Carta de renuncia |
Ese
viernes necesitaba caminar, poner
en orden mis pensamientos. Dejé el Instituto confundida, angustiada y
perdiendo las fuerzas necesarias para luchar en esta vorágine de
incomprensiones. Con mi portafolio bajo el brazo, comencé a caminar con
pasos lentos por la rambla fresca y abierta. ¡Tantas veces mi cómplice,
mi refugio! En ella no podía ocultar los más profundos sentimientos, su
belleza era implacable, traslúcida y serena. Desde mi época de
adolescente, siempre que debía resolver algo importante, o tomar una
decisión difícil, recurría
a ella. Allá en el horizonte, el
mar parecía regado de sangre por el atardecer, las olas ondulaban muy
suavemente en la orilla, mientras una fresca brisa rozaba mi rostro. La
gente se había concentrado en los muros de la playa, para disfrutar de
los últimos y tímidos rayos de sol de ese clima primaveral. La
angustia y la confusión me producían un desasosiego incalculable. Desde
mi época de adolescente, solía refugiarme en ella, bajaba hasta la
orilla, descalzaba mis pies y corría
por la arena hasta caer rendida sobre su tibio lecho, mientras miraba el
cielo y el mar, que parecían unirse en el horizonte. Enhebraba mis sueños,
mis proyectos y el mar complacido me inundaba de tranquilidad y sosiego,
brindándome una paz interior infinita. El viento sacudía mis cabellos y
mi rostro se encendía de luz. Hoy,
lejos de mis años juveniles
las preocupaciones son otras, en
mi cabeza rondaban los
pensamientos .sobre mis muchachos. . . ¿Qué sería de ellos?
No puedo defraudarlos, esperan
mucho de mí, a pesar de ello tengo que hacerlo, mi carta de
renuncia es casi un hecho. Sin duda estoy caminando en un mundo hostil e
injusto, un mundo prestado, en el cual por alguna razón pienso diferente.
Parece que caminara al revés del resto de la gente, los programas son rígidos,
nadie puede apartarse de ellos, no se pueden abrir puertas, sin embargo
hablamos de Unión Regional, la Era de la Tecnología, los cambios que nos
mueven diariamente, Recursos Humanos, Sicólogos,
Asistentes Sociales, Estrategias, Misiones, hablamos de este nuevo
milenio, pero. . . ¿Qué
ocurre con ellos, qué ocurre con estos jóvenes? Los docentes tenemos en
nuestro puño la calificación o mejor dicho la reprobación o no de
cualquier alumno, muchas veces ni siquiera les permitimos discutir, nos manejamos con la
simpatía por tal o cual. Me es difícil aceptar estas normas, soportar
frases como las de Gustavo, el profesor de Matemática, que se jacta de
poner problemas sin solución, para justificar el bajo nivel de su clase,
simplemente dice “son burros “, si fueran inteligentes se darían
cuenta que no tienen solución “Esta
es una materia difícil y la seguirán reprobando por los siglos de los
siglos “¿Quiénes somos y adónde pretendemos llegar? ¿Por qué no se
pide control de calidad en la educación? Tal vez es todo esto y mi
discrepancia permanentemente, lo que hace que mis colegas
me aconsejen que consulte a un especialista para resolver este
dilema, según ellos yo no enseño, sólo disfruto como una adolescente
que no maduró y se involucra demasiado con ellos. Hablamos de violencia,
¿y qué les damos? Yo disfruto, claro que sí, aprendemos juntos a crecer
y a comunicarnos. Muchas veces una sola mirada basta para entendernos, es
por eso que no entiendo como los demás, pueden calificar de bajo nivel a
esta clase, en la cual se
manejan temas cotidianos de mucha importancia.
Ana, la docente de Español dice “nadie
aprende, se distraen con cualquier cosa” “Además no me agradan las
miradas que se entrecruzan determinadas parejitas que tengo en el
grupo”, olvidándose que el
amor florece en primavera y que basta una sonrisa para comprender.
En más de una oportunidad escuché con dolor decir alguno de los
chicos que Ana jamás se aparta del programa y si alguien trae algún
pasaje para leer o comentar, sólo se enoja y les dice que no pueden
perder el tiempo o simplemente tritura al autor desmenuzándolo
gramaticalmente. ¡Pobrecitos!
Están en nuestras manos, se hacen cargo
de nuestras frustraciones, complejos y todas esas condenas que atacan a la
mayoría de los docentes. Jamás admitimos que sepan más que nosotros. En
toda la ramas de la enseñanza, encontramos cosas como estas, he visto
dormirse en la mesa examinadora a uno de los profesores, ante aquel alumno
brillante que comienza a desarrollar el tema apasionadamente y cuando
despierta, sólo dice: “Basta está muy bien, es suficiente"
defraudando los conocimientos agolpados en aquella joven mente.
¿Acaso enseñar es dar sólo lo que uno sabe? ¿Y si no lo sabe,
no sería más honesto aceptar lo propuesto por algún alumno? ¿Qué es
la educación? El maestro
Tagore a quien admiro profundamente, expresó que el hombre debe luchar por lograr una armonía, también
que hay que cultivar el intelecto junto con las emociones y la volición y
que todos estos aspectos de la vida interior del hombre, deben
desarrollarse armónicamente, él tampoco creyó en fórmulas de educación
estrechas o rígidas, si no que es un sistema concebido en términos
humanos amplios, hizo hincapié
en el arte y la creatividad, también tuvo la convicción de que la
educación, es la base esencial para crear una sociedad. Evidentemente que
estoy equivocada al creer que puedo escapar de esto. Viajo en el mismo
tren que los demás docentes y salvo algunos con los que comparto
determinadas ideas, el resto me es ajeno. La mayoría dice: - “No debemos involucrarnos demasiado en
sus vidas, los muchachos de hoy tienen demasiados problemas, demasiadas
carencias, son agresivos, nos
haría mucho daño escuchar el drama de cada uno”. - Pero yo
percibo la soledad que tienen, la falta de proyectos en una
sociedad que poco o nada les brinda, necesito liberarlos de algún modo
para que puedan disfrutar de un buen libro, para que encuentren en el salón
de clase, un lugar de disfrute, necesito crearles un
ambiente en el cual desarrollen sus críticas y formen el sentido
común, el criterio propio. ¿Es
malo todo esto?. . . es por
eso que la directora me observa siempre
tratándome de inmadura, siempre me dice que
lo único que he conseguido hasta ahora, es indisciplinar a mi clase -
“Amalia, no te involucres tanto en sus vidas, mantén distancia”. He
aquí lo curioso. ¡Me encanta involucrarme! Me
sentía desfallecer, lo único que me animaba a continuar eran sus rostros
sedientos de conocimientos. Mis pasos me iban llevando lentamente hacia
aquel consultorio en el cual debería dejar en claro mi situación. El
viento fresco me empujaba hacia atrás como si tratara de detenerme, pero
debía hacerlo. . . Cuando me dediqué a mis estudios docentes, estaba
consciente de ello, evidentemente
no era redituable, pero lo
mismo me encantaba y a pesar de mis padres y sus consejos yo elegí. Me
resultaba y me resulta emocionante compartir diálogos, impartir clases
amenas, donde el aprender es
mutuo y cada vez más emocionante,
donde el escuchar las críticas del adolescente a veces crudas, significa
que también seremos escuchados cuando sea necesario. Era totalmente
consciente que lo que me pagarían, apenas alcanzaría para comprar
algunos libros, los apartados de fotocopia, algún material extra, en fin,
lo sabía, pero a pesar de ello, yo elegí. ¿Nos han preparado para
educar en este mundo tecnológico? ¿Acaso nos han enseñado a respetar al
alumno? ¿Estamos preparados
para ejercer la docencia en este mundo competitivo e injusto? Yo vengo de
un hogar donde el respeto por el otro siempre fue lo primero, aprendí
amar desde muy pequeña, la ternura de mi madre colmó mi vida y aprendí
que el amor hacia un niño, un joven puede cambiar su vida. Por eso y a
pesar de lo manifestado por mis padres en
la carrera que había elegido, considerando ellos que yo podría
perfectamente ser una profesional destacada
en otra área que no fuera la docencia, yo elegí. Sentía la
necesidad de dar todo ese amor que existe dentro de mí y compartirlo con
los jóvenes y los niños, pues considero un aporte fundamental para el
desarrollo de los individuos. Yo pretendía y pretendo que ellos sintieran
y sientan, lo mismo que yo había experimentado con algunos de mis
maestros y profesores, los cuales dejaron en mí una huella permanente que
marcó parte de mi existencia. Elegí
Literatura, una materia rica en sentimientos y
creatividad. Transformé mi clase en una mesa redonda donde
conversamos como amigos y nos distendemos aprendiendo, una charla donde
los protagonistas son ellos y no yo. Discutimos de mi materia, pero también
del mundo, de la sociedad, de los cambios, de la violencia, de la droga,
del sexo, sí del sexo. Opinan libremente. Muchas veces me entero de cosas
que desconozco, ellos se ríen y yo con ellos, es evidente que todos
estamos aprendiendo, a pesar de leer mucho e informarme, desconozco los
entre telones de los muchachos. Nuestra clase es un placer y lo curioso es
que cuando suena el timbre, llegan antes que yo a la clase y es raro. . .
Dora cuenta que le cuesta hacerlos entrar al salón y
ponerlos a tono para empezar la clase. ¡Es raro! Cuando entro me rodean
como locos. . . -
¡Amalia mirá lo que traje! -
Yo encontré una párrafo en la novela “Sangre Negra”, de Richard
Wright, que me encantó ¿puedo leerla, Amalia? -
Amalia, encontré en mi casa una revista con poemas anónimos ¡Dale! ¿Puedo
decirlos? Son horribles, escuchá. . . -
Amalia ¿qué opinás de las relaciones premaritales? ¿Estás de acuerdo? -
¡Muchachos, por favor haya calma! Haremos todo
y daremos la clase de hoy, pero para escucharnos debemos hacer
silencio ¿Sí? Mi
clase vive, vibra, ¿es eso malo, tal vez? Mis colegas me reprochan,
manifestando la indisciplina de mi clase. – “Te falta carácter,
Amalia”. “Los muchachos te dominan” - Sin embargo, cuando comienzo la clase, el silencio es profundo. . . Caminaba
cada vez más lento para seguir pensando en mi decisión definitiva, la
hora se acercaba y estaba llegando al edificio del Dr. Velásquez.
Comienzo a imaginar la gente sentada en la sala esperando, aquellos, los
locos como suelen llamarle los demás. ¿Por qué será que llamamos locos
a todos aquellos que no piensan igual que los otros? Nunca pensé entrar a
uno de estos consultorios, pero nadie está libre de caer en ellos y
contarle todo lo bueno y lo malo que nos pasa, para que el especialista
tome la decisión por nosotros. Yo, solamente yo, decidiré si continúo
enseñando o no, de eso estoy segura y por eso voy preparando mi mente.
Metí la mano al bolsillo y saqué aquel papelito arrugado y viejo con la
dirección exacta del psiquiatra, la calle la recordaba por haberla leído
antes de salir, sin embargo el número del edificio se había borrado de
mi mente. ¡Cuántos
secretos conozco de mis gurises! Una
impotencia enorme me sube hasta ahogarme cuando pienso en lo que Felipe
dijo el otro día en una charla sobre la clase. . .
“estos gurises no
saben nada de historia, lo vienen arrastrando
desde
primaria, hay varios que han dado
el examen de Historia en más de una oportunidad, inútilmente,
claro y me atrevo a decir que
este año ocurrirá lo mismo, serán reprobados en la materia.” ¿Cómo
se puede saber en mayo si un alumno puede rendir lo necesario al final del
curso? ¿Cómo podemos saber nosotros si tal o cual alumno se esmerará de
aquí a fin del curso, para no reprobar? Cosas
como estas me ocurren a diario . . . el otro día tuve que consolar a la
hija más pequeña de mi amiga Agustina, ella concurre a uno de los
Conservatorios más grandes del país, realiza una carrera
brillante y con mucho éxito, destacándose entre los demás alumnos por
su talento, no obstante, la profesora de educación musical que suele
contar anécdotas de compositores, se refirió a uno que Clarita conocía
lo bastante
como para opinar y cuando manifestó que lo que ella decía no tenía
nada que ver con la realidad, esta se enojó y le bajó la nota. Mi amiga
Agustina concurrió de inmediato al Instituto para conversar con la
profesora, la cual le indicó que Clarita era una irrespetuosa, una alumna
rebelde. . . ¿Qué
podía decir? ¡Pobre Clarita! Su madre por fin logró defender su situación
y a pesar de ser una materia que se exonera, la mantuvo por ahí nomás. Seguía
caminando, las luces se habían encendido, había caminado tan lento, que
las horas transcurrieron casi
sin darme cuenta, crucé los semáforos y no sé si lo hice con luz roja o
verde, me detenía de cuando en cuando, observaba a la gente, pensaba y
pensaba . . . ¡Cuántas y cuántas anécdotas se iban y venían por mi
cabeza! Laura
es la mejor de mi clase, el otro día la sentí alejada, ausente, de
inmediato noté que algo le sucedía. . .
La clase terminó y sin decir palabra se acercó y me dijo: -
Amalia, ¿me escuchás un minuto? -
Claro Laura ¿Qué ocurre? -
Es espantoso Amalia, espantoso -
¿Qué es lo espantoso Laura, qué te pasó? Es
la vieja esa, la profesora, la imbécil de Matemática. ¡¡
Laura!! -
Sí, esa tarada, la clase es un despelote total, todos tiran papeles, la
relajan, son tantos los griteríos, que su clase no se escucha, nadie la
quiere, es asquerosa Amalia. -
¡Laura, por Dios!, nunca te vi de ese modo, tus expresiones me dejan estática,
no sé que decir. . . . ¿Qué
más pasó para que vomites tanta violencia? -
No la aguanto más Amalia - dijo
- mientras sus ojos se
enrojecían de llanto y de rabia - ¿Sabés lo que nos dijo? Que lo único
que sabía hacer era enseñar y aunque no quisiéramos escucharla, debíamos
hacerlo, pues ese era su único trabajo, su medio de vida y que aunque no
le gustara, debía ganar dinero para mantener a su madre que estaba muy
vieja y enferma. Algunas veces he sentido pena por ella, sobre todo cuando
veo que todos se burlan y nadie la escucha. ¿Sabés lo qué pensé
Amalia? que sería capaz de matarnos y aún así cobrar. ¡Laura!
No, no es así. -¿Qué
opinás, decime? Yo me sentí defraudada Amalia, frustrada y sentí ganas
de llorar cuando me di cuenta que mis compañeros y yo, no éramos más
que una carga para ella, sentí que nos odiaba. ¡Laura,
por favor! No pienses de ese modo, el odio no hace bien a tu corazón, el
odio sólo trae tristezas. Miré
su rostro tierno y fresco, los ojos húmedos de una adolescente
extremadamente sensible y sentí ganas de llorar con ella ¿Qué podía
decirle, de qué forma podía justificar esa conducta? ¿Qué es lo que
anda tan mal? La
miré fijamente, había angustia en ella. . .
pasé mi brazo por sus hombros y la sacudí.
¡Vamos Laura, ustedes deben haber provocados la ira de ella, sin
lugar a dudas! -
No Amalia, ella siempre es igual, es como una autómata, parece que no
siente nada y todo le da lo mismo. ¿Qué
podía yo decir? Muy en el fondo también
rechazaba aquella actitud que jamás debió salir de esa docente, podía
haber elegido cualquier otro trabajo antes de formar mentes y provocar
iras como esa. Me sentí sofocada y mis ojos se humedecieron, pero tenía
que disimular. . . -
Bueno Amalia ¿qué pensás? No
sé qué decir. . . ¿Cómo
qué no sabés? ¿Acaso vos no te das cuenta que ninguno de nosotros va a
aprender Matemática en estas condiciones y que todos nos iremos a examen?
¡Contestame! . . . Todos
venimos a estudiar, algunos presionados por nuestros padres y
otros porque nos gusta, pero a veces cuando nos encontramos con
estas cosas, nos dan ganas de dejarlo todo y huir. . .sí, huir de este
liceo, de esa vieja horrible, sentimos ganas de decirle muchas cosas, pero
nos callamos, ella es la profe ¿No? Aunque algunas veces alguien le
contesta groseramente. ¿Cómo
podía yo sólo con palabras, revertir esa ingrata situación? Me sentí
impotente. ¿Podía yo acaso encarar a la profesora Dora? ¡Claro que no!
¿Quién era yo? ¿No tendría ella razón? ¿No venimos a este Instituto
a ganarnos nuestro sueldo? Yo también debía cobrar mi sueldo y
subsistir con él, pero debo reconocer que la diferencia está en que yo
amo mi profesión, el contacto con los adolescentes, el intercambio
generacional, el aprender a diario, poner a prueba mis ideas, recibiendo
la reconfortante tarea, de llevar conocimientos con humanismo.
¿Realmente enseñamos cuando es imposible trasmitir conocimientos?
. . . En una fábrica, pensé.
. . nos descalificarían por
bajo rendimiento o incapaz, si alguna de las piezas por la cual
respondemos se desforma, o no funciona. ¿Qué ocurre entonces cuando un
profesor no puede trasmitir lo que sabe, o no sabe hacerlo? Sin embargo no lo descalifican, nadie
inspecciona o regula, no hay control de calidad. Yo pienso. . .
cuánto más alto sea el nivel del grupo, habría más puntos para
el docente. . . ¿o no? No
consigo encontrar la verdad, no sé si es real lo que pienso, o sólo es
una fantasía de mi mente trastornada, porque a esta altura ya no
comprendo, qué es lo que está bien o equivocado. ¿Qué decirle entonces
a Laura? Ya todo estaba hecho, ellos querían huir del liceo, de nosotros.
¿Cómo detener esto? Es evidente que debo pedir ayuda para dilucidar mis
interrogantes, mis ideas, mis dudas permanentes frente a los demás, al
mundo. Necesito encontrar el camino correcto, o por lo menos el que más
se aproxime a él. Comencé
a mirar desde el punto de vista de mis colegas, todos trabajan en varios
liceos, tienen adjudicadas muchas horas, un salario pequeño, luego cuando
llegamos a clase nos falta todo, desde un pizarrón desgastado y roto, un
proyector que no existe, no hay tizas, muchas veces alguno de ellos ha
contado, que debió llevar bizcochos temprano, en la mañana, porque tal o
cual alumno no pudo tomar un simple desayuno en su casa por falta de
medios, una ventana sin vidrio cubierta con una caja de cartón, las
sillas rotas y despintadas, muchos graffiti en las paredes agrediendo quién
sabe a quién, porque agraden aquellos que están agredidos y estos
muchachos lo están, por nosotros, por nuestra sociedad, por el mundo que
les resta un espacio. ¡Alto! aquí tenemos mentes que debemos rescatar y
formar. . . Faltaba muy poco
para llegar al consultorio y en mi mente aún se fundían las terribles
dudas, que decidirían definitivamente mi conducta a seguir. El
viento fresco rasgaba mi rostro, parecía purificarme de aquellos
opresores y confusos pensamientos, confusión ingrata y angustiante. Mis
pasos se detenían ante
aquella luz roja que me impedía cruzar la calle y sentía deseos de huir,
esconderme no enfrentar todo esto. En el fondo, mis colegas tenían razón,
no existen los medios suficientes para atender las necesidades de la
educación, sin embargo se producen gastos en otras áreas, que no son tan
importantes para el individuo. ¿Por qué? La educación es fundamental,
es la primera formación de valores. Es el enriquecimiento diario de
conocimientos, es el privilegio de un país, no podemos creer que colmando
nuestras escuelas primarias de computadoras y dando alimentos en las
aulas, estamos logrando lo mejor. No es cierto. Eso no basta, debemos
invertir en nuestros muchachos. . . ¿Invertir?
¿Cómo? En calidad de docencia, en especializaciones humanas, en test
sicológicos a los docentes, para saber si están capacitados en
formar mentes, considerar sueldos acordes con la tarea que
realizan. Realmente a veces estoy cansada de hablar, me duele la garganta
de esforzar mi voz, de cargar los escritos y corregir con justo
criterio a cada estudiante, sin mirar su nombre para no verme
prejuiciada... Educar es un trabajo como cualquier otro ¿o no? No, claro
que no, educar es compartir conocimientos, dilucidando dudas, es apostar a
lo más alto, es invertir en esas mentes colmadas de interrogantes, educar
es inversión. Un país que educa, es un país que va ha destacarse
siempre, un país que cuida sus medios de comunicación, para que estos no
violen las reglas gramaticales, los valores, o no utilicen la violencia y
el sexo para vender tal o cual producto, es un país que apuesta a lo
mejor de su gente, a la dignidad humana. Es
evidente que no puedo más, casi no puedo caminar, estoy cansada de seguir
este camino de lucha interior, es algo que no puedo cambiar sola. ¿Y mis
muchachos? Bueno quizás me olviden pronto. . . Ya
estoy cerca del consultorio. . . decidir
es muy difícil ¿Cómo puedo apartarme de lo que más quiero en mi vida?
¿Cómo puedo dejar mis clases, mis charlas, sin sentir un dolor profundo
muy dentro de mí? Había
caminado sin parar varias horas, recorrido la rambla, observando a la
gente pasar a mi lado, mientras en mi cerebro fluían los pensamientos
absurdos. De pronto, crucé la calle sin mirar que el semáforo estaba en
rojo y un coche frenó bruscamente, desde la ventanilla alguien gritó un
sin fin de disparates, nada me importó, seguí caminando y me detuve en
el edificio, donde supuestamente el Dr. Velásquez me esperaba. Me
encontraba perdida, confusa, tropecé en el escalón, el portafolios se
abrió y mis carpetas se desparramaron en el suelo. El portero se acercó muy amable y trató de ayudarme, pero yo sólo quería escapar, huir,
desaparecer. . . Guardé
todo rápidamente y le agradecí, tomé el ascensor que me conducía al
piso cuarto. Un corredor oscuro llevaba hacia el fondo, allí se
encontraba una puerta cerrada, con un cartel que decía: Entre sin llamar.
Entré. Las personas que allí se encontraban, se veían confusas y
perdidas en un mundo diferente, sus rostros preocupados, repletos de interrogantes
y sus manos estaban inquietas esperando ¿Esperando qué? ¿Una solución
a sus problemas? ¿Una respuesta segura? ¿Una serie de medicaciones para
conciliar el sueño? ¿Un ansiolítico para la angustia? ¿Un calmante
para evitar suicidarse? No,
yo no puedo quedarme aquí, mi angustia es grande, pero no puedo escoger
este camino, pensando que alguien como un doctor decida por mí. Creo que
me sentía rara en ese consultorio, las miradas de los demás me recorrían
como si quisieran adivinar lo que me ocurría. Retrocedí y apreté con
fuerza todo el tesoro que llevaba en mi portafolio, bajo
la mirada perpleja de la enfermera que me interrogaba, mientras extendía
su mano, solicitándome los datos personales para llenar la ficha. Me
extendió un recibo por la visita, esa visita que debía pagar por unos
minutos de alivio o desesperación que me daría el doctor. Sin decir
palabra alguna, volví la espalda y me marché. Me pareció escuchar que
me llamaba, pero corrí hacia
afuera, corrí hacia la puerta de salida y escapé antes que alguien me
indujera en esta decisión que yo misma debía tomar. Era
tarde ya, la noche había encendido sus estrellas y estaba algo fresco,
sentía el aire del mar húmedo, mezclándose con mis lágrimas y mi
desesperación. Me parecía escuchar. . . -
Amalia ¿Cómo definirías el amor? Amalia
hoy estoy horrible, mis padres se separaron. Amalia ¿puede existir el
amor como Romeo y Julieta? Amalia,
Amalia, Amalia. . . Basta,
lo he decidido, se terminó, renunciaré a mis muchachos, ya no tengo
respuestas, ya no puedo seguir educando con humanidad, me golpeo una y
otra vez. . . La plaza estaba
desierta y me senté en un banco, bajo el farol que iluminaba mi
portafolio repleto de tantos y tantos escritos que ya no corregiría jamás,
ya no volvería a verlos nunca. Tal vez cuando crezcan recordarán a una
pobre loca, que sólo supo quererlos demasiado y no fue capaz de pelear
por |
Zunilda Borsani
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