María Eugenia Vaz Ferreira y la experiencia poética |
Este otoño, con su luto dorado, con sus mares profundos y melancólicos —que hablan al alma— nos ha traído la presencia de la poesía y el ser de María Eugenia Yaz Ferreira; algunos acentos de la poesía y el ser de María Eugenia Yaz Ferreira. ¿Recordáis sus cantos de amor, los poemas románticos en que dijo dulces lágrimas, “impromptu sentimental”, "furtivo momento” en que "la abeja liba la rosa y al aire tienda sus olas?” ¿Recordáis, sus amigos, aquella figura suya, el color de sus ojos tristes, el tono de su voz acontraltada; las violetas que muchas veces vimos vivir y morir sobre el terciopelo azul de su vestido, junto al corazón de aquella mujer honda y dulce como el otoño? Pero otros tonos tienen estos días de mayo. Recordamos la tarde en que la dejamos ya sola entre los graves cipreses que siguen custodiando su sueño. Son los tonos graves y majestuosos: silencio, mármol, terciopelos más hondos; aire desolado; cielo sostenido por árboles funerarios. Y esos tonos también nos recuerdan a otra María Eugenia, y a otros cantos de su isla. Una María Eugenia llena de majestad, sombría, alta y sola; unos cantos graves y marmóreos por cuyos dentros corre, como el fuego en estos árboles funerarios, en estos árboles del otoño, en estas flores intensas de mayo, una sangre ardiente y solitaria, en la que nace la grave voz; en la que se sustenta aquella criatura herida, requemada por una sed que nunca se amortigua. Y en estos dos costados del otoño, junto a la silenciosa sangre de los prodigios del otoño, recordamos a María Eugenia como una experiencia poética viva por siempre, nutrida en el lagar del otoño, y desplegada a través de inmortales días sin tiempo y sin color. Esta experiencia vivió María Eugenia. Esta experiencia aprendimos los que nos acercamos a su ser y a su poesía. Tiene esta experiencia varios fundamentales planos. Quizá el más importante es aquel en que se advierte como lección muy grave la relación necesaria, fatal, entre la Poesía y el Ser, el carácter ontológico necesario a la gran Poesía. Sabemos que la verdadera poesía está fundada en el ser y en sus experiencias más profundas. El buen sentidor de Arte sabe siempre esta relación, y en ella encuentra la clave mejor para juzgar sobre la autenticidad y grandeza de la obra poética. Por este carácter de testimonio, de revelación del ser profundo, se diferencia esta poesía verdadera de la literatura, del artificio, de la máscara frívola, de la imitación más o menos ingeniosa de la retórica buena o mala. Los cantos de María Eugenia pueden ilustrar bien esta lección sobre experiencia poética. Nada hay en sus versos que no esté fundado en un saber austero. Lo que a ellos llega —noches, auroras, crepúsculos, estrellas, flores, surtidores; la cara de un ser; árboles y nieve; lágrimas y adioses—; todo ha sido vivido profundamente; todo ha sido conocido a través de todo el ser y luego ha sido transfigurado, convertido en sangre y alma de la que canta y, al fin, convertido en los medios expresivos de la que canta. Y a través de este proceso misterioso y arduo, la noche, las flores, los árboles, la nieve y las lágrimas se conservan fieles a su lejano ser, a su ser primigenio, tai como los vio la artista en la sorpresa de su primer encuentro con ellos. La distancia que va de estos elementos objetivos a su presencia enriquecida y trascendente, cuando aparecen en los poemas, es una distancia exacta, de precisa y sutil medida. Esta distancia breve e inmensa, pero sobre todo justa, significativa, va de lo anecdótico a lo categórico, de lo real al símbolo; y un aire nuevo, un mundo nuevo se crea alrededor de palabra y evocación: es el mundo único, original, creado por el poeta; el nuevo acento que da a los nombres y a las cosas; la fuerza por la cual este árbol, esta noche, esta nieve, esta ráfaga y este cendal de flores, son nuevos, solos, semejantes a toda una tradición de árbol, noche, nieve, ráfaga y flores; pero absolutamente nuevos, con una significación cerrada en sí misma; recreados en fin y dotados de una vida nueva, tal la que se da en los bellos versos de aquel Nocturno: ¡Árbol nocturno, alma mía sólo mía y solitaria... Cubierto estás por la nieve de una noche triste y larga!
Por eso si te sacude, alguna amorosa ráfaga, en vez de un cendal de flores cae una lluvia de lágrimas. Unido a este carácter ontológico y abstracto de la poesía de María Eugenia está la coexistencia que en ella podemos advertir de dos elementos que parecerían excluyentes. Inteligibilidad y oscuridad hay en La Isla de los Cánticos y por esa coexistencia los versos viven en un aire de verdadera Poesía. Encontramos en estos poemas aquella claridad que caracteriza a la gran maestría —"la claridad difícil”, que no es la que viene de la ignorancia--palabras empleadas de modo prosaico, como simples signos e ideas—; ni la claridad que viene de la ingenuidad —como en el caso de la poesía popular—; ni la que se relaciona con la abundancia y con la profundidad de ideas filosóficas y religiosas unidas al genio poético. Mostrándonos estos modos de la claridad fácil ha llegado Raïssa Maritain a decirnos la relación entre claridad y oscuridad como secreto solo de un mismo poema. Dice el texto de Raïssa: "El sentido inteligible es siempre necesario al sentido poético. El sentido poético no es el sentido lógico, y el poema nacido en la oscuridad del recogimiento es necesariamente oscuro en cierto grado. Sin ser incompatible con el sentido inteligible, esta oscuridad subsiste en toda poesía verdadera, como el alma de la poesía. Pero hay muchas clases de oscuridades. Entre la poesía inteligible de un Virgilio o de un Baudelaire y el no sentido querido por sí mismo de ciertos textos surrealistas, se encuentran todos los grados de la inteligibilidad y de la oscuridad” (En Fronteras de la Poesía). A veces, la claridad del poema de María Eugenia coincide con la oscuridad entrañable del sentimiento. "Señor, te diré que la sabrosa belleza de esa tu carne pálida me hace llorar de amor''. (“Emoción Panteísta”.) Otras veces la claridad va unida a un misterio profundísimo, apenas sugerido por rasgos estilísticos. Y es "Único Poema”. Por su claridad hecha de orden, de medida, de palabras dibujadas y lúcidas, de imágenes concretas, se compensan en él todos los riesgos del tema: el riesgo de la "poesía filosófica” en que María Eugenia no cae; el riesgo de la visión turbada por las lágrimas; el riesgo de una rotura de la línea melódica a causa de la angustia inherente al tema; y claridad y misterio cantan en "Único Poema” un solo canto hondísimo. ***** Pero junto a estas lecciones esenciales de la experiencia poética en María Eugenia Vaz Ferreira, hay otras: la importancia que la Música tiene en su creación; la independencia con respecto a escuelas y a modas literarias; la búsqueda de su propio estilo, con un sentido de adecuación estricta, lo cual se puede estudiar muy bien si se atiende a las variadas formas con que trata los diferentes temas; la aptitud heroica, ejemplar, con que renunció a cantar otros temas, quizá por no sentirlos ligados a su vocación poética. Y, sobre todo, en tal experiencia se incluye esta gran lección definitiva: al valorar la obra de María Eugenia se requiere una voz más íntima y recogida; se requiere que haya un ámbito en donde esta historia tan pura, original y lúcida pueda ser dicha y recibida como cuando de poemas se trata porque, en razón de esa calidad pueden afirmarse aquellas palabras de Juan Parra del Riego sobre la artista de La Isla de los Cánticos. Como si esa vida y esa poesía fueran sólo accesibles a ojos y corazón de los poetas verdaderos, dijo el creador de los Polirritmos: "Oh, la intensa mujer y la fina y profunda poetisa que es María Eugenia Vaz Ferreira! Oídlo bien, señores de las copiosas y tercas orejas de eruditos: no quiero escribir por ella, ¡quiero cantar por ella! ..................................................................................................................................... "Yo confieso que mi alma se moriría de vergüenza si hubiera pasado al lado de tal mujer, aunque sea con un ceñido propósito bibliográfico, sin haber dejado una más honda huella de fuego. De fuego, es decir, de calor de espíritu, de eso que es más divino que la misma inteligencia y que acaso es lo único seguro y vencedor que se lleva el hombre en su destino extraño por la tierra” (En Antología de Poetisas Americanas). Ese solitario fuego del espíritu se enciende en la celebración de María Eugenia Vaz Ferreira. La experiencia poética que ella realizó y que asoma su noble cara en su vida y en sus poemas, es la que puede hacernos capaces de saber ese fuego y de hacer que con él ardan, en alto amor, las maderas misteriosas y fragantes con que este otoño ha dicho sus signos; y entre ellos, este signo lleno de encanto y trascendencia: ¡Homenaje a María Eugenia Yaz Ferreira! Así como cuando ella vivía realizaba ese difícil arte de paso alterno entre soledad y entrega a los demás; así como siendo tan amiga, tan generosa en voz, en canto, en gestos nobles y en mirada profunda, daba la impresión de un ser solitario de pureza intocada, así sus poemas, con su inteligibilidad y su oscuridad, con su "claridad difícil”, con su ir y venir de la realidad al sueño, de lo concreto a lo abstracto, quedan siempre solos, inaccesibles, altos como las estrellas. Y esta distancia mide su grandeza, su poder, su ideal esencia. En La Isla de los Cánticos está para siempre María Eugenia afirmando su bella alma inmortal, vencedora, al fin, sobre toda desolación y toda melancolía, sobre todo arduo orgullo. Pues aquella voluntad heroica que le hace decir en "Resurrección” "quiero” repetidas veces, con una fuerte y apasionada lucidez, “QUIERO tenderme en éxtasis beato .............................................. QUIERO que el surtidor abra sus labios junto a mi oído ....................................................................... QUIERO juntar a la sonante boca mi nebulosa trágica de tedio". aquella voluntad heroica lleva a María Eugenia a vencer sobre vida y muerte. Hace de su poesía —dolorosa, angustiada, conflictual— una afirmación del ser. poderosa e indeleble, ya se diga según metales ardientes o según los tonos suaves que recuerdan la seda de las flores frágiles. A esos metales ardientes, a esas flores frágiles y tenaces, responden hoy redobles gloriosos. Y también una íntima seguridad, dulce como las flores, "oscura como el sentimiento”, lúcida como La Isla de los Cánticos, con que se celebra la poesía y la vida de María Eugenia y su soledad gloriosa, su presencia inmortal. Días de celebración de María Eugenia Vaz Ferreira. en Montevideo, 1954. |
Publicado, originalmente, en: Entregas de La Licorne - 2ª Época - Año II Nº 3 Montevideo 1954
Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación
Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)
Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/49
Ver, además:
María Eugenia Vaz Ferreira en Letras Uruguay
Esther de Cáceres en Letras Uruguay
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