Llegaba la tarde, yo era el único ser que caminaba en la orilla del mar
al borde del abismo de mis sueños. Sufría la encrucijada más trágica de
mi vida, ya no había objetivos para mi existencia.
Había quedado absolutamente sola, estaba en mi hora cero, hay un
silencio en esa hora disgregada, instantes patéticos, él había dejado de
existir y lo debía buscar en algún lugar.
La muerte, diagnóstico que no es susceptible a errores, me saqué los
zapatos y las medias, pensé en el paraíso, en un encuentro paradisíaco
entre ángeles, jardines y música de violines. Me saqué el vestido y
completamente desnuda comencé a introducirme lentamente, traté de ver el
fondo del mar como Alfonsina y encontrar el rostro de ese hombre que
tanto había amado. Pero el agua estaba muy fría, helada, mi piel se
erizó, el agua llegó a mi cintura, el oleaje estaba lento.
Comencé a revolver mi tierra y a recordar mis días felices, ya faltaba
poco para no pensar, para ahogar recuerdos, debería matar conmigo esos
inútiles parásitos adheridos hace siglos en la tierra de mi memoria.
Cuando lentamente comenzaba a introducir mi cabeza, siento en el abrazo
sanguíneo del pánico cierta celebración volátil de serenidad.
Y de pronto aquel grito: ¡mamá, mamá! y ladridos de perro, si el dolor
más grande que tuve en esta vida era ese: no poder haberle dado un hijo,
la palabra “mamá” prohibida para mi. Giré mi cabeza y allí en la orilla
un niño gritaba desesperadamente, me detuve.
El niño lloraba y se introducía en el mar, el perro nadaba al lado de
él, no tenía derecho a ser la causa de su muerte y comencé a retroceder.
Al encontrarme frente a él se aferró a mi abrazándome fuertemente. Me
alcanzó la ropa y caminamos juntos a la vida, el perro ladrando, corría
alrededor.
El niño era huérfano de padre y madre, sus padres pescadores se habían
ahogado en una tormenta en el mar; fue criado por varias familias de
pescadores sin tener un hogar fijo.
Seguramente la vida me estaba ofreciendo una revancha, qué sorpresa, qué
misterio la vida y la muerte. Por eso nadie puede predestinar los
sucesos futuros, en el momento que buscaba mi muerte encuentro la vida;
un regalo inesperado. Eran tiempos de evaluaciones de la terminación de
un año más, se oían villancicos de navidad por doquier y una luz en mis
campos se iluminó de pronto.
Hoy aquel pequeñito que me salvó de la oscuridad , era el rey del hogar,
un hijo no buscado ni esperado ya, hoy se graduaba como ingeniero en
ciencias oceanográfícas. Siempre interesándose por el mar.
El mar, ese monstruo que no quiso tragarme devolviéndome a la vida, a la
lucha incesante en este interminable viaje rumbo a Itaca.
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