Persisto destruyéndome
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Delgado aceite avanzas y entre aromas de tilo y entre el aire cargado de marcela te abres camino, rompes las tablas circundantes de los hábitos, de las oscuras telas encendidas pegadas, y te apareces delgado aceite y corres en el tiempo. Has recibido de mi olvido acoso tanto y tú y yo muerto paralelamente, pagados con los treinta dineros cotidianos en la movida rueda, en la expectante corona de fuego y tiempo. Mientras tanto venían floraciones, acababan los días su oscuro, y claro manto de medallón ambiguo, su acabable cordón enrarecido, y soltaba la lluvia su collar y su hilo con un inacabable rodar de cuentas frías. Y más aun y más y sin embargo delgado aceite avanzas, impregnas, tomas tu exacto día, tu minuto explosivo e iluminas voladamente, entre la resignada tristeza de las cosas dos tiempos confundidos bisecados, unidos hoy en mi eje ardiente y orientado. Y mas aun y apenas, agua flotante, espejo solitario, bujía, me llamas, me abandonas, y apartas los opios, las maderas, el retorcido hierro del planeta levemente con cruces de mujeres con corredores sucios, con amantes rincones de memoria y llenas todo, todo, y presientes y acabas cayendo y acabando, sin cesar renacido, renacida. Has sabido, has llegado a la orilla marcada del silencio, esperando la voz, confiando acaso tu párpado imposible, tu voz de débil gota en el diario silencio de la noche con su tic tac metálico y distinto, con su ruido de tiempo; y has llegado no obstante frágil aceite, fe contra el frío, vívida esperanza, relámpago entrevisto, para salvarnos todos del naufragio, para llevar un día salvado estremecido al día inexistente que te espera a aquel seguro día que te aguarda, que llama a esta redonda y a esta tibia simpleza y a esta virgen fruta mordida, y que pasando cae para siempre y acaso para siempre. Delgado aceite, vano rumor de días y de retratos muertos, de moribundas horas con árboles exactos, tu angustia permanece, tu ligero rincón soporta el golpe de las voces amargas, los gritos, los sollozos, las oscuras palabras, y permanece estando mientras cae la hora sonando y destruyendo. |
poema de Sarandy Cabrera
Número Nº 1
Montevideo marzo - abril 1949
Editado por el editor de Letras Uruguay
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