Encrucijada de Juan Cunha |
Las
jóvenes revistas literarias de los últimos años han recogido todas
ellas –o casi todas- poemas de Juan Cunha. Esta circunstancia pudo hacer
pensar a más de uno que se trataba de un poeta de las nuevas promociones,
ignorando que tenía ya tras de sí casi veinte años de poesía. Es
corriente que a esa edad poética nuestros poetas se hayan concluido o
amanerado. Tal vez por eso también ocurre que casi no leamos a los de la
misma generación de Cunha, o que los miremos con cierta desdeñosa
desconfianza movido nuestro desinterés por el general pasatismo en que ha
caído la mayoría de los que se dieron a conocer por el tiempo en el que
él lo hacía. Esa
sola circunstancia debe hacemos pensar que en Cunha se instalan valores de
determinada permanencia; que su poesía se apoya sobre un trabajo serio.
Quizá su ausencia de ciertos cargos oficiales
de la poesía, su labor oscura y tenaz sostenida durante tanto tiempo,
sean sus mejores credenciales y las que le han asegurado esta general
consideración. Pero más que eso, y desde luego de modo principal, que lo
legitima es que esa labor se ha cumplido siempre dentro de un verdadero
territorio de poesía. Juan
Cunha ha llegado ya a una altura de su desarrollo en que cree necesario
recapitular lo hecho. Con esa intención ha preparado y editado su último
volumen[1], donde recoge poemas de casi todo su itinerario poético
que, sin embargo, lamentablemente para una total comprensión, omite su
trabajo de estos últimos tiempos. Es importante esa omisión porque
actualmente parece querer dar una profunda virada en su poética y hallar
una nueva línea de su destino. Ahora
bien: ¿qué refiere esta poesía, qué dice y cómo lo dice? Hay
una experiencia fundamental que se trasluce ya en sus primeros versos y se
mantiene hasta los últimos; la experiencia del hombre de campo en medio
de su mundo particular: serranías, soles, lunas pájaros, perros,
caballos. (Este último animal ocupa y preocupa mucho lugar en su poesía:
como símbolo, como elemento real, insistentemente.) Se
fue por el campo de la tarde galopando como al encuentro de la
gran noche El
hombre oscuro de mi tierra sólo él y su
caballo frente al anochecer Su
poncho sobre el viento era su adiós
de largo pañuelo Alejarse lo vieron silbando cuchillas
sierras llanuras montes (El
pájaro que vino de la noche, p. 21.) Aquí
sólo el campo la soledad desmesurada de los campos La soledad extraña del campo que invade
el espíritu de cosas lejanas (p.
24.) Estos
asuntos, alimentos primeros de una joven sensibilidad de poeta se
objetivarán a cada paso en esta poesía, servirán de correlato metafórico
a diversas experiencias, a diversos, estados poéticos del autor. Muerto fue el perro fiel
que guardaba las puertas Y anunciaba los pasos de grises
vagabundos. Y aquel
su caballo pardo que daba resoplidos al tenderse en la hierba; El que huyó con casco lento hacia húmedas
tinieblas. (Sombra,
p. 63.) Hombre
de campo, demostrado por su sensibilidad y por la permanencia de su temática,
Cunha refiere su abandono de ese su natural ámbito de origen, su
desasimiento de las cosas que le son queridas, para hundirse en el tráfago
multitudinario de la ciudad donde irá a perderse posiblemente. Madre Un
día de éstos he de decirte adiós con el alma temblando en los ojos
llena de llanto Porque me entraré enloquecido en el mar
y te dejaré y me iré Y desde lejos subido en una ola te haré
la última seña
con el pañuelo roto de mi corazón, Después ciudades sin nombre Paisajes vistos en los sueños Caras extranjeras Voces extrañas Músicas perdidas Horas que se van Alas cerrándose y suspiros Nostalgias como heridas Dolor Fiebre Cansancio Desesperación Pozo del olvido (El
pájaro que vino..., ps. 35-36.) Y
es en la ciudad donde Cunha se siente ya definitivamente perdido,
sostenido apenas por una apagada fe subyacente. He de llegar Fue para eso entonces diría al fin Aquella soledad de prado desterrado Y
aquella lengua rota debajo de la
hierba Y
largo tiempo un corazón tirado
entre la niebla (Solodenoche,
p. 96.) Aquí,
en la ciudad se manifiesta su amargura, el porquesí de todas las cosas,
la negra desolación. Desde
cuándo ambulo a ciegas
territorios del misterio? Por
qué frecuento, a deshoras, dominios de lo oscuro? Qué busco asiduamente en alrededores
decididamente nocturnos? Qué intenta asir mi mano, extendida
tenazmente a lo sombrío? Y
esa palabra desvalida que se
parapeta detrás de los
vientos; Y
esa voz enmohecida que me sigue y
me nombra, o se aleja,
entre fríos; Y
esos pasos sordos a mi siga tercamente, pisando mi sombra; Y
ah ese rumor que no entiendo, rodeándolo
todo, insomne
sin fin. Pero
desde cuándo merodeo en esta zona de los misterios? Desde cuándo exploro ensimismado a tientas este país oscuro
oscuro? (Ronda
en lo oscuro, p. 41.) Aquellas
viejas compañías que en sus comienzos convocaba: el caballo, el perro,
citados con la certeza de su presencia, se evocan después, en medio de
las más tristes carencias. Y
busco mi oscuro corcel, el de partir
con la alborada: Aquel
noble animal de mi hora desamparada, antaño, El
nublado caballo que
me esperaba, puntual, Pero
no lo encuentro ya resoplando, impaciente, No
escucho más su duro casco sonando Ni
huella de su galope por la extensión Ni
el olor de su piel
húmeda (Madrugada,
p. 73.) Entonces
aparece una diferencia en el enfoque que cambia fundamentalmente el tono
de su poesía, aunque los elementos permanecen, son los mismos. La
nostalgia de lo perdido crea este clima Lloro
por una tierra lejos. Lejos,
y lloro siempre, y
lloro. Y
siempre y siempre, porque su ola Terrestre
verde, rompe en mi frente.
Busco
esa tierra, es allí, sería Donde
quiero,
donde querría, donde Comer
aquel mi pan en sombra; Aquel
agua beber, inacabable.
Busco
su paz, su orilla, su
olvido; Lloro
su borde
lejos, sin nombre; Y
lloro y lloro a río abierto; Y
lloro a lágrima sin término. (Por
una tierra, p. 106.) Una a una, todas las compañías de otro tiempo abandonan a Cunha, quien se muestra por eso cada vez más oscuro y dolorido del mundo. Toda
estampa fue borrada, toda sal aquí es disuelta, Aventada
la familiar sombra que agrieta el hombro cada
día, No
tiene eco la piedra lanzada a los pájaros del sueño, No
volvió la paloma soltada en la vigilia, (Zona
del vértigo, p. 60.) No es extraño entonces que el fantasma de la falta de destino de los seres y las cosas que se quieren en el mundo amenace al poeta; no es extraño que se vaya quedando solo de más en más y que pierda hasta al hombre finalmente. Yo
recordaba, recordaba entonces las aves heridas que Recordé
alas que he sentido quedar inmóviles apoyadas en
el silencio de mi frente palideciendo. Y
el pajaro que a veces llega como buscando un perdido o imposible canto, Y luego huye, Y ya no vuelve Nunca mas. (En
la noche, p. 47.) Ya
a esta altura de su experiencia, impotente para con su destino, para con
las fuerzas que lo llevan, dice: Mis
caballos de sombra galopan la noche negra entera Desamparados,
sin jinete ni freno ni restallante látigo; Sus
hocicos resoplan hasta su extremo nocturno, Los
cascos sordo tambor desvelado hacen del mundo, Sacuden
la tierra con su furia como los vientos de agosto; A
veces rueda hacia el cielo algún relincho oscuro que
rebota en las esferas y estremece hasta la más lejana estrella. (Zona
del vértigo, p. 60.) En
este vértice pues, (carencias, desolación, falta de destino), en esta
coyuntura se halla Cunha. Mejor dicho, superando esa problemática se
encuentra ya. Ahora es cuando se produce en su obra la aguda virada a que
antes nos referimos, cuando el poeta quiere recuperar sus cosas y sus
hombres perdidos, y ensaya una nueva poesía, desvinculada aparentemente
de la suya anterior, e integrada con otras afirmaciones. El
poeta se interna ahora en un territorio difícil y peligroso, se interna
en la que puede ser llamada poesía social. Poco es lo que ha publicado o
leído de esta nueva etapa; algunos anticipos sin embargo indican inequívocamente
que se afana por recuperar lo perdido, por comunicarse con el hombre y las
cosas de mejor manera. Esta virazón es total en Cunha. También desde el
punto de vista formal porque, quien casi siempre se expresó por medio de
verso libre, de larga medida, ahora recurre a viejas formas poéticas, no
solo a la rima sino a la décima con su popular forma estrófica. Si
este camino, temática y formalmente nuevo, será duradero no puede
predecirse ciertamente. Hace pensar que lo sea, la genealogía de la
circunstancia, nítida, ajena a lo que pudiera ser un mero capricho de su
autor. Alguien
ha dicho que de un poema siempre podía saberse si era anterior o
posterior a Rubén Darío. Tal fue la revolución y ensanchamiento del
mundo poético que trajo aparejada su poesía. Otro
tanto puede decirse de Pablo Neruda. Su influencia, su legado de mundos y
elementos a los poetas que le siguen en el tiempo ha sido enorme. Juan
Cunha ha recibido también ese alimento, ha tomado de ese vasto mundo
nerudiano, ciertos puntos de vista, cierta óptica diferente, se ha
alimentado de sus productos, Pero lo ha hecho legítimamente, de tal modo
que esa influencia, perceptible sin duda en muchos pasajes de sus poemas,
no lo esteriliza e invalida sino que lo enriquece. Esa
actitud honesta, (tan lejos de la usurpación vacía de asuntos y acentos)
no alcanza a hacer olvidar un reproche que se le ha hecho frecuentemente:
la falta de una vos totalmente diferenciada (enriquecida sí de
influencias previsibles) radicalmente distinta, como lo son su imaginación,
su temática y su problemática. Puede esperarse sin embargo que Cunha dé con ese acento substancial, ahora que acomete su trabajo en un mundo en que se encuentra vitalmente comprometido y enredado con su verdadero destino. Referencias: [1] En Pie de Arpa, (poesía), Montevideo, Ediciones del Pie en el Estribo, 1950. |
Sarandy
Cabrera
Número
Año
2 - Nº 10 - 11
Setiembre – diciembre 1950
Editado por el editor de Letras Uruguay
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