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Castillo de sueños

Hilda Cabrera

Muy alto, delgado, tímido, de pocas palabras, era joven, muy joven cuando se casó, fue creciendo y madurando junto con su hija, la vida lo llevó con sus vaivenes para arriba y para abajo, su sueño anhelado tener su casita, modesta pero suya.

La construcción, fue la profesión que abrazó más obligado por las circunstancias que por otra cosa, al hacer su trabajo su mente volaba pensando que así lo haría para su casa.

Y así un día empezó bloque a bloque, ladrillo a ladrillo a levantar su sueño.

Sábados y domingos al rayo del sol, el resto de la semana a la luz de la luna.

Cuando solo faltaba un suspiro para ver su sueño hecho, la adversidad con su siniestra garra borro todo de un plumazo, y allí quedo impotente con los puños apretados y los sueños rotos.

Y a volver a empezar, pero todavía la vida le preparaba otro golpe brutal, desgarrador, imprevisto, de esos que toman muchos años para reponerse.

Como pudo lo fue superando, porque de él dependían tres pequeñas personitas.

Otra vez a levantar pared, una de material, una de bloques, una de sueños y otra vez la vida traicionera como ensañándose lo deja nuevamente con las manos vacías.

Los años siguen pasando, sus manos grandes y maltratadas siguen levantando casas ajenas.

En su cabello se insinúan hebras blancas, su cuerpo ancho y fuerte acostumbrado hacer frente vendavales y tormentas guarda en su interior los mismos sueños, las mismas esperanzas.

Dios va a querer que pueda empezar y terminar la casita que soñó.

Pero su castillo de sueños ya lo construyó, ese castillo firme, seguro, que cobija cuando hace frío, y resguarda de las vicisitudes diarias, ese que se hace con la unión de corazones y manos grandes y chiquitas, ese que nos acoge en las buenas y en las malas, ese que se llama "familia".

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