Corazón cambiado
Ángela Cáceres

Y un día... el amado te sorprenderá con el amor. Y los viejos y súbitos enamoramiento s, aquellos que te cegaban... te parecerán brillos de luciérnagas. Y todos tus proyectos terrenales caerán y serán arrastrados por un viento desconocido, poderoso, inexorable. Nada de lo viejo te será permitido. Y conocerás, en tanto, tu verdadera naturaleza... porque sólo el amor te mostrará quién eres.

Y te amarás, al fin, por ser amado. Y te amarás completamente siendo quién eres... para entregarte enteramente amable. Para que ninguna parte tuya se resista al requerimiento del amor. No quede oscurecida o rezagada o disfrazada. Y luego vendrá el total olvido, la fusión. El vacío efusivo. ¿Qué más?

 

Yo te abandoné. Hice de todo para acallar tu voz e ignorar tu omnipresencia. Me ocultaba de Ti para errar con la eficacia de las avestruces. Pero Tú estabas en la oscura tierra donde escondía mi aturdida cabeza, y dentro de mis ojos, cuando los cerraba. Más yo seguía empeñada en alejarme e ignorarte. ¡Y tú siempre guardándome en tu mano, en esa palma infinita y suave como blanquísima duna! ¿Qué otro me amó y sostuvo así? en tanto, los desencantos roían el resto de mi corazón y por las noches lloraba mi nueva soledad sobre tu regazo, bajo tu compasiva mirada... ¡Oh el más paciente insomne y vigilante de los amantes! Y yo, la amada más ausente.

Así dormí cientos de años... hasta que mi alma sollozó y gritó. Y, en el silencio que rodeó aquel llamado… desperté.

Entonces, como a la prostituta de Oseas, me restituiste lo derrochado y perdido, me reconociste esposa Tuya, y diste vuelta mi nombre para levantarme.

 

¿En cuántas cosas te amé sin conocerte? Oh, El más extraño, El más ajeno, El más otro que pueda imaginar. Fuera del tiempo, más allá de todo y en todo, y Todo, sin embargo. Tan asombrosamente íntimo que en mis profundidades me estremeces, me unes y dispersas, me respiras, me calientas, me enfrías y, contando mis cabellos juegas a contemplar el mundo por cada ojo de mi piel. Y, al descomponerse en incontables partículas, me transportas por el infinito, danzando. Y paso, y llego, y salgo, y regreso, y juego, y subo y bajo, y paseo y canto atravesando umbrales cada vez más pequeños y vacíos, tus más secretos, íntimos lugares, tus entrañas que no sé nombrar ni reconozco, tan misterioso Eres. Pero tan de mí como yo de ti. Que, ambos, en estos movimientos de Creador y criatura, hemos perdido la cordura.

 

¿Eres el amoroso y consecuente fantasma que me cuida? ¿Eres el que me mira en sueños, el que me dice "te amo" saliéndome al paso, o el que esconde su cara tras unas flores oscuras? ¿El que me sobresalta cuando dudo? ¿El gigante que me contempla desde tan alto y lejos? Y cuando te creo una mera invención, ¿qué es lo que se ofende en mí? Entonces, te devuelvo mi fe. Porque sólo creyendo en ti puedo creer que soy, que estoy aquí, en esta enredadera de oro peligroso, perdida en una vida a la que no llegué contigo. Y he de aceptar la desdichada bienaventuranza de sospechar tu queda y permanente compañía.

 

No me pierdas de tu vista, no me sueltes de tus ojos, sigue envolviéndome con tu levísima mirada hasta que, no pudiendo manifestarte tú completamente, pueda yo ir más allá, cruzar hacia ese espacio donde, en igual condición al fin, pueda abrazarte y verte, una vez más. Y, quizá, por un segundo, el amor vuelva a ser perfecto.

 

Cuando digo -me digo- o pienso que estoy contigo... ¿con quién estoy? Tan presente, tan junto a mí, llegando y entrando, y penetrando y provocando más vida, como el aire que por mí pasa. Inhalo y algo me dice que te atraigo, y te respiro y saboreo aún a tu pesar. No puedes resistirte... como no puedo yo dejar de exhalar e irme hacia ti desde mí. Pero... ¿quién eres? Tan invasor, tan íntimo, tan escudriñador de los secretos de mis entrañas y tejidos, deslizándote en mis células, bebiendo y conociendo mi bios, como ni yo. ¿Qué será de mí el día que abandones el aire? El llegará, entonces, como un mal viento, como un conquistador indeseable y helado, como violando. Inhalar, exhalar... volverá a ser una sucesión de hechos desprovistos de conciencia. Y seguiré respirando, ausente, como siempre dormida. Indiferente a un aliento que no me resucita, amor. Y no habrá más nada. Pero, ¿quién eres? ¿Con quién estoy, cuando estás?

 

Pero, ahora es contigo, Divino Espíritu. Ven, sopla sobre mí. Ábrete paso entre mis hojas secas, arranca mis rémoras, dispersa mis cenizas, sobrepasa mis disfraces y alcanza mi médula más remota para vencer mis oscuridades. Me rindo, te entrego mis sombras. Mira y vuelve radiante el camino que lleva a mi corazón. En legítimo uso de mi libertad, quiero que me invadas. Renuncio a las viejas resistencias.

¿Cómo pude vivir con un corazón aislado, sumido en un sueño de hielo? Ven, Divino Espíritu, sopla sobre mi corazón tu poderoso aliento de fuego y devuélveme la vida, tráeme a ese lugar de la conciencia donde residen todos los deleites de la entrega.

 

Resucítame. Suéñame de nuevo, piénsame, verbalízame, levántame de mis propios restos y créame más amable para Ti. Y yo seré tu mansa amiga, así de humana, así criatura-mujer, reivindicada con un novísimo corazón, bajo la piel sin historia como un lienzo recién hilado. Con todas mis células bailando, y cantando Tú nombre.

 

Y Ella? La llena de gracia, la Purísima, la lámpara incandescente, la Blanquísima, la Cristalina, la Transparente, la Bella entre las bellas, la Ternísima, la Conmovida, la Estremecida, la Sonriente, la Benévola, la Llamadora, la atractiva, la dulcísima, la vulnerable, la fiel, la más leal, la que escucha, la que responde, la dispuesta, la silenciosa, la portadora de palabras elegidas, la sabia entre sabias, la coronada, la florecida, la Fecunda entre fecundas, la de entrañas cálidas, la de corazón de miel, la ambrosía, el manjar del cielo, la bebida de Dios, la más amada, la accesible, la sensible, la poderosa, la sangrante, la perfumada, la más suave, la del corazón de seda y los pasos de aire, la de aladas palabras, la melodiosa... la Madre Celestial.

 

La fe es la espada del desamparado. Pero brilla más que Excalihur: Y, siendo mansa, tiene más poder: Un poder que rasga el velo de los tiempos; y destroza los vidrios oscuros. Pisa los residuos de las pruebas y penetra los misterios. Los saborea, y se nutre de lo que no comprende. Y todavía encuentra más motivos para seguir merodeando las brumosas colinas de más allá. Pero... si aún hay algo por halla... la fe lo encontrará. Un mi1enio que lo sé.

 

¿Qué es esta sed? Algo desconocido pero cuya voz escucho, me habla de eternidad. ¿Puedo estar sedienta de algo inaccesible a mi experiencia? ¿Pero es realmente inaccesible? Una mariposa se cruza conmigo. Una explosión de vida breve y naturaleza efímera. Pero bella y significativa. Y necesaria. ¿Qué vida quedaría completa sin la experiencia, sin la visión de una mariposa... que, quizá, sea un gesto amable, la sonrisa de la eternidad? Y si la mariposa, con visión consciente, me devolviera la mirada, y me viera, aquí, de pié en la playa, sonriendo de espaldas al mar y de cara al cielo, con una tela aleteante envolviendo mi cuerpo... ¿no le pareceré, igualmente, una explosión de vida breve y naturaleza efímera, durando lo que su mirada en vuelo sobre mí? Y, tal vez no menos bella y significativa... Y, entonces, yo misma soy un signo de la eternidad. Siéndolo... ¿qué deseo, entonces, que no tenga, ya? Sólo mi ignorancia, sólo mi inconsciencia desea.

 

(Hay besos que florecen, como si aquella boca de niño me hubiera roturado y dejado una semilla).

 

Presérvame, aconséjame por las noches, sé mi instructor nocturno y enséñame a quedar atenta aún en sueños, y a escucharte aunque me hables muy quedo para no perturbarme. Y, en tanto, sígueme cuidando y poniendo orden en mis entrañas para que te honren y para que, sana, pueda concentrarme en Ti, sin obstáculo alguno.          

Pero Tú, que me escudriñas y conoces, haz lo que quieras. Que cualquier cosa que quieras… será buena para mí y, en tanto, iré aprendiendo a soltar mis apegos y cuidados... para que me encuentres simple, desnuda, desprovista como una fruta sin piel, y así de disponible.

 

Cuando hablo de amor... ¿de quién sino de Ti son las palabras? Porque sólo Tú puedes verbalizar TÚ esencia.

 

... Es que vislumbro el final de este aventurado viaje en que mi amado fue cubierto con todos Tus disfraces... Pero, sólo Tú amabas desde él, amando desde mí, oh Supremo Maestro de amadores! Porque ¿quién sino Tú se esconde bajo todo objeto de amor, siéndolo toda cosa y todo ser desde Ti emanados?

 

Ahora soy esta mujer simple que va al mercado y cocina silenciosamente. Pasan los años y, cada vez, cocino más despacio. Pero la tarea con las dóciles y sabrosas hijas del reino vegetal sigue siendo encantadora. Acepto la torpeza creciente y la simplicidad que me impone la vida. Y, cuando alguien me pregunta "qué hiciste hoy"... me avergüenza un poco reconocer que el día se me fue en limpiar y ordenar la casa, lavar mi ropa, y preparar los calmos placeres de mi pequeña mesa. Pero... la avidez se esfuma, y la mente se queda muy quieta. Me parece que, ahora, aunque a veces me sienta hasta tonta y desinformada en contraste con otras personas, mi vida se aproxima al ritmo tranquilo de quiénes, por siglos, acarrearon leña yagua en paz.

Pero más tonta y confundida me siento cuando algunos teólogos exponen con tanta seguridad lo que pretenden saber de Ti. ¡Cómo si te conocieran de verdad!

Yo, no entiendo nada de nada pero, a veces, mi atrevimiento, mi viejo atrevimiento vuelve, y los considero aún más tontos que yo. Como una bandada de pavos reales, demasiado cargados de plumas recamadas y soberbias.

Más tampoco esto tiene la menor importancia. Porque cuando te llamo desde mis pequeñas desolaciones, así de simple e ignorante, me respondes y todo mi cuerpo se trastorna con tu respuesta. Alteras mi respiración, mi corazón enloquece y siento que brillo bajo tu mirada. ¿Qué más?

Y sigo más trastornada que cuando me debatía y rendía en los brazos de mi perenne amante.

Tú no olvidas ni desdeñas a la amada, a la esposa que envejece. Tú no haces diferencia entre el capullo y la flor marchita. Todo lo envuelves y consumes en Tu absoluto Amor.

 

Mujer estoy. Y así respiro en tu presencia. O te respiro. Te tomo y te suelto. Pero algo muy tuyo se me queda dentro. Solapadamente me seduces, me vas tomando toda. Y aquí estoy, toda invadida, haciéndome muy vieja, asombrada porque no por eso me estás buscando menos. Así que me demoro, reposo en ti, lugar y habitante mío, sintiendo sobre mis latidos tu interminable y reluciente pecho. Ese pecho que oprimo con los costados de mi cara, con mis enamoradas mejillas, con mi alucinada escucha.

¿Cómo pude pensar que encontraría este descanso perenne en aquellos estrechos, amurallados, deshabitados pechos donde exploraba antes? Ahora todo es bálsamo, todo reposo. Tanto en el sueño mismo, como en la tarea de cada día.

 

Sólo me queda fe. Esa oscura que me deja sola. Y pesa. Por eso, aunque me cuesta, sé que estás más allá de la bruma, de la brumosa calle de mis lamentos. Pero mis elegías no me encarnan sobre ti, ni te revisten a ti de carne para que te vea, al menos. Pero hay otro, aquí nacido, que espera por mí con sus levantados huesos revestidos, de verdad encarnado. ¿Por qué no me lo das? Es cierto; jamás podré negar que sólo tú me harás el lecho que yo sueño… pero mi piel suplica por caricias densas, concretas, lastimeras; y mi olfato y mi gusto ruegan por noticias sensoriales; y mis oídos ansían una voz, así como mis ojos claman por mirar.

¡Dámelo, pues! Déjalo llegar. De lo contrario... ven Tú mismo reencarnado, y déjate mirar y tocar y gustar y abrazar hasta que mi pena de mujer desierta se disuelva. Y mis entrañas dejen de apenarse.

Así y todo… es posible que mañana me de pena haberte dicho esto.

 

Si.

La vida es eterna. O lo parece.

Los vivientes no.

Una rosa marchita. El adjetivo arrastra la palabra "marcha". ¿Quiere decir que la rosa se está marchando? ¿Dónde? ¿Al suelo? ¿Al polvo? ¿Al seno de un libro? No. Aunque caiga, el lugar no está fuera, más allá de la rosa. Está dentro. Ella se repliega. Se marcha dentro de si misma y, cuando alcance su esencia, todo el resto ocupará menos y menos lugar. Retirado como una ola disuelta en una orilla. Los matices, el perfume, las voces secretas de la rosa, su pensamiento, penderán de ese centro pleno de estremecedor vacío.

Y toda su vida será contada en un profundo y único suspiro.

Una ardiente inhalación, un resplandor... y una larga, larga exhalación donde lo todavía perceptible se irá extinguiendo.

Antecediendo a la nada, sobrevendrá una extraña blancura, más pálida que el espíritu, que el recuerdo de un puñado de nieve.

 

Desapégate de seres y cosas. Vive digno, libre, solitario pero solícito. Ocúpate en suavizar los sufrimientos de quiénes se cruzan con tu vida. No necesitarás ir lejos para hacer algo de bien.

No prometas nada, no hables de resultados, no pretendas saber ni poder; acaricia con benevolencia y compasión, usando tu voz o tus manos. Sólo "causa" bien... y deja los "efectos" a la misteriosa Providencia.

Y disfruta de tu pequeñez. Pequeño como una perla o una encantadora joya en los dedos de Dios.

Me doblo como el más flexible cisne hacia mi corazón. Y allí suelto mi saludo, mi alabanza y mi súplica como pájaros que conocen el camino y vuelan hacia la más alta cumbre de mi interior, donde El mora.

 

Yo, mujer, me vuelvo silenciosa. Si parezco cantar, si canto, es porque El me está haciendo su instrumento, el solitario laúd o la humedecida flauta. Ahora soy el conducto resonante, la madera animada y trémula por donde El sopla su ígneo y fecundador aliento; la sustancia donde posa sus incomparables manos de exquisitos y balsámicos dedos.

Y porque El llama y convoca, la belleza aparece.

 

¿De dónde procede la voluntad hacia tal u otra cosa? ¿De la necesidad de poner un final a lo que no lo tiene? Alcanzo y cierro. Me apropio de la cáscara que, al instante, se hace ceniza. Y... aquello que ahora creo tener, ya no es lo que era en mi sueño. Pero, ¿ha muerto? ¿O sólo se ha desvanecido mi limitada imagen de lo que soñaba? ¿Por qué matar esa belleza -aunque virtual- en el intento vano de retenerla?

A ti, que sabes lo que no sabemos, puede hacerte sonreír el mismo poema que me pone tan triste.

 

En comunión con el espíritu angélico de la Simplicidad, declaro mi casa bienaventurada.

Porque Tú eres mi consuelo y mi refugio y en el corazón de cada instante me construyes un lugar. En tanto hago mi tarea cotidiana, donde me sorprenda el sol, o donde se desplome la noche sobre mí, Tú levantas fuertes muros a mi alrededor, o me tejes una tienda con alas de mariposa, impenetrable y leve. Porque no me dejas ver por ojos desviados. Así, dondequiera que voy, dondequiera que llego, allí mismo está mi hogar dichoso, y Tú, disimulado, aguardando con la bienvenida. Envolviéndome con escurridizos tules, edificando radiantes y efímeros palacios. Me alientas cantándome al oído, meciéndome como la madre más tierna, poniéndote como comida en mi boca, tratándome como pájaro pequeño, dejando tus fuentes a mi paso.

 

Dichoso los desiertos convirtiéndose en jardines. Dichosos, también, esos jardines tragados de nuevo por la arena con su sueño de verdor intacto... Abrazar el vacío es el precio de saborear las visiones que me infundes. El precio de conocer tus deleites.

¿y qué? Mi pobre mente no podría ni contener ni retener el grandioso misterio. Sin embargo, seguiré respondiendo. Rectifico mi pasado entregándome a tus juegos, y dejo, completamente mansa, que me apacientes y me sanes. Después, curada, saldré al deshabitado camino con un cordero Tuyo entre mis brazos, confiando en que algún día o noche me levantarás, me sacarás de mí para que retorne a la bandada. Al tiempo de la levedad, al loco espacio de los vuelos donde me atrapaste.

 

Los ojos de la Reina se anegaban de luz dorada, con pestañas como rayos. Ojos eléctricos y extraños hundiéndose en las fronteras de las cosas, y narrando con estremecimientos desconocidos imposibles historias... en tanto la boca navegaba alejándose del rostro, buscando besos no gustados aún, besos extraviados, escapados de caras de caníbales. Ginebra, Ginebra mía. Señora.

 

Y tú ... ¿quién eres que me vuelves más bella con sólo mirarme? Mira como brillo esta noche bajo tus ojos. Por favor, no te duermas. ¿De quiénes naciste? ¿De dónde proviene el poder? Yo soy opaca, en realidad, y como luna voy perdida por los cielos. Pero me rozas, apenas y resplandezca.

 

¿Qué cosa he amado más que los caminos? Y los cientos de refugios, las infinitas acogidas que fueron mi hogar por esos tiempos breves, los llamados momentos de rara, estremecedora felicidad. Y todos escapando veloces de mi pleno y acongojado corazón, horadando con fulgores mi dolida memoria. Haciendo fiesta de la tristeza de haber sido y de haber pasado. Y estado.

 

¡Llámame rebelde o libre aunque no sepa contra qué o quién exactamente me rebelo; aunque no sepa, por tan mal uso y abuso, qué cosa sea la libertad.

Pero, observa: no te huyo. Elijo no fugarme de ti. Me encrespo y me rebelo; me declaro libre... en tanto voy más ligero hacia Ti, porque aunque no reconozco ese sentimiento, no puedo ni quiero resistirme.

Es un fuego tan dulce Tu fuego! Eres un hueco, una fuente, una residencia tan poderosamente acogedora... que en ella quiero resguardarme como en el amoroso vientre de una madre, y prepararme allí para nacer de nuevo.

¡Oh, Cáliz dulcísimo donde se renuevan la Divino Sangre y el Agua de la Perenne Vida! Viértete sobre mí, dame de beber, bautízame de nuevo y úngeme como tuya, como a Ti consagrada para siempre.

Déjame ser una de tus guardianas. Pero recíbeme en tu cortejo con éste que me hace brillar. Con éste que ha viajado conmigo, que ha sufrido, lidiado, hecho el amor conmigo tan fielmente, de vida en vida.

Úngenos juntos, tan unidos, tan inseparables como un andrógino de los comienzos, cuando no había dispersión ni culpa. Aquel tiempo en que no estábamos condenados todavía a sumergimos en cada polo, exiliados, dolorosamente incompletos, tal como luego sucedió.

Como en la dorada era de la unidad, sin idea siquiera de yo ni tú, cuando éramos contigo parte de tu reposo, antes de los trabajos de la creación.

Y, por fin, úngenos como al andrógino consciente del futuro. Andrógino renunciante de inocencias, tan capacitado para ir como para volver, tanto para amar como para rechazar. Pero capacitado para elegir. Para elegirte una y otra vez.

Cambio de corazón (Metanoia)
Ángela Cáceres

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