Sábat Ercasty, patriarca de los poetas uruguayos |
Carlos
Sábat Ercasty nació el 4 de noviembre de 1887 en una casa de la calle
Yaro número 103, ahora Emilio Frugoni, propiedad contigua al local que
actualmente ocupa la Escuela Universitaria de Bibliotecología y Ciencias
Afines. Dado que fue el inmueble donde abrió los ojos uno de los más
grandes poetas hispanoamericanos, debería ser preservado de la destrucción.
De familia catalana por su padre, don Mariano Sábat y Fragas y vasca por
su madre, doña María Luisa Ercasty Tellechea, fue educado en un ambiente
propenso al arte y a toda manifestación humana donde estuviera presente
el espíritu de generosidad. De memoria prodigiosa, retenía enseguida
todo lo que de poesía y otras formas de cultura le gustaban, y hay un
sinnúmero de anécdotas que podrían aseverar esto. Estudiante tardío,
pues prefería la rica formación autodidacta, ingresó al fin a los
cursos de bachillerato, pero elegía las materias que consideraba más
atrayentes. Dominado
por su espíritu de curiosidad que fue siempre característica muy notable
en él, sintió desde niño gran atracción por el mundo de las estrellas,
y estudiaba, con un pariente suyo, poseedor de un telescopio particular,
lo que entonces se sabía de astronomía, materia de la que durante un
tiempo dio clases particulares. También le interesaba el mundo de lo
enormemente pequeño y eso lo hacía visitar frecuentemente a Clemente
Estable para observar, al microscopio, ese movimiento casi imperceptible
de formas vivas que subyacen en la materia orgánica. Las
amistades selectas Sábat
Ercasty y Neruda se carteaban y se remitían uno a otro sus libros. Con
García Lorca intercambiaron libros y retratos y por ese motivo un día se
reconocieron en una calle: “-¿Tú eres Sábat Ercasty?” “- ¿Y tú
eres García Lorca?”. Y entonces el poeta del “Romancero Gitano” y
tantas otras obras célebres lo abrazó con esa efusividad y don de simpatía
que se le reconocía y le dijo: “-¡Hermano! ¡Somos nosotros!” Amigo
de entrañable lealtad, frecuentaba tertulias literarias, donde junto a
escritores se reunían pintores y músicos, que en franca y amable
competencia buscaban la renovación intelectual, insistencia de dos de sus
amigos de entonces: el abogado don Horacio Abadie Santos y el poeta
Vicente Basso Maglio. En las aulas escuchó a Carlos Vaz Ferreira dictar
sus clases de profundo sentido lógico (era entonces Rector el Doctor
Eduardo Acevedo). Pero faltaba a menudo a clases que no le interesaban
para oír las magníficas exposiciones e Juan Zorrilla de San Martín
dictadas en el curso de Historia del Arte. De su profesor de Literatura,
que entonces era el doctor Francisco A. Schinca,
guardó siempre un gratísimo recuerdo. Gustaba
del fútbol y de muchacho jugaba con amigos y compañeros de trabajo en
unas canchitas existentes entonces en la zona que hoy ocupa el Club de
Golf: se formaban y se deshacían cuadros más o menos improvisados y en
uno llamado entonces “Río de la Plata” ocupaba, por su altura y
corpulencia, el puesto de back. No tuvo nunca preferencias por un equipo
en particular; admiraba el espectáculo espléndido, lleno de gracia,
destreza y picardía del antiguo fútbol criollo, donde era más
importante jugar bien que hacer un gol. “Hombre
orquesta” Gacetillero
en el diario “El Día”, contaba, de esa época, sabrosas anécdotas,
iluminadas por una pátina de melancolía sonriente. Entró en ese diario
de una manera algo curiosa. Batlle
y Ordóñez tenía un candidato para ese trabajo, Domingo Arena tenía
otro y Orlando Pedragosa Sierra uno más, que era justamente Sábat
Ercasty. Batlle por delicadeza, no quiso imponer su candidato y propuso
que sin que ninguno de los tres muchachos postulados por los directores
supiera la razón, escribieran un artículo sobre las playas y a cada uno
se le daría una fotografía como motivo de inspiración. Al fin, los tres
jurados reconocieron que la mejor composición era la de Sábat Ercasty,
pero Batlle le dijo luego a Pedragosa Sierra: “-Es evidente que su
candidato fue el que escribió mejor... ¡Pero también usted le dio la
fotografía de una bañista lindísima!”. Allí
trabajó en casi todas las secciones: arte, finanzas, organización telegráfica
de noticias, fue repórter ante casi todos los Ministerios, cronista
parlamentario, cronista policial e incluso autor de notas necrológicas.
Algunos de sus compañeros de tareas -Laso de la Vega en especial- le
llamaba “el hombre orquesta”. Después dejó “El Día” para
dedicarse al profesorado de Literatura, pero en sus últimos años de vida
volvió a escribir, en este caso, en el Suplemento Dominical. Un
humanista Su producción literaria es de las más vastas de toda la literatura uruguaya y de las de más alta calidad; lamentablemente sus libros no han sido reeditados, aunque puede adquirirse una buena selección de sus obras en la edición de la Biblioteca Artigas (Clásicos Uruguayos) que lleva un valioso estudio preliminar de Dora Isella Russell. Desde “Pantheos”, su libro inicial, que significa, aparte de su incuestionable valor en sí, una ruptura con el modernismo, y pasando por notable serie de obras líricas agrupadas bajo el título de “Poemas del Hombre”, hasta sus últimos libros de “Sonetos a Eurídice”, la obra de este gran poeta ha sido siempre de valor muy sostenido: no hay un sólo verso al que deba oponérsele seriamente un reparo. Su fuente de lectura estaba constituida por libros españoles, hispanoamericanos, franceses, italianos (sabía de “La Divina Comedia” considerable cantidad de versos), griegos latinos (me recitó, a los noventa años, casi toda la primera Catilinaria de Cicerón en latín), rusos, y ejemplos de las literaturas asiáticas, especialmente de la India. Fue el primero que dio un curso orgánico de Literatura Sánscrita en el Instituto de Estudios Superiores. Se interesaba también por los persas, y desde luego por la Biblia y los clásicos chinos; y de entre éstos, prefería a Lao Tzé que a Confucio. Viajó por Hispanoamérica y la cantó; se interesó por los temas indígenas, por la desgracia de los desamparados; esto constituía parte de su política del corazón, como, con otras palabras, en alguna ocasión se lo reconoció Emilio Frugoni, con quien a veces sostenía largas charlas de café. Vayan estas palabras de admiración y afecto, de ex profeso desordenadas, para aquel poeta notable que prácticamente iluminó gran parte del siglo XX uruguayo. |
por Hyalmar
Blixen
Diario "Lea"
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Carlos Sabat Ercasty en Letras Uruguay
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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