Había una vez un niño que vivía en el campo y tenía un caballo llamado Mansito que lo llevaba a todos lados, a la escuela, a hacer los mandados, a recorrer todos los lugares hasta aquel arroyito donde se acostaba sobre el pasto y se dormía sintiendo cantar todos los pájaros juntos.
Mansito sabía de sus sueños, gustos y deseos, pero Matías también sabía que aquel caballo era el más fiel amigo que él tenía y que siempre podría contar con él.
Un día Matías se enfermó y lo llevaron a la ciudad a internarlo en el hospital, no se sabía lo que tenía, le hicieron muchos estudios y demoraba en volver.
Mansito comenzó a extrañarlo, estaba triste y no comía, iba hasta el arroyo y se acostaba en el mismo lugar donde lo hacía con el niño.
El caballo se decidió, iría solo a buscar al niño a la ciudad que no sabía donde quedaba.
Una noche de luna llena Mansito se marchó, anduvo por todos los caminos, cruzó campos y campos, no llegaba nunca, era tan lejos la ciudad, tomaba agua en cada arroyo que encontraba.
Comenzaron a aparecer casas distanciadas, ya estaba cerca, pensaba. No podía creer, ¡oh cuántas casas! ¡tanta gente!, autos, motos, ómnibus, ¡qué ruido!, los oídos de Mansito ya no daban más.
Pobrecito, estaba mareado, comenzó a trotar al lado de los autos, le tocaban bocina, le gritaban y él seguía y seguía, algo le decía que su amigo estaba cerca.
Llegó a un edificio grande, de un auto todo blanco bajaban un hombre en camilla, seguramente era el hospital.
No sabía por donde entrar, fue por el lado de atrás y entró.
-¡Ah! gritaban las enfermeras, ¡un caballo! ¡sube las escaleras!.
A Mansito le latía muy fuerte el corazón, él presentía que su amigo estaba allí. Entró a una sala muy grande llena de niños enfermos, el corazón del caballo parecía estallar, sintió pena por ellos.
Comenzó a buscar cama por cama, todos los médicos, enfermeros miraban temerosos y admirados.
Matías lo vio de lejos y pensó que otra vez estaba con fiebre, pero cuando sintió la lengua húmeda y tibia de los besos de su amigo se dio cuenta que era realidad, y lo invadió un alivio enorme, ya estaba mejor.
Al otro día Mansito y Matías eran portadas en todos los diarios, como un mensaje de amor y de una prueba muy bella de amistad.
El niño mejoró pronto y volvió a su casa del campo, de nuevo a sus cosas queridas, al arroyo, los pájaros, el camino de la escuela con su amigo inseparable, siempre al trotecito lento respirando ese aire tan puro lleno de perfumes de flores silvestres.
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