Durante varios días y noches corrieron los dos jinetes hacia la montaña de Asprus. Aulad tuvo que cambiar varias veces de cabalgadura, pero Raksh, aunque muy fatigado, siguió trotando tan velozmente como si recién hubiese empezado su marcha. Al fin fue divisada la falda del Asprus; allí estaban encantados Kei-Kaus y sus guerreros.
Aunque era noche oscura, se oían muchos rumores, y había innumerables fogatas encendidas, tantas, que Rustem preguntó a Aulad la causa de todo ese movimiento.
-Esta es, realmente, la entrada del país del Mazenderán. Las dos terceras partes de los Divs duermen de día y andan vagando de noche.
El jefe de los Divs de esa comarca era Arzeng, y estaba en medio de su ejército de monstruos. Rustem ató a un árbol a Aulad, porque pensó:
-No estoy seguro de su lealtad. Puede ser que se una a los Divs y me traicione. O también es capaz de asustarse y huir, y entonces quedaré sin guía.
Hecho esto se fue al campamento de los Divs, montado en Raksh, que caracoleaba brillantemente. Al llegar a él, lanzó un gran grito de guerra y se precipitó sobre el Div Arzeng, contra el que combatió duramente hasta que lo derribó por tierra. Los demás Divs, al verlo enarbolar su invicta maza de hierro comenzaron a huir y entonces Rustem volvió a donde estaba Aulad, lo soltó y ambos entraron en la ciudad donde Kei-Kaus y sus hombres estaban prisioneros.
-¿Cómo prevenir a Kei-Kaus que he llegado en su auxilio? -pensaba Rustem -. Es conveniente que el rey de los persas esté prevenido para que me facilite la tarea de su rescate.
Raksh, que, como todo el mundo sabe, era el caballo más inteligente de cuantos comían pienso en la tierra, venía preocupado con la misma idea que su amo, pues deseaba vivamente salvar a Kei-Kaus, que siempre había sido bueno con él, y le daba toda clase de golosinas. Así es que decidió advertirle la llegada del héroe por el medio que le pareció más fácil.
Conviene, para ello, aclarar, que cuando había grandes tormentas en Persia, tanto los caballos como los perros se asustaban de los truenos, igual que los perros y los caballos de los demás lugares del mundo. Pero Raksh era un corcel valiente como su amo, y como no le importaba un comino la tempestad, se burlaba de los truenos, imitándolos. Y llegó a perfeccionarse de tal modo en ese arte, que quien le oía, daba enseguida a creer que una tormenta eléctrica había comenzado de pronto. Y así, al llegar al centro de la ciudad, para avisar al rey, Raksh imitó la voz de un gran trueno.
Kei-Kaus, al cual el cautiverio había hecho mucho menos tonto, porque ganaba en experiencia día a día, oyó, desde el lugar donde estaba, el grito de Raksh y lo reconoció. Su rostro macilento comenzó a iluminarse con gran sonrisa.
-¡Es el grito de Raksh! ¡Claro que es el grito de Raksh - exclamaba, loco de júbilo -.
Los cortesanos que estaban prisioneros con él en voz baja: - Es evidente que las cadenas han terminado por dejar completamente loco a Kei-Kaus. Una pequeña chispa de cordura le quedaba, pero ya el último resto de cacumen lo ha abandonado. ¿Quién puede ayudarnos en este país espantoso? Nadie. Se ve que el rey habla en sueños.
Pero esta vez era Kei-Kaus quien tenía razón. Al rato se oyó un ruido de lucha, de golpes, de gritos y de pronto, de unas patadas formidables, derribó las puertas de hierro que ningún ariete hubiera podido romper, y Rustem se presentó, sonriente, a saludar al rey.
Lamentablemente, Kei-Kaus había sido cegado por las artes mágicas de los Divs, así que no podía ver a su salvador, pero lo estrechaba jubiloso entre sus brazos. Al fin le dijo al héroe:
-Dicen los médicos que si me ponen tres gotas de la sangre del Div Blanco en cada ojo, a modo de colirio, volveré a tener la vista tan buena como antes y aún mejor. Por eso, te lo ruego, Rustem: ve a buscar al malvado Div Blanco en su pavorosa gruta, pero cuídate de él, porque causa terror a sus amigos tanto como a sus enemigos. ¡Ojalá puedas vencerlo!
Al otro día Rustem se despidió de los liberados persas y les dijo:
-Sed vigilantes, porque estamos rodeados de peligros. En cuanto al Div Blanco, es igual a un elefante de combate y además discurre mil astucias y traiciones cuando pelea. Es el único ser del que realmente dudo si podré derribar. |