De cómo Julián Nogueira no prologa este libro |
"Querido Blixen: No sé cómo prologar su libro. Cuando Ud. me lo sugirió, no tenía una idea exacta del asunto y acepté. Después de leído su manuscrito y puesto ante las cuartillas, la cosa no me parece tan sencilla. Con todo, le diré lo que me inspira. Escribir anécdotas del ambiente teatral es obra fácil y difícil al mismo tiempo: fácil, porque las anécdotas abundan; difícil, porque la abundancia aumenta la labor de selección. Esta selección ofrece, además, un obstáculo muy grande para el autor que ha vivido muchas de ellas, porque su objetividad electiva se siente dificultada a fuerza de haber actuado muchas veces en su propia gestación. Usted fue, desde su infancia, actor directo o indirecto en el ambiente teatral que su padre dominaba por derecho de conquista y que Ud. empezó dominando por herencia y luego conquistó por sus propios esfuerzos. Bebón era, por momentos casi tan inseparable de suplente, como éste lo era del "puro" o del "toscano". ¡Era tan frecuente ver entrar en Solís al Critico, llevando de la mano al más niño de los espectadores que daba ya sus opiniones en alta voz bajo la sonrisa bonachona y orgullosa del satisfecho genitor! Con tales antecedentes, estos "Treinta Recuerdos del Teatro" que me dio Ud. a leer, no pueden ser más que el prólogo de su trabajo: ¿cómo quiere Ud. que escriba yo el prólogo de un prólogo? Algunos de los episodios por Ud. evocados son nuevos para mi; otros los he vivido y revuelven en mi ser emociones que parecían muertas y sólo estaban dormidas. Ud. las ha despertado. Seres queridos que materialmente para siempre se fueron, surgen ante mí con toda la fuerza de sus imágenes vivas y subyugadoras: Florencio Sánchez, Enrique Lemos, Héctor Gómez, Ulyses Favaro, Arturo Pozilli, Luis Scarsolo Travieso, Joaquín Vedia ... Todos ellos están a mi lado y con ellos me veo al anochecer en la Confitería de Moalli y al amanecer en el Restaurant Severi. En tropel me asaltan los recuerdos sobre aquel Caruso tan calumniado, que Ud. mismo calumnió en su pensamiento. De él podría contarle muchas anécdotas, a su vera vividas y que nadie conoce, reveladoras del bello corazón y de la fina inteligencia que llevaba en sí el más cabal cantante en lo que va del siglo. ¡Y cuántas de Florencio! ¿Quiere que le cuente una? Llueve a cántaros, tanto, que ando yo de botas e impermeable. Lo veo venir hacia mi por la calle Ituzaingó arriba, metido en un sobretodito con el cuello alzado y chorreando agua. Lo empujo violentamente en el viejo zaguán de la Armería de Franchi y "¿cómo anda por la calle, Florencio, con este día y con su salud precaria?", le increpo. Si al menos usara usted un paraguas!" Pone Florencio su largo índice delante de su boca pálida y "¡chis!", me dice con aquella expresión infantil de su rostro bueno. Desabrocha su empapado sobretodo, retira con cuidado de debajo un paraguas con su funda nuevecita y agrega mostrándomelo y sacudiendo el agua que caía de sus hombros: Voy a contarle otra. Una noche me invita a cenar Florencio en el Restaurant del Canario. Me encierra en un camarín. Ordena la comida y dice al Canario: "Traé el minestrón y no vengas hasta que te llame". Florencio conocía mi pecado de la gula. Espera a que comenzara a satisfacerlo y sin decir ¡agua va!, extrae de un bolsillo con su escuálida mano un montón de formularios del telégrafo y comienza a traición una lectura que él sabía muy bien que no habría podido endilgarme lealmente. A poco abandono yo la cuchara en el plato para escuchar. En un momento dado me mira con aquella su sonrisa burlona de muchacho travieso y dice: "Segundo Acto". Yo no me muevo y así llega a la palabra "Telón", sin que la cuchara haya cambiado de posición en mi plato. "¿Le gusta el final?", me pregunta. Con la hostilidad de mi venganza contra su acción traicionera, contesto: "¡No, es cursi!". Sin pronunciar palabra, mete Florencio su mano larguirucha en el bolsillo, extrae otras hojas del mismo formulario telegráfico y lee otro final. "Esto ya está pasable", le digo menos malhumorado. "Ya lo sabía yo", concluye, y rompiendo las hojas de la primera lectura, agrega: "Ahora tengo listos para Tallaví "Los Derechos de la Salud". Observe, caro Blixen, el triple rasgo del buen conocedor de la naturaleza humana y del agudo psicólogo: Sabía Florencio de antemano que sólo invitándome a comer podía tentar conmigo la lectura de su obra, sabía que su obra me interesaría más que la comida y por eso dio la orden al Canario de no interrumpirnos y sabía que el primer final de su obra no me gustaría, llevando otro amartillado, quizá con el íntimo pensamiento de no estar tampoco satisfecho del final sustitutivo. Bueno, como queda demostrado que no sirvo para aderezar prólogos, perdóneme que le haya hecho perder unos días y busque a otro que sea capaz de ello. Con mi vieja y cariñosa simpatía. Julián Nogueira Septiembre 20 de 1946. |
30 Recuerdos de Teatro
José Pedro Blixen Ramírez
Editorial Florensa & Lafon - Montevideo noviembre de 1946
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