Corazón contento
Ángela Cáceres

Afirmo mi deleite en la mañana. Afirmo que es una bendición estar vivo. Y, antes de agradecer mi heredad, grande o pequeña, agradezco los dones asombrosos del cerebro, del corazón, de los pulmones... y esta capacidad, si estoy atenta, de percibir el soplo, los latidos, la energía vibrando... ¿Dónde tendría que observar para maravillarme más? Cada latido es un llamado, un toque de campana en mi templo, y cada soplo hace de nuevo este proceso, esta danza de partículas encaminadas al vacío creador que soy. Pido Bendición para esta asombrosa actividad, para la fisiología magnífica, para la interacción de cada órgano, para el contenido de cada célula, para el mensaje de cada partícula... para el baile del átomo, para el electrón que se dispersa y para el fotón que se une. Para el quanto que escapa a mi observación y a mi conciencia... Para todo aquello que es en mí. Para cuanto soy, lo sepa o no. Y pido más bendiciones para el cielo, para el sol, la magnífica estrella que nos nutre, y para su luz que descubre y manifiesta ante mí la parcela de la creación que puedo abarcar con mi visión. Y agradezco el proseguir viviendo esta mañana.                                                                        

Para mí, en cuanto a esta dimensión, el gran milagro continúa.

 

No trates de relajarte, ni de imaginar un color azul radiante. No.

En algún momento la relajación misma y el color azul se harán cargo de todo.

Tan sólo visualiza el lugar de tus sueños: nadie lo conoce como tú. Mira lo que hay allí, ábrete a lo que puede brotar y aparecer allí... y fíjate si aún falta algo. Recuerda que es y será como tú quieras.

Contémplalo. Para verlo mejor, aumenta las dimensiones y juega a mirarlo como si fueras un animal muy pequeño. ¿Cuál? Allá abajo descubres infinitos detalles que se te escapaban desde tu otra estatura.

Entra allí. Camina por allí, deslízate...

No te apures para convertirte en pájaro... En algún momento alzarás tu vuelo y subirás, subirás...

¿Cómo es el lugar de tus sueños desde lo alto?

¿Qué formas, qué colores te atraen más?

No te preocupes por la luz, siempre habrá suficiente y más, hasta que hayas visto y apreciado todo.

¿Cómo te está sentando volar?

¿Qué se siente volando así?

¿Qué esta cambiando?

Despreocúpate de tu respiración y de tus latidos...

Tus pulmones, tu corazón, la vida misma se hace cargo de ti.

Escucha... tras los ruidos, hay otros ruidos... No te ocupes en imaginar nada... sonidos y silencio entrelazados, están allí, llegando siendo.

¿Qué palabras te gustaría escuchar, ahora? Escúchalas, todas.

No hagas ningún esfuerzo.

La belleza se hace cargo de ti. Llegan bellas palabras, soñadas, deseadas, PODEROSAS….Como tú.

Elige bien tus palabras de poder.

Acéptalas, déjalas caer sobre ti como bálsamos.

Déjate acariciar y sanar con la música de las bellas palabras. Con las voces de los amados de todos los tiempos...

Nada hagas, descansa. La voz y las palabras hacen su tarea.

Las voces, la voz. La voz que te hace volver la cabeza, o girar en tus sueños.

¡Sorpréndete! No sabías que podías conocerla. Pero nadie la conoce como tú...

Hay sabores en tu boca, olores, perfumes te envuelven... y tu piel no hace nada para volverse tan sensible... Es así... está reaccionando, respondiendo siempre; siempre conmovida por las cifras misteriosas de la vida...

Cálida o fresca, estremecida siempre.

Observa el profundo bienestar. No hagas nada. Absolutamente nada.

El bienestar lo hace... como la relajación y el color azul radiante.

Sólo sumérgete en el lugar más profundo y sagrado de tu paisaje y deja allí la semilla que tú misma has producido. La semilla conocida, nacida de los sueños realizados. Remueve la tierra, y hazle lugar. Cúbrela, riégala, ámala... y quédate observando cómo reacciona, como la nueva vida la perfora... y se abre camino en la nutritiva oscuridad... hacia su epifanía...

Déjala salir a la radiante luz y contempla la revelación. Tu nuevo sueño se está realizando.

Mira... tan sólo mira y cree en lo que miras, como has creído en tu sueño.

Escucha... sólo escucha... y acepta lo que has creído.

Siente... sólo siente, descansadamente y recibe el fruto esplendoroso de lo que has soñado, creído y aceptado.

Camina hacia ello, guárdalo en el corazón... y, con la potencia de tu amor, causa un hermoso, digno futuro, en este momento.

Ahora, aquí. Tú.

 

En la lengua de los Sioux no existe la palabra "adiós". Se puede volver siempre. Basta seguir el viento. Yo estoy siguiendo al suave viento de la mañana, curiosa por mí destino. Yo no sé, pero él sabe dónde llevarme, bien despierta, con mi boca perfumada de café, con mi lengua alerta, como mi alma salida de mi último sueño.

 

Despertar de la piel:

Afirmo la amplitud, la perfección, la abundancia y variedad de respuestas, la gama de roces, caricias, comunicaciones, secretos, can­tos silenciosos, sonidos mudos, meridianos de colores invisibles, trillas, rastros, caminos, dibujos, lunares, ojos, colinas, sinuosidades, revelaciones, calideces, frescuras, suavidades, reservas, franquezas de mi piel. Yo, detrás de mi piel. Tú del otro lado. Yo encima de mi piel. Yo; piel. Mi campo, mi tierra transparente, comiendo del aire y de mí sangre. Húmeda y seca. Lábil y lustrosa. Luminosa, brillante y opaca. Espejo. Consistente en la oscuridad. Toda presencia, toda identidad, puro verbo en la noche.

Lo primero que veo; una rosa en la ventana. Abierta con firmeza, de un rojo decidido y con un rastro de rocío. ¿Qué sé de ella, salvo nombrarla "rosa", o señalar como un botánico cada fragmento de su anatomía vegetal? Pero los nombres inventan familiaridad: suplen la clave de un misterioso resistente... por palabras que el paso del tiempo apoya. La rosa, bajo mis ojos, con todo su perfume, tan profundamente silenciosa, niega toda explicación sobre sustancia y esencia. Y no soy la primera en comprender que el nombre de la rosa no es la rosa. Entonces, cierro los ojos. Observo cómo mi respiración va tomando un ritmo tranquilo… muy tranquilo. Observo, también mi propio silencio que, poco a poco, se va pareciendo al de la rosa. Muy pronto, ella y yo, nos acompasamos en la respiración: UN ALIENTO delicado estremece los pétalos más grandes, en tanto el aire, en mí entra y sale. Y el aire me trae y hace circular por mí los sonidos de la infancia. De aquel tiempo en que escuchaba la conversación de las flores. Vuelve el rumor de las orquídeas salvajes... el canto de las anémonas y... otra vez... el silencio de la rosa. Un silencio tan profundo como su color y su perfume: Un silencio que, quizás, expresa majestad, elevación, cierto aislamiento y tristeza. ¿Es la realeza, la corona que pesa y separa a la rosa? Y, finalmente, al entrar en su silencio, escucho más silencio. Todo clamor, toda angustiosa solicitud de atención y compañía proviene de mí, no de la rosa. ¿Dónde está su corona? ¿Quién le impuso semejante rango? La rosa carga con la ruidosa y movediza mente de quiénes, eludiendo la contemplación, sobre todo proyectan fantasías. Y, así, han cargado a la creación de vanas interpretaciones que no explican nada y agregan ruido al ruido. Por tanto, me quedo con el silencio de la rosa. No hay realeza, no hay corona, ni altura, ni rango, ni aislamiento, ni tristeza, ni demanda, ni llamado alguno. Mis creencias y mis fantasías bullen prisioneras en el espacio limitado de mi intranquila mente. Aquello que he pensado, y pienso, de la rosa... es mi propia hojarasca. No de la rosa. Ella sigue ahí, en la ventana, temblorosa, ya sin rocío, tan misteriosa para mí como yo para ella. Y aquí estamos y somos.

 

El primer alimento. ¿El primero de cada día? ¿O el primordial? Están muy separados uno de otro; tanto como una encantadora, accesible y trivial taza de té de un vaso de agua en el desierto. Sin embargo, como agua en el desierto habría que honrar el más modesto desayuno.

¿Qué privilegio extraño colma mi mesa en tanto se vacía otra?

¿Por cuánto tiempo? Y... ¿que me creo?

Pido una bendición muy especial para toda la actividad de eliminación, descarga, liberación de mi organismo. Y afirmo  que esta bendición solicitada cada día, en un estado de profunda atención, animará, estimulará y seguirá animando y estimulando como ya lo está haciendo ahora mismo - a todos los órganos involucrados en estas actividades, así como manteniendo equilibrada y armónica su relación con la Totalidad, que se expresa en mi ser a través de la Mente Maestra, la Mente Superior. Envío mi afecto, envuelvo en el resplandor que brota del corazón de mi gratitud, a los riñones, a los intestinos, a las glándulas sudoríparas, a las lagrimales. Y me comprometo a seguir haciéndolo, como ahora, cada día, para honrar, para reverenciar la perfección de sus tareas, en tanto la Providencia me quiera mantener en este tramo terrenal de mi experiencia a través de Su eternidad. Sumergida en mi baño, o bajo la ducha, elijo cada día experimentar la higiene como un bautismo, sintiendo que en el agua, envuelta en su caricia, escuchando se tenue voz cristalina, renazco a una vida nueva, a una conciencia más alerta. Y agradezco y pido bendiciones para mi resurrección.

 

Otra vez el sabor y el olor.

Afirmo mi gratitud por el primer café del día. Y canto y bendigo ese marrón encendido echando vapor sobre mi nariz anhelante. Su aroma parece el espíritu de la mañana. Y su sabor y su calentura, inundando mi boca y yendo más allá de mi garganta, aumentan mi conciencia de estar viva, en tanto siguen anclando mi bienestar, y anudándolo con una vieja historia de placer; un ciclo, un rosario de perfumados y estimulantes momentos por los que vuelvo a dar las gracias.

 

Venera las buenas palabras. Deslízalas por tu lengua y tu garganta como elixires amorosos, como dulces. Y bendice los libros, los empolvados, olvidados libros para que sean abiertos nuevamente. Con la sed, con la curiosidad perdida. Que se vuelva fecundo el erial que hoy habitamos. Y que se cubra el suelo que pisamos de cuantos estremecimientos conoce la belleza. Que retorne la bondad.

(Pero… ¿es que la bondad se ha ido? ¿Y la belleza? Observa y no te inquietes. Todo fluye bien, de lugar, yendo y viniendo. Si la bondad y la belleza se hubieran ido... no percibiríamos el caos, la sequedad y los venenos.

Las palabras abruptas son imprescindibles, tanto como las buenas. No razonaré, ni enunciaré más nada).

Y lo mejor de un libro olvidado... es aquel brinco que hizo dar al alma cambiándola de lugar. Y el silencio que sigue.

 

El polvo seguirá cayendo y cayendo. Sobre todo.

 

Se les dio libertad. Todo el paraíso les pertenecía y podían gozarlo, explorado a su sabor. Entonces, se volvieron voraces. Por perder las miradas en los horizontes, estremecidos por la curiosidad acerca de lo que habría más allá, abandonaron la contemplación de los dones próximos y presentes. Comenzaron a dejar caer las flores antes de honradas; tiraban los frutos con las marcas de sus dientes apenas horadando la piel. Se les alteró la respiración, se aceleraron sus latidos, y finalmente, los devoró la avidez. Querían más, más de todo cuanto dejaban. Más por conocer, robar, tener, retener. Y empezaron a ignorar, a olvidar sus propios poderes. Sus legítimos poderes. Ni la lujuria ni la apetencia de poder los expulsaron del paraíso. Fue la codicia. La insaciable codicia, arrojándolos por siempre de la perfección, del éxtasis del presente. Del placer.

 

Hoy descubro, soy conciente del infinito. Tan grandioso como simple. También descubro que esto es porque he alcanzado la única seguridad: no hay respuesta definitiva a nada.

Cerrados los libros, desvanecidas las preguntas... queda mi estar aquí, ahora.

 

Soy en los límites de cada instante, señalado por mi pulso, por los vaivenes de mi aliento, por la estremecedora, incesante, renovada combustión de mi cuerpo. Aquí estoy. Viva, viviente. Si la vida es infinita -aún no sabiendo mucho de qué se trata- si lo fuera, si lo es, yo soy eso. Nada tengo que esperar, merecer ni buscar. Basta reconocerme como viviente, ahora. Y ¿cómo no me vuelvo loca, cómo no enloquecemos de bienaventuranza todos, ahora mismo?

Así le doy mi bienvenida a la total incertidumbre. Y mis partículas cantan:

- Divina incerteza, ya no puedo asegurar en tanto saboreo todo. Honro la presencia y la ausencia de cada cosa. Si mi presencia pudiera significar algo para alguien además de mí, también se celebrará mi ausencia. Y aún después, la ausencia de mi ausencia, resonancia profundamente silenciosa de una canción que se dehizo, que enmudeció en el corazón de la incertidumbre.

¿Vivió? - dirán -¿O fue una pirotecnia agitando los cielos? Y no importará, porque no estaré para envanecerme ni emocionarme con las efímeras pistas de mi existencia. De manera que, cada noche, me asombro durmiendo en el capullo de mi misterio, hijo del Gran Misterio. ¿Por qué no si es un misterio enamorado? Un misterio amante que corresponde a la entrega. Me rindo, pues, me entrego y me extingo cada noche para no dañar la simplicidad de mi liviano viaje.

Glorifico la primera flor que contemplo luego del invierno, blanca y pequeña, como todas las hijas del ciruelo próximo que se dejan amar cerca de la ventana. La flor asoma y no hace preguntas no se compara con nada. Ella misma es una respuesta espontánea que la primavera levanta de la rama. Una fiesta, una acción de gracias. Jamás estaré segura si es consciente de mí o de sí. Pero ahí está, dejándome absorber su encantadora imagen hasta que yo misma soy una flor abriendo en el ciruelo, temblando en la delgada rama de cuya oscuridad provengo.

Y sólo por hoy miraré hacia atrás... para espantarme un poco por mis tiempos, mis horas derrochadas en ilusiones, en esperas vanas, en fantasías venenosas que alteraron los dones de los instantes, incomunicándome.

Podría abrumarme si no fuera que aquí mismo declaro su definitiva inconsistencia. Y nada evoco ni convoco. Sólo yo podría resucitar los enredados y viejos pensamientos. Lo que no haré. Lo que no hago.

Cambio de corazón (Metanoia)
Ángela Cáceres

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