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Asishai |
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Tenía las manos sucias de harina. Había puesto agua tibia en un tazón, una presuntuosa cucharada de levadura, y un poco de azúcar. Le gustaba mirar como se hundía la levadura, empujada por los cristales, hasta el fondo del tazón, y a veces sacaba tontas conclusiones al respecto, cosa que lo divertía mucho. Mientras la combinación producía espuma; en un bol, había puesto la harina, la sal y la grasa necesaria. Mezcló los ingredientes, y armó el bollo que sería pan, quizás, por el milagro de su factura. Se entretuvo amasando y acariciando la masa, como si pretendiera integrar su consistencia y su color, al fondo de su alma serena. Finalmente, depositó el bollo dentro del mismo bol, y lo cubrió con un paño. Enjuagó sus manos, y limpió, concienzudamente, la mesada. Tomó un vaso de agua y bebió, mientras consideraba dejar un poco, para regar la breve maceta que estaba en el dintel de la ventana, dentro de la cual, una cínica plantita de ruda, se erguía prepotente. Este mínimo ritual, le hacía sentir generoso. Mientras volcaba el resto del agua sobre la tierrita, escuchó el sonido de la llave, al girar en la cerradura. Sintió un leve estremecimiento de placer. |
La mujer entró como una tromba incontenible. Delgada, baja de estatura, armónica. Con el cabello crespo, renegrido y largo. Un rostro agradable, pero tenso, y unos ojos profundos, como si concentraran los detalles de todo lo que ocurriera a su alrededor. Tenía una sensualidad impositiva, que reflejaba lo que era. Porque Asisha, era una bruja. Gabriel atravesó la cocina, y fue a su encuentro. Era, apenas más alto que ella. La vio quitarse la campera y arrojar el bolso sobre una silla cercana. -¡No te esperaba!- Dijo, él, alegremente. Se acercó y se dieron un breve beso de bienvenida. -Me voy a dar una ducha.- Dijo ella. -Necesito hacer el amor con vos.- Y salió hacia el baño. Gabriel pensó en que, casi siempre era igual, ella no proponía, decidía. No vivían juntos. La conoció cuando ella se mudó al departamento libre, dos pisos por encima del suyo. Se cruzaron algunas veces en el palier, en el supermercado, en la farmacia, y un día ella bajó, y simplemente lo invitó a comer. Él sonrió, como hacía siempre, y rechazó la invitación con extrema gentileza. A los dos días, Gabriel tenía un sarpullido en su torso, más molesto que grave. Ella dejó de saludarlo por una semana, y él seguía sonriéndole, cuando la veía. Otra tarde, Asisha le tocó el timbre de su apartamento. Traía una pascualina y una botella de vino, y estaba, realmente seductora. Esa noche, a él, comenzó a caérsele el cabello; era la confirmación de sus sospechas, porque, Gabriel era un hombre sereno, pero muy perspicaz, y estaba encantado con Asisha, que le gustaba mucho, pero a quien no iba a hacérsela fácil. Ella dejó pasar dos meses, antes de tomar la decisión; levemente extrañada de que no hubiese tenido noticias del resultado de sus hechizos. Cuando se mudó al edificio, sabía, o creía saber, quién era Gabriel. Un bibliómano conocido, incluso en los circuitos esotéricos, y que por casualidad o tenacidad, había logrado reunir algunos libros raros, condenados y/o malditos, según, de parte de quién, se pusiera uno. Él parecía inconsciente del "conocimiento" que se escondía en esos libros, y Asisha desesperaba por leerlos. Inicialmente, ella había considerado otras estrategias, pero él le resultó muy, muy simpático... Y el amor, es siempre, la mejor estrategia. Quería ver, tocar, leer, conocer el maldito libro que contenía el secreto de la vida, pero no supo calcular que Gabriel era agradable y dulce hasta la desesperación, y las hormonas de ella, hicieron el resto. Se maquilló y se vistió, perfumándose hasta los pensamientos. Bajó los dos pisos, tocó el timbre, temblando de ansiedad y miedo, aderezado con un toque de rabia. Él abrió la puerta del departamento, pensando que era martes trece, a la noche, que ya era hora, y miró a la chica. Pensó, en un giro de trapecista mental, que no podría resistir mucho más tiempo, por esas piernas bajo la corta falda negra, la escotada blusa roja, y la mirada centelleante. -¡Mirá Gabriel, vamos a terminar con esto de una vez! Estoy metida con vos, hasta el culo. Si no te gusto, si no soy tu tipo de mujer, o no querés conocerme, me lo decía ahora, y listo. Soltó esta parrafada, casi sin respirar. Al fin, exhaló un suspiro que parecía una súplica. Él, entornó sus ojos marrones y volvió a sonreír, mientras que, con un gesto de su brazo, la invitaba a pasar. Asisha casi se atraganta, cuando dio unos pasos y se encontró con una mesa dispuesta para dos, velas rojas encendidas y una botella de vino, de la marca y tipo que él le había rechazado con anterioridad. Giró para mirarlo. Él sólo sonreía con intolerable serenidad. Entonces ella lo miró con "casi-odio" y empezó a recitar un terrible conjuro que lo dejaría impotente para siempre, pero algo, que ella pensó luego, que era el amor creciente que sentía por él, la detuvo, y salió del departamento, irritada, con paso firme, mientras consideraba quién sería la víctima de sus odios, aquella noche. Gabriel la alcanzó en el borde de la escalera, le puso una cálida mano sobre el brazo, y la detuvo. -¿Por qué no te calmás y me dejás responder a tu pregunta?- Le dijo. Asisha tenía los ojos húmedos de rabia, y los labios húmedos de deseo, cuando él la besó por primera vez. Ella sintió que el universo giraba en una armonía perfecta. Cuando se separaron, le dijo, bajito "estúpido", y se estiró en un abrazo, en el cual pareció que sus cuerpos se iban a fundir. Una antigua y olvidada serenidad la invadió, y se sorprendió de que él pudiese comunicarle tanta calma y sosiego. Luego de la cena hicieron el amor, y ella volvió a sorprenderse de que tal cosa, pudiese hacerse en plenitud, sin arrebatos, y sin dejar que menguara la pasión, cuya gradualidad calculada la condujo al pináculo de un placer inexplicable. No pudo evitar mantenerlo abrazado, el mayor tiempo posible, y Asisha comprendió que el amor, era algo más que arrebato y deseo. Era ternura, protección, cuidado, calma, consideración, y otro montón de cosas inexpresadas, excepto en la actitud. Un par de semanas más adelante, él le daba la llave de su apartamento para que ella entrara cuando quisiese. No hubo preguntas, sólo adaptación. Ella luchaba para detener la demandante ansiedad de preguntarle, adonde guardaba el libro que contenía los Secretos De La Vida. A veces sentía la necesidad de confesarle que era una bruja, pero algo la impelía a postergarlo, en el temor de que eso estropeara lo que tenían, y que le resultaba muy bello. Tampoco ella había hecho muchas preguntas. Al ser una mujer de terca iniciativa, acostumbrada a dominar, en la convicción de su sabiduría, había resuelto llevar adelante su relación con Gabriel, de modo tal que las cosas se dieran naturalmente. En realidad, en el fondo, Asisha tenía miedo al fracaso. Sabía que, por alguna inexplicable razón, en Gabriel no funcionaba ningún filtro, y evitaba los hechizos y conjuros con una cierta naturalidad. Él entretanto, parecía vivir cómodamente, de su trabajo de traductor, y disponía de su tiempo, en lecturas y paseos por los prados. Sin embargo, lo que más tiempo le demandaba, era su placer en cocinar para Asisha y en encontrar temas de conversación que les entusiasmaran a ambos. Elaboraba platos sencillos y básicos, pero era exactamente su sencillez lo que confería pulcritud y placer a las combinaciones culinarias. A su vez, disponía puestas en escena, con flores, velas, inciensos, que la sorprendían con grata complacencia. Era, esta, la primera vez que ella venía sin que lo planearan ambos, y Gabriel supo que algo raro estaba pasando. Retornó a la cocina, mientras escuchaba correr el agua de la ducha, y se dispuso a quitarle el aire al bollo de masa. Consideró, entre otras opciones, que la mejor idea era hacer escones. Estiró la masa, la cortó con el borde de un vaso, enmantecó una asadera y encendió el horno, haciendo saltar la chispa desde su dedo índice. Colocó los discos de masa sobre la placa, y la introdujo al horno. Oyó que Asisha había terminado con su baño, y puso agua en la caldera, para hacer té. Sabía que estaban llegando a la segunda etapa de las relaciones, la de las confesiones. Asisha salió del baño, oliendo a tilo y a menta fresca. Tal vez esa fuera la noche más importante. El ambiguo Tarot de Marsella se había mostrado, particularmente propicio. El aire del departamento olía sándalo y patchuli; y hasta los cristales de cuarzo, parecían brillar con luz propia, sobre la mesilla del rincón. Gabriel trajo el té de naranja, la tetera, la fuente con los escones tibios, y la manteca batida con un poquitín de queso Roquefort. Encendió las velas rojas y atenuó un poco la luz de la sala. Le sonrió, serenamente. Ella se sentó, con las manos entrelazadas sobre la falda. El vaporoso vestido negro mostraba los turgentes encantos de los que dispondría, Gabriel, un rato más tarde. Luego de probar, morosamente, aquellos alimentos, y ante la mirada enternecida de él, Asisha carraspeó. -Necesito saber algo, amor... - Gabriel asintió, alentándola. -Hay un libro, que vos tenés, que quisiera consultar... - -¿Cuál?- -El de los secretos de la vida.- Concluyó, con extrema seriedad. -No tengo ese libro, y... creo que no existe.- -¡Mirá, Gabriel, es muy, muy importante para mí, consultar ese libro! Todos dicen que vos lo tenés. Creo que entre nosotros están pasando cosas gruesas, y es el momento de tener confianza.- Gabriel se puso serio, de repente. -Está bien, amor. Pero no existe ese libro.- Dijo, en forma terminante. -¡Gabriel, Gabriel!... No es demasiado lo que te pido. Si me querés... - Él soltó una risita divertida. -¿Estás tratando de chantajearme?- Replicó. Y ocurrió lo inesperado. Asisha se puso de pié, y por un instante su figura pareció crecer y absorber la luz de la habitación. Con voz tronante, dijo: -¡Es imperativo que vea ese libro!- Levantó su brazo derecho, y sus dedos queribles y besados, juntaron sus yemas, mientras la bruja murmuraba un conjuro terrible sobre sumisión y obediencia. Cuando comenzaron a abrirse, tal como si fueran las patas de una tarántula que se despereza, y un brillo verde-negruzco, empezó a emerger; Gabriel, con la mirada más triste del mundo, dijo: -¡Oh, Asisha, qué pena! No existe el libro de los secretos de la vida... Tal cosa no es una receta, ni un hechizo, ni un conjuro... Es una actitud.- El brillo de su mano, aumentaba cada vez más. Asisha tenía el ceño fruncido, y una mirada terrible. En el "Coven" del sábado siguiente, Gabriel me confesó que tuvo que detenerla con el hechizo de la imagen revertida, y que en verdad le dolió mucho tener que hacerlo. Pero que no tenía remedio, y que ya casi, no pensaba en ella. Le dije que él, era un buen hombre, y que no todas las mujeres eran brujas. Entonces, me miró con lástima. |
Juan Ramón Cabrera
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