María Adela Bonavita: Una gran voz mística

Evocación y recuerdo

Cuando pienso en María Adela Bonavita, vuelvo a verla, en un gesto simbólico, dentro del escenario de mi querida ciudad natal de San José.
Una tarde apacible de otoño la sorprendí, cuando vestida de blanco, apretando contra el pecho una paloma, cruzaba la plaza principal de "Los Treinta y Tres".
La plaza era, por entonces, plana, lisa, desprovista de jardines. Los plátanos simétricos se despojaban de las monedas anchas y doradas de las hojas.
Como en su precioso poema, "Música de Otoño":

"Hubo una lluvia de hojas secas cayendo despacito
como nieve amarilla...
como nieve... "

Las hojas se buscaban unas a otras, por el suelo y por los aires, como si juntas, en un abrazo definitivo, quisieran terminar la aventura del viaje.
Ella, aparentemente ajena a todo, avanzaba, seguida por las hojas hacia su casa ubicada por entonces en la calle "San José", que dividía la plaza principal.
¿Y después?
Después de diez años de ausencia, la volví a encontrar en Montevideo, poco tiempo antes de morir.
La tristeza recóndita y la dura enfermedad le habían afinado aún más el bello rostro, encendido más la mirada y enternecido más la voz.
¿Aquello que había cantado de la noche, cómo no aplicárselo también a ella?

"Le anunciaron ¿los ojos tristes... 
Dos ojos violetas profundos...
Dos ojos sufrientes, 
Desgarrados..."

(La Danza de la noche)

No podré olvidar nunca la mirada alucinante de aquellos bellísimos ojos negros, ni dejar de recordar las palabras por ella pronunciadas, palabras empapadas de ternura infantil, transparente y sagrada.
No se lamentaba de abandono, de incomprensión, de hostilidad.
No guardaba rencor para nadie, no había dejado de amar todas las cosas de la vida.
Nada tenía en aquella época -a no ser aquel su primer libro de versos- pero a igual de los santos, que sienten la vecindad del fin, poseía la paz y la alegría incontaminadas que puede dar sólo la muerte, cuando la muerte se la valoriza como puerta abierta a la verdadera ciudad.
Y bien, así como la sorprendí en los ásperos caminos de la tierra la sigo viendo en el universo mágico de sus libros.
Se me antoja que por una plaza de cielo, bajo plátanos radiantes, como un ángel de plata, andará ella mejor, ahora, rodeada de la música de las hojas y apretando contra el pecho cálido la blanca paloma, la dulcísimo paloma de su canción.
Del mundo maravillado del verso, nos arroja su voz de profundísima pureza y nos echa la mirada de sus grandes ojos inconfundibles.
Y por aquella voz, por aquella mirada, por aquel leve andar de Ángel que tuvo en la vida y perdura en la obra, quisiera llegar hasta el misterio de su gran mensaje lírico.

El conocimiento esencial

En el libro: "Conciencia del canto sufriente" tropezamos con este poema lúcido:

"En la palma de mi mano eché las migas de mi pan 
y, despacio...
despacio y con dulzura.. 
la extendí hacia la sombra tembladora 
¡y suave...
¡suave y tembladora 
del pájaro en la rama! .... 
Y la curva
en los ojos y en las alas 
voló.
¡Nerviosa y asustada de mi sombra! 
Quedó sólo el latido de la rama... 
Y el temblor de mi mano desmayada!" 

(Despacio y con dulzura)

Para mí tengo que tales versos podrían justificar la dificultad de comprensión y valorización de María Adela Bonavita.
Me explicaré:
Muchos escritores, preferentemente las pertenecientes al sexo femenino, toman la literatura, como remanso o huída de la vulgaridad; como pasatiempo u ocio fecundo.
En ella el escribir fue un acto vitalmente sagrado; de aquí su no pueda levantar fronteras entre el poema y el día.
La afirmación de Gherardo Marone: "El estilo del escritor es su moralidad", lo admitimos mejor en esta poetisa, inseparablemente unida a la mujer, de suerte que no podrán estudiarse por separado; porque todo cuanto se diga de la primera invadirá los dominios de la segunda.
María Adela Bonavita conquistó un gran feudo lírico; que jamás lo alejó de sí, sino por el contrario lo llevaba continuamente aprisionado contra el pecho, como lleva sobre las espaldas, el caracol su casa.
Poco antes de morir, cuando pasaban las dramáticas crisis de sangre y de desaliento que la embargaban y recuperaba la lucidez, reclamaba las páginas inéditas y a su hermano nobilísimo, Luis Pedro, le dictaba los cambios, los títulos, las correcciones, que deseaba hacer.
Cuidó hasta el fin de los versos; porque tenía la certeza, que aquellas criaturas frágiles eran la proyección, en el tiempo y en la gloria, de su propia personalidad: su alma trasmitiéndose de generación en generación.
Efectivamente ella, que tempranamente se había comprometido de pie a cabeza con el arte, está íntegramente en cada poema. Pero cuando se intenta analizar sus palabras líricas, es más lo que se nos escapa, lo que se presiente, lo que se adivina, que aquello que llegamos a palpar con las manos ávidas. Y realmente debemos confesar, que en nuestro corazón, permanece sólo "el latido de la rama", que pierde de improviso el peso del ave fugada hacia los límpidos cielos; y, vemos también el "temblor de la mano desmayada": la débil mano de la poetisa, que desde la espesa sombra arroja las migas del pan divino de la poesía.
Surge de los poemas, rodeada de peregrinas músicas, agitada por vientos de la noche; o bien, traspasada de angustiantes silencios, de soledad inmensa, indefinida. Nos envuelve con las luces y las sombras de la canción misteriosa y cuando le preguntamos "¿Quién eres?" y nos empeñamos en ubicarla, en definirla, en encasillarla, sólo encontramos una palabra para explicarnos el lúcido frenesí, la arrebatada ternura y el hermetismo dramático de su poesía: misticismo.
Pero ¿por qué, cómo y hasta dónde es mística, María Adela Bonavita?

El autentico misticismo

Se ha abusado tanto de esta titulación glorificante que es preciso aclarar el concepto obscurecido.
Me amparo aquí, en la autoridad de Menéndez y Pelayo, recordando el magnífico discurso pronunciado en 1881, con motivo de su ingreso en la Real Academia Española, y cuyas ideas esenciales se mantienen firmes e incontrovertibles, a pesar de las naturales evoluciones estéticas.
Decía el gran maestro español: "Poesía mística no es sinónimo de poesía cristiana: abarca más y abarca menos. Poeta místico es Ben-Gabirol, y con todo eso, no es poeta cristiano. Rey de los poetas cristianos es Prudencio, y no hay en él sombra de misticismo. Porque para llegar a la inspiración mística, no basta ser cristiano, ni devoto, ni gran teólogo, ni santo, sino que se requiere un estado psicológico especial, una efervescencia de la voluntad y del pensamiento, una contemplación ahincada y honda de las cosas divinas, y una metafísica o filosofía primera, que va por camino diverso, aunque no contrario, al de la teología dogmática. El místico, si es ortodoxo, acepta esta teología, la da como supuesto y base de todas sus especulaciones, pero llega más adelante: aspira a la posesión de Dios por unión de amor, y procede como si Dios y el alma estuvieran solos en el mundo. Este es el misticismo, como estado del alma, y su virtud es tan poderosa y fecunda, que de él nacen una teología mística y una ontología mística, en que el espíritu iluminado por la llama del amor, columbra perfecciones y atributos del Ser, a que el seco razonamiento no llega; y una sicología mística, que le descubre y persigue hasta las últimas raíces del amor propio y de los afectos humanos, y una poesía mística, que no es más que la traducción en forma de arte de todas estas teologías y filosofías animadas por el sentimiento personal y vivo del poeta que canta sus espirituales amores.
Sólo en el Cristianismo vive perfecta y pura esta poesía; pero cabe más o menos enturbiada, en toda creencia que afirme y reconozca la personalidad humana y la personalidad divina, y aun en aquellas religiones donde lo divino ahoga y absorbe a lo humano, pero no en silenciosa unidad, sino a modo de evolución y desarrollo de la infinita esencia en fecunda e inagotable realidad. Por eso no es fruto, ni del deísmo vago, ni del fragmentario y antropomórfico politeísmo. Por eso los griegos no alcanzaron ni sombra ni vislumbre de ella. Donde los hombres valen más que los dioses, ¿quién ha de aspirar a la unión estática, ni abismarse en las dulzuras de la contemplación? La excelencia del arte heleno consistió en ver donde quiera la forma, esto es, el límite; y la excelencia de la poesía mística consiste en darnos un vago sabor de lo infinito, aun cuando lo envuelve en formas y alegorías terrestres."
Hasta aquí el gran maestro, quien expresa en pocas frases una gran doctrina.
Siguiendo a Menéndez y Pelayo en su profunda disertación, llegamos a las siguientes conclusiones exactas. El género místico no es, en manera alguna universal y general, sino particularísimo de espíritus de selección, los cuales pueden florecer, dentro de cualquier religión, que admita bien individualizadas las dos realidades: Dios y el alma, que aspira a sublimizarse en la esencia misma del creador.
No hay, por tanto, en el misticismo una destrucción de la personalidad sino por el contrario una divinización de la propia personalidad.
Si bien se examina tales estados son frecuentes, más y mejor que en ningún otro sitio dentro del cristianismo, cuyo fundador, a todos por igual, ha dado esta orden categórica y clara: "Sed perfectos como mi Padre Celestial que está en los cielos".
Así lo comprendió María Adela Bonavita.
Era substancialmente cristiana y aunque alejada de la práctica del rito católico, se sentía unida fuertemente a la Iglesia, como una rama más al árbol de la vida sobrenatural.
Tiene, en ese sentido, un poema terminante:

"Un puntito de sombra
viene cruzando el aire...

Lo denuncian
dos alitas brillantes
denunciadas por la luz...

¡Sigue!
¡Sigue puntito de belleza!...
que aunque nadie te mira ni te canta, 
tú también formas parte de la Iglesia!"

(Por el aire)

Ella, que se decía un puñado de sombra, quería estar en la comunidad de las almas iluminadas por la presencia viva del Crucificado.
Y, sin duda, como Pedro, en la noche de las negaciones, seguía, desde lejos, el resplandor puro de Jesús.
Veamos, ahora, como realizó este camino de renunciamiento, de entregas y de sacrificios.

Las características

Para seguir a María Adela Bonavita, en su viaje hacia la estrella, poseemos dos documentos preciosos: "Conciencia del Canto Sufriente", su primer libro publicado en 1928, por impulso generoso y comprensivo de un grupo destacado de escritores y poetas del país, y "El nacimiento de los símbolos", libro aun inédito, que recogió, en parte de labios de la poetisa moribunda, su buen y cariñoso hermano, Luis Pedro.
Por ambos libros vemos que todas las características del místico cristiano se evidencian también en esta poetisa maragata, que tuvo un cariño ilimitado para las cosas de la tierra, en cuanto éstas eran reflejos de la divinidad; y que sin embargo se desapegó de todo lo terreno buscando por el camino del sufrir gozoso, llegar a la posesión de la divinidad.

La ternura por la tierra

María Adela Bonavita poseía una pasmosa ternura para todas las criaturas de la tierra.
Como el gran poeta norteamericano Joyce Kilmer, seguramente pudo haber escrito también:

"Pienso en que jamás me será dado leer
Bello poema que como el árbol pueda ser."

Porque...:

"Obras son los poemas de tonto como yo,
Pero el árbol solamente Dios lo creó."

Ella va descubriendo en la naturaleza reflejos de la divinidad o lo que es más trascendente aún, imágenes de su alma o símbolos de subida teología.
En el poema "La tarde" dice estas palabras de bíblica hermosura:

"La tierra sufre y sonríe
cuando le arrancan el color."

No es la suya la absurda sensibilidad panteísta, que la arrastrara a la confusión fatal con el todo; sino el puro amor a la naturaleza, que trajo al mundo Francisco de Asís y por el cual se comprende, como árbol, flor, fuego y estrella son hermanos nuestros qué cantan las alabanzas al Señor.
Una gota de agua desprendida del océano inmenso o una leve flor arrancada al tallo, la conmueven profundamente, como queda patentizado en las dos hermosas composiciones "El jazmín" y "La gota de agua".
Ve en todas las cosas resplandor de la divinidad o expresiones del alma o de las fuerzas que la combaten.
Canta en "El misterio de la hortensia":

"¿Quién me mira, 
Dios mío, 
A través de los pétalos sonrosados o lilas 
de la Hortensia?"

Y más adelante en la misma composición agrega:

"Es suave
el camino del pétalo para el viaje divino, 
y me trae, sin duda, un cariño!"

En un mineral insignificante ella advierte el espectáculo de una lucha entre sombras y luz, que es como decir en su lenguaje místico, una pelea entre el mal y la gracia.
Dice así:

"¿Qué hacen
en la intimidad del rubí,
los colores de ese rayo de luz?...
¿Vienen acaso,
a contarle desde el sol
la victoria del Alma en la Tiniebla lejana?...
¿O los trae el Amor?"

(El reflejo)

Con frecuencia la poetisa se ve a ella misma, como en una imagen, en los seres de la creación. Así acontece en el poema "Bichito de luz" o el otro tan significativo, "El árbol", donde expresa lo siguiente:

"El árbol
es la sombra levantada
y movida
por la curva viajera de la vida! 
El punto de partida
del gran viaje
hacia Dios."

Ella ama a los seres inanimados o animados, tanto en cuanto le ordenen al Ser Supremo, de acuerdo a la fórmula ignaciana.
Ante la presencia graciosa del niño, toda mujer piensa en el hijo que lleva como una promesa de flor en el árbol de sus carnes; esta poetisa, en cambio, mira al niño como la criatura privilegiada, que liberada de la sombra del pecado, está más cerca de Dios.
Por esto escribe:

"¡Qué cerquita de Dios están los niños!... 
La sombra en ellos es tan transparente, 
que casi, 
¡casi se les distingue el alma como un lirio!
¿Quién se atreve a tocarlos
si las manos no tiemblan de cariño
y dulzura?"

(Los niños)

Una sola vez aparece el hombre amado en la poesía de María Adela; pero este hombre no podrá con su abrazo de sangre y goce retenerla a la tierra, sino que también le sirve como escalera para la ascensión a la cumbre estrellada.
En un momento le musita al oído del ser querido real o imaginariamente:

"Tu sombra absorbe todos mis colores,
mas no Aquél... Inefable y Lejano!...
¡No lo absorbe!...
¡No lo puede absorber!"

(El reflejo)

Mas en otro momento, con más profunda voz le grita:

"¡Ven tú, el que sufre el Amor!...
Yo no puedo arrancarme de este río trágico y emerger,
intangible de sus aguas pesadas y mortales!"

Y al fin del poema agrega:

"Ven ayúdame a Dios…
… Y en el hijo celeste, 
él, tú y yo, empapados de sol... 
¡creceremos!... 
Después...
ay, después, volveremos a Dios!..."

(Tú)

El amor terreno pasó al borde de los días de María Adela Bonavita sin apartarla de la celeste visión; sin distraerla del norte, al cual tendía la saeta de su corazón infatigable.

La desterrada del cielo

A igual del famoso convertido, podría lucir el título de "peregrina del infinito".
Anduvo totalmente desapegada, clamando por la celeste morada, con la esperanza dramática con que el antiguo judío reclamaba ver la tierra de promisión.
Se lamentaba como la desterrada del cielo. La misión de peregrinos, que el cristianismo asigna a todo mortal, ella la sintió en grado superlativo y heroico.
En los dos libros suyos, da una entonación especial a todas las páginas, esa posición tan noblemente asumida de desterrada.
En la introducción de "Conciencia del Canto Sufriente", ya se lee:
"Dios mío!... Desde que caí en esta sombra, siento la nostalgia de tu Luz, pero apenas si me es dado evocarte!
Cuando nací en esta vida me envolvió la carne dolorosa y una mano de hueso me apretó fuertemente porque pretendí elevarme hacia Ti, dulce Patria lejana!"
En ambos libros tropezaremos, muy a menudo con expresiones semejantes a estas tres puras del poema "Ave perdida":

"¡Patria mía perdida por cuánto tiempo!…
¡En este cielo tan negro, yo soy un ave,
sin rumbo! ...
¿Dónde está el Nido perdido
de Tu Mano,
Dios querido!... ¡Mío, ay, mío"

Llorará luego, porque el pie se le pega a la tierra o porque el oído se le cierra para la divina voz.

"Los pies no pesan mucho
todavía...
pero siento
que el amor de la tierra, 
atrae a su barro"

(Nacimiento)

Y en otra:

"Es en vano que me busque en la Sombra.
No me encuentro,
No me entiendo en la sombra"

Explica el por qué:

"¡Dolida claridad que llora en el pecado!...
Que me ahuyenta la noche sin que me sepa en ella ....
¡Y en donde gira la palabra de Dios
sin hallar el oído!"

(El alma)

Este suspirar, por la lejana región del alma la entristecía.
Pero su tristeza era una tristeza especial, limpia de toda carnalidad, liberada a la sensualidad del polvo.
La explica en el poema inédito: "Desde la Sombra"

"He aquí que digo con resignación esta palabra:
inevitable.
Dios sabe que tristeza es la mía 
florecida de estrellas.
Yo la llamo "tristeza", pero sé que está henchida
-como un fruto maduro- 
de dulzura
Yo la llamo "tristeza", mas su nombre es "nostalgia".

Ella suspiraba continuamente por la patria celeste y mientras sufría la ausencia, creaba poemas donde se miraba como en divinos espejos:
"El poeta -afirma Gino Severini- con una imagen de la realidad hace una realidad sin imagen que vive en lo absoluto, fuera del tiempo y del espacio. El está en esa realidad porque es la realidad misma, y, al propio tiempo, puede contemplarla como a un objeto que él ha fabricado gracias a un poder en el cual reside todo el misterio, y anológicamente, toda la vida del universo" - (Notte sulla poesia -en "II Frontispizio" Octubre de 1938- Florencia).
Tal verdad se evidencia en la autora de "Conciencia del Canto Sufriente".
Casi al fin de su existencia en la composición hermosa: Y seré lo que soy", confiesa:

"¡Ay, tierra mía,
nacida entre mis manos
y atada a mi.
¡Yo me olvidaba en ti!"

La cristiana pues, mientras espera la partida, crea el universo del poema donde se refugia para consolarse del penoso ostracismo del cielo.

La soledad

El desear la posesión del infinito necesariamente le dio el desprecio o el asco por todo lo terreno, recluyéndose lejos del "mundanal ruido", en la celda del apetecido silencio interior.
Pocas vidas tan penetradas de soledad, como la de esta mujer, crucificada en la enfermedad y en el sueño.
La soledad es siempre la fiel y dulce compañera de los artistas hondos; pero la invocación a aquélla suele ser en muchos poetas, pretexto literario o teatralización de falso sentimiento.
La soledad ha sido cantada por todas nuestras grandes poetisas; pero en pocas habrá sido vivida tan intensamente como en María Adela Bonavita.
María Eugenia Vaz Ferreira, rebosante de clásica serenidad, dice:

"¡Ay, de aquél que fuera un día 
novio de la soledad!
Después de este amor supremo 
¿A quién amará?"

Pero la autora admirable de "La Isla de los cánticos", cultivaba grandes amistades, sintió el halago de la gloria, tuvo a su alrededor coros entusiastas de discípulos que le amaban y hasta alguna vez se dejó arrastrar, aunque siempre volviera con renovado brío a su alto sueño místico, por la sugestión del amor terreno.
En María Adela Bonavita no hay nada del mundo, ni en el verso, enderezado siempre a los más altos planetas, ni en sus días, grises, iguales y tristísimos, que nada le trajeron al corazón y a la mirada, asomados a la calle y a la vida a través del ventanal de una pieza de enferma.
Una indefinida niebla la estrecha y la envuelve pertinazmente. Su soledad es cósmica, como de estrella muerta que cae pesadamente a los abismos de la noche primitiva.
Su soledad también, es la sagrada soledad de los místicos, la que se llena, como luego veremos, con la gracia de los ángeles y la alta música de Dios.
Aunque no se la nombre, la soledad está presente en cada uno de los poemas de la poetisa; porque cada uno de los poemas nace de lo profundo del corazón en un diálogo permanente con la divinidad.

La aspiración de Dios

He dicho antes del amor con que miraba los seres de la creación; pero no se recreaba en ellos en sí, sino en cuanto eran imágenes, símbolos o reflejos del absoluto.
"Si habéis resucitado con Cristo -escribe San Pablo- buscad las cosas que son de arriba donde Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre; saboread las cosas del cielo, no las de la tierra".
Así pasó ella por el mundo. Se liberó a los afectos terrenos; el cuerpo le estorbaba para andar; se sentía como una sombra dramáticamente tambaleante por los caminos del polvo y de la lágrima; y sólo ansió desprenderse de lo contingente, de lo material, de lo perecedero y unirse al ser eterno.
Como el santo español pudo decir:

"Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero,
que muero porque no muero".

De lo más profundo de sus entrañas subía el lamento de San Agustín: "Para ti Señor nos has creado e inquieto está nuestro corazón hasta que no descanse en Ti."
Con una humildad enternecedora se acerca a lo divino. Tiembla en los umbrales del cielo, palidece y desfallece.
De ahí su grito enternecido:

"El que mira en la Sombra,
pudo verme
empapada de miedo!"...

(Noche trágica)

Pero ese temor de acercarse a Dios, y que nace cristianamente en la sincera humildad, fundamento de toda ascensión, va en ella dando lugar a una ardiente comunión con la Divinidad.
Cuando aspiraba al infinito, no pretendía la anulación de la individualidad, dentro de la naturaleza, de acuerdo a un absurdo panteísmo, ni la desaparición en el vacío nihilista o en el nirvana artificioso de un placer lejano, sino que pretendía, como los auténticos místicos, la unión perfecta con Dios, por lazo de amor, sin que esta unión significara desaparición de sí mismo, sino por el contrario sublimación, divinización de la propia individualidad.
No quería anular su alma, confundiéndola en la tierra, ni anularla confundiéndola con la divinidad.
Habla con profunda claridad.
Llama, en una bella composición a la tierra "buque de Dios, que navega por el mar del espacio"; pero de ese buque ella se siente timonel afortunado y privilegiado.

"Oh buque peregrino 
del Espacio!
¡Yo llevo tu Destino
hacia el puerto de Luz."

(Hacia el puerto de luz)

Tal estrofa se podría traducir con una fórmula de conducta cristiana verdadera: El hombre dueño y soberano del mundo; pero el mundo como el hombre a la mayor gloria de Dios.
Y en otros sitios agrega:

"Y este resurgir de Caminos 
heridos de una vida mejor!...
¡Y este Claro - Oscuro en el Tiempo! 
¡Hasta que la sombra sea
sólo Una Luz
en Dios!..."

En muchos poemas insistirá con igual pensamiento.

"Soy la idea infinita... 
Dios se ha aunado en mi.
Cómo siento reatados y perdidos 
los tenebrosos lazos del olvido!...
Ah, sí, cómo sufro abismados y perdidos
los tenebrosos lazos del olvido!... 
Que Dios se piensa en mí"

(El canto de la verdad)

Esas dos afirmaciones: "Soy la idea infinita" y "Dios se piensa en mí", no son exageraciones que linden con el error teologal o la herejía, sino la verdad común, que sabe y practica el más humilde e ignorante de los cristianos, que se acerca al Sacramento de la Eucaristía.
Aquello de San Pablo: "No vivo yo ya, sino es Cristo quien vive en mí", lo experimenta el comulgante devoto y lo experimentaba también esta poetisa en los momentos de inspiración lírica, que tenían seguramente algo del éxtasis.

Camino del dolor

En todo místico -ésta es también otra de las ideas apuntadas ingeniosamente por Menéndez y Pelayo en el discurso ya citado- hay que suponer una filosofía o una teología, como puente entre el alma y el Creador, una filosofía o una teología, que al fin de cuentas y por regla general, tales espíritus de selección lo alcanzan por revelación, por pura conversación con el ángel.
¿Cuál es el principio generalizador de toda la poesía, que es como decir de la propia vida de María Adela Bonavita?
Hay una sola verdad vital y una sola filosofía: el dolor sufrido con entereza cristiana ejemplar.
La escritora maragata era una mujer sin cultura, de pocos libros. Vivió de espaldas a la biblioteca. En ella debemos admitir otro de los milagros de la intuición, tan frecuente por otra parte, en la literatura del Uruguay, que ha nacido y crecido siempre a impulso de unos pocos jóvenes geniales.
"La evolución de los seres - ha escrito Unamuno - no es sino una lucha por la plenitud de la conciencia a través del dolor".
La frase del español ilustre, tiene una confirmación en la creadora de los cantos de "Conciencia del canto sufriente".
Avanzó tempranamente, pero con una serenidad de estatua, hacia el mar de la amargura. Vientos obscuros le azotaron el pecho, el gusto de la sal, tal vez lo saboreó su lengua desde la adolescencia; pero siguió, con la cruz sobre las espaldas, segura de llegar a buen e iluminado puerto.
El primer sufrimiento de esta mujer escogida debió ser, la incomprensión del medio primero en que actuó.
Dotada de brillante inteligencia había comenzado los estudios magisteriales.
Tempranamente comenzó a escribir.
La aldea de entonces, no debió perdonar a la estudiante, el atrevimiento de su verso, la excentricidad de su intelectualidad, la audacia increíble de soñar en alta voz.
Debieron muchos, tal vez, mirarla despreciativamente como a un ser anormal o tratar de reducirla al medio tapiándole la ventana por la cual se fugaba hacia el infinito a jugar con estrellas y pájaros.
Ella se debatió contra el medio, sin queja y sin amargura, reconcentrándose sobre sí misma.
Enemiga del bullicio, de las diversiones frívolas y del ruido vanidoso, fue ahondando en silencio la raíz amarga de la canción.
Siguió el llamado de la poesía con la heroicidad de los escogidos sin importarle nada de cuanto acontecía a su alrededor.
Pudo cantar con exactitud:

"La sombra que me rodea
Me ha comprendido tan mal,
Que está triste… triste, triste,
Pues sólo quiero dejarla
Y volar..."

(Destino)

No era una mujer huraña sino retraída, porque no encontraba, a su paso almas semejantes a la suya.
Por la enfermedad, que tempranamente se adueñó de su organismo, debió suspender los estudios, entregándose más apasionadamente a la tarea del sueño, convirtiéndose en una especie de monja laica, la cual se labró la propia soledad y conquistó la fecunda paz, sin necesidad de recluirse a claustro alguno, sino permaneciendo en el hogar de sus padres, uno de los hogares más respetables, de mayor arraigo y prestigio social dentro del solar maragato y donde no tuvo que librar esas obscuras batallas económicas, que exégetas inescrupulosos le han asignado.
Si vinieron para su casa, días inevitables de prueba o privación, ella les hizo frente con la nobleza, la dignidad y la fortaleza de sus mayores.
Su sufrimiento no se manchó con polvo de la tierra, sino que nacía en lo más íntimo del ser.
No en vano en el poema, aun inédito, "Las invisibles curvas de las alas del canto" dice:

"¡Cuánto vive de mi fuera de mí, Dios mío!
Sufro las alas huérfanas de mí
Y la súplica amarga que se alarga
Hacia ellas...
Puede erizar la noche sus espinas más largas
Para mis pies, prohibidos
De amparo.
Igual caminaré sobre la nada...
Sólo aliento en mi canto, cuyo clamor avaro
De su dolor
Lo abrigaba en el contacto de mis luces nimbadas
¡Y apenas si desciendo para pedir amor!"

He ahí su sed, la terrible sed, crucifixión de los escogidos: el amor del infinito.
Sea cual sea la fuente de su dolor. Lo que importa destacar es la forma admirable con que recibió su visita.
No rechazó, sino por el contrario reclamó el dolor, como un signo de distinción celeste.
En el prólogo del primer libro, que es confesión plena y clave de todos sus versos, grita estas palabras tan conmovedoras:
"Tu hija te pidió, al caer un Gesto de Amor, un Signo de Luz, y el dolor fue en la Cárcel destinada, para que naciera así una conciencia del canto sufriente .. a la Estrella tembladora.., a la Llama trémula de la Sombra!...
¡Gracias! ¡ Gracias! ¡ Gracias!....."
Y cuando se siente agonizar por el mal que la acosa, parece rezar al decir:

"¡Dios bendiga a ese Mal que sufrirá de nuevo 
para sentirte, 
Alma mía!..."

(La plegaria de la sombra agonizante)

Como se ve, el dolor le sirvió, primero para despertar al alma dormida en la sombra de la carne y para hacerla ascender, luego, hacia la unión con el infinito Ser.

La presencia de la noche

La noche es una de las realidades más vivas, dentro de la poesía del Uruguay, principalmente en la gran zona conquistada por las mujeres.
Las grandes poetisas nuestras, buscan la noche, como reposo de delicias, como liberación de lo material o como puente de escape para la eternidad.
Pero en ninguna tal vez, como en el verso de María Adela Bonavita, la noche adquiere tal poder avasallante y tan profundo simbolismo teologal.
Aquí, en el verso suyo, la Sombra y la Noche, con mayúsculas como ella acostumbra a nombrarlas, tienen como en San Juan de la Cruz, en Teresa de Avila o el mágico creador de los Autos Sacramentales, Calderón, la significación trascendente del cuerpo humano atado al polvo, o del pecado que nos oscurece la luz de la frente.
Por eso es enorme su piedad para los animales en los cuales, el alma está ausente. Y solloza:

"Y he mirado las Bestias 
que se mueven y andan
como si fueran libres...
¡Y he sentido terror
de la angustiosa soledad de las Bestias 
donde se alarga la distancia de Sombra 
en las curvas tremendas!"

(La distancia)

La distancia negra, es para ella, otras veces, la ausencia de la gracia, el pecado.

"¡Qué cosas,
luminosas y dulces
se dirían los Hombres
si no mediara la distancia negra!"

Además ella -he aquí su drama electrizante- se sentía compenetrada con la misma noche, cuando en la natural lucha entre el alma y la carne, parecía triunfar la segunda sobre la primera.
De aquí su voz angustiada del poema "La danza de la noche":

"¡Ay el Alma!...
¡Ay el alma dolorosa de la Noche!
¡Cómo siente!... 
¡Cómo siente!...
¡Cómo llora la nostalgia de su Patria luminosa
en esta Sombra del hombre!"

En otra composición altamente significativa, "La Hermana del Cuervo", se siente como "un pétalo pálido y herido" en la oscuridad del mal, la noche del espíritu.
Noche y cuerpo, noche y pecado eran, pues, sinónimos, para quien sólo ansiaba ser espíritu libre ante la mirada del Señor.

La música

Es exacta, sobre todo en lo que respecta a los poetas religiosos, la sentencia de D'Annunzio: "La música es el principio y el fin del verbo humano".
María Adela Bonavita se definió a sí misma, como la música entre las flores.

"El rumor de mis pasos suena en las flores 
tan armoniosas son.
Soy la música plácida. Canto.
-ahora- 
desde la sombra herida de mi humana estación.
Gira mi eco celeste por los pétalos dulces...
Yo me escucho mirándolas,
… Pero sólo me oigo, 
dentro del corazón."

(El semblante de la belleza)

La música interior, más que exterior de las palabras, en María Adela Bonavita, se va afinando cada vez más, desde los poemas iniciales a los últimos, reconstruidos en vísperas de la muerte.
Se siente como convulsionada, arrastrada, por ríos íntimos de dulzura hacia ese cielo, que los santos, como los niños gustan siempre ver poblados por coros de ángeles, manejando los más peregrinos instrumentos musicales.
Pero en ella hay como en Rilke, una música de silencios más grandes que la música de las palabras.
Los silencios en toda su obra son más intensos que sus palabras, las cuales con frecuencia se cargan de elocuencia.
¡Qué bien para ella, los clásicos versos de Calderón!

"Sólo el silencio testigo
Ha de ser de mi tormento
Y aun no cabe lo que siento
En todo lo que no digo".

Abundan en sus poemas los puntos suspensivos, denunciadores de su afán de enmudecer o de su incapacidad de expresión.
A la mujer en la vida le estorbaba el cuerpo; a la poetisa, en el verso, le estorban las palabras.

"Las palabras
Son las almas franqueando la distancia! 
Sin embargo, Dios mío!...
Para hablarse los hombres 
Para acercarse en este mundo inmenso... 
¡Qué larga es la distancia
de la noche del cuerpo!...
¡Qué círculos tremendos en la Sombra 
para llegar al círculo del límite!"

(La distancia)

La tragedia de la forma

Aquí llegamos, en María Adela, al problema importantísimo de la forma.
En el lecho de moribunda -conviene insistir en ello- a su cariñoso y comprensivo hermano Luis Pedro, le ordenaba correcciones, después de repasar cariñosamente las composiciones.
Le obsesionaba, pues, el cuidado de la forma.
Sin embargo, fuerza es reconocer, muchos de sus versos, son de forma imperfecta, están cargados de repeticiones, obscurecidos por extraños símbolos, salpicados de expresiones netamente prosaicas.
¿En qué radica esta incapacidad de expresión?
En su mismo misticismo, no literario sino vital.
A la claridad de palabras siempre antecede la claridad conceptual de la inteligencia que todo lo ve, sin mancha, ni sombra.
Era arrastrada siempre, como presa del entusiasmo, hacia las altísimas esferas de la luz increada. Sufre como una especie de éxtasis lírico, ante la visión de las celestes realidades.
Y cuando despierta de aquella visión, no puede expresar lo soñado. Es entonces cuando grita desesperada:

"Y no pude!... 
¡Ay, no supe!… ¡no supe!... 
¡Lo sentía!...
¡Lo sentía!...
¡Lo sentía pero en vano pedía a mi sombra 
un pensamiento concreto...
una síntesis razonada... 
aceptada sin dudas!... 
¡Mi voz sin palabras 
empujada sólo por el alma...
tuvo la vaguedad del Viento en la Noche!... 
"Y lloré!
"Lloré el llanto más triste de mi sombra!"

Goethe aseguraba de haber tenido satisfacciones en sus trabajos como pintor y escultor; pero se lamentaba de impotencia para arrancar los secretos de la lengua alemana.
María Adela Bonavita llora "con el llanto más triste de la sombra", no solamente por el secreto de la palabra no dominada, sino por no poder en el espejo de la palabra retratar el panorama mágico del alma.
Pero conviene insistir: la incapacidad de expresión, en esta hermosísima personalidad que estudiamos con tanto amor, se origina en un fracaso vital, y tiene en la literatura, antecedentes gloriosos.
Cuando Dante llega a los últimos círculos de la región, donde palpita "L'amor che move il sole e l'altre stelle", confiesa que a "All' alta fantasia qui mancó possa".
Es que las grandes voces místicas, han sido siempre santos o seres en vía próxima de serlo.
Cuando Teresa de Avila nos asombra con la prosa pulida de "Las siete moradas" donde relata misterios del Altísimo, ya sabemos que aquella escritura nació, después que la genial española fue herida por los dardos divinos.
Y Catalina de Siena puede encendernos con las frases angelicales de sus famosísimos diálogos, donde el alma habla cara a cara con Dios, porque ya la sienesa grandiosa, se ha desposado con Cristo y recibido en premio, sangre, cruz y corona de espinas del Redentor.
María Adela Bonavita, era buena, más aun buenísima. Pero no era santa.
No vió a Dios de frente, sino de espaldas; pero esto le bastó como al judío antiguo, para aterrarse y a igual de San Juan de la Cruz -que todo dijo con perfecta gracia, porque el ángel se lo dictaba; pudo muy bien exclamar:

"Entréme donde no supe
Y quedéme no sabiendo
Toda ciencia trascendiendo."

Está ella también, en el mundo del poema, "toda ciencia trascendiendo". Es un mundo de tinieblas y resplandores de ultratumba.
Hay que golpear fuertemente las puertas, llevando en el puño el corazón sensible. Y en el umbral quitarse las sandalias, sacudirse el polvo y purificarse los ojos para ver con claridad.
¿Qué queda, pues, de María Adela Bonavita, como grande y perdurable enseñanza, ya que todo escritor de verdad, de acuerdo al principio de Dante, debe dar el "vital nutrimento?"
Para mí tengo que esta "Alma del frenesí de Dios" como acertadamente la definiera el poeta Pedro Leandro Ipuche, en el bello prólogo de "Conciencia del canto sufriente", tiene, en esta hora, y en toda hora futura, una ancha misión de esperanza y amor que cumplir. Ella en eh poema "La trasfiguración de la sombra", primero como
lamentándose, expresa:

"Gira la flor oscura
sutilísimamente...
pero nadie la siente."

Mas al fin, como profetizando termina:

"Cada pétalo ahora, es el rayo divino
de una estrella,
que apenas
se sostiene en la frente."

¡Bella flor, iluminada, ahora, que nos envía perfume y luz desde la sombra!
Todos sus días fueron, como el cantar del ruiseñor ciego del alto árbol en enigmática noche; pero hoy, muchos seres, probados por el infinito, suspiran, lloran y esperan en muchos de sus versos, que pueden hacer suyos.
Porque era Jules Supervielle quien declaraba: "Quizás sea en la poesía donde hombres sin Dios, han de hallar cada vez más, una religión, aunque sea de reemplazo."
En esta hora del rencor multitudinario y de la violencia esclavizante, toda la poesía no ha de estar en las bocas inflamadas de pasión proletaria, que en las calles enconadas levantan las palabras como estandartes de luz frente a los horizontes en tinieblas; sino también, y muy principalmente, en estos otros seres privilegiados, como María Adela Bonavita, quienes buscan, en el torbellino de lo contingente, la esencia de todas las cosas; y entre tantos materialismos desbordados, exaltan al dolor porque el dolor puede servirles para despertar la conciencia y enfrentarlos a la divinidad, de ha cual descenderán confortados, deseosos de ser cada día mejores, más justos y buenos.
María Adela Bonavita quiso estar solitaria, escogiendo un difícil camino de sangre y llama.
Si su experiencia no fue definitiva, ha resultado en cambio, una admirable enseñanza. Si no llegó a cristalizar artísticamente su anhelo místico, en toda su grandeza; quedó censo una de las precursoras más firmes del movimiento religioso, que llegaría a más altas expresiones, por el talento de otras poetisas uruguayas.
Rilke aconsejaba a un poeta joven: "La gente, con ayuda de convencionalismos, tiene todo resuelto yendo a lo fácil y a los aspectos más fáciles de lo fácil; pero está claro que debemos atenernos a lo difícil; todo lo viviente tiende a ello; todo en la naturaleza se desarrolla y se defiende según su especie, y es lo característico de sí mismo y trata de serlo a toda costa y contra toda resistencia. Poco sabemos, pero que debemos mantenernos en lo difícil es una certeza que no nos abandonará. Estar solo es bueno; porque la soledad es difícil. Que algo sea difícil debe sernos un motivo más para serlo."
Fiel a esta norma sabia se mantuvo María Adela Bonavita, a quien siempre recordaremos con la palabra más encendida.

Ernesto Pinto.
Revista Nacional - N° 22
Ministerio de Instrucción Pública

Octubre 1939

ERNESTO PINTO es una de las figuras representativas de la generación literaria que se inició hace diez años. En tan breve espacio de tiempo se ha consagrado como poeta y prosista de acento personal y ha logrado singular difusión y prestigio para su pseudónimo "Restone". Poeta de rica sensibilidad, escritor ágil y elegante, crítico experto, periodista avezado, orador galano, ha cultivado con igual éxito diversos géneros literarios y ha conquistado con sus libros y con su labor periodística cotidiana preciados galardones. Nació en San José de Mayo el 7 de noviembre de 1908; inició estudios superiores en el Seminario de Santa Lucía y los prosiguió en el Colegio Pío Latino Americano de Roma, donde ahondó las letras humanas. En 1929 interrumpió sus estudios y regresó al país, donde su vocación literaria le llevó a la redacción de "El Bien Público" y luego a la de "Imparcial". En el primero de esos diarios mantiene su tribuna crítica, a la vez que colabora en otros diarios y revistas del país y del extranjero. En 1934 dio su primer libro, "Flechas quebradas en mitad del vuelo", poemas en prosa, al que siguieron "El Santo de la Ternura", "La sangre del justo", "Alma y paisaje", "Jacarandá", "Revelación de la imagen", que acaba de ser laureado en el Concurso anual del Ministerio de Instrucción Pública, y "Construir", y "El Santo del Siglo", recientemente aparecidos. Actualmente ocupa el cargo de secretario de la Comisión Nacional de Bellas Artes.

Ir a índice de poesia

Ir a índice de Bonavita, María Adela

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio