El viaje infinito según
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Abismo de mágicas formas extrañas, de esotéricos
ritos, de puentes de luz entre las tinieblas, viaje de las almas hacia las
regiones que la fantasía de un pueblo creó para dominar el terror a la
muerte, jugando a la eternidad, tal es el "Per-em-hru", el célebre
"Libro de los Muertos" del Egipto faraónico. A orillas del Nilo
sagrado, bordeado de remansos donde crece el papiro, donde en acecho, los
cocodrilos desafían, con su inmovilidad, al bronce, donde pesados hipopótamos
de ojos de sueño bostezan el hastío de su vivir, esa nación buscó, al
problema de la existencia y la no existencia, una salida trascendente y se
embriagó con la idea de matar la angustia de la finitud y del transcurrir
ineludible, inventando una estructura suprahumana y dando al ser
individual extrañas proporciones divinas. Remodeló el hombre egipcio su propio ser de carne, en una necesidad de tranquilizar su terror a la disolución final, y razonó así: lo que se destruye es sólo el "jat", la deleznable materia corruptible, pero no el "sahu" o cuerpo espiritual; formado éste por partes diversas: el "ka", la "ba", el "ab", el "jaibit", el "sejen",el "ren" existirán permanentemente según se cumplan los ritos funerarios, pero también según la conducta habida en la tierra. El "ka" o doble era una réplica
del muerto; como una sombra de éste, vivía en la tumba -pirámide o
mastaba- mientras durara el cuerpo; ello hacía necesaria la momificación.
El "ba" o alma salía del cuerpo
al morir el ser y no quedaba en la tumba, como el "ka", sino que
intentaba el viaje infinito en busca del trono de Osiris, el dios del
occidente, el país de los muertos; tenía aquélla que sortear todas las
acechanzas de los seres del mundo de las sombras, pero llevaba en su
memoria las fórmulas mágicas del "Libro de los Muertos", con
ellas avanzaba seguro por entre la oscura ruta secreta hacia la luz que
irradiaba el dios de la muerte y la resurrección. El "ab"era el corazón; el
"ju", la cubierta brillante de "sahu", el
"sejen" era la potencia que misteriosamente hacía que el alma
alcanzara las regiones del más allá a donde le era lícito llegar. El
"ren" era el nombre; los egipcios, como los antiguos pueblos de
Asia daban a éste una importancia mágica; borrado un nombre del Libro
Infinito, dejaba el ser de existir; así pensaban también en Mesopotamia. Ese mundo fantástico, consuelo del hombre
que no se resigna a disolverse, fue colocado en diversos lugares, según
la concepción escatológica, variante a través de "nomos" y épocas
de Egipto: algunos lo supusieron en el cielo o valle celestial por donde
pasaba el río divino en el que la barca del Sol (Ra en el Naciente y Tem
en el Ocaso) hacía estallar su luz de pedrerías y oro; otros lo
consideraron una hermosa región de la tierra, que a veces llamaron
"Sejet- Aaru" (Lugar de los Cañaverales) o "Sejet-
hetep" (Lugar de la Paz) o "Ilalu" (el Occidente); en fin,
otros lo supusieron en el interior de la tierra, debajo del mismo lugar
donde tanta bulla inútil hace el hombre antes de dormirse
misteriosamente. Entre los libros sagrados del antiguo
Egipto, el "Libro de los Muertos" ocupa un lugar de significación.
Este nombre, con el que se le ha dado a conocer en occidente, le fue
puesto por Lepsius (Todtenbuch); los
egipcios lo designaron per-en-hru, que puede traducirse como "Libro
de alejarse en el día" o tal vez “Capítulos para salir al
día"; Champolión lo llamó "Ritual funerario". El alma del difunto debía emprender un
penoso viaje por entre el submundo hasta llegar delante del trono de
Osiris, para justificar su conducta sobre la tierra y ganar así su
derecho a una existencia sin muerte. Ese camino estaba poblado de
monstruos de espantables formas extrañas, seres que la imaginación nada
común de aquel pueblo había creado y con los que se torturaba a sí
mismo; abundaban los serpentiformes y las deidades de apariencia de
cocodrilo. Para sortearlos, el difinto debía dominarlos por medio de
plegarias llenas de fórmulas mágicas y la colección de éstas consituyó
el libro que ahora comentamos. Por eso se ponía en la tumba un rollo de
papiros en los que se consignaban, en caracteres hieráticos, tales
conjuros; así el alma llegaba tras largos andares hasta el Amenti (el
Occidente) donde residía Osiris. Allí, delante de la balanza donde se
pesaba su corazón, debía declarar su pureza; era un juramento en forma
negativa: "No he realizado daño alguno; no he
cometido violencia; no he robado; no he hecho matar a traición a ningún
hombre; no he disminuído las ofrendas; no he dicho mentiras; no he hecho
llorar; no he sido impuro; no he dado muerte a
los animales sagrados; no he calumniado; no me he encolerizado; no
he sido adúltero; no me he negado a escuchar las palabras de verdad; no
he cometido maleficio contra el rey ni contra mi padre; no he ensuciado el
agua (de los canales); no he hecho maltratar al esclavo por su dueño; no
he jurado; no he falseado el fiel de la balanza; no he quitado la leche a
la boca de los niños; no he cogido con la red a los pájaros de los
dioses; no he rechazado el agua en su tiempo; no he cortado un acueducto
en su curso; no he apagado el fuego en su hora; no he despreciado a los
dioses en mi corazón. Soy puro, soy puro, soy puro". Estas palabras dan idea de la alta concepción
moral de los egipcios; con la mayoría de ellas podemos formar un código
de sentido profundo sorprendentemente humanitario. En tanto, Anubis (el
dios de cabeza de chacal) pesaba el corazón en la balanza colocada en la
sala de la Doble Mat (la Verdad y la Justicia); en un platillo ponía el
corazón y en el otro una pluma; aquél debía estar tan ligero de faltas
que no podía pesar más que la pluma. Tras esta prueba, Toth, el escriba
de los dioses (el de cabeza de ibis), apuntaba el resultado. Si el muerto
era absuelto se convertía en un "justificado" en una réplica
de Osiris y quedaba a vivir en el Amenti con aquel dios; en caso contrario
era destruído por Am-Mit, el devorador de almas impías, de forma de león
y de cocodrilo, quien se situaba al pie de la balanza. Léfebure ha estudiado la forma de los
himnos del "Libro de los Muertos" y señala que los egipcios no
se preocupaban en demasía de la composición poética; "en lugar de
agrupar los detalles de manera de producir un efecto querido, no hacían más
que reunirlos, sin mucho orden, siguiendo el azar de la verba o de la
memoria. No conocían, hablando propiamente, la versificación, pero
usaban ciertos artificios que la recordaban,
de los cuales el más importante es el paralelismo o la aproximación
de ideas semejantes, traducidas por palabras diferentes y giros análogos".
Y agrega que a veces, "como en los versículos hebraicos, es esbozo
de un verso blanco muy libre, cortado
de una cesura más o menos regular, animada por oposiciones y degenerando
a veces en repeticiones". Los textos egipcios demuestran el gusto de
ese pueblo por las asonancias, las rimas inmediatas y los refranes,
colocados especialmente al comienzo de las frases. También es interesante la sucesión de
formas externas que adoptó el "Libro de los Muertos"; se piensa
que al principio se transmitió simplemente en forma oral; entonces existía
de una manera rudimentaria y, siguiendo la opinión de Larraya, profesor
de la Universidad de Barcelona -cuya traducción utilizamos para este artículo-
era un conjunto de frases petitorias dirigidas al dios de la ciudad. Pero,
como señala también Budge, se experimentó la necesidad de ponerlos por
escrito "cuando los sacerdotes empezaron a dudar de su significado y
vacilaron acerca del modo como debían escribir", pues las fórmulas
se habían hecho de difícil exégesis a causa de su ya entonces venerable
antigüedad. Así, el libro entró en su faz epigráfica;
los sacerdotes de la primera dinastía le dieron una forma más similar a
la actual y a partir de la quinta, empezó a aparecer escrito en las
columnas interiores de las pirámides, las que se hermosearon a causa de
la profusión de jeroglíficos, a veces pintados de verde, como se
aprecia, dice Larraya, en la pirámide de Unas. Al llegar a las dinastías
XI y XII los textos del
"Libro de los Muertos" ornaron los mismos sarcófagos de los
faraones y de los señores más importantes; además, desde ese tiempo se
dividió en capítulos el texto que antes era todo corrido. La edad
papirológica del libro se inició aproximadamente con la dinastía XVIII;
desde ese momento figura realmente como libro (en realidad un rollo de
papiros envuelto en un estuche, que era colocado en las bibliotecas, junto
a otros textos hieráticos; estos existían como un apéndice de los
templos. A medida que transcurrió el tiempo, los escribas dejaron lugar,
entre los caracteres pictográficos, a las viñetas, hermosas
ilustraciones de colores que hacen más valioso hoy el papiro. Como recuerda Champdor, uno de los mejores
ejemplares "es un papiro de veinte metros de largo, conservado
actualmente en el Museo egiptológico de Turín, publicado por primera vez
por Lepsius, quien exploró, con Busen, Egipto y Nubia en 1842 y rescató
numerosas obras". Los textos de los sarcófagos, estudiados también
en cierta cantidad por Lepsius, no han sido compuestos de una sóla vez,
como claramente lo hace ver Jean Capart, sino que "son la obra de teólogos
que han buscado combinar doctrinas venidas de diversas partes de Egipto,
de diferentes escuelas sacerdotales y que verosimilmente, corresponden a
capas, muy distantes unas de otras, del pensamiento religioso de los
primitivos egipcios" Los capítulos XI a XIV (según Champdor)
están animados de la intención de preparar al "sahu" del
difunto para penetrar en el Tuat o país de los muertos; éste no está
ubicado en el cielo ni en la tierra, sino en la región inferior por la
que pasaba el Sol (de los muertos) en su viaje nocturno. Son curiosas las preocupaciones que tiene el
egipcio por el alimento de ultratumba; así, entre las solicitudes del capítulo
I se lee: "Oh, tu, que donas pasteles y cerveza a las almas puras en
el templo de Osiris; da pasteles y cervezas en las dos estaciones, orto y
ocaso, al alma de Osiris Ani (así llamaban al muerto) triunfador en
presencia de todos los dioses de Abtu y victorioso en tu compañía".
Más adelante, en el mismo himno, se solicita el juicio, con fe en el
resultado del mismo: "Proclamen las bocas de la muchedumbre la
sentencia del Juicio. Mi alma se remonta a la presencia de Osiris, luego
de declararla acendrada tras su estancia en la tierra. Y ante ti
comparezca, ¡oh, señor de los dioses! y llegue al "nomo" de la
Doble Justicia y Verdad, siendo coronado inmortal, dotado de vida,
resplandeciendo como la de los dioses que moran en el cielo. Así pueda
convertirme en uno de vosotros, con mi planta asentada en la ciudad de
Jer-abaut y ver navegar por el firmamento la barca Sektet (la del Sol
Poniente)del sagrado "Sahu" (cuerpo espiritual) sin jamás
alejarme de los señores del Tuat". Estas líneas dan una idea del
estilo del libro, lleno de invocaciones, de alusiones mitológicas y de fórmulas
sacramentales, estilo de difícil comprensión, que requiere la más
atenta lectura. Es valioso, por su lirismo, el capítulo XV
(en la versión de Larraya es el XVI) en el que se canta el gran himno en
honor de Ra: "¡Honor
a ti, oh Ra! En la barca
Sektet, con vientos prósperos te encaminas al ocaso y alegre está tu
corazón. Y el corazón de la barca Maktet (la del Sol Naciente) se
regocija. Recorres los cielos apacibles y todos tus enemigos son
derribados; cantas tus loas a las estrellas incansables y a las estrellas
quietas. Y las estrellas incesantes te magnifican cuando te sumes en busca
de reposo en el horizonte de Manu (el monte en el que el Sol se pone) oh,
tu, bello al alba y al crepúsculo, dueño de vida establecido, oh, mi señor!"
"Honor a ti, que eres Ra, Sol Naciente cuando apareces y Tem, Sol
poniente cuando te pones bellamente. Te alzas y brillas en la espalda de
tu madre, Nut (la masa acuática -femenina- que suponían entre el cielo y
la tierra y de la que nacieron los dioses según aquellas creencias) oh,
rey coronado de los inmortales". "Sebau, la Perversa (serpiente
fabulosa que combatía con el Sol al amanecer) en tierra se desplomó;
fueron tajados sus brazos y sus manos..." Como lo señala Champdor, los capítulos que
van desde el XXI al XXX
exponen medios y fórmulas que permiten al difunto adquirir una nueva
memoria, reencontrar los poderes misteriosos de su boca (relacionando esto
con la doctrina del valor mágico de la palabra) en las regiones del mundo
inferior y escapar de los sortilegios de los dioses enemigos. Interesantes
son también los capítulos llenos de abstrusas fórmulas, en los que el
sacerdote recitador emite su sortilegio para que el difunto pueda luchar
contra los ocho demonios de cabeza de cocodrilo; este animal representa
generalmente a Sebek, antiguo dios maléfico del "nomo" de
Ta-She; esos cocodrilos estaban ubicados en los cardinales y en las
posiciones intermedias de los mismos (capítulo XXXVIII). En otros capítulos
los miembros del muerto son divinizados; en algunos se narra cómo el alma
se eleva hacia el Sol y hacia
Isis (esposa y hermana de Osiris). En los libros finales se suceden fórmulas
para engrandecer el "ju" del difunto ante Ra, ante Tem, ante
Osiris y para darle potencia a aquél, delante de la asamblea de los
dioses (Capítulo CLXXXVIII). Libro difícil, producto de una imaginación portentosa, resultado de la tristeza de morir, de la rebeldía ante la idea de no ser algún día cosa alguna, tal es la obra que comentamos. En ella, los países del más allá, con palacios, servidores, riquezas, manjares; en ella, el átomo embriagándose de eternidad, inventando un mundo feliz como consuelo de su vivir miserable. Pero libro poético, éste, llena de esa poesía nacida del misterio, del estupor ante los fenómenos de la naturaleza -divinizados enseguida-; libro de esperanza para aquel pueblo desesperado, esclavizado bajo el régimen de los faraones. Pensando en esas aventuras, el "fellah" o campesino aceptaba, bajo el sol de fuego, la dura tarea, el forjador de armas se quemaba la vista y las manos en las fraguas, el botero remaba horas y horas, Nilo arriba, Nilo abajo, siempre amenazado de zozobrar en las aguas plagadas de cocodrilos, y el obrero moría levantando las piedras de las priámides sobrehumanas o de la Esfinge fabulosa. ¿Qué le importaba esto? Más allá de tanto mal , de tanta injusticia, soñaba con el viaje infinito, con la contemplación de las barcas sagradas, con el juicio de Osiris. Un día podría decir: Soy puro, soy puro, soy puro... Conmueve pensar en aquel dolor inocente, en aquella esperanza imposible, en aquellas vidas dadas por una ilusión irrealizable. |
por Hyalmar
Blixen
Suplemento Huecograbado "El Día"
6 de Diciembre de 1964
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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