Se durmió nuevamente Rustem y la Reina de las Peris volvió a aparecérsele. Sonriendo, le dio una bebida contenida en un vaso de oro purísimo al tiempo que le decía estas palabras:
-Bebe, héroe, este licor mágico, y bebe hasta siete veces, y así vivirás una vida tan larga como las de siete generaciones humanas, porque el mundo precisa de ti.
Rustem bebió, en el sueño, siete vasos llenos de licor encantado. Luego la Reina de las Hadas de la Primavera se alejó silenciosa, sin que se le oyera andar, porque llevaba calzadas las sandalias del sueño.
Cuando se despertó, halló el vaso de oro junto a Raksh. Este le miraba de un modo tal que parecía sonreír y era como si dijera:
-También a mí me dieron de beber el licor mágico.
-Vaya que eres afortunado Raksh, - le dijo Rustem -, aunque pensándolo mejor el afortunado soy yo, que tendré siempre conmigo, corcel incomparable.
El héroe disfrutó varios días del País de la Primavera, pero luego, aunque todo lo invitaba a quedarse allí, tuvo que seguir su interrumpido camino, porque consideraba que tenía el deber de salvar a Kei-Kaus.
Salió, pues de ese país maravilloso y enseguida tuvo otras aventuras fatigantes, de las que resultó vencedor. Anduvo varios días más, hasta que en cierta ocasión, como hacía mucho calor, se quitó su coraza, forrada con piel de leopardo, su yelmo y también el gorro que llevaba debajo de éste. Luego sacó la brida de la boca de Raksh para que comiera el pasto que fuera de su agrado, y tras esto, amontonó hierbas y se preparó un lecho como para que durmiera un león.
Pero aún en ese lugar le esperaban aventuras. El encargado de cuidar esos prados se indignó grandemente al ver a Raksh comer de esos vegetales y pisotear las plantas llenas de flores, y así es que se llegó a Rustem, que estaba adormecido a causa del calor fuerte, y sin decirle palabra alguna, le dio tal golpe en las piernas con su maza, que a no ser por la complexión privilegiada del héroe, le hubiera roto los huesos. El caballero, sorprendido por ese ataque inesperado, y lleno de dolor por el golpe, pérfido porque se hacía a una persona adormecida, se levantó y empezó a tirar fuertemente de las orejas y nariz del importuno, el cual, dando grandes gritos, se fue a quejar a su amo, rico y muy poderoso señor, que vivía en un castillo cercano, y que se llamaba Aulad.
Cuando el castellano supo lo que Rustem había hecho a su vasallo, marchó contra el héroe persa, acompañado de cantidad de guerreros, pero Rustem montó en Raksh y se vino hacia ellos "como el rayo que sale de la nube". Daba golpes a uno y otro lado, y hería grandemente a los guerreros asombrados de considerar, que, siendo tantos, no podían contra el jinete y el caballo. Porque Raksh también combatía como bueno, daba dentelladas tremendas y estupendas patadas que enviaban lejos a los enemigos.
Al fin los guerreros huyeron y Rustem persiguió a Aulad, al cual arrojó su lazo y enlazó por el cuello, igual que si fuera un toro o un caballo. Aulad se cayó de su silla y quedó sentado en el suelo, por lo que Rustem se apeó de Raksh y ató a su enemigo las manos. Entonces dijo:
-No he venido a combatir contigo, pero uno de tus hombres, olvidando las sagradas leyes de la hospitalidad, me atacó traidoramente. Y tú, en vez de castigarlo, viniste, prevalido del número, a buscarme pendencia. Mas lo que me importa es ir a la morada del Div blanco, que dicen que es el ser más fuerte del mundo y el que tiene capturado a Kei-Kaus, el rey de los persas. Si me sirves de guía, no sólo respetaré tu vida, sino que quitaré su corona al rey del Mazenderán, el mundo de los monstruos y hechiceros, y te la daré a ti. Indícame, antes que nada, dónde está prisionero Kei-Kaus.
Pero a Aulad le parecía imposible la empresa de Rustem y así es que se lo dijo sinceramente:
-Por de pronto hay una distancia de cien farsagas desde aquí hasta el lugar donde están cautivos Kei-Kaus y muchos de sus valientes guerreros. Y desde allí a la gruta del Div blanco muchísimas farsagas más. Tu caballo viene ya muy fatigado ¿Podrá correr tal distancia?
Rustem miró a Raksh con aire de pregunta y el corcel movió de arriba a abajo varias veces el pescuezo, como diciendo que eso no era nada para él.
-Está bien, - asintió Aulad -. Mas aún así, tendrás que combatir contra el Div Blanco. Su cuerpo es como una montaña; su pecho y sus hombros tienen una altura tal, que te será imposible alcanzarlos. No, no podrás vencerlos.
Rustem sonrió.
-Por ahora muéstrame el lugar donde está prisionero el rey Kei-Kaus y sus amigos. Luego veremos cómo combatir contra el Div Blanco.
Aulad asintió y ambos, montados en sus respectivos corceles, se lanzaron en rápida carrera hacia la lejana montaña llamada Asprus, en cuya caverna estaban encantados no sólo Kei-Kaus sino todo su ejército, como después se supo. |