De
"Cuentos y poesías de mi lugar" |
El mate - el misterio que guarda su infusión |
Hoy en la lejanía de mi tierra y de mis seres queridos, deambulo por los cuartos buscando un refugio, para que este espacio azul que me separa de los míos, no sean tan doloroso. Al acercarme al modular del comedor, mi vista se dirigió hacia aquel objeto lustroso, siempre me detenía allí, ¿por qué tenía temor de enfrentarlo?, ¿por qué me sentía cobarde para indagar más allá?, ¿para enfrentarme al misterio del pasado de espacios y tiempos?. Hoy era un día distinto, esa noticia llegada de mi lugar me daba la fuerza que necesité siempre para desafiar las nostalgias, descifrar ese no sé qué, indescriptible, eso sagrado que tiene que ver con nuestra identidad, nuestras raíces, y esa búsqueda constante de algo que hemos perdido, no sé cuando ni dónde. Ese pequeño objeto desconocido en este lugar, mítico, lleno de cuentos y leyendas, de raíces indígenas, entre esta nieve que no para de caer, esperaba el momento exacto de que lo vuelvan a tomar. Comprendí en primer lugar que no era cualquier cosa, que nada tenía que ver con los otros enseres que estaban allí, que era un símbolo de mi tierra y un elemento de unión, de tradición, de familia, de diálogos. Lo tomé con el mayor de los cuidados, leí los nombres grabados, Carmen y Francisco, era un mate con una bombilla de plata, también grabada con el nombre de la abuela. Era el mate de los abuelos, me entregaron lo más sagrado de ellos, cuando la última vez que los vi, en esta decisión tremenda y desesperada de emigrar del país. Hoy a fines de enero, invierno en Canadá, voy a enfrentarme con mi pasado, con ese territorio azul bloqueado en mi inconsciencia, y entraré en ese laberinto que a veces se me aparece en sueños. Era invierno y yo era pequeña, eran tiempos de la niñez, tiempos de luz, de cuentos de abuelos, ellos sentados al lado de la estufa a leña. Perfecto cuadro congelado en el tiempo y la distancia, la pava en el fuego, el abuelo con su boina azul en el sofá verde con el mate en la mano; y ella, la abuela Carmen, en el sillón de Viena con sus recuerdos de Italia. Afuera lloviznaba lento y el viento crujía en la ventana, yo sentada en la alfombra de corderito los miraba extasiada. Mirando las llamas, el abuelo dijo:- yo tenía una novia en mi país, la que quedó esperando mi regreso, allá también quedaron dos hermanos, padres y abuelos. Venimos a América en busca de nuevos horizontes, fue un viaje muy largo. Nunca olvidaré aquel barco lleno de familias, llantos de niños, sueños y esperanzas. Cuando bajamos a tierra seguíamos sintiendo que, el piso se balanceaba, el abuelo hablaba y acariciaba el mate con sus grandes manos callosas. Esas manos que acariciaron mis cabellos y mis mejillas, y yo me transformaba en una hormiguita frente a un gigante lleno de sabiduría y de una fuerza inexplicable. - Cuando llegué a Buenos Aires me asombré de todo lo que veía; traía una dirección de un familiar que nunca encontré. Allí comenzó mi tragedia, el poco dinero que traía era escaso, pude pagar una semana de pensión y si no conseguía trabajo no sé que pasaría conmigo. La noche llegaba lenta y fría, recorrí algunos lugares ofreciéndome para cualquier tarea. Ya no tenía que comer y me paraba en las vidrieras de algún restorán, muerto de hambre. Cómo sería mi muerte tan lejos de mi tierra, la mugre y mi barba me hacía ver como un hombre viejo. Decidí ir a esos refugios que había para gente como yo, miré a todos y era la misma miseria humana provenientes de distintos lugares, lo más triste era ver mujeres con niños, y cuando venían de los asilos a separarlos de sus madres. Los gritos eran horribles, mis pies estaban duros de frío y los zapatos rotos de tanto deambular buscando trabajo. Ya hacía varios meses y mi situación no cambiaba, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mi cara, seguro que nadie, allá lejos, se imaginaban lo que estaba viviendo. -¿Cómo te llamas?, me preguntó un hombre como de mi edad. -Francisco, respondí. Allí comenzó una amistad que duraría toda la vida. -Voy para Uruguay, al interior de ese país, tengo una hermana que me espera, trabaja en una fábrica textil y le va muy bien. Hoy llegó un barco al puerto, piden gente para descargar, vamos, quizás podemos hacernos de unos pesos para el viaje. Y todo se dio, cuando me vi entrar en aquel caserón que, la hermana había heredado de un tío, con un patio lleno de plantas y con un aljibe en el medio. Allí conocí a Carmen, la hermana de Renzo, no podía creer que alguien pudiera tener tan bellos ojos, nos enamoramos a primera vista. Los dos comenzamos a trabajar en la misma fábrica que ella, donde la mayoría eran compatriotas. -No olvidaré cuando Carmen me trajo de regalo este mate con nuestros nombres grabados para toda la vida, también la bombilla llevaba su nombre. Y me lo entregó diciéndome que, recién sería hijo de ese suelo cuando “cure” ese mate y lo comparta con la familia y amigos, me explicó sobre la planta del mate y la yerba. -Así comencé esa costumbre, del que jamás pude desprenderme, y realmente me sentí hijo de este suelo que me dio trabajo, familia y seis hijos. Ni la distancia ni el tiempo podrían borrar la imagen de aquellos dos seres “pioneros” que me hicieron comprender la esencia de esa costumbre de mi país. No era tan simple el hecho de “tomar mate”, era parte de una cultura, de una tradición que, unía a seres humanos en ruedas de diálogos, de amistad, de recuerdos y de sueños. Y no era porque sí que, en la calle, en las fábricas, en la rambla, en la cancha, en los parques, en el campo y en la ciudad, la gente tome mate, es algo para compartir ese momento mágico que todos desean y esperan. Hoy me había llegado la trágica noticia: el abuelo Francisco había muerto, al mes exacto del fallecimiento de la abuela Carmen. Fui a la cocina, calenté agua, llené el mate de yerba, y mirando la nieve caer, tomé el mate espumoso, mis manos acariciaron con amor los dos nombres de los abuelos, una vecina, desde otra ventana, me miraba asombrada lo que estaba haciendo. |
María
del Carmen Borda -
2009
De "Cuentos y poesías de mi lugar"
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