No sé si los recuerdos felices se adhieren al tuétano, a las vísceras o
en la inconciencia humana y afloran en los momentos de nostalgias.
Pueden aparecer de pronto, inesperadamente, en una música, en un color,
en un paisaje, en una palabra. No sé si fue un sueño, no sé si cargamos
una mochila a cuestas toda la vida, los momentos de oscuridad y dolor
también están. Están presos en lo más profundo y negro en algún lugar de
nuestro territorio.Y la lucha está en no dejarlos aflorar porque duelen
y sin embargo a los otros, aquéllos que calman, que dibujan una leve
sonrisa, los que nos hicieron vivir momentos irrepetibles son como agua
pura que corre por nuestros campos, para enseñarnos siempre lo que fue y
es la felicidad.
Eran campos muy verdes de todos los matices, perfumes que embriagaban,
era un camino de tierra colorada y nosotros llegábamos de un largo
viaje. De lejos se veía la casona, toda blanca donde volaban palomas en
bandadas y los teru teru gritaban mostrando sus púas. Las ovejas corrían
con sus crías y blanqueaban el paisaje, todo era perfecto, paramos en el
camino a sacar fotos, estaba muy fresca la mañana, pero allá aquél humo
que inundaba el aire, era la calidez, era el fin del camino. No más el
zumbido del avión que nos traía de tierras lejanas y paisajes de nieve,
estábamos en nuestro lugar en el mundo, como no había otro, entonces me
encontré con mi “yo”.´
Era yo en el silencio infinito, donde solo era interrumpido por los
trinos de pájaros, del canto triste de la paloma, del balar de ovejas,
de…
Ya no me buscaría entre la gente extraña de inmensos shoppings , the
Tim’s Hortons, The Rigth Houses, The Jackson Square, the King or Main’s
streets. Ya la calma se hacía sentir en el flujo de mi sangre, en el
palpitar más lento de mi pulso, en la calma infinita de oír y de beber
de un sorbo la naturaleza toda.
Ya mi olfato se adelantaba y el aroma al pan casero hacía que lo
saboreara y degustara como hacía años no lo hacía.
Seguimos andando, allí en la portera estaría ella, doña María, mi suegra
que me esperaba con su delantal de a cuadros y su mano en alto y más
allá don Safrón con su jardinero azul, como siempre, como cuando era la
novia que llegaba de la capital. Y sin embargo habían pasado “tantos
años”. Quiso el destino que yo entrara en esa familia de emigrantes
ucranianos con ese español entreverado. Esos viejitos que amé enseguida,
que me enseñaron tanto sobre la lucha del emigrante, de la vida en ese
lugar al pie de la sierra de la Ánimas.
Y la “casona” enorme, llena de cuartos vacíos ( de hijos que se fueron),
la estufa ( nunca vi una tan enorme), las fotos de personajes antiguos
con ropas extrañas, la adoración de santos con historias mágicas.
Aquéllas escaleras hacia los cuartos de arriba, el entrar en ellos te
llenaban de misterios, la foto del hijo que quedó en Ucrania, revistas
viejas donde hablaban de la primera y segunda guerra mundial. El balcón
que era el mirador hacia las Sierras de las Ánimas, esos cerros azules
por las nieblas matinales, las cascadas de agua como tentáculos bajando
de las alturas cuando los días de lluvia, daban la impresión de venas
abiertas de agua pura hacia la pradera. Ver la ruta nueve desde la
altura, donde los turistas van hacia Pirlápolis y Punta del Este, y que
la pareja anfitriona jamás iban, y de noche el desfile de luces de los
vehículos.
Las plantas de malvones en las ventanas, el corderito guacho que traían
al lado de la estufa para darle la mamadera. La vieja Pancha, una oveja
añosa que topeaba y hacía caer a los niños, y tenía corderitos mellizos
todos los años. El caballo “Chico” que paseaba a todas las visitas hasta
el arroyo y la represa, debían tener en cuenta de no pasar por las
colmenas porque te hacían caer.
El viejo perro Bermúdez ( nombre en honor a un vendedor ambulante que lo
trajo), terriblemente fiel, mimoso y pegajoso. El que te hocicaba por
debajo de la mesa para que lo convides y que perezosamente, y a paso
lento te acompañaba hasta la portera cuando te ibas.
El horno donde María hacía los panes caseros y las pizzas, un lechón o
pollo asado, bizcochos…La cocina económica donde me encantaba ponerle
charamuscas para avivar el fuego, las comidas parecían más sabrosas, y
qué bueno estar allí cuando blanqueaban las heladas en los campos.
Mi novio en ese entonces se había ido lejos a la fría Canadá, y yo
maestra trabajaba en Montevideo y también seguía estudiando, siempre,
toda la vida estudiando. Los fines de semana me iba a la Casona y allí
era mimada a lo grande porque todos los hijos estaban ausentes, tenía
todo el caserón para mi, tomaba leche recién ordeñada, mucha miel,
quesos. Nunca comí higos más ricos de la vieja e inolvidable higuera,
allí debajo de ese árbol, me decía Don Safrón, eran las últimas
despedidas de todos los hijos que se fueron por el mundo.
Pasaba horas escuchando anécdotas y recuerdos de su pueblo, les pedía
que me cantaran en ucraniano y yo penetraba en un mundo mágico y pensaba
que, seguramente Federico se meció con esos cantos antes de dormirse
cuando pequeño. Y creo que mi amor se hizo más sólido, más comprensivo,
más tolerante ante tanta lejanía.
Y después de tanto tiempo…veníamos llegando a la portera, nadie nos
esperaba, veníamos con nuevos nietos, los hijos que yo les prometí
tener.
Nadie nos esperaba, ya no estaban, no los vería nunca más. No quería
mirar a mi esposo, yo estaba temblando, el portalón crujió, no habían
ladridos de perros, balar de ovejas, cantos ni risas. Los canteros de
agapantos que habían en todo el camino estaba lleno de pastos, el auto
iba apenas andando, costaba llegar.
Allí estábamos frente a la soledad infinita, hasta los niños callaron. –
Qué triste estaba la casona llorando su soledad. La higuera estaba aún
de pié, más retirados los galpones, el lugar de la huerta, me emocionó
ver los limoneros con sus frutos. Federico abrió la puerta. Los niños
asombrados de lo que veían y de los ruidos de la naturaleza que
escuchaban, una orquesta de trinos nos acompañaban como una sinfonía
triste y melancólica que lloraba ausencias. El tiempo que pasó
implacablemente acechaba como un ladrón que roba vidas, y me dio miedo
del muro que espera en la línea divisoria de la vida y la muerte. Hay
algo que no podían ni podrán quitarme, las vivencias maravillosas, la
enseñanza irrepetible que viví en ese lugar. Enseñanzas que se
transmitirán de generación en generación.
El descubrimiento de que la felicidad está en las cosas simples,
sencillas de toda la existencia, en una conversación debajo de esa
higuera que perdura, en el perfume de la naturaleza. Ellos a su manera,
un tanto lejos de lo sofisticado y rebuscado fueron felices, a pesar de
la añoranza contínua de su vieja Ucrania.
Estábamos frente a la puerta enorme de entrada, Federico puso la llave y
abrió, la puerta crujió, parecía un quejido. Y allí la gran estufa, todo
estaba tan tremendamente triste, las fotos de los abuelos arriba de la
estufa.
En ese instante un ruido seco nos paralizó, venía de arriba. Federico se
dirigió a las escaleras y nosotros detrás, - alguien está arriba, dijo
mi hija más grande. -¿Serán los fantasmas? dijo el pequeño, y el del
medio, que siempre fue un especie héroe de los libros corrió subiendo de
a dos los escalones. El ventanal enorme del dormitorio de María y Safrón
estaba abierto, una tormenta de verano comenzó a levantarse, y la lluvia
no se dejó esperar. Todos estábamos estupefactos mirando un espectáculo
impresionante. El viento, los teru teru en bandadas cruzaban el cielo,
los relámpagos y las luces eléctricas dibujaban el cielo.
-¿Qué raro no?, ¿cómo cambió el tiempo tan de pronto?
Las nubarrones acechantes parecían que corría una carrera arriba de los
cerros.- Miren, miren, dijo Pablito, dos palomas se posaron en el
balcón.
La Lluvia se hizo tan intensa que nubló la visión. Y comenzó el
espectáculo más bello que en mi juventud viví con mis suegros.
Comenzaron a circular hacia abajo las venas de agua pura desde Las
Sierras de las Ánimas, la pareja de palomas se acercaron a los niños,
ellos las acariciaron, y volaron perdiéndose en la lluvia. Quedamos en
silencio, cada uno con sus reflexiones y pensamientos. Nadie hablaba,
solo Kathy, la mayor, rompió el hielo y dijo: - todo tal cual nos
contaste siempre mamá, era como que, todo era conocido.
Hoy la casona está para la venta, la sucesión, etc, etc, la casa que se
volverá una tapera irrecuperable, y aunque así suceda, “ella vivirá para
siempre, impecable en nuestros corazones” con sonidos de cantos de un
idioma raro, cantos de cuna, y será un símbolo de lucha y de sacrificio.
En ese caserón donde nació mi marido, el único nacido en ese lugar, ya
que los seis hermanos eran ucranianos, algunos fallecidos y otros muy
lejos de esta tierra.
La Casona sigue de pie en “eso”que llaman “alma”en toda la familia, y
mis hijos les contarán a sus hijos y será un cuento real y mágico que
vuelve como una película en nuestros sueños, cosas que el tiempo no
podrá borrar.
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