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Textos Indígenas |
Es
un honor y un placer disertar en el ambiente selecto de la “Casa
Americanista”. Un honor por la seriedad y prestigio alcanzados por ésta;
un deber porque – por modesta que sea mi palabra – creo que no debo
manifestar esfuerzo por poner de manifiesto los valores americanos, cosa
que cada uno de nosotros debe hacer en la medida de lo posible; un placer
porque esas viejas culturas tienen una atracción irresistible y el gozo
que se experimenta al ir penetrando sus misterios, compensa necesariamente
los esfuerzos de la búsqueda. Claro
que en el estrecho límite de una hora – límite al cual me ajusto
siempre que hablo en consideración a la paciencia del público – sólo
puedo hacer una lectura, muy brevemente comentada de algunos de los
materiales poéticos que nos legó la antigüedad. Sabida
es que las grandes áreas de civilización de nuestro continente tuvieron
un adelanto notable, pero la parte conocida, quizás es el pensamiento del
hombre inca o de náhuatl o
del maya plasmado en relatos épicos, en canciones o en formas dramáticas,
o en fábulas o simplemente en cuentos. Al
escuchar o leer acerca de esas civilizaciones, se escucha o se lee más
bien acerca de la arquitectura de esos pueblos, o de sus adelantos en
astronomía, de sus formas de gobierno, de su organización social, que de
las formas y temas de su pensamiento plasmado en literatura. Es natural
que a la palabra literatura tenemos que darle un sentido amplio, ya que se
trataba, bien de escritos jeroglíficos, bien de otras formas de fijación
del pensamiento, tal vez éstas como auxiliares de memoria – como de los
quipus -, bien de simples relatos, transmitidos oralmente como los grandes
cantares populares de todas partes del mundo. Así,
por ejemplo, Orozco y Berra nos dice que al llegar del norte, los toltecas
ya tenían una escritura jeroglífica en su antigua patria que ellos
llamaban Huehue – Tlapallan, aunque no se sabe si era peculiar desde su
origen a los toltecas o a todo el tronco náhuatl. Los méxica (o
aztecas), desde su peregrinación traían amoxgaque (o sea hombres,
entendidos en las pinturas antiguas). No obstante, cuando los aztecas se
entronizaron, en tiempos del rey Itzcóatl, quemaron los mejores relatos.
Es probable que no hayan querido dejar rastros de las humillaciones
sufridas mientras fueron vasallos del imperio tecpaneca, o que esa
destrucción haya sido fortuita. En los jeroglíficos aztecas se
utilizaron los colores, los que tenían un valor simbólico: el blanco, el
negro, el azul, el rojo, el verde, el amarillo y el morado, todos ellos
con distintos grados de intensidades. Las figuras de hombres y animales
aparecen de perfil, pero los ojos, como si estuvieran de frente: esto nos
recuerda las figuras de Mesopotamia y de Egipto. El sentido de los signos
jeroglíficos es muy diverso: a veces están orientados de izquierda a
derecha; o viceversa; a veces de abajo a arriba, pero subiendo por la
derecha. Según Vaillante “la escritura azteca fue pictórica, pero ya
llegaba a la etapa fonética silábica; el color, la posición, etc.
Contribuían a registrar sonidos. Signos convencionales, como “huellas
de pies” indicaban viaje o movimiento; un escudo y una maza, indicaban
guerra, un cadáver envuelto significaba muerte, etcétera. La
escritura peruana se hizo, entre otros procedimientos, por quipus. El
quipu está formado por un conjunto de hilos de diversos colores, cada
cual con nudos de diferente naturaleza. Cada nudo, según su forma y según
el color del hilo, representaba una idea; y de la combinación de nudos e
hilos diferentes se valían para la transmisión del pensamiento. El
“quipu” que hoy se utiliza es simplemente un sistema para contar o
hacer pequeñas estadísticas y así no extraña que se crea que siempre
tuvo esa única finalidad. Sin embargo, muchos cronistas de Indias aluden
a los quipus como a un sistema de escritura. Así, Blas Valera señala que
el poema “Sunaj Ñusto” fue hallado por él en los nudos de anales
antiguos y que unos indios, leyéndolos, le dictaron el cantar que él
escribió en quechua, pero con nuestro sistema de escritura. La Relación
Anónima de Cuzco refiere que en los antiguos quipus se narraba un viaje
fantástico, viaje que Manco Kapac había hecho al planeta Pirna (Marte).
Antonio de Herrera los consideraba como libros pues dice que expresaban
“cuanto pueden decir historias, leyes, ceremonias y cuentas de
negocios”. Guzmán Parra dice que las fuentes de su historia de los
antiguos incas está basada en los quipus que los indios le leyeron. Por
eso, porque allí estaban consignadas las tradiciones históricas,
religiosas, literarias y sociales de los incas, tradiciones que se oponían
a la cultura ibérica, el Concilio Provincial de Lima de 1583 recomendó
la destrucción de los quipus, cosa que nunca hubiera hecho si se tratara
de un simple sistema de numeración. Por
otra parte – contra lo que vulgarmente se cree – el quipu no era
solamente peruano. Boturini, Veytia y Clavijero dicen que existieron también
en la altiplanicie mexicana y otros autores hablan de quipus chinos,
tibetanos y japoneses. Pero
aparte del quipu, los peruanos y bolivianos han tenido otro sistema de
transmisión de pensamiento: jeroglíficos no descifrados se hallan en las
piedras de Jorán, Chaviu y otros lugares. E Ibarra Graso ha encontrado
recientemente, en Bolivia, un sistema ideográfico, aunque ya hoy los
indios lo han modificado completamente, introduciendo elementos
cristianos. Además, según Larco Hoyle, existió una escritura, tal vez
para transmitir mensajes, tal vez hecha sobre porotos pallares; en una de
las caras se dibujaba, por medio de rayas y puntos, el signo ideográfico
y en la otra se ponía un número. Luego se ordenaban los pallares por
esos números, se daban vuelta y se leía. El libro náhuatl (tolteca, azteca o acolhua) estaba escrito sobre papel prehispánico hecho con la tela de un “ficus”, llamado “amacuáhuitl” o “árbol del papel”. Francisco Hernández, médico de una expedición enviada a México en 1570 nos ha dejado la descripción de cómo cortaban las ramas del árbol, cómo las dejaban remojar toda una noche en el río, cómo le quitaban la corteza y la limpiaban con planchas de piedra; cómo pulían la tela vegetal por medio de un barniz llamado Xicáltetl, cómo cortaban esas tiras de papel y otros aspectos de la producción, realmente curiosos. El papel precolombino ha sido objeto de estudios muy severos, entro otros los de Schwede, de la Universidad de Dresde, quien hizo la investigación químico botánica de las fibras de códices que se conservan. La narrativa épica entre Aztecas y Mayas Vamos
a hablar ahora acerca de la poesía épica. Esta tuvo por tema o materia
relatos cosmogónicos o explicaciones del origen del mundo, luchas entre
dioses rivales que sirvieron para explicar cataclismos, variación de las
estaciones o mutaciones geológicas y en fin, acciones de los dioses en
función de su misión redentora o simplemente cultural sobre la tierra.
Las páginas iniciales del Popol Vuh son en realidad un gran poema cosmogónico
de los quiché, el cantar o leyenda de los cinco Soles; lo es respecto de
la literatura náhuatl. Este
último, por ejemplo, es un cantar que aparece personificado en crónicas,
no sólo en indígenas sino de los cronistas de Indias que escribieron
sobre lo que fueron viendo y puede ser reconstruido con bastante
prosperidad. Al
comienzo del mundo Tezcaltipoca (el Espejo humeante) se convirtió en sol;
antes el universo estaba en la oscuridad. Desde entonces rigió lo que se
llamó la primera edad del mundo o Sol del Tigre, la cual comenzó en un día
del signo nahui – océotl (4- Tigre) del calendario náhuatl y había de
terminar en un día de ese mismo signo. Pero Quetzalcóatl (la serpiente
emplumada) lo derribó del cielo; al caer el sol se derrumbó el
firmamento y las estrellas, convertidas en tigre, devoraron a los
gigantes, seres de la primera humanidad. Entonces se entronizó Quetzalcóatl
(dios del viento) el cual, hecho sol, rigió la segunda edad del mundo o
Sol de Viento, desde un día llamado nahui – eckatl (4 – Viento) del
calendario hasta otro del mismo signo, en que cayó. Al ser derribado se
produjo una tempestad que barrió a los hombres de la segunda humanidad.
La tercera, presidida por la diosa Chalchuiutlücua (la de las faldas de
jade) terminó con una lluvia de fuego; esa edad se llamó Sol de Lluvia.
La cuarta fue la regida por Tlaloc, el Neptuno náhuatl y se llamó Sol de
Agua; empezó y concluyó en un día del signo calendárico nahui – atl
(4 – Agua). Cada
uno de los dioses estaba relacionado con un punto cardinal, al cual se le
daba un color ritual: el norte era negro, el oeste era blanco, el este era
rojo, el sur era azul. Este
comienzo de cantar de los Soles nos recuerda las literaturas ocultistas de
Asia y Egipto; parece evidente que hubo una relación del pensamiento mágico
primitivo, ya que la idea de cuatro edades del mundo aparecen, no sólo
entre los mayas (en el “Popol Vuh” y en “El libro de los antiguos
dioses del Chilan Balán de Chumayel” y entre los peruanos antiguos en
el comienzo de la crónica de Wamán – Poma) sino en relatos y cantares
ocultistas muy primitivos de Oriente. Así, Chochod alude a una antigua
tradición china según la cual los cardinales y la línea o eje vertical
del mundo (o eje cielo – tierra) estaban representados por seis Than –
qui (tortugas genios). Esta tradición se consigna en el libro llamado
“Ritual de los Shu” en el que cada uno de los seres orientadores de
los rumbos aparece con los colores simbólicos y también en el Yi-King (o
libro de las Transformaciones) que es anterior a Confucio. Parecida
organización del cosmos se aprecia en relatos chino – amaruitas. Así,
según el “Van – dao – fu – lue” el mundo está regido por
cincho Than o Shen, que tienen forma de tigres y ocupan los cardinales, y
el quinto la intersección de la cruz formada por ellos. Los colores son
los mismos: el Tigre Rojo está al sur, su estación es el verano y su
elemento el fuego. El Tigre Negro está al norte y se relaciona con el
invierno y el agua. El Tigre Azul, al este, influye sobre la primavera y
los vegetales. El Tigre Blanco, al oeste, rige en otoño y los metales. Y
por último, el Tigre Amarillo, que domina, que domina a los otros, ocupa
el centro o sea China, considerada, según ese libro, centro del mundo. La
diferencia estriba en que en el centro de los cinco tigres, éstos no
presiden edades del mundo sino simplemente estaciones. Los
egipcios también presentaban una concepción cosmológica parecida. Así,
en el Per – em – hru (que significa “Libro de irse alejando en el día”),
pero que se conoce más, aunque creo que impropiamente como “Libro de
los Muertos” se leen invocaciones a los cuatro Tchatcha, jefes o colegas
de Osiris, que presiden los cuatro puntos cardinales. Sus nombres son
Hapi, al norte, con cabeza de simio; Mestha, al sur, con cabeza de hombre,
Tuamáutef, al este con cabeza de chacal y Kebsenuf al oeste, con cabeza
de halcón. En
cuanto a las edades del mundo, en un texto grabado hallado en El –
Arish, demuestra que entre los egipcios existía, al respecto una concepción
parecida a la de los pueblos americanos. Así, la primera edad del mundo
la presidió Ra, el sol; la segunda Shu, el aire, la tercera Geb, la
tierra, la cuarta Osiris, el agua (del Nilo). Estas son las cuatro edades
anteriores a la humanidad actual; luego aparece una quinta edad, presidida
por Osiris, antepasado de los faraones. También los náhuatl, admiten, en
el cantar o leyenda de los soles, una quinta y última edad, que es
aquella en que vivimos y que empezó y concluirá en un día del signo
nahui (4 – Temblor). La tierra saltará hecha pedazos a causa de
temblores de tierra y todo concluirá. Esta quinta edad comenzó cuando a
raíz del diluvio náhuatl, sólo se salvó una pareja de seres humanos Nánatl
y su esposa Tétetl. Sobre una barca hecha con el tronco de un inmenso
almehuete soportaron la invasión del mundo por el agua pero por no haber
sabido soportar la vigilia que debía observarse en el mes Tozoztli (no
debían ingerir más que maíz) fueron convertidos en perros. (Había una
variedad de perro prehispánico que los aztecas comían con fricción y
que incluso probó Hernán Cortés hallándolo apetecible). Las
diosas decían entonces que Quetzalcóatl baje al Mictlán a buscar una
pareja de esqueletos humanos para fabricar con ellos a los ancestros de
los hombres de la quinta edad, pero Mictlantecutli el dios de la muerte se
opone, porque el poblar de nuevo la tierra es restar una parte a su
imperio. Les leo unos breves fragmentos de ese cantar, encontrado en una
crónica de Garibay: “Ya va Quetzalcóatl Ce Acatl al Mictlán. Así que hubo llegado a donde está Mictlantecutli (el rey de los muertos) y Mictlancóhuatl (la reina de la muerte) les dijo: |
He
aquí que he venido para tomar los huesos preciosos que tú guardas. Responde
el Rey de los Muertos: ¿Qué vas a hacer con ellos, oh Quetzalcóatl? Y éste, a su vez, replica: Los dioses están tristes pues dicen: ¿Quién ha de poblar la tierra? |
El
Rey de los Muertos le exige que venza en una prueba: dar cuatro vueltas,
haciendo música, alrededor de su trono de piedras preciosas verdes.
Quetzalcóatl logra que las
abejas entren dentro del caracol mudo que le había dado el Rey de la
Muerte, y de esa manera con música de las abejas, vence la prueba. En
todo esto hay un profundo simbolismo, pues es una lucha entre la vida y la
muerte a través del cosmos, en el espacio y el tiempo. Quetzalcóatl se
lleva la pareja de huesos pero los servidores de Mictlántecutli lo hacen
caer en una fosa, donde aquellos se rompen. El dios, sin embargo, los
lleva a Tamoanchan (el lugar donde según los viejos cantares náhuatles
fue creado el hombre y este nace al sangrarse los dioses sobre los
esqueletos; por eso, la sangre de los hombres pertenece a los dioses y
puede ser exigida en los sacrificios sangrientos. El
poema continúa con otros episodios, uno de los cuales el entronizamiento
del dios de la quinta edad, llamado Nanáhuatl en el códice Chimalpopoca. Los incas también tuvieron una épica, pero esta se ha perdido y sólo quedan rastros en las crónicas de los Cronistas de Indias; así, los relatos sobre Manco Capac, sobre Viracoha, sobre Pachacutec, etc., son, en general, prosificaciones de lo que consignaron en sus cantares los creadores de poemas de gestas. Las hazañas de sus mayores, magnificados por la leyenda dieron lugar a narraciones que desgajadas de las crónicas podrían rehacer, si no la forma exterior, al menos el contenido de aquellos viejos cantares. |
Hyalmar Blixen
Disertación en la “Casa Americanista”
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