Era de madrugada, supongo, porque había mucho silencio, aunque mi vida
se había convertido en una tiniebla perpetua y solo por los sonidos
diferenciaba el día de la noche.
Otra vez mi orín caliente regaba mi materia fecal, y yo me inundaba de
un olor nauseabundo, fétido, y comencé con mis arcadas permanentes que
me destrozaban el estómago. No quería tocar el timbre para no escuchar
los rezongos entre dientes de Malvina (la de la noche), y trataba de
aguantar las arcadas que era peor. Mis compañeros de cuarto comenzaron a
revolverse y a molestarse, hasta que se abrió la puerta con violencia.
-¡Carajo, allí estaba ella!, con su altura, su frialdad y su
incomprensión. Atrás venía la gorda bonachona, siempre con una sonrisa,
aunque a esa hora, era solo una mueca.
- El viejo nuevo se cagó otra vez, traé la silla de ruedas y llevalo a
bañar que yo limpio la cama, tené cuidado que está operado.
Sentí correr el agua por mi cuerpo, estaba aún sentado, hasta que ella
ayuda a ponerme de pie, un dolor fuerte en mi costado impide erguirme
más.
-Qué operación Don…¿cómo se llama?.
- Lucas, me llamo Lucas Sandoval y tengo una hermosa familia.
-Por eso lo tiraron en este geriátrico tan pobre, aquí están los que
tienen una pensión miserable, y nosotros hacemos lo que podemos.
-Mañana vendrán, Maruja, mi mujer, mis hijos, Raúl, Diego, Helena y
Silvia, y también mis seis nietos.
-Ya hace un mes que llegó del hospital Lucas, y aún nadie ha venido.
Lucas, desde la ventana miraba las hojas secas jugando con el viento, y
oía voces que venían de otros tiempos, de chicos que cantaban haciendo
rondas.
-Lucas deja de jugar, ven a comer. Y era una mesa grande llena de niños.
Los sonidos de otros tiempos, las voces lejanas, la de su madre, el
tango que su padre cantaba siempre cuando se bañaba, el griterío de
tantos hermanos, el perro que ladraba, el grito del verdulero que
pregonaba su venta. El diariero era el despertador de todas las mañanas,
los domingos volaban tantas túnicas blancas colgadas al sol … todo era
una película en blanco y negro. Una suave tiniebla perturbaba la imagen.
Y al llegar la noche comenzaban los miedos.
-¿Por qué tiemblo, por qué ese miedo terrible a la noche?, otra vez
llegan ellos como siempre.
-Querido, estamos aquí, te extrañamos mucho; pronto, muy pronto estarás
en casa otra vez y todo volverá a la normalidad, tu sillón te espera, la
estufa prendida porque ya comienzan los primeros fríos. Y veo sus
rostros alrededor de mi cama, y grito, y los llamo, y viejos
esqueléticos me miran desde sus camas, y me pinchan, me pinchan, y
siento dolor.
-Hoy comprendo, todos se han ido, debería haber sido un accidente
espantoso, ¿habría muerto toda la familia?. Y yo quedé viviendo en este
lugar infausto, aquí toda la gente es triste, todos viven de recuerdos.
Seguramente ellos estarán tan solos como yo.
El infierno se abate en círculos concéntricos, a veces se sienten
llantos, nombres gritados en la mitad de la noche. No hay un punto de
referencia, miro alrededor, ¿qué esperamos?, solo la gorda parece traer
algo de vida, a veces canta, y yo le suplico que no se vaya.
En la pared hay un reloj que hace un ruido ronco, rítmico, marcando las
horas, el tiempo que pasa, ¿qué tiempo?
Quiero mover mis piernas y siento todo mi cuerpo muerto, ¿será ésto el
infierno?, nadie vino de la muerte para contarnos.
Me desperté temprano, tenía la ropa seca y eso era lo mejor que me podía
pasar en esta forma lenta de morir; hoy comeríamos carne nos dijo
Malvina. Entonces, era domingo y nos ponían en la sala para esperar las
visitas, y yo movía mi silla de ruedas a la ventana.
Allí estaba ella, esperándome, la paloma.
-¿Cómo estás, porqué no me cuentas de los paisajes, las flores, el
campo, los ríos?
Y miraba de reojo a los pocos familiares que venían de visita al
geriátrico.
Alguien preguntaba, -¿por qué no me traen mis nietos? Y el otro
contestaba:- conformate, yo salí sorteado entre los que venían hoy…y me
gano para los cigarrillos.
Un grito horrible irrumpió en la sala, un llanto gritado se fue
calmando, y solo un sollozo, terriblemente triste, dejó en silencio la
sala que se fue oscureciendo.
Al acostarme, el tic- tac del reloj seguía marcando un día más. ¿Qué
día?, ¿qué marca ese tic tac? si el tiempo se detuvo en el infierno, en
círculos concéntricos de fuego que se retratan en la pared. Esa pared
gris tenía una ventana que daba a otra pared gris, entonces traté de
abrir mi propia ventana. Allí lo encontré a mi padre, caminaba entre
trigales dorados que se balanceaban como olas por el viento. Él y su
mameluco azul, él con sus manos callosas, su tez tostada, él llegando a
casa, y ella, mi madre, esperándolo con aquella mesa servida, el mantel
de a cuadros, el pan casero …
Como me reía tanto y disfrutaba de mi ventana, invité al viejo del
costado a viajar conmigo, él me contaba lo que veía, él siempre pescaba,
era campeón de pesca, hasta me convidó con pescado asado, compartimos
muchas vivencias. Adentro de esa pieza oscura supimos encender el sol, y
nuestra agonía se hizo más llevadera. Felipe supo penetrar en mis
colores, en sonidos de pájaros, en cantos de niños, hasta le mostré cada
detalle de mi casa.
Entonces, la ventana revolvía la tierra de mi memoria, y al darla
vuelta, llegaban mis pobres recuerdos descalzos sacados del cofre de mis
vivencias. Solo esa ventana con sus vestigios de vida podían salvarme
del fuego en círculos que se iba tragando vidas, un día uno, otro día
otro.
Lo más extraño que me pasaba con mi ventana, que de repente se me
aparecían paisajes de nieve, un paisaje blanco, gente muy abrigada como
esquimales que me hablaban en otro idioma. Aparecían y desaparecían.
Era tarde en la noche y yo aún viajaba en carro rumbo al campo, cuando
me distrae un ronquido agudo, raro, con una respiración agitada que
venía de la cama de al lado.
-Felipe, Felipe, ¿qué te pasa?, intentaba decirme algo. Con un esfuerzo
sobrehumano me bajé de la cama y caí, comencé a gritar, -se muere,
Felipe se muere.
Todos miraban televisión, había un partido de fútbol muy importante, un
grito de gol estremeció toda la casa, logré ponerme de pie y llegar a su
lecho. Al sentir mi mano en su cabeza su respiración era más lenta, le
pasé mi mano por su frente.
-Mira la ventana Felipe, mira, vamos en un bote a desparramar el
espinel, mira, qué bello día, vamos a volver llenos de pescados, vamos a
cocinarlos y vamos a tener una gran fiesta. Su respiración se detuvo, y
estuve sosteniendo su cabeza, no sé cuanto tiempo, hasta que se abrió la
puerta y entró Malvina con la medicina de Felipe.
-¿Qué sucede aquí?, le toma el pulso, llama a la gorda, corridas de aquí
y de allá, lo dejaron allí con una sábana tapándole la cabeza.
Llegó el médico, lo miró y dijo, miren se murió con una sonrisa, murió
en paz.
Y Felipe se fue, la cama quedó vacía, y yo seguía con él en mi ventana,
de noche me visitaban los fantasmas, eran todos los que se habían ido
del geriátrico que aún permanecían en las tinieblas de la noche.
A veces reían a carcajadas, caras esqueléticas, a veces me hacían
chistes, burlándose de que me había adueñado del sillón, de la radio,
del bastón. -Mejor escribe tu herencia, ¿para quién tu cajita musical?…ja
ja ja…la que guardas debajo de tu almohada.
-No, no eso no, eso es lo único que me queda de “ellos”, esa cajita con
música, allí está ella, toda mi familia, no se la dejaré a nadie, se irá
conmigo.
Entonces vaciaba todas mis lágrimas hasta el cansancio, apretaba la
caja, y me introducía en una oscuridad total.
De pronto se abre la puerta temprano, entra un moreno alto vestido como
de enfermero.
-Bueno pibes, soy Paulino, un nuevo auxiliar de esta casa de salud, y
estaré con ustedes hasta que regrese Malvina que tomó licencia.
Un rayo de luz comenzaba a reflejarse en las paredes grises del viejo
geriátrico, porque Paulino no solo nos cambiaba y nos ayudaba hacernos
la higiene y a comer, sino que nos hablaba, así como personas. Nos
contaba anécdotas, conseguía cuentos y chistes para hacernos reír, se
sentaba conmigo para viajar en mi ventana, cantaba y muchas veces
bailaba.
Un ser humano en la casa, hacía tanto que no veía un ser como él, hasta
a veces lo tocaba para comprobar que existía y no era cosa de mis
fantasías, porque últimamente, se me confundían mucho los recuerdos.
Era domingo, era el día donde algunos tenían la suerte de pasar el día
en su casa, otros tenían alguna visita, y otros postrados casi muertos.
Percibo que alguien toma mi silla con fuerza, y la voz de Paulino que
dice- ¡hoy nos vamos de paseo!
No pude decir palabra alguna, quizás hasta miedo sentía de transitar el
umbral de la muerte a la vida. No me dio tiempo a nada, cuando quise
acordar estaba afuera, la fuerza del sol encandiló mis ojos, ni idea
tenía del trecho largo que había desde la puerta de salida hasta el
portalón de hierro.
Quería mirar el caserón de frente, y lo vi, no sé los años que podía
tener esa casa, pero supuestamente en algún otro tiempo tendría que
haber sido una espléndida residencia, hasta tenía una fuente con musgo
verde oscuro que tenía un angelito con un ala rota.
-Vamos Lucas, ¿quieres quedarte?
-Espera Paulino, espera, que quiero ver mi cárcel de lejos.
Estaba toda tapada de una hiedra verde cubriendo las paredes
descascaradas, tenía dos pisos, parecía hasta hermosa, señorial, pero
¡Dios!, cuánto dolor encerraba adentro.
-¿Quieres volver?, pareces enamorado de la casona.
Miré a mi costado, en una madera vieja, abandonada, como si el viento la
hubiese tirado, decía: “Residencia del sol”.
-¿Residencia del sol?, así se llamaba el infierno.
-Lucas, ¿por qué, por qué decís eso?
-Porque debería decir: “Residencia de las tinieblas”. Pero sabes
Paulino, con vos llegó un rayo de sol, salgamos, salgamos, llevame un
poquito a la vida, deseo ver gente riéndose, deseo sentir la vida.
Cuánto hacía que no veía un niño, ¡qué milagro los niños!, esos gritos,
ese bullicio. Los pájaros cantaban todos juntos, el parque estaba lleno
de palomas, ¿adónde andaría mi palomita triste? ésa que se apartaba sola
para posarse en la ventana gris de la casona, todo era un asombro. Ver
las flores, el césped, una mujer embarazada llevando la vida a cuestas,
cosas tan simples que alguna vez había olvidado de mirar.
Esa tarde cuando traspasé otra vez el muro hacia las tinieblas, sentí un
escalofrío extraño, se venía el frío, ese estar enorme estaba helado,
esa estufa enorme debería ya, estar encendida.
De pronto se encendió y comencé a mirar las llamas que me transportaban.
Toda la sala llena de hermosos muebles señoriales, unos bellos sillones
de estilo junto a la estufa a leña, encendida. Moví mi silla de ruedas
hacía el lugar y la vi, era una bellísima mujer que bordaba en un
bastidor antiguo a mano. Me acerqué a ella, y me di cuenta que mi
presencia era desapercibida, entonces tuve terror de ser un fantasma,
comencé a recorrer la casona y llegué a lo que suponía era mi pieza
gris.
Un piano comenzó a sonar, se me llenaron los ojos de lágrimas, “Para
Elisa”, y allí estaba mi hermana menor, la que había fallecido tan
joven, como la recordé siempre, tocando el piano y su música predilecta.
Si, era un fantasma; y llegaron las tinieblas, y eran gritos y más
gritos con mi nombre, y otra vez los pinchazos horribles.
Y después la nada, el vacío, nada de recuerdos, nada de nada, allí
estaba mi cuarto terriblemente gris, la ventana triste y mi ventana
herméticamente cerrada, la cama de Felipe vacía, y yo envuelto en llamas
de círculos concéntricos.
Era un fantasma, o estaba agonizando, seguramente era eso, me estaba
muriendo y nadie se daba cuenta, no había nadie para abrir mi ventana
como yo lo había hecho, por suerte Felipe murió en paz sonriendo,
pescando tal vez.
Y entre en una negrura espantosa, me arrastraban en una especie de
camilla, todo el cuerpo inerte, el trayecto era eterno, mi pasaje al
otro mundo era evidente, seres fantasmagóricos de color blanco llevaban
mi cuerpo.
Lo más curioso que la paloma gris, pequeña, ésa que llaman “palomitas de
la virgen” iba conmigo, era el único rayo de una esperanza finita,
aunque ella jamás iba a saber lo que representó para mi en ese instante.
Era así como que Dios estaba allí. Alrededor de ese pasillo interminable
habían puertas y puertas grises cerradas y esos seres infernales o
celestiales llevaban mi cuerpo inerte.
Entonces sucedió como una especie de milagro frágil, como de cristal
que, en cualquier momento se rompería en mil pedazos. Comencé a
elevarme, era tan liviano, miré al costado y no podía creerlo, la paloma
me estaba suspendiendo en el aire.
Y allí lo vi, era mi cuerpo, mi pobre cuerpo de setenta y cuatro años
que arrastraban hacia el infierno, porque el cortejo que lo custodiaba
no eran ángeles necesariamente, sino seres sin cara, sin mueca alguna.
-Pobre hombre, terminar así, después de tanta lucha, ese ser que vivió
un exilio de trece años lejos de su tierra por defender sus ideas.
Pobre hombre, nadie sabe lo que es el desarraigo hasta que lo vive, ni
las lunas, ni el aire, ni los mares son iguales. Cada atardecer y
amanecer, buscando los colores de tu horizonte, el único horizonte que
vive en vos, y los colores del cielo que se reflejan en el agua de tu
río tampoco es el mismo.
Cuando caminas por la calle y ves cientos de personas que van y vienen,
y no encuentras ni un rostro de tu gente, todos se vuelven robots
desconocidos con otras culturas y otras costumbres, otros idiomas,
otros…entonces no te reconoces en tierra extraña. Pero debes trabajar,
seguir luchando a pesar de todo porque tus hijos deben crecer. Y ves
como ellos se adaptan, son felices hablando otro idioma y vos tratás de
hablarle de tu tierra, que escuchen tu música; y terminas siendo, un
hombre que vive de recuerdos.
-Papá viví la realidad, don´t worry Dad, everthing is okey.
Pobre hombre, aguantarse lo hots dogs, cuando sus compañeros sufrían
torturas en celdas miserables allá en su tierra, y él cada vez, estaba
quedando más solo.
Pero había alguien que no bajó la guardia, era ella, su mujer, la que
siempre estuvo, allí, firme comprendiendo, alentando, y esperando
siempre el regreso.
Y los fines de semana, el encuentro con otros que estaban también en la
misma situación, entonces escuchaban a Zitarrosa y a Los Olimareños
comiendo una carne que llamaban “asado” que, nada tenía que ver con los
verdaderos de mi tierra. Se tomaba vino y se terminaba llorando.
Oh! hombre sufrido, pobre ese cuerpo gastado, tantos nudos se te habrán
formado adentro, recuerdo cuando te avisaron que murió tu madre, te
revolviste en una cama por la impotencia de no poder darle, aunque sea
un último beso. Y las noticias de amigos desaparecidos, y ese
sentimiento de rebeldía que nacía de las entrañas. Y los hijos que iban
naciendo en tierra extraña.
Cómo no enfermarse, ¿adónde irá tu cuerpo?, ¿adónde te llevan?
Y luego un silencio perpetuo, vacío, frío, ¿sería eso lo que sentían mis
amigos después de la tortura?
Pobre hombre, intentó volver a su tierra, y no era su tierra, la que
tanto había añorado, extrañado y llorado.
Había pasado una terrible máquina del exterminio y había arrasado con
todo. La gente, aquella que había dejado, que caminaba por las calles
pidiendo “justicia”, se había convertido en gente obediente, sumisa,
miedosa y servicial.
Las paredes oyen, decían, despacio, los libros habían cambiado, se
contaba una historia diferente. Y soportar, aún así, que sus hijos
extranjeros les preguntaran: ¿y este es el país por el que lloraste
trece años?
Soportaste también los reproches de ellos, fuiste perdiendo todo el
capital que habías traído, invirtiendo en distintos negocios que no
valieron la pena, y trabajaste en fábricas … y comenzaste a luchar otra
vez, por todo lo que se había perdido.
-¿Sabes hombre?, no eres “pobre”, hay algo que te salvó: tus utopías
están intactas, allí, en ese horizonte enorme que en este momento estás
viendo.
El camino a Itaca es posible, aunque nunca llegues, lo más importante en
el camino a la gloria, es que las utopías no mueran nunca.
- Me siguen llevando, será tan lejos mi destino.
Una puerta vaivén se abrió, y todo era luz.
Esas son sus voces, y abrió sus ojos, y allí estaban todos, esperándolo.
- Qué operación más larga!, seis horas en el quirófano.
- Por fin estás aquí, mi viejo, todo salió bien, en unos días te
llevamos a casa.
- ¿Venía del infierno?
Todo comenzó de nuevo, las enfermeras, los médicos me atendían con toda
amabilidad.
El día de mi despedida del hospital amaneció lloviendo, aún no podía
creer en mi resurrección.
Mi cabeza aún no podía hilar tantos acontecimientos, y me sentía como un
niño entre tantos mimos, cariño, palabras…
Cuando me ubican en una silla de rueda, me dio escalofrío, pero al
abrirse la puerta a la vida todo mal pensamiento se evaporó, comenzaba
una nueva etapa.
El auto comenzó andar, la gente con paraguas, y otras corriendo, la mano
de mi mujer me daba fuerzas, pero de pronto lo inesperado.
El auto entre paró, sacaban un féretro para subirlo a una camioneta, al
mirar la casa se me pusieron los pelos de punta, las rejas, el portalón,
a un costado de la reja decía: “Residencia del sol”, comencé a
transpirar, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
¿Sería ese mi cuerpo muerto?, ¿sería que yo había llegado al paraíso?
¿Habría existido Felipe, Paulino…? ¿Podría haber sido todo producto de
mi mente?, ¿Vendría del manicomio?...
Lo único real era la tibieza de esa mano, la cual miré y supe dentro mío
que sabía de caricias, de acunar bebés, de trabajar, tenían esas arrugas
que hablaban de tiempos compartidos, cerré los ojos y la apreté
suavemente, entregándome.
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