En aquella época, los persas tenían que luchar contra los enemigos denodados, que atacaban al país por el norte; eran los guerreros del terrible pueblo de los turanios. Los turanios eran numerosos, aguerridos y muy soberbios. Entraban en las aldeas persas, mataban, saqueaban y también se llevaban como esclavas a las más lindas doncellas.
El rey de los turanios, que se llamaba Afrasiab, era como un gigante y cabalgaba noche y día al frente de sus hombres, armados con corazas y cascos de hierros, sobre caballos infatigables.
-¿Cómo detener a los turanios? – exclamaban los persas desesperados -. ¿Es posible que Alá, el altísimo, nos abandone a tan mísera suerte?
Los persas tenían entonces un rey viejo, incapaz de defender a su pueblo. Había sido antes activo y emprendedor y a él se debía la fundación de muchas ciudades y fortalezas. Pero era ahora tan anciano, que la memoria se le borraba y ni siquiera recordaba cuantos años tenía. Como vio que no podía gobernar, entregó el reino a su hijo, Nuder, con estas palabras:
-Cuando un árbol no lleva sino flores y frutos amargos más vale que descanse en algún recogido lugar.
Nuder tomó el mando de los ejércitos persas y avanzó contra Afrasiab y sus turanios. Pero los invasores eran numerosísimos, cuantos más derribaban los persas, más refuerzos recibían los turanios. Al fin Afrasiab hizo prisionero a Nuder y como era sumamente rencoroso y cruel, lo mandó matar y también a los principales cautivos, para que los persas quedaran sin valientes jefes que condujeran a sus ejércitos.
Los persas seguían perdiendo ciudades de su patria, que caían en manos de los invasores del norte. ¡Cuánto sufrían las pobres gentes ante el avance de esas hordas violentas e impetuosas!
Cuando Rustem supo lo que ocurría se sintió lleno de tristeza por la suerte desgraciada de sus compatriotas y marchó a la cabeza de algunos súbditos de su feudo a ayudar a detener la invasión. Desde ese momento su nombre empezó a hacerse famoso. Protegido de su cota de mallas y de su escudo, daba fuertes tajos a los enemigos con el filo de su espada o los hería con sus mortíferas flechas, hasta que los persas expulsaron a los invasores del suelo patrio. |