Fue hace tantos años, o será que he vivido
mucho tiempo que, siempre me recuerdo pequeñita, sentada en aquella
roca, en aquel lugar donde me llevaban mis padres cuando íbamos a
visitar a los abuelos.
Muchas veces me sueño allí como en un altar frente al mar enorme,
inmenso, despiadado, infinito, solitario, oscuro, misterioso,
inexpugnable…
Recuerdo un otoño, cuando se comenzaba a sentir el aire frío que venía
del mar y su espuma salada inundaba mis pies helándolos. Lo miré con
odio y desafiante y él me empapó de tiempos eternos, muy suavemente
acariciaba la piel del agua. Me dio miedo su monstruosidad, fue una
experiencia que quedó grabada para siempre en mi. Cuando regresábamos al
interior siempre me despedía de él sentada en esa roca que, por tantos
años fue como un altar, como un icono.
Era bellísimo embriagarse de sus atardeceres, observarlo cuando
acariciaba el viejo muelle y era terrible palpar su soberbia en noches
de tormenta. Cuántas cosas le contaba, me confesaba frente a él. Primero
mis cosas de niña, de mis temores, mis miedos, mis proyectos “cuando yo
sea grande”.
Cuando en mi escuela lejos de él, la maestra preguntaba sobre el mar, yo
me lucía, ya que la mayoría de los niños no lo conocían.
Para mi era una fiesta, llevaba cucharitas que recogía en sus orillas e
imitaba el chillidito triste de las gaviotas. Siempre tenía una botella
con su agua salada, y les mostraba de qué forma le hacía cartas y las
ponía adentro de una botella.
Imaginaba cuando alguien, de un barco enorme la levantaba y leían mi
mensaje.
Me daba vergüenza que alguien descubriera mis secretos.
Fui creciendo y comencé a escribirle poesías, fue el mar que me
convirtió en poeta y mis lecturas me llevaron a descifrar y a comparar,
llené cuadernos y cuadernos de poemas.
Descubrí las palabras de ellos en mil cosas; frente al mar nacieron mis
interrogantes como Fausto frente a tantos misterios, bajo un cielo
estrellado.
Supe encontrar en el barco hundido en sus entrañas a los heraldos negros
de Vallejo pero también a los ángeles de Marosa en su horizonte infinito
y rosado que me llenaban de calma y de paz.
En el verano me daba miedo cuando me invitaba a penetrarlo. Me sentía
tan débil ante él, tan sola en la inmensidad, recordaba a Alfonsina y su
residencia de cristal debajo de sus aguas.
Veía los barcos hundidos, los miles de cuerpos que nunca fueron
encontrados y porque no también, cuántos aviones tragados en su
profundidad
El tiempo fue pasando, el mar seguía intacto en mi. Él escuchó mi primer
poema de amor con esa inocencia, con eso tan terriblemente puro que se
siente solamente una vez.
También ese papel con la poesía marchó en una botella, flotando.
Junto al mar he visto nacer el sol en el horizonte, llorado despedidas
interminables, junto a él he sentido rondar los ángeles y los demonios.
He llorado por amor, él me ha contado mil
historias y esa interacción ha sido toda la vida, aún hoy en mi madurez.
Es en el crepúsculo cuando llegan los cantos lejanos del mar, en ese
instante mágico cuando llegan las voces lejanas con sonidos de violines
y de citar, voces saladas y verdes, palabras de agua con ruidos de olas;
es allí donde nos convocamos, es esa interacción finita, íntima, que
solo yo oí, sentí y viví en aquella roca lejana.
Pasaba horas mirando, observando los pescadores con sus barcas precarias
perderse entre las olas y fui testigo de aquella tragedia. En el cielo
se veían unos nubarrones negros desafiantes.
Vi acercarse aquella niñita (que vive intacta en mi memoria), me miró
con aquellos ojazos verdosos como interrogándome, comenzamos a
conversar.
- ¿Por qué estás tan asustada?
- Es mi papá ¿sabes?, está en el mar.
-¿Cómo te llamas?
- Milena, dijo entre dientes.
- No te preocupes, allá llega una barca.
- No esa no es, yo la conozco de lejos.
- Mira la tormenta tremenda que viene del sur, no es una tormenta común.
- No quiero que a mi papá le pase algo, es lo único que tengo.
- En ese momento mucha gente se amontonaba en la orilla. El viento ya
era insoportable y la
arena se metía en los ojos. -¿Qué sucede, qué sucede?
- Corrí con ella al barco, -¿Juan dónde está mi papá?
Y entre los nervios y sin comprender que era una niña, el hombre grita:
- nuestra barca se hundió, y otro, sin medir consecuencias, dijo:-a tu
papá no lo encontramos.
Unas mujeres tomaron a la niña que gritaba, lloraba desconsoladamente.
De repente quedé sola en aquel vendaval, nunca lo vi tan enfurecido, las
olas eran de una altura espantosa.
Comencé a correr, mi cara llena de lágrimas y lluvia. Esa noche no
dormí, miraba al mar desde mi ventana y supe que era un monstruo
despiadado.
Al otro día amaneció calmo, inmensamente hermoso como que nada había
pasado.
Caminé hasta las casitas precarias de los pescadores, a la primera
persona que encontré le pregunté qué había pasado.
-Nada sabemos de él, no se ha encontrado su cuerpo, la prefectura está
trabajando.
-¿Y la niña?
La madre la dejó cuando nació, su padre se responsabilizó de ella.
Seguramente el Consejo del Niño se hará cargo.
En ese entonces yo tenía cuarenta años, era soltera, había soñado
siempre con ser madre, el mensaje venía del mar. El hombre se alejó y yo
sentada en aquella roca miraba la lejanía, el horizonte.
-Desafiante le hablé a las olas que morían en la playa. -Vos sabías
todos mis secretos, vos sabías que amé a un hombre que jamás sería mío.
Vos sabías que lo que más quería en el mundo era tener un hijo.
-¡Vos sabías! eres despiadado.
Hoy pasaron diez años, Milena es mi hija, tenía apenas cinco años en ese
entonces.
Hoy Milena cumplía quince años y nos íbamos de viaje en barco, ella lo
eligió.
Éramos muy felices, el “mar” había marcado nuestro destino; el cuerpo de
su padre jamás fue encontrado.
Antes de viajar Milena me propone algo muy hermoso, fue una bellísima
propuesta; había conseguido un excelente pintor y quería que me hiciera
un cuadro sentada en la roca frente a la inmensidad. Ese sería su regalo
para mi cumpleaños después del viaje.
La pintura debería realizarse en un atardecer.
No olvidaré esa experiencia, fueron varias tardecitas que debía estar en
pose para el pintor. Milena corregía algún detalle, pedí que se pusiera
énfasis en la roca y que se tenga en cuenta el viejo muelle detrás, la
inmensidad el mar y el atardecer multicolor, los naranjos, rosados,
violetas,…las bandadas de gaviotas volando y una barca de los pescadores
volviendo.
El viaje fue de maravillas recorriendo las costas de Brasil y haciendo
dos escalas, mi hija era toda una sorpresa, todo le maravillaba, tan
expresiva, tan agradecida, me colmaba de una felicidad infinita,
indescriptible. Ya el año próximo entraba en el bachillerato y se
perfilaba para la carrera de ciencias de la comunicación
Al regreso comenzaríamos con nuestras actividades, toda mi vida me
dediqué al comercio que me habían dejado mis padres, una librería donde
también se hacían veladas literarias, charlas de autores de libros,
presentaciones y demás.
Un fin de semana antes de mi cumpleaños decidimos ir al mar, llegamos
tempranito, llovía mansamente. Llegamos a la casita blanca, la que fue
de mis abuelos, dejamos los bolsos sin abrir y corrimos al mar,
liberadas, emocionadas a ese lugar que nos unió.
Caminamos sin decir palabras, mojadas por la llovizna persistente,
ansiando llegar al punto clave.
No podíamos creer, no había nada, la roca, ¿dónde está la roca? Creíamos
que era la lluvia fina que no permitía ver, pero sabíamos que era allí
exactamente. Las gaviotas con su chillidito triste se espantaban al
vernos. Si alguien nos veía desde la inmensidad era como si habíamos
perdido la razón.
Caí de rodillas en la arena helada, golpeaba el piso y el agua, Milena
me abrazó y lloramos juntas.
¡Mamá vamos al muelle, vamos al muelle!
Al llegar, solo unos palos flotaban en el agua y algunos postes aún se
mantenían de pie. De repente alguien se acercaba a nosotros, mirándonos
de lejos, acudió por si necesitábamos ayuda. Entonces, nos contó sobre
una tormenta tremenda que había sucedido en el lugar y aunque esas rocas
supervivían de hace mucho tiempo las desgastó el mar y las inclemencias
del tiempo. Como así también aparecieron otras en otros lugares… y el
muelle había supervivido demasiado…
Él, los había tragado para siempre.
Volvimos en silencio, nada para preguntar, nada para decir.
El día de mi cumpleaños amaneció hermoso, estaba en la librería cuando
Milena me llama por teléfono para invitarme a comer afuera, yo la
pasaría a buscar por el liceo.
Sentadas frente a frente, me toma de las manos y me pide que no trabaje
de tarde y accedí, avisando a mi empleado de confianza que se haga
cargo.
En el camino a casa Milena hablaba y hablaba, no sé que contaba, de
pronto me pregunta si me sucede algo. - No sé le contesté, pero tengo
una tristeza que viene del mar, -las dos tenemos tristezas que vienen
del mar, dijo Milena.
Entramos abrazadas a la casa y ella me dijo que me tape los ojos, y a la
orden de abrirlos, no podía creer lo que veía. Era la roca, bellísima
rodeada de olas, era el atardecer en el mar y yo en mi altar, impecable.
Un cuadro enorme en la pared principal de la sala. Comencé a temblar y
lloré, lloré mucho, mucho, mucho. Indudablemente Milena era un ángel que
alguien me la había mandado, y que solo yo sabía quién era.
Todos los que venían a mi casa tenían que ponderarlo, y yo contaba la
historia como si fuera una novela.
El tiempo fue pasando, un día mi hija me encuentra llena de papeles y
cuadernos viejos, toma una hoja y dice- son poesías, poesías referidas
al mar, ¡qué belleza, me encantan! Y se puso a leer una y otra.
Y como mi hija era la gestora de ideas, al otro día amaneció con una
que, me estremeció. Hay que publicar todas tus poesías y pensar en el
nombre del libro.
Todo fue muy rápido, inesperado, la tapa del libro era tal cual el
cuadro. Y todo me parecía un sueño, algo mágico, maravilloso.
Está lloviendo, ha pasado tanto tiempo, Milena ya es una profesional,
casada, y pronto me dará un nieto.
Me senté frente al cuadro y penetré en él. Me ví sentada en la roca
frente al mar, oí su sonido, el chillidito triste de las gaviotas y me
embriagué de sus olores.
Las palabras erectas se alinearon y la poesía más hermosa, jamás
escrita, estaba a punto de nacer.
Junto al mar he visto, oído y sentido tanto, pude también palpitar el
dolor del mundo así también la alegría y la felicidad.
El mar me mostró sus ángeles y sus demonios.
El día declina, y semidormida acaricio la piel del agua, penetro a la
hora cero de la humanidad y me embriago de eternidad.
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