Animus - Anima
Ángela Cáceres

Una noche quedó dormido sobre su máquina, la mejilla sobre la hoja. Un arquitecto sin planos, intentando edificar con sueños y pesadillas una historia interminable. Más difícil de levantar que una torre con laberintos en las entrañas.

Pero esa noche el sueño, fue más denso y profundo que mil sueños.

Cayó sobre él y le comió la memoria, desgarrando todas sus vigilias.

Cuando despertó, tocaba una guitarra, vestido de blanco como un panadero, sentado sobre una enorme garrafa. Desde la oscuridad, una mujer le decía:

- Estás cubierto de harina.

Una mujer muy vieja, de mano muy suave.

- ¡Pero si no es harina! ¡Es la luz de la luna sobre tu cara! Sigue cantando que el trabajo terminó.

¿Qué trabajo? ¿Qué canto?

No sabía dónde estaba ni quién fuera la mujer. Miró a su alrededor.

Un horno. Una ventana esclarecida por la luna llena. Se asomó. Un muchacho con una niña en brazos pasó volando. Y eso lo dejó tranquilo. Muchas parejas surcaban el cielo, suavemente, como naves en mar sereno. Le vino entonces un poderoso deseo de volar también y saltó sobre el alféizar, tomándose de las cimbreantes celosías. Pero la mujer vieja gritó:

- ¡No! ¡No estás pronto para volar todavía!

Tenía razón porque miró hacia  abajo y tuvo vértigo. En contraste con el cielo tan claro, allá  abajo la sombra asustaba.

-Toma esto, confórtate. Te lo has ganado - dijo la mujer, tendiéndole una copa llena de vino.

- No. Sólo quiero saber donde estoy.

- Bebe y sabrás.

Olió el vino y sólo el perfume ya embriagaba.

- Ese vino es demasiado fuerte. No quiero beber.

- Toma, te hará bien.

- ¿Quién es usted?

- ¿Quién sabe? - la mujer rió - una bruja buena, a lo mejor…

Y le puso la copa en los labios. No pudo impedir que una gota sabrosa, espesa como la miel, le cayera en la garganta. Tomó entonces la copa y la sobó en la penumbra. Parecía labrada. Con piedras muy pulidas engarzadas como un cintillo. Siguió bebiendo. Quiso apurar de golpe  el delicioso vino…pero la copa no se vaciaba. Era una fuente, un manantial. Y cuando quedó por fin embriagado de verdad, todos sus sentidos se iluminaron. Otra clase de perfume se desprendía de la copa. Y descubrió nítida, la huella de otros labios, como si un fantasma bebiera con él y su aliento se hubiera congelado sobre  el oro. Entonces, apuró la bebida con más fruición. Tragaba rápido, percibiendo un fuego sobre la lengua, y una llamarada pareció envolverlo todo. El lugar también se iluminó y él comprendió que era su propio cuerpo el que iluminaba.

La mujer, riendo, quedó bajo la luz. Y no era realmente vieja, sino de una belleza terrible. Una belleza que podía matar, sofocando, anegando las entrañas. Fascinado trató de acercarse, de tocarla, pero ella se desvaneció en su propio resplandor, El quedó solo, entonces, cayendo con la prisa de un relámpago sobre su butaca, dando con su cabeza sobre su escritorio, sobre sus dispersos papeles. Completamente aturdido y borracho.

 

Intentó creer, luego, que todo había sido un sueño. Pero la resaca no se lo permitió. Ni la perdurable, dolorosa ansiedad por aquellos labios invisibles. Ni la curiosidad por la mujer bella. Como tampoco el sabor indeleble, intrigante, que quedó hecho carne en sus labios.

 

Sin nombre, ya liberada de toda identidad, entró confiada en la oscuridad. En el hoyo más profundo del secreto. Y, en el progresivo anonimato, la sorprendió una injusticia: el descrédito, la mala fama de la oscuridad. ¿Acaso no era confortable? ¿Acaso, mezclada con silencio, no era el refugio, la protección de sus lágrimas, el nido de su desesperación? Y no era inaccesible. Bastaba cerrar los ojos y renacía.

Oscuridad. Piadosa con los amantes viejos. Compasiva con la fealdad. En la sombra, los cuerpos cambian de forma y de tamaño, expuestos sin resistencia a la exploración que todo lo transforma. La caricia de la oscuridad valoriza y revela lo insondable de la piel, aquello que la luz anularía.

La mujer suspira. Imagina la oscuridad de su boca, el ámbito oscuro donde su corazón despliega sus latidos.

"En definitiva, ¿dónde están, dónde quedaron mis otras historias? ¿Cómo puedo reconocerlas? ¿Cómo podría encontradas y entrar en ellas nuevamente? Y... ¿cómo hago para sacarme la de ahora? Un simple gusano de seda deja su muda tras de sí, pero yo ¿qué?

El arquitecto soñó que quemaba una cama haciendo el amor con una extraña de pelo enmarañado, erizado como todo su vello que sacaba chispas y cortaba.

Pero, una vez más, el golpe de su cabeza dando sobre su mesa y sus papeles, al caer, despertándolo lo salvó de la voracidad de la criatura monstruosa.

Junto a la máquina de escribir encontró una copa llena de vino. La levantó con sus dedos arañados, sorprendido. No recordaba haberla servido pero igualmente bebió. Y volvió a dormirse. Y a soñar.

Duerme y sueña que persigue a su propia mujer. En su vigilia es un ermitaño pero, en sueños, tiene una amante o una esposa. Eso no está claro. Cree perseguida porque ella, ofendida, no se deja tocar. Es hermosa y en nada se parece a la hembra de pelos erizados que lo seducía en el otro sueño. Está confundido. Hay niebla y no sabe donde están. De pronto, todo cambia, y ambos están frente a frente, bebiendo de una misma copa que sostienen entre los dos, mirándose a los ojos. La copa es muy grande, guarnecida de diamantes, y el vino denso como miel, entre ambarino y rojizo, arrebata con un perfume dulce y profundo que arrastra imágenes de vidas negras y exuberantes. Pero la dulzura se amarga al pasar de la garganta y caer en las entrañas. En la carne más secreta de ambos, el vino se vuelve agresivo. El siente que lo muerde y lo impele a penetrar a su mujer, sin ceremonia ni cumplido alguno, y entra en ella como si todo él fuera una espada de doble filo, como vengándose sobre d abierto cuerpo. Pero cuando el odio cede, cuando empieza a guarecerse en ella, arrepentido y amante... se esfuma el encanto, se deshace el sueño y con él su mujer.

Y despierta por segunda vez sobre su mesa de trabajo. Allí todo es aún más incierto. Más sorprendente su absoluta soledad.

 

Pero más sorprendida está la mujer que ha quedado en el sueño. Abandonada en un bosque desconocido, yace con los muslos ensangrentados, y todo su cuerpo neblinoso, gimiendo.

¿Quién es él?

Una vez más, olvidando sus nombres, y todos los de él, entra en un espacio incierto. El destino parece olvidarla. En adelante, ocurrirá   tan sólo lo que sea capaz de recordar.

Cambio de corazón (Metanoia)
Ángela Cáceres

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