Abogada de profesión, escritora, figura del periodismo uruguayo y rioplatense, María Esther Giglio ha desarrollado como pocos esa extraña capacidad de adentrarse a fondo en el alma del entrevistado. Intentar hacerlo con ella es casi una intromisión en un mundo que le pertenece.
Tomás Eloy Martínez ha dicho alguna vez que en literatura, especialmente en la novela histórica, es difícil determinar el momento en que el documento deja paso a la ficción. ¿Vale esto también para tu trabajo?
-Definitivamente no, ya que lo que yo hago son reportajes periodísticos y nunca me perdonaría ni me perdonarían que falseara la realidad. Lo que sí hago con frecuencia es agregar pequeños toques de color que pueden aligerar el relato o darle cierta gracia.
Pero tu forma de desarrollar el género se diferencia de tantos otros...
-Pero la diferencia está, no en que yo haga ficción, sino en que yo trabajo con mucha naturalidad y transcribo muchas veces directamente lo que escucho, lo que me dice la gente, y a veces la gente dice cosas maravillosas. Entonces, yo me diferencio quizás de los demás en que para mí el reportaje es algo rígido, una serie de preguntas y respuestas a las que uno debe ceñirse, y también en algunas otras cosas que hacen a la técnica del género como por ejemplo, no hablar jamás de sí mismo, evitar todo protagonismo y dejar hablar a la gente, que es la estrella.
Por supuesto que puede pasar que a veces en la charla uno diga algo de sí mismo que sirve para enriquecer y desarrollar el intercambio, porque a partir de eso quizás el entrevistado puede hacer asociaciones y buscar en su espíritu y en sus recuerdos. En este caso, bienvenida sea la intervención, pero hay que ser muy cuidadoso al hacerlo. Yo soy muy conversadora y a veces hablo muchísimo durante la entrevista. Las clave está en que yo debo aparecer lo menos posible en el momento de transcribirla.
Muchas veces has dicho que te importa más entrevistar a gente común, de la calle, del campo, que a personajes conocidos...
-Yo tengo una capacidad innata para comunicarme con la gente, para entrar en relación con desconocidos. Por esa forma he conocido a gente increíble, que me ha contado cosas impensables, todo a partir de un contacto fortuito.
Pero es difícil estar siempre con predisposición a hablar con la gente de cualquier cosa, sobre todo cuando andamos inmersos en problemas que nos ocupan la cabeza...
- Sí claro, si estoy mal seguramente estoy hundida en mis pensamientos y no tengo ganas de hablar, pero no me pasa mucho. En general siempre tengo disposición y me gusta hablar con la gente, y me quedo muy dolida cuando trato de iniciar algún diálogo con alguien que tengo al lado, en el ómnibus, en la calle, y me contestan con monosílabos, como tratando de cortar aquel contacto. Puede ser una reacción de timidez, y me doy cuenta rápidamente cuando me contestan con medias palabras y me esquivan la mirada. Pero también, y es lo que más me duele, a veces me miran como diciendo: "¿Quién será esta loca que quiere hablar conmigo...?", y uno se pierde la posibilidad de intercambiar con alguien sobre alguna cosa.
Hace poco recuerdo que estaba en una parada, y se acerca una señora humilde, pobremente vestida, cargando una bolsita y que pregunta sobre un ómnibus que seguramente la llevaría a su casa, en una zona humilde. Se lo preguntó a otra mujer que estaba al lado mío que la mira de arriba a abajo, con cara de desprecio y le contesta: "No sé, yo nunca tomo ese ómnibus".
Era más o menos como estar diciéndole: "¿Yo, al Cerro? Nunca voy para ese lado...", marcando las diferencias.
Fue tal mi indignación por aquella actitud que sentí que tenía que hacer algo para borrar aquella imagen grosera, y lo hice mostrando mi interés en ayudarla casi con exageración.
¿Eso puede ser compasión o búsqueda de puntos en común con la gente?
-Más que eso, creo que es solidaridad, la necesidad de comprender y ayudar a los demás, quizá porque lo reclamo para mí también.
Y probablemente también un espíritu curioso, inquieto, que no podés contener.
-Seguramente, creo que tenés razón. Mirá, hace poco estaba en el consultorio de mi dentista y miro a una señora que estaba sentada enfrente mío que abría y cerraba sus manos permanentemente. Le digo: ¿Eso es una especie de gimnasia, no? Claro, me contesta, es una gimnasia yoga interesantísima. En un rato aprendí sobre manos, sobre nervios, sobre el espíritu, tanto que salí de ahí decidida a probar, aunque después nunca lo hice. Siento que cualquier oportunidad es buena para aprender algo.
¿No tenés la sensación de ser invasiva con la gente?
-No, no lo siento así. Yo hago como el pescador, tiro la carnada a ver si pica, y si no me contestan, jamás insisto.
Alguna vez has dicho que el periodismo tiene la superficie del océano y la profundidad de un charco....
-Sí, ocurre que cuando la gente me lee, tiene la impresión de que sé muchísimo de muchas cosas, y lo que tengo es una cultura general que me ayuda a enfrentar temas variados.
Pero mi forma de tomarme el trabajo hace que yo me prepare lo más que puedo antes de hacer una entrevista.
Hemos trabajado juntos durante mucho tiempo y doy fe que es así.
-Yo soy capaz de leerme cinco libros en una semana si voy a entrevistar a un autor. Tengo que hacerlo para poder sacar el máximo del encuentro. Hay temas, como el psicoanálisis, que me interesan especialmente y he leído mucho sobre eso. Recuerdo haber leído "Análisis Profano" de Freud, cuando tenía 16 años. Psicoanálisis y literatura son dos temas que manejo bastante bien, y hay otros, que manejo mucho menos, sobre los que me informo lo suficiente como para que no se
note demasiado mi pseudo ignorancia.
Vos empezaste haciendo entrevistas a gente de la plástica.
- Sí, es cierto, esos fueron mis primeros trabajos para Marcha. La primera fue una nota sobre De Simone, un pintor ya fallecido en aquel entonces, luego una entrevista a Gonzalo Fonseca, de la primera generación de alumnos del taller de Torres García, y luego siguieron otros. Pero yo me especialicé en el periodismo cultural luego que me fui a vivir a Buenos Aires, ya que allí yo no quería ni podía escribir sobre política.
Eso te limitó, pero al mismo tiempo te dio la posibilidad de desarrollar otra cosa.
-Exactamente, así fue. Por supuesto que ahora escribo sobre cualquier cosa, pero siempre tratando de buscarle el ángulo que más me interesa. Por ejemplo, si escribo sobre fútbol, que como tal no me interesa mucho, haré quizá dos o tres preguntas específicas, para luego concentrarme en otros aspectos como la psicología del futbolista y sobre la vida en general, que siempre es interesante.
¿Te gustaría entrevistar a Maradona? ¿Qué cosas le preguntarías?
-¡Sí, con locura! Siempre me impresionó mucho esa situación de haber salido de la villa, de la miseria casi total y de haber entrado siendo muy joven al mundo del dinero, de la fama, de la gloria. Me gustaría ahondar en cómo fue viviendo ese proceso, aunque sospecho que no sería fácil preguntárselo. Probablemente tampoco él mismo me pudiera dar una respuesta. Me interesa saber como vivió todo eso alguien que fue capaz de sufrir semejantes presiones y que al mismo tiempo ha dado muestras de mucha generosidad con sus iguales. Durante mucho tiempo sentí gran pena por él, por el drama en que se había convertido su vida, se lo veía deshecho, pero ahora estoy feliz de verlo bien y recuperado.
Y creo que esto ha sido posible gracias a un fuerte amor, en primer lugar por sus hijas, por su mujer que le ha aguantado mil y unas, por sus padres. Es como ver a un resucitado, y siento pánico que en esta nueva etapa, el éxito y el endiosamiento que está viviendo hagan que no pueda sostener la situación y vuelvan a hacerle daño.
Creo que debe darse cuenta que la vida le ha permitido salir con éxito de un trance muy difícil y que tiene la posibilidad de hacer un balance que le permitan vivir plenamente los años que le quedan. Me interesa muchísimo su caso, me encanta verlo lleno de alegría, pero al mismo tiempo siento ese temor.
Haciendo un repaso de los muchos personajes que has entrevistado a lo largo de tu carrera, he caído en la cuenta de que hay muchos más hombres que mujeres. ¿Cuál puede ser la razón?
- Pensándolo bien tenés razón, es así. Puede haber varias explicaciones, aunque no estoy muy segura de lo que digo. Hay actividades, como la literatura, donde el hombre ha tenido un predominio tradicional. Pensá que recién en el siglo pasado las mujeres han irrumpido fuertemente en ese ámbito.
Quizás hay otras actividades, como el teatro, la danza o el cine, donde la mujer ha tenido otro destaque.
Supongo que por ejemplo a China Zorrilla, con quien te une además una larga amistad, le habrás hecho alguna entrevista.
- ¡Sí, varias!. Pero te aseguro que no me ha sido nada fácil. Sucede que China no corta nunca el teléfono cuando es entrevistada, cosa que interrumpe la charla permanentemente y se hace difícil de retomar. Además es extremadamente distraída y con una rara capacidad de irse por las ramas y saltar a otros temas que no tienen nada que ver con la entrevista. Podés estar hablando de su actuación en la Celestina y de golpe te habla del mantel:
"¿Te fijaste en estos bordados? los hizo mi abuela. Es increíble las cosas que hacían antes..." Así se remonta y tenés que bajarla a tierra a cada rato, pero fuera de eso es fantástica, divertida y llena de anécdotas.
Vos acostumbrás a nombrar a algunas mujeres que has entrevistado que, no siendo personajes conocidos, te han impresionado mucho. ¿Por qué?
- No sé por qué será, siento un gran gusto por entrevistar por ejemplo a mujeres del Brasil profundo, de los cinturones de las ciudades, pero sobre todo del campo.
¿Más que a las uruguayas o las argentinas?
- Sí, y no sé decir la razón. Probablemente porque tienen una gracia y un desparpajo especial, bien diferentes a las uruguayas o las argentinas. Nunca voy a olvidar a María, una mujer de campo que entrevisté hace más de 35 años en las afueras de Irecé, la capital del estado de Bahía, luego de una gran sequía que hubo en Brasil en 1969. Ella me dijo cosas que tengo muy grabadas y que no voy a olvidar mientras viva. La encontré viviendo en una chocita hecha de hojas de palma y cartones, rodeada de un montón de hijos, y me contó su tragedia. Ella, su marido, su suegro y sus hijos habían dejado el nordeste escapando a la sequía y habían comenzado a bajar en busca de un lugar donde vivir y de algún trabajo. Me contó de la muerte de su hija mayor a causa del hambre... "Tenía unos hermosos ojos negros que se habían convertido en grises", me dijo con amargura. El suegro, que había empezado el largo viaje con ellos hacia el sur, luego de un tiempo no quiso seguir y se volvió a su lugar natal. "La muerte está rondando y yo no quiero morir lejos de mi tierra", había dicho y, sin un peso en el bolsillo, tomó sus cositas y volvió, un poco caminando y otro poco llevado por camiones de carga. Lo increíble es que esta mujer, María, no se acordaba de las fechas de nacimiento de sus hijos pero sí de todas las fechas de sequía que habían sufrido desde que era una niña. Me asombra que la relación con la naturaleza y los fenómenos naturales pueda ser tan estrecha, lo que da una dimensión distinta al ser humano.
Volvamos a los personajes. No te voy a preguntar acerca de tus entrevistas a Onetti, con quien tuviste varios encuentros porque de eso ya te han preguntado mucho. ¿Alguna vez entrevistaste a Borges?
- Sí, claro, y tengo un recuerdo lindísimo de ese encuentro. Increíblemente, algo que no es común en este tipo de personajes, a Borges le encantaban las entrevistas.
Fueron dos días, el 23 y el 24 de diciembre de 1974, en su casa. El estaba de muy buen talante y llegamos a hablar de cosas muy íntimas. Recuerdo que en un momento entró su madre, muy viejita, llevando un bastón y casi cayéndose, y Borges le dijo: "Vaya madres, vaya a su cuarto que yo luego la voy a ver..."
Pero con Borges me pasó algo increíble tiempo después.
Yo estuve en Venezuela y allí, en el diario El Nacional, como sabían que yo lo había conocido, me pidieron que hablara con Borges para que les escribiera un poema en exclusiva para ellos, por lo que ofrecían pagarle quinientos dólares.
A mi vuelta a Buenos Aires lo llamé y aceptó la propuesta. Luego de unos días lo llamé y me dijo que pasara por su casa a recogerlo. Era un hermoso soneto sobre Don Quijote y Sancho, pero eso lo supe después.
Fui a su casa -creo que estaba con gente en ese momento-, y me hizo pasar a su cuarto. Tomó una hoja que estaba sobre el escritorio, me la dió y yo quedé muy confundida porque lo que veía era un papel en blanco. Borges reaccionó rápidamente, la dió vuelta y me pidió que le leyera lo que estaba escrito. Yo quedé muy turbada y pensé que no era quién para leer aquello. Le dije que no, él aceptó mi negwativa, guardé el papel, nos despedimos y me fui. Yo noté que al despedirme, él tenía una cara casi melancólica, y al bajar en el ascensor de pronto caí en la cuenta de que lo que Borges había querido era que yo lo leyera para escucharlo... No lo supe interpretar, ¿te das cuenta?. Quedé destruida.
Contame de tu entrevista a Vargas Llosa.
- Fue una nota muy linda, aunque quizás ahora al releerla no me parezca tanto. Vargas Llosa llegó a Buenos Aires, creo que fue en 1982, y le dio entrevista solo a dos diarios, Clarín y La Nación. Yo fui en representación de Clarín, para quienes trabajaba en ese momento. Sé que a él le gustó mucho y me comentó que había sido una entrevista como para una revista literaria, cosa que me dejó muy orgullosa. Lamentablemente, en Clarín en ese momento había una editora de cultura que era buena persona, pero de cultura sabía muy poco. Su preocupación al leer la nota era que no le había preguntado sobre la censura en Argentina y otros temas de ese estilo, siendo que esas preguntas ya se las habían hecho en otros medios. Yo había preferido concentrarme en su obra, para lo que me había preparado minuciosamente.
Hablemos de Troilo. Entiendo que le hiciste varias entrevistas.
- Creo modestamente que es de lo mejor que he hecho. Son dos entrevistas, una de ellas en su casa, y luego una nota que hice al momento de su muerte entrevistando gente en la calle. Las opiniones de la gente, la pasión, las discusiones, todo eso que es muy argentino y que creo que se refleja muy bien en lo que hice. Lo de Troilo, junto con lo de Onetti y una entrevista a Jack Fuchs, un judío argentino sobreviviente de Auschwitz, son de las mejores cosas que he escrito.
A propósito de este último. Jack Fuchs, que entrevisté hace unos años en su casa de Punta del Este, recuerdo un par de cosas que me conmovieron hasta lo más hondo.
Una de ellas me la dijo cuando hablábamos de cómo y cuándo fueron trasladados desde el gheto de Varsovia al campo de exterminio. Me contaba que vivían miserablemente en una habitación sus padres, él y sus tres hermanos. En medio del relato me dijo: "Jamás podré entender porqué dejé la puerta abierta cuando nos sacaron de nuestra casa..." Increíblemente, casi sesenta años después, ese detalle lo atormentaba todavía...
Luego en Auschwitz fueron asesinados sus padres y sus hermanos, y él fue el único sobreviviente. Cuando eran trasladados por los nazis en un vagón, ya al final de la guerra, fueron abandonados a su suerte. A pesar de su estado, logró escapar por un campo y refugiarse en un galpón. Por fin, ya rescatado por los aliados, se despierta en un hospital, acostado en una cama y con sábanas limpias. Entonces piensa: "Ahora me puedo morir..." Aquel pensamiento, que me emociona cada vez que lo recuerdo, conjuga para mí la esencia de la dignidad humana.
En los trabajos que recordás especialmente hay pocos uruguayos. ¿Por qué puede ser?
- Es curioso, pero es así. Salvo lo de Onetti, no hay nada que recuerde especialmente. Es que Uruguay es mi casa, y quizás más familiar y menos apasionante. Yo no puedo entrevistar amigos, y menos familiares, puede salir bien, pero no es frecuente. Es ese concepto, que tiene mucho que ver con la cercanía pueblerina que vivimos los uruguayos: "¿cómo va a ser famoso éste, si vive acá a la vuelta..."
Si yo conozco mucho acerca del entrevistado, detalles de su vida, el pobre no tiene ni la posibilidad de mentir. No puede ocultar cosas que yo sé, no puede fantasear para embellecer lo que me está diciendo. Lo interesante en la entrevista es el descubrimiento del otro, no se puede entrevistar a partir del conocimiento total -o casi- del otro. Creo que el desconocimiento de algo o de alguien siempre incita a la fantasía.
Seguramente a todos nos quedan cosas en el tintero. ¿A quién te hubiera gustado entrevistar?
- Me hubiera gustado entrevistar a Graham Greene. Siempre tuve especial predilección por él y por su obra. Un inglés que siempre tuve la impresión de que nos entendía a los latinoamericanos, con una ética muy profunda, a la vez irónico y muy cálido. Una mezcla rara de personalidad.
Lamentablemente murió, aunque, pensándolo bien, no pierdo las esperanzas de entrevistarlo cuando nos encontremos con tiempo en algún otro lugar. |