado. Tapiado. -Entonces
tendrás que mear en el balcón – respondió Anita – Aquí nadie se
asusta ya de nada. -Yo
creo que si. Tenemos muchos motivos para espantarnos. -De
esos motivos no quiero hablar esta noche. Me niego.
Sería mejor creer...aunque fuera por un instante, que hay
algo...santo en esta noche. -En
eso mi primo es experto. No es cierto, Pascual? -Anita,
por favor... -Mi
primo se hizo cura...y colgó el hábito. Pero..."sacerdos in
eternum". -A
veces leo la Biblia – dijo alguien. Las velas se extinguían rápido y
los rostros se iban fundiendo en la oscuridad. Pascual deseó que la
medianoche se apresurara para saludar y desaparecer. El tiempo pasaba y el
sinsentido de la reunión aumentaba. -A
las doce empezará el barullo.Cohetes y luces en el cielo. Y campanas.
Estamos muy cerca de la Catedral. -Ah...eso
de hacer ruido me gusta – dijo Anita, y salió del cuarto con una vela.
Volvió casi enseguida y se plantó frente a Pascual. -Dónde
lo escondiste? -Qué
cosa? -El
revólver – dijo Anita bajando la voz pero no lo suficiente. -Así
que andás armado, vos? – saltó uno de los hombres muy interesado. Y
todos miraron a Pascual como si recién lo descubrieran. -Basta
por hoy, prima. No hay ningún revólver, ya lo viste. Y si quieren hacer
ruido rompan las copas o tírense por el balcón. -Pero
Pascual... -Esta
reunión no significa nada y es un insulto a la bondad de la noche. Me
retiro.
Que lo pasen bien. Se
volvió a su cuarto con una mezcla intolerable de desencanto y rabia.
Sintiéndose muy solo, se postró en la oscuridad
y apoyó la frente en el suelo. Ese gesto casi siempre le
despertaba paz. En la rendición total las amenazas se desvanecían. No
había más nada que él y el Espíritu. Pero esa noche tardaba en
sentirlo. Se puso a repetir como cuando intentaba meditar: "la paz
sobre mí, la paz alrededor de mí, la paz bajo mis pies, la paz dentro de
mí, la paz en mi corazón, la paz en mis entrañas, la paz inundando y
desbordando mi mente, la paz...." Volvió
sobre sí con la algarabía de la medianoche.
Petardos, cohetes, pitos, campanas. Se fue hasta su ventana con la
espalda dolorida, preguntándose qué era, qué significaba todo aquello,
si alguien comprendería algo todavía... Desganadamente
observó toda aquella pirotecnia que se mezclaba con las exclamaciones de
Anita y sus amigos en el balcón contiguo. Poco a poco la algarabía fue
cediendo. La exitación se fue retirando semejante a la bajamar. Pero en
el cuarto de su prima parecía haberse armado una discusión,al parecer
estrellaban las copas y luego se sintió un grito. Por un momento Pascual
se quedó vacilando entre ir o no porque si era una pelea de borrachos no
habría mucho para hacer. Nadie lo llamó tampoco. Hasta que, de pronto,
se hizo un silencio prolongado, profundo...que lo
alteró más que el griterío. Después
un portazo y pasos apresurados alejándose...y más silencio. Se le
ocurrió que, tal vez, ya no quedaba nadie en el edificio.
"Ahora, sin luz ni agua ni encargada,sin gente que pague,
vendrán los que van de tugurio en tugurio, refugiándose hasta que la
policía los saca...y el viejo hotel, en pocas semanas, tomará el
inconfundible olor de la miseria.Ya veré donde me voy mañana ",se
dijo. Y no estaba seguro de querer saber qué haría Anita. Estaba
a punto de tirarse en la cama cuando escuchó un llanto, como de niño. Se
entrecortaba con gemidos y venía de muy cerca.
Pensó en Anita y tomando su linterna se fue hasta su cuarto. Estaba
tirada en el piso con un tajo en la cara y el vestido manchado de sangre.
Al inclinarse sobre ella vió que tenía cortes en las muñecas. -La
fiesta terminó mal. Dejame sola, Pascual. -Hay
que parar la sangre, Anita. Qué pasó?
Quién...? -Nadie.
Yo me lo hice.
Como
los cortes no parecían demasiado profundos, Pascual pudo
parar la sangre y vendar con fuerza las muñecas. -Mirá
que sos loca! Qué te hubiera pasado si te cortás una arteria? -Habría
empezado a morir de una manera linda....Si te vas...podría intentarlo de
nuevo...Con tu revólver hubiera sido mejor y rápido.... -No
digas más estupideces, Ana. Me dan ganas de pegarte. -Uhh....me
llamaste Ana....Hace mucho que no me llaman así. Sólo mis amantes.... Pascual
la levantó y se la llevó a su cuarto. La recostó en su cama y le limpió
la sangre como pudo, con agua mineral. Se quedó mirándola, luego, viendo
como la respiración se iba serenando. Entonces, con suavidad, casi adivinándole
la cara en la penumbra, le secó las lágrimas con un pañuelo. -Querés
un vaso de agua? No tengo café. -No
quiero nada. Sólo...hablar. A lo mejor...si cuento todo aunque sea una
sola vez...pueda seguir viviendo...Si contás siempre las mismas
mentiras...la verdad se aleja tanto, tanto...Pero un día descubrí que la
mayoría de la gente prefiere cualquier fantasía, prefiere tragarse
cualquier fábula...antes que la verdad....Y yo misma....Pero..desde que
nos encontramos...no sé qué me pasó. Creo que llegué al límite... Pascual,
echándose suavemente a su lado, hizo lo que tantas veces había deseado,
acariciar la piel cuya blancura se disolvía en la penumbra. La única luz
venía de la calle, como asordinada, y la linterna ya casi no tenía
pilas.
-Por
qué no tratás de dormir, mejor? Mañana se verá. Pero
Anita lo tomó de las manos. -No,
no. Vos sos cura. Quiero que me escuches. -Yo
no... -Si!
Lo sos para siempre. El te tomó. El Cristo, quiero decir.
Y nunca te va a soltar. Así ama. Para siempre. -Si
es lo que querés...hablá. Como primo tuyo no me puedo negar. -Papá...allá
en España....desenterró algo que hubiera sido mejor dejar bajo toneladas
de arena. Los jardines de Bomarzo parecerían insulsos al lado de lo que
encontró.
Tal vez destapó una de las puertas del infierno... -No
digas tonterías, Anita... -El
mal existe, Pascual...Y si mi padre fue alguna vez joven de espíritu y
bueno...lo que vió lo perdió para siempre. Yo..ahora voy a hacer algo
parecido...voy a desenterrar una monstruosidad. No creo que cambies como
cambió mi padre.
Aunque por lo que vi en tu mesa..los monstruos te fascinan... -No.
Me despiertan compasión.... -Compasión...
– dijo ella apoyando las manos de Pascual sobre el pecho – Tal vez ese
sea el único bálsamo...posible para mí... La
herida de la cara le volvió a sangrar
y Pascual se quedó mirando, casi adivinando, la tenue línea roja
que le bajaba hasta el cuello. -Vos
te creíste que mi hermanita era buena, no?
- Anita soltó la risa – No era tan buenita, Pascual. Mamá le
tenía miedo. Creo que la odiaba porque se dejaba manosear por papá. Si,
Pascual, el amante esposo, el marido ejemplar! Debo estar muy vieja o...de
verdad a punto de morir para escucharme decir esto. La preciosa familia
que vos y tu mamá parecían admirar tanto...nunca fue lo que ustedes
creyeron. Y yo estoy desenterrando la verdad, como te dije. Haciendo lo
mismo que papá con aquel maldito castillo. Sólo espero que esto no te
haga perder el alma. Porque el alma puede morir...como le pasó a él....Y
tal vez a mí...y luego a toda la familia...Quizá mamá pudo aliviarlo
por un tiempo, pero...lo cierto es que él no quiso saber nada más con
muros y menos con cimientos. Aborrecía visitar las obras. Y una cosa
pareció segura: lo atraía la fealdad. La belleza parecía espantarlo.
Por eso dejó de dormir con mamá y se puso un catre en el estudio. Cómo
no le iba a venir un cáncer a mamá? Seguro que vos, como todos, creíste
que fue por el suicidio de mi hermana...No, Pascual. Para entonces..ya hacía
rato que mamá iba al médico a escondidas.
Sólo yo sabía. Pero...lo que sigue...es mi verdadera confesión,
Pascual. Susanita se mató por mi causa.
Se puso loca con aquel rubio que te conté..el que parecía un
vikingo, ése que se reía de ella...Pero yo también me volví loca por
él, Pascual. Y hacíamos el amor en el mismo altillo donde estudiábamos
las dos. -Y
él? También jugaba contigo? -No.
El se volvió loco conmigo y se lo dijo a mi hermana. Pero yo negué todo.
Era divertido hacerlo a escondidas y, sobre todo, joderla a mi hermana.
Pero el rubio convirtió el romance en un melodrama y perdió todo interés
para mí. Entonces me casé con el primero que se me puso delante, como
para demostrarle a Susanita que lo del vikingo era mentira. Por qué creés
que me divorcié tan pronto? Pero...no sirvió de nada. Susanita no me
creyó y se mató sobre mi propia cama de soltera. Después...el enamorado
de la fealdad, se volvió cada vez más sombrío. Debe haberme odiado por
quitarle el objeto de su devoción.
Para entonces...mamá ...definitivamente enferma...ya no simuló
salud ni alegría. Ella...ella de verdad merecía otra cosa, Pascual.... -Y
tu hermano? -Ah...ése
la adoró siempre. Le fue absolutamente leal. Creo que...chico como
era...sabía todo lo que pasaba en casa. Era como un brujito. Por
eso...apenas pudo, se mandó mudar.De casa, del país, de sí mismo. -No
supiste más de él? -Nada.
Y...después...en la militancia...busqué una especie de redención.
Pero...había perdido mi integridad. Fui responsable de una muerte. Y
después seguí lastimando a mucha gente....No es extraño que haya venido
a parar a este lugar. Sin luz, sin agua, sin vida... -Nada
hay más importante que la vida.Pero tu hermana puso por encima un amor
desafortunado, un amor que se pudo olvidar, y la deslealtad de una hermana
que podría perdonarse. Ella eligió morir. Sólo Susana es responsable. -No
me equivoqué. Quién podría darme algo de paz....consolarme...sino
Pascual...aquel niño de mirada pura...? -
dijo Anita, en un suspiro. Y
ahora que Anita, definitivamente, yacía despojada de su misterio, Pascual
sintió que quedaba libre de aquel largo enamoramiento, de aquel resto de
devoción por su prima. Le acarició la frente percatándose de que ahora
si podría amarla. -Podrías
absolverme, Pascual? -Renuncié
a eso, Anita. -No
se puede. No podés. "
Sacerdos in eternum ". -Puedo
decirte..."Ego te absolvo", Ana. Si eso querés. Pero..qué
cambiaría? Algunos te dirían que Dios ya te perdonó y nos perdonó a
todos hace rato...Pero yo no lo se. Siento un extraño amor, una rara
pertenencia...pero eso es entre El y yo.
No sé cómo puede resultar contigo. -Entonces...debo
perderme... -No.
Ana. Perdonate vos. Si no fuera así...qué valor tendría cualquier
absolución? Yo, ahora...puedo darte otra cosa. -Qué? Pascual no pudo ni quiso decir nada más. Le bastó verter su amor en aquella boca que tanto había reído, besado, bebido, mentido. Una boca entreabierta, no totalmente fría aún, que le fue entregando su último aliento. Porque las heridas sí eran profundas y la sangre siguió manando dulcemente, dejándole a Pascual tan solo su preciosa muñeca de nieve. |
Angela Cáceres - 30 de diciembre de 2003
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