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Ese mundo asombroso Hilda Cabrera |
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La larga cola homogénea, personas anónimas, padres, madres, hijos, esposas, conocidos. Al rayo del sol en verano, sienten la piel arder, la garganta seca, en invierno el frío cala, el viento helado traspasa la ropa llegando a la epidermis, helándola, dejándola insensible, pero nadie se mueve esperan estoicamente su turno. Al bajar los escalones y entrar en ese túnel el alma se oprime, al pasar bajo ese arco enrejado coronado por un escudo patrio que dice "Complejo Carcelario Santiago Vázquez", se entra en otro mundo. Un frío triste, raro envuelve el cuerpo, una congoja extraña invade la multicolor comitiva. |
La revisación exhaustiva exaspera, pero nadie dice una palabra, bajarse la ropa, quitarse los zapatos, dar vuelta los bolsillos. Se supone que con esto no pasa ni una alfiler, mucho menos la mercadería prohibida. A paso acelerado cada cual cargando sus bolsas y sus pensamientos transitan el largo camino hacia los módulos, madres con sus hijos en brazos, niños con su carneé escolar, ancianas dobladas por el peso. El portón alto y enrejado se interpone, otra cola, el corazón acelera al sentirse tan cerca. Bajo la mirada aguda de los centinelas con rifles, desfila la silenciosa hilera que se abre en abanico al traspasarlo, tomando en diferentes direcciones. La angosta vereda rodea el vetusto edificio, de las ventanas largas y finas cuelgan ropas de todas clases y colores y rostros, rostros desconocidos que no dicen nada, pero dicen todo, rostros que reflejan desesperanza, resignación, odio, tristeza, algún grito destemplado saluda el paso de la larga fila. Al entrar a los módulos otra cola para dejar el documento y transitar el largo pasillo enrejado colmado de rostros comunes que a simple vista no reflejan el color del alma. El patio rodeado por alto tejido deja ver el campo verde, a lo lejos el sol saca chispas al río Pequeños grupos de personas sentadas en el suelo toman mate, los bancos y las mesas vacíos, en ese asombroso mundo de códigos quebrados los bancos y las mesas tienen nombre. La risa de los niños hace evadir la mente del entorno, solo se vuelve al mirar las ventanas tapadas por mantas y sabanas, porque otra de las reglas de ese extraño código es que no se puede mirar al patio durante la visita, pero los ojos se perciben, miradas de rabia y frustración de las que espera en vano, o esas otras opacas, perdidas, del que ya no espera nada, la esposa lo abandonó, la hermana no le lleva más los hijos; los amigos, bien gracias; la madre murió el año pasado! A sí! Las madres tienen un capitulo aparte en este asombroso mundo, en invierno, en verano caminando presurosas o arrastrándose, siempre están, ese mundo lo sabe, ese mundo las respeta, por eso antes que se pida un nombre al llavero va el 9eco de celda en celda, "viene tu vieja", "viene tu vieja". Una maraña de hilos une los módulos, es otra de las peculiaridades de este asombroso entorno, es el negocio del trueque, va una bolsa con papas, vuelve con arroz, va con cigarrillos vuelve con yerba y así sucesivamente esa imaginaria tela de arañas es el centro de compras del que tiene algo que canjear. El pastor eufórico y entusiasmado ve la larga fila que espera a por las pequeñas Biblias, todo su entusiasmo se tornara desazón y resignación cuando se entere que las hojas finas y suaves son excelentes papel para fumar. La larga caravana retorna pausadamente, casi nadie vuelve el rostro para no ver las figuras que quedan tras las rejas o para que estas no vean las lagrimas que lo surcan. Las largas filas concluyen en el custodiado portón, en las angostas ventanas se agitan multitud de brazos. Dos cuadras de campo abierto separan de la salida del penal. Los pulmones se inundan de aire puro, no se huele mas ese olor que envuelve los módulos, ese olor irritante como a hierba quemada, nauseabundo que lo invade todo, ¿qué será?. |
Hilda Cabrera
Taller de Escritura y Estilo "Atrapasueños" de la Biblioteca
"Carlos Roxlo", barrio La Teja (Montevideo) Año 2006
Juan Ramón Cabrera - Coordinador
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