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La vida color de rosa |
El
invierno llegó inesperadamente, después de un otoño opulento, cálido y
dorado. Chana tejía forros de almohadones con aguja de gancho, y los círculos
concéntricos de colores iban enrollándose en sucesivas espirales de
lana, mientras los vidrios del ventanal se empañaban por la humedad.
—Qué
habilidad tiene usted para tejer —le decía Antonio todos los martes,
cuando venía a visitarla al salir del Banco—. Ella sonreía
silenciosamente y echaba una ojeada a la pequeña copa rosácea donde servía
licor de menta a su visitante. Del parlante del tocadiscos salía acaso
una voz quebrada cantando La vida color de rosa. |
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—¿Vende
bien estos almohadones? —preguntaba él. —Sí. A la gente le gustan —contestaba ella. Entonces ambos recordaban los tiempos en que el padre de Chana aún vivía, y volvían a comentar antiguas anécdotas, mientras las franjas de lana crecían y cambiaban de color. La voz quebrada repetía: |
Quand
il me prends dans ses bras
il
me parle tout bas Je vois la vie en rose... |
Antonio
se iba a las ocho y media, y cada martes al salude aquella sala penumbrosa
y cálida para entrar en la fría atmósfera nocturna, se decía con un
suspiro:
—Un
día de éstos le pido a Chana que se case conmigo.
Porque
Antonio pensaba en frases, tan correcto era.
Puntualmente,
después que Antonio abandonaba la casa en la noche del martes, el padre
de Chana venia a sentarse en la sala, junto a la mesa de caoba oscuro. Chana lo veía llenar la pipa de tabaco, concentrado y minucioso, y se sentía agradecida por la presencia del fantasma familiar, mientras la aguja de gancho iba y venia entramando la lana. Tal vez se interrumpía para poner un disco —siempre el más próximo— y la pequeña voz emergía trabajosamente del parlante cantando: |
Quand il me prends dans ses bras... |
—¿Estás
enamorada de Antonio? —preguntaba el viejo, observándola desde su
dimensión apacible.
—El
amor es una cosa que está en los libros, papá—contestaba Chana, más
apacible aún que si estuviese muerta, sin interrumpir su trabajo.
—Una
vez te confundí con la muerte en mi agonía —decía el viejo—, el
delirio me hizo clarividente...
—¿Por
qué, papá? —preguntaba entonces ella, manteniendo el ritmo de su labor
y mirándolo un instante con sus ojos luminosos.
—Estás
ahí, sin amor y sin odio —murmuraba el padre.
Chana
habla bajado los párpados y la franja violeta estaba concluida.
—Usted
acaparó toda la pasión en la familia —le dijo a su fantasma familiar,
eligiendo un ovillo anaranjado.
—Yo
sobreviví. Ya es un mérito estando a su lado, papá,
El
padre no contestó.
—¿Te
casarías con Antonio si él te lo pidiese? —preguntó
—Espero
que no lo haga —dijo ella, absorta en la banda anaranjada—. Tendría
que aceptarlo. ...il me parle tout bas...
Chana
sonrió apenas y volvió a mirar a su padre con los ojos fulgurantes que
él había contemplado junto a su cabecera antes de morir. —Y aunque no es muy joven —agregó— puede vivir todavía unos cuantos años si renuncia a ese propósito imprudente.
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Renée Cabrera
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