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De "Entre cuentos y recuerdos" (2012)
Depósito legal 51959 Nro ISBN: 978 - 9974 - 98 - 599 - 5
María del Carmen Borda
carmenbo@adinet.com.uy

 

El aniversario

Hoy se cumplían mis veinticinco años de casada, este año no me había hecho ninguna ropa especial para estrenarme, y al abrir el placard elegí un traje sport y una blusa blanca para debajo de la chaqueta.

Como siempre, vendría la familia más allegada, algunos amigos íntimos, y como tantas veces esa pareja que siempre estuvo en las buenas y en las malas, riendo y llorando en los momentos lindos y feos, padrinos de mi hijo mayor. Y como años anteriores deberíamos escuchar las anécdotas tan repetidas, de cómo nos conocimos, los recuerdos de los viajes más significativos, de fiestas, de sueños compartidos; recordar los hijos que estaban en el exterior y esperar sus llamadas.

Otra vez sacar el álbum de fotos con mi vestido de novia, esa desconocida muchachita inocente había sido yo, escuchar nuestra música, aquélla que nos unió en el primer beso, el poner el mantel de un blanco inmaculado, el ramo de rosas con las mismas palabras de amor como siempre.

Hoy me pesaban las piernas, tenía todo el peso del mundo sobre mi cuerpo, sabía que debía enfrentar el espejo, ése que no mentía, que sabía todo de mí; debía confrontar con él y con esa imagen igual a mi, me desnudaba con su mirada, me hacía confesar todo.

Entré a la ducha sin mirarlo, no sé cuanto tiempo estuve así, tratando de que el agua me lavara, me aliviara, me bautizara. Me envolví la cabeza con la toalla, me puse mi salida de baño blanca y lo enfrenté.

Percibí esa mirada directo a mi alma, directa a los misterios indescifrables, dejé que leyera en mis ojos, bajé la mirada, y sentí un miedo terrible de que fuera capaz de adivinar mis pensamientos descalzos, nuevitos, llenos de asombro y de esa especie de sorpresa que nos depara la vida. Sentí una especie de vergüenza de la vulnerabilidad del ser humano, y advertí en lo más recóndito de mi ser, un miedo profundo de saber que nunca nos conocimos. Y que aunque él me miraba sin esa careta que me ponía todos los días, a través de mi maquillaje y mi sonrisa de mujer feliz, ni él ni yo jamás habíamos pensado que éramos una caja de sorpresa.

- Mírame, ¿por qué intentas evitarme?, porqué no me dejas gozar contigo las chispas mágicas que se disparan solas de la mirada de una mujer enamorada, por qué te niegas a compartir conmigo esa dicha después de tanta rutina, de tanto llanto, o crees que yo también no estoy harto de compartir tu tristeza de tantos años.

Tú la impecable señora, tan respetable, hoy se atreve a romper las reglas de la apariencia de vivir por los demás, hoy sencillamente te has vuelto a enamorar. Mírame, recuerda aquélla noche que intentaste asesinarme, que me bañaste en lágrimas cuando descubriste la infidelidad de tu marido con tu fiel e inseparable amiga, madrina de tu hijo mayor. ¿Cuántos años han pasado?

Recuerda, cuando ella, la fiel y única amiga calmaba los nervios de tu marido cuando esperaban en los pasillos, juntos, cuando tus hijos nacían.

- Basta, basta, no te soporto.

- De a poco comenzaste a rechazarlo, no soportabas que te tocara, venías a mi con tu cara desfigurada después que él te hacía el amor, y yo compartía esos momentos, por eso tengo derecho a que me mires porque necesito gozar de tu misterio. O crees que no lo sé, hace tres meses de este milagro, fue en la fiesta de fin de año, parecías ebria, en tus ojos brillaban mil estrellas, y tus lágrimas, mansas y suaves, no eran de dolor exactamente, eran simplemente de una mujer que renacía y se levantaba como el ave fénix a la luz, a la valentía de atreverte a decir: basta.

No soportaba más ese espejo que diariamente me desafiaba.

Lentamente como una autómata comenzó a ordenar una ropa, sacó una valija pequeña que siempre estaba abajo a un costado del placard, esperando.

Volvió al espejo, y escandalosamente este reía con desfachatadas carcajadas, se tapó la boca reprimiéndose y todo quedó en silencio.

Me cepillé los dientes evitando su mirada.

-¿Por qué no me miras?, ¿serás capaz de hacerlo?. Tú la fiel, la que llegaste pura al matrimonio, la que cumplió exactamente con los sacramentos sagrados de la santa unión matrimonial. La que criticabas acciones similares, la que juzgaba, la impecable mujer que lucía su marido cuando te presentaba a gente extraña. Tú la que te sacas la careta ante mi, ese maquillaje con el cual enfrentas tu vida cotidiana, y ya no es un día son años, y lo esperas, lo besas, lo atiendes, y has terminado siendo un robot manejado a control remoto.

Llega la noche, todo el día hubo preparación de comidas, un ir y venir, prácticamente ningún detalle quedó al azar.

Su marido al verla se sorprendió, que en esa ocasión especial, ella luciera un atuendo de calle y no un vestido como siempre lo había hecho.

Así fue que Melissa se saca la chaqueta y la hermosa blusa logró la aprobación de Oscar, impactado por una belleza especial que lucía su mujer esa noche, hacía mucho tiempo que no reparaba en su hermosura, quedó perplejo. Él intentó abrazarla y le chocó ese rechazo innato con cierto desprecio imposible de disimular.

Oscar miró a su mujer como si hiciera tiempo no lo hacía, y la vio distante, como si recién la viera por primera vez, como un sexto sentido sintió temor, un miedo difícil de describir.

El timbre comenzó a sonar una y otra vez, las visitas comenzaron a llegar, eran saludos, risas y reencuentros.

Cuando llega “ella” sola, la esposa del amigo predilecto, todos se asombraron, y ella muy naturalmente explicó que su esposo, llegaría un poquito más tarde porque le surgió un pequeño imprevisto.

Oscar quedó sorprendido, sus ojos no pudieron disimular una mirada descarada que Melissa supo ignorar.

Todo se desarrollaba aparentemente normal, se comenzó a ojear y comentar el álbum de casamiento, y gruesos lagrimones comenzaron a caer por el rostro de Melissa, no pudo evitar un pequeño temblor. Todos emocionados por esa reacción hizo que alguien comentara: ojalá mi mujer se emocione así cuando cumpla los veinticinco años de casada.

El marido la palmeó por la espalda diciendo: “parece que fue ayer”.

Era imposible seguir esperando, así que todos se dirigieron al comedor, todo relucía como nunca, y como siempre, Melissa comenzó a encender las velas como un ritual, para comenzar a servir la comida.

Se dirigió para adentro y todos esperaban ansiosos el menú haciendo chistes, porque no dejaban de reír.

Hasta que las voces se fueron apagando, la espera era demasiado, su marido muy cariñoso preguntó: ¿me estás esperando?, y se dirigió arriba. En la cama lucía bellísimo el salto de cama de seda, su regalo. No la halló, el placard estaba semiabierto, lo fue a cerrar y ahí se sorprendió, las perchas vacías colgaban soledades, miedos, verdades y mentiras.

Y la valija había desaparecido.

Bajó casi corriendo frente al espectáculo del público ante la escena, se dirigió a la cocina y el viento frío de la puerta abierta al fondo, le estremeció hasta los huesos, el perro ladraba en el patio.

Volvió al comedor ante el público expectante que esperaba el final de la película, comenzó a temblar como una hoja, pero al mirar las dos sillas vacías de la mesa, lo entendió todo.

Un estallido irrumpió el silencio, provenía de arriba, Oscar ya aterrorizado subió las escaleras, la luz del baño estaba encendida, al penetrar miles de pedacitos brillosos estaban esparcidos por todos lados, el espejo se había roto, y el rostro desfigurado del hombre se reflejaba en todos lados.
               

María del Carmen Borda
carmenbo@adinet.com.uy  

De
"Entre cuentos y recuerdos" (2012)

 

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