María Eugenia Vaz Ferreira
Hyalmar Blixen

Obra y biografía

La época en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira.
Personajes de su tiempo
Semblanza biográfica
Aproximación a la poetisa
La lectura de almas
La enseñanza como tal
Obra poética
Valoración crítica
Glosa de poemas a través de su temática

Antología literaria

Nota de Carlos Vaz Ferreira (de "La isla de los Cánticos)
Resurrección
Sólo tú
Balada de las dulces perlas
Vía secreta
El regreso
Holocausto
"La piedra filosofal" (teatro)

Critica y noticias

La poetisa vista por Esther de Cáceres
Memorias de Susana Soca
Recuerdos y carta por Pablo Minelli González

La época en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira.

¿Cómo era la vida en el 900, es decir, en el mundo en que vivió María Eugenia Vaz Ferreira? Montevideo tenía mucho de ciudad aldeana, los niños asistían a la escuela y de ella, si lo deseaban o podían, ingresaban a la Universidad, pues la enseñanza secundaria formaba parte de ella. Obtenido el título de bachiller se escogía alguna de las pocas carreras existentes entonces.

El caso de las muchachas era distinto; se consideraba que tras cursar hasta cuarto o quinto año escolar, no les era necesario más estudio. No se las dejaba leer, salvo algunas novelas como "Pablo y Virginia" de Bernardin de Saint - Fierre, "Amalia" de Mármol, o "María" de Jorge Isaacs. Con eso y el aprendizaje de bordado, costura, cocina, buenos modales, piano y un poco de doctrina cristiana, la muchacha ya estaba lista para el matrimonio.

Pero se consideraba inconveniente que supiera mucho de sexo, a veces casi nada. "Ya te lo va a explicar tu marido" le decían a veces las madres y mismo las hermanas mayores casadas; tal era el tabú increíble que sobre el tema existía, desde luego respecto de lo que se llamaba en la época muchachas "de familia", porque había otras más ligeritas...

Poco a poco se empezó a considerar la necesidad de que la mujer supiera algo más. Y de ahí que se creó la Universidad de Mujeres (luego convertida en Instituto José Batlle y Ordóñez, y actualmente de enseñanza mixta). El noviazgo, en las muchachas cuidadas por los padres, podía iniciarse en alguna reunión o fiesta. Ya en el 900 no se usaba poner una rodilla en tierra y declararse con estas palabras: "Señorita: sí usted me diera una esperanza..." que era lo correcto en las décadas de 1860 a 80, pero aun así no resultaba fácil abordar a una chica.

Era frecuente entonces ir el domingo a misa; si se era católico se entraba a la iglesia, y si no, se esperaba a la salida. Se seguía a la que le parecía bella para averiguar dónde vivía, luego se paseaba !a calle. La muchacha comprendía y salía al atardecer a la puerta de su casa. Se miraban como al descuido y un día él la saludaba y de pronto decía algo como por casualidad. Se entablaba la conversación. Luego se convenía que la visitaría en el zaguán. Después de un tiempo era presentado a los padres y entraba en la casa. Se formalizaba el noviazgo, ella empezaba a preparar el ajuar, que hacia a mano. Hablaban bajo, en un rincón de la sala. La madre andaba cerca y el padre leía el diario. Pero aunque hoy cause risa esa prueba de constancia y fidelidad una vez dada la palabra de casamiento era muy mal visto que el muchacho rompiera con la chica a la que había ilusionado hecho que, aunque no frecuente, ocurría.

Las señoras de lo que podría llamarse clase alta pertenecían al patriciado que provenía a veces desde los orígenes de Montevideo o bien a la burguesía ulterior enriquecida; las primeras estaban orgullosas de su abolengo y no invitaban en sus fiestas a las burguesas. A veces se discutía qué era mejor si tener escasa fortuna pero descender de familias ilustres o ser sencillamente rica. Discusión totalmente pueril, pero si se desea retratar la mentalidad del 900 no debe eludirse, y ¿por qué? Porque la riqueza no tenía medios de ostentarse como hoy, y por lo tanto, no era tan importante. No se viajaba como ahora, no existían automóviles, las fiestas no costaban demasiado, no había cinematógrafos, ni radio, ni televisión, ni luz eléctrica, ni balnearios, pues se veraneaba en las quintas de Colón y poco en las playas de Montevideo; no existían compañías de aviones. Apenas empezaba a interesar el fútbol que no atraía grandes masas.

¿Qué quedaba por gastar? Las compañías de ópera extranjeras, alguna representación teatral, el paseo por la calle Sarandí, donde los hombres se ponían en fila para ver pasear a las señoritas, y saludarlas sin detenerse a conversar, bailes en el Club Uruguay, asistencia a las carreras de caballos, especialmente a las internacionales, tertulias donde se tocaba el piano y alguien cantaba o recitaba. La gente rica o por lo menos de posición acomodada no tenía mayormente en qué gastar, iba por la ciudad a píe y si no, en tranvías de caballos y las señoras tenías sus días de recibo; para ello preparaban ellas mismas las tortas, el té y la copita casi infaltable de oporto.

Así, la diferencia de fortunas no se notaba claramente. La vida en general de la mujer, era recatada, la doncellez, motivo de orgullo y decoro, por eso es un tanto insólito que haya críticos que señalen en María Eugenia Vaz Ferreira su concepto de virginidad, ya que era lo corriente.

Un hombre, en la calle, no se detenía por lo general a conversar con una mujer a la que conocía; simplemente se sacaba el sombrero con muestras de respeto, de simpatía y de cordialidad y la dama saludaba con una sonrisa y un pequeño movimiento de cabeza. En los bailes grandes, lo cortés era ofrecer el brazo a la dama para dejarla luego en el asiento del cual se había levantado para danzar con él. Ella apoyaba tres o cuatro dedos, levemente, en el brazo del caballero. Estos vestían frac o smocking, con pecheras de piquet, cuellos palomita y corbata de moña, blanca en el primer caso, y negra si se vestía la otra prenda. Las damas de largos trajes. Los intelectuales se reunían en cafés, como el famoso Polo Bamba, y después el Tupí Nambá.

Personajes de su tiempo

Por debajo de ese mundo patricio o burgués había un pueblo que sufría mucho y casi en silencio, salvo excepciones. Algunos visionarios, desde luego don José Batlle y Ordóñez, pero acompañado en sus reformas sociales no sólo de su partido sino de algunas figuras prominentes blancas. Carlos Roxlo por ejemplo, luego el socialista Emilio Frugoni y Alvaro Armando Vasseur, anarquista; y Florencio Sánchez con algunos de sus dramas, comenzaron a efectuar una reforma de la mentalidad de la época.

Movimiento de conciencia que dio por resultado una legislación avanzada, que puso, en unos años, a Uruguay a la cabeza de los demás países y con una enseñanza superior gratuita que no existía tal vez en ninguna parte de! mundo. Pero en ese momento el hombre trabajaba fuera de casa jornadas agotadoras por una remuneración escasísima sin reclamar, pues no había derechos gremiales. En las oficinas públicas había pocos empleados, que debían trabajar sin detenerse toda la jornada: hasta comienzo de la década de 1940 casi todos eran del sexo masculino.

La mujer, si trabajaba fuera de casa, lo hacía en tiendas, en la red telefónica, pues la comunicación no era automática sino por intermedio de una telefonista, en trabajos de modistería, tocaba el piano en pasajes interesantes de las películas mudas, cuando luego aparecieron, y en fin, se contrataba el servicio doméstico. Conseguía sin embargo abrirse paso como maestra, directora de escuela y el éxito que allí tuvo acrecentó su dignidad, pero todo el profesorado era masculino hasta que se creó la Universidad de mujeres. Su función principal era la hogareña: cocinar después de ir de compras, lavar la ropa, cuidar a los hijos y todo ello con sacrificio, porque de su sentido de la economía dependía todo el hogar.

El empleado y más el obrero llegaban extenuados tras catorce o más horas de trabajo. Era un tiempo además, en que la palabra de honor valía mucho y por eso el almacenero, el carnicero, el verdulero, todos vendían al fiado. Esos comercios tenían un muchacho recadero que iba a casa de los clientes a preguntar que traerían el próximo día: la señora daba las instrucciones y el dueño del comercio apuntaba en una libreta lo que mandaba, la fecha y el precio del artículo. A fin de mes enviaba la libreta sumada, la señora se la pasaba al esposo que a veces fruncía e! entrecejo, pero pagaba. Hubiera sido una vergüenza no pagar, sólo podía ocurrir que la señora comunicara al comerciante que le pagaría unos días después, porque su marido no había cobrado aún.

Pueblo sano, aquel, sin artefactos eléctricos, sin necesidad de maestros de gimnasia pues el propio trabajo, no sólo de las sirvientas, sino de las señoras, no las dejaba engordar demasiado. No había insecticidas en las casas; simplemente de noche se usaba mosquitero; no había calefacción eléctrica, pero la cama se calentaba con un porrón de metal envuelto en franelas para no quemarse los pies.

El carnaval tenía su corso de carruajes: las muchachas iban con antifaces y había un intercambio de serpentinas o de papelitos de colores arrojados a los muchachos. Y algún baile de disfraz o fantasía.

El bizcochero pasaba puerta por puerta, con su canasta y los chicos acechaban la hora en que vendría. El pescador, de tarde, iba con su largo madero sobre el hombro de cuyos extremos colgaban, sostenidas por largas cuerdas, dos canastas con peces, cubierto por una lona para que no les hiciera demasiado daño el sol. Por la noche, el pito del manisero, que los chicos esperaban atentos. Llegaba el diariero y cuando escuchaban el timbre, salían rápidamente para leer el fragmento de la novela de folletín. El resto del diario se entregaba luego a los padres.

No todo era idílico; había también mala vida, bajos fondos, peleas de guapos, pero no una puñalada por la espalda: se desafiaban a pelear con cuchillo o a puño limpio: e! Prado era un lugar apropiado. Llegaban a la cita, y a quien los veía conversar de lejos le parecía que eran dos amigos, pero ese ajuste de cuentas era leal: de pronto comenzaban a golpearse con furia y nadie intervenía en ese duelo. Tal vez habría una "mina" por entre medio u otro motivo cualquiera. El "bajo" tenia su hidalguía y era casi inconcebible que un hombre quisiera usar una pistola en un ajuste de cuentas si el otro sólo tenía cuchillo. Eso no era de hombre; se podía ser matón, peleador, fanfarrón, pero no cobarde.

¿Y poner una bomba? Eso era no dar la cara: no era uruguayo. Y los ajustes de! mundo de arriba podían ser también brutales: si la policía exaltaba a alguno y la prensa vibraba con demasiada violencia, ya lo habían aprendido en las cuchillas: cara a cara, con armas iguales. Era una brutalidad, pero se arriesgaba la vida por partes ¡guales.

En ese mundo vivió María Eugenia Vaz Ferreira.

Semblanza biográfica

María Eugenia Vaz Ferreira nació el 13 de julio de 1875 en una casa de la calle Buschental, sita cerca de donde ese mismo año, en Lucas Obes 92, nacía Julio Herrera y Reissig. Quizás se hayan visto ya de niños, jugando en el Prado, como era bastante corriente, sin adivinar aun lo que un día ambos representarían en la literatura uruguaya.

El padre de la poetisa, Manuel Vaz Ferreira, de nacionalidad portuguesa, era comerciante, por esa causa hacía frecuentes viajes a Brasil, en uno de los cuales falleció. Casado con Belén Ribeiro -maestra destacada- aunque ejerció poco tiempo su profesión, de ese matrimonio nacieron tres hijos.

El primero fue Carlos Vaz Ferreira, indiscutido maestro de la filosofía, no sólo en el Uruguay, sino en Latinoamérica, que dejó la más profunda huella en el pensamiento trascendente a través de sus estudios sobre lógica, psicología, pedagogía, metafísica, ética, epistemología, filosofía jurídico social, en un pensar asistemático, fragmentario, desdeñoso de las falsas precisiones, de todo lo que, siendo complementario, quiere tomarse por contradictorio, y postulador de una concepción de la creencia graduada.

El segundo hijo de ese matrimonio de Manuel Vaz Ferreira con Belén Ribeiro falleció a los pocos días de nacer. Angustia pensar cómo habría sido ese niño dada la calidad excelsa de sus dos hermanos. La tercera nacida fue María Eugenia.

Siendo una maestra, la madre se encargó por sí misma de la enseñanza de sus dos hijos. Además, el tío materno era nada menos que León Ribeiro (1854 – 1931) quien, junto con Tomás Giribaldi (1847 - 1930) y Luis Sambucetti (1860 - 1926) son los precursores del nacionalismo musical en el Uruguay, que nace en Luis Cluzeau Mortet, pues "Carreta quemada" es de 1916, en Alfonso Broqua y culmina en Eduardo Fabini. Ribeiro enseñó música a María Eugenia y también a Carlos. La poetisa tocaba el piano y componía partituras que, según se dice, se han perdido. Muchas de sus poesías inéditas tienen un aire que hace sospechar que estaban destinadas a ser musicalizadas en "lieder" por su estilo similar al de las canciones de Heine y mismo los poetas del "sturm und drang".

Su hermano Carlos testificó al escritor Telmo Manacorda: "María Eugenia dominó de inmediato el alma del piano, ejecutando con técnica suficiente y con expresión excepcional desde muy joven. El sonido y colorido que ella sabía arrancar al teclado fueron, desde el principio cosa propia, de matiz y de vibración suyas, como expresión de un alma ... Así llegó, con ímpetu y genio, a sorprender a sus familiares con composiciones musicales que, en cierta época, alcanzaron, por su valor, a ser equivalentes a sus poesías".  

Pero su gusto, su deleite se centraba en Chopin y en Wagner; estos dos compositores, especialmente el alemán, impresionaron mucho, primero a los simbolistas y luego a los modernistas. Wagner fue un romántico anárquico de gran individualismo y profundo sentido de la libertad, por lo que estuvo casi veinte años exiliado de la Alemania de su época.  

También María Eugenia demostraba disposición para la pintura, y su tío Julio Freire se esforzaba por acercarla al arte de los colores, pero había que decidirse por algo, y su elección recayó en la poesía. 

Susana Soca, uno de los talentos de la generación posterior, hija del célebre médico, fue invitada un día por María Eugenia a su casa para escuchar música: "Ella salía del piano como una parte de si misma en la que hubiera debido sumergirse, y sin terminar la pieza decía un poema a la noche y era imposible no ver que un imperioso mensaje, apenas transformado, continuaba. Su voz era más bien baja y de tonos uniformes: decía los poemas con algo de melopea que lógicamente debió dar una impresión de monotonía a pesar de la calidez de su acento. E inexplicablemente sucedía lo opuesto: tenía el patetismo interior que no puede ser descrito, imitado ni olvidado".

Aproximación a la poetisa

María Eugenia empieza a dar a conocer sus poesías en recitados entre amistades, luego en revistas. Sin citarlas aquí, ese recorrido puede hacerse con la lectura del muy bien documentado libro del escritor y profesor Rubinstein Moreira titulado "Aproximación a María Eugenia Vaz Ferreira". 

Cronológicamente es la primera poetisa importante del Uruguay; curiosamente, la primera que editó poemas en Montevideo fue una que en 1807 y con el nombre de María Theresa, los publicó en inglés, en "La Estrella del Sur". En español, Petrona Rosende de La Sierra, recogidos sus versos por Luciano Lira en el Parnaso Oriental. 

Hay otras entre ésta y María Eugenia. Antes compusieron poesías en el continente algunas muy buenas: Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz) en México del siglo XVII y Gertrudis Gómez de Avellaneda, (1814 - 1873), cubana que incursionó también en otros géneros literarios.

Tras María Eugenia aparecen Delmira Agustini y luego Juana de Ibarbourou, la argentina de origen-suizo Alfonsina Storni, y la chilena Gabriela Mistral. Todo este núcleo creó una lírica de singular valor y no es bueno decir que tal o cuál supera a las otras. Y quizás haya más, en algún rincón de nuestro inexplorado continente. Un intelectual francés preguntó a un embajador chino a quién conceptuaba más, si a Confucio o a Lao Tzse y la respuesta fue ésta: "Cuando dos golondrinas vuelan tan alto, que se pierden en las regiones sobrehumanas, no se puede saber cuál ha llegado un poquito más arriba".

Sus primeros poemas, que Hugo Verani llama neo-románticos, abarcarían desde 1894 a 1899 y es una fortuna que haya decidido publicar toda la lírica de María Eugenia, porque aún si hay versos menos logrados, aportan a veces sentimientos y temas distintos a los de "La isla de los cánticos", y versos escogidos por la propia poetisa, y "La otra isla de los cánticos", recopilada y prologada por Emilio Oribe, donde hay, por otra parte, buen material lírico, no inferior, a veces, al primer libro.

Entre tanto, como señala Rubinstein Moreira aparece una nueva faceta de la poetisa: el 1° de setiembre de 1908 se estrena en el Solís "La piedra filosofal", comedia de un acto, "para la cual le compuso también la música". Hugo Verani agrega que fue publicada en Caracas, en la revista "Escritura", Nº 9. Enero-junio de 1908.

El 25 de octubre de 1909 se representa su segunda pieza en verso, en el teatro Solís, que permanece, según parece, inédita, y titulada "Los peregrinos".

El 2 de agosto de 1913 se representa en el Solís, con música de César Cortinas, "Resurrexit" (Idilio Medieval), El "Diario del Plata" la reprodujo el 5 de agosto, pero como después de tanto tiempo se hallaba olvidada por el público, Arturo Sergio Visca la incluyó en la Revista de la Biblioteca Nacional.

Agrega Hugo J. Verani que hay una cuarta obra, pero inconclusa, "Nube de estío", sainete lírico en un acto, con muchas frases y diálogos tachados.  

Varios autores se refieren a lo que la gente llamaba "rarezas" de la gran poetisa. Algunos, como Lauxar, las califican de pequeñas travesuras, en realidad inocentes, de las que ella se reía, como lo hacía con frecuencia: que había viajado sola en un tranvía a las afueras de Montevideo y ante la estupefacción de la gente se había puesto a esperar uno de vuelta al centro. La explicación dada a Crispo Acosta fue ésta: "Vengo de épater le bourgeois". Otras veces se vestía de modo descuidado, un botón abrochado en otro ojal, dos zapatos distintos, y con frecuencia daba respuestas desconcertantes y en general riendo, pues su temperamento de entonces era jovial.  

"Era -agrega Lauxar al referirse a su trato personal- alegre, expansiva, rebelde, turbulenta, inquieta y caprichosa, resolvía los salones del gran mundo con la tempestad de sus risas; contestaba a carcajadas las tonterías de buen tono".

Oribe cuenta otra: la de andar a altas horas entre los árboles del Prado. Y a veces decía sentir el temor de no poder ver el fin de una representación teatral. Mercedes Pinto, en una conferencia que dictó dentro de! llamado "Plan Reyles" alude a "la admiración" de los que aplaudían sin reservas sus extravagancias y cita la de entrar sola en un café, cosa que en aquella época no dejaba de llamar la atención.

Zum Felde escribe que lejos de censurarla, la alta sociedad aplaudía sus ocurrencias o humoradas y que se decía "locuras de María Eugenia" y agrega, ofensivamente el autor de "Proceso intelectual del Uruguay": "Mucho de pose había en ello, ciertamente más si no era tan loca como se hacía, distaba de ser una mujer como las otras". La considera una orgullosa "convencida de que a ella, por ser ella, todo le estaba permitido".

La lectura de almas

Hubiera sido preferible omitir el tema de las "rarezas" de la poetisa, pero puesto que han quedado escritas tales expresiones, hay que darles la explicación correcta. Josefina Lerena de Blixen conocía y apreciaba mucho a María Eugenia, puesto que ambas actuaban en una sociedad de beneficencia llamada "Entre nous" (estaba de moda ponerle nombres franceses a todas las cosas). Allí se cosía para las personas pobres. Debía, además, llevar actas de las reuniones y María Eugenia era muy amable y fina con ella.

Pero Josefina Lerena daba a lo que la gente llamaba, por no entenderla, "rarezas", otra explicación que podría ser más correcta y aun sagaz de las expresadas. Según ella podía sorprenderse en María Eugenia, una sutil mirada inquisidora con la que trataba de estudiar la reacción de la persona que observaba o escuchaba la rareza, María Eugenia, interpretaba con su inteligencia superior, el comportamiento, la reacción psicológica, el efecto; lo que su hermano Carlos captaba en la lectura de libros, su hermana lo hacía en la lectura de las almas.

Al hablar de frivolidades, hacía preguntas inteligentes y mismo que obligaban a estar informados a sus interlocutores: "¿Usted sabe por que se llama "nattier" a ese color gris celeste que está de moda?" ¡Vaya pregunta sesuda. Josefía Lerena, que tenía unos catorce años menos que María Eugenia, respondió con voz insegura: "Tal vez será porque Nattier pintaba precisamente en ese tono los vestidos de las princesas del tiempo de Luis XV".

Este hecho, que narra en su libro inconcluso "Encuentros" (cómo conoció a diversos escritores e intelectuales en general) explica, fuera de si la respuesta resultara o no la correcta, que lo que hacia la insigne poetisa tenía, bajo la frívola apariencia, curiosa para quienes no la conocían, una intención seria y profunda. Al darse cuenta de ello, Josefina Lerena le respondía como si lo que decía María Eugenia fuese lo más natural.

La invitaba a veces a sus fiestas y la poetisa se presentaba vestida con mucha negligencia, cosa que han observado algunos autores y en una ocasión con el traje roto y cerrado simplemente con alfileres de gancho. ¡Espléndida prueba para contemplar la reacción de las damas elegantemente vestidas! Pero aun así y como para demostrar que lo que valía era la espiritualidad, el talento y no el traje, comenzó a hablar, a encantar a todo el mundo presente y la impresión del vestido adredemente roto se disolvió en la maravilla de la conversación rápida, chispeante, juguetonamente envolvente y reinó, como siempre, en medio de la fiesta.

Era curiosidad de estudiar el comportamiento humano, pero también una valentía. Lo demostró cuando subió a un aeroplano, el segundo que venía a nuestro país, según expresa Rubinstein Moreira, María Eugenia dio la segunda vuelta, en la tercera, el aeroplano capotó y quien ascendió y el piloto se salvaron de milagro.

Los distintos escritores escriben a veces respecto de la intachable moralidad de María Eugenia y señalan su doncellez. Pero ¿a qué asombrarse? Ya se ha visto que las concepciones del 900 eran completamente diferentes. Y además, ¿por qué tenía que caer María Eugenia en los brazos de cualquier hombre más o menos mediocre que quisiera cortejarla con fines de aventura? Porque a uno que quiso besarla (y era un profesor), aunque no el león de "Holocausto", ella, que no gustaba de él, lo detuvo con un "no" bien firme. Y en seguida le dio esta graciosa explicación, que revelaba la rapidez de sus respuestas:

          "Halaga mi vanidad pagana, pero ofende mi dignidad cristiana". Le contestó

          pues, como si jugara con un florete a una esgrima intelectual. No había

          manera de ofenderse y el que quiso probarla no se enojó; es casi seguro

          que la admiró en lo que ella valía. 

El hecho de blasonar su castidad a través de versos no significa que no tuviera lo que entonces se llamaba "amistades románticas", algo platónico, elevado, fino, delicado, sentimiento intermedio entre la amistad y el amor, que podría comprender quien leyera su correspondencia. Había quien María Eugenia admiraba como a un amigo maravilloso. Por otra parte, tuvo un novio, cuando era muy joven; ese muchacho; ese muchacho falleció. Sus poemas de amor, que en "La otra isla de los cánticos" son muchos, casi siempre terminan, tras un principio de entusiasmo y ensueño, en tristeza. Era capaz de amar, su destino fue duro para con ella.

En 1912, al crearse la Universidad de Mujeres, María Eugenia Vaz Ferreira fue designada secretaria de la misma, cargo que si le proporcionó ocasión de mostrar su capacidad administrativa, no dejó de darle, como ocurre a menudo, contrariedades. Más importante fue su labor en la Cátedra de Literatura. ¿Cómo dictaba sus clases la ilustre poetisa? Una de sus alumnas fue Esther de Cáceres y ella la describe así en el prólogo que precede a los poemas de "La isla de las cánticos" en la reedición de Clásicos Uruguayos:

          "su lección comenzaba en cuanto se la veía; su presencia misma, sola y

          poderosa, y de una dignidad increíble, constituía la más inolvidable lección que

          nadie puede dar y que ella impartía en aquella casa de estudios como en

          cualquier sitio a donde ella llegase. Era mujer de cara expresiva y profunda, de

          mirada segura y firme, con un ceño austero y una boca caída y dolorosa, en

          contraposición con la risa fácil y de alta música, con la voz serena y melódica y

          con un paso suave, lleno de majestad y gracia..."

"Fue, pues, criatura recóndita, dueña de un delicado pudor y de un profundo respeto por su propia alma. Pudo enseñar literatura salvando los

distintos riesgos pedagógicos, creando clases vivas, en las que mostraba para siempre la grandeza del arte, la verdadera cara de la poesía, la vida moral del artista y algo difícil de saber en estos medios: la diferencia profunda entre vida intelectual y vida espiritual".

"Pasando con gracia sobre la información árida, sobre los esquemas de critica académica, dio en sus clases las claves esenciales de la experiencia poética, sobre todo la conciencia de que la poesía es la más alta expresión del ser. Con gracia altiva, con libertad ejemplar enseñó la generosa y justa afirmación de los grandes valores".

Es, desde luego, una visión de alumna a profesora, pero realizada con una captación muy fina y sutil de muchos matices.

La enseñanza como tal

Con otros profesores tenía a veces actitudes curiosas. Apreciaba al profesor de Literatura Julio Lerena Juanicó, pero un día no coincidieron a propósito de cierto tema literario o pedagógico... Entonces sorpresivamente para las alumnas, llevó a las chicas a la casa donde vivía su ocasional discrepante. Tocó al aldabón, se asomó sorprendido Julio Lerena Juanicó: ella hizo sentar a las discípulos en la escalera de mármol y le dijo: "Profesor, dicte usted la clase a mis alumnas. El tema es tal". Y Julio Lerena Juanicó no tuvo más remedio que disertar ante las señoritas sobre el tema inopinadamente propuesto.  

Así era María Eugenia. Por fortuna, entre los profesores actuales no se gastan esas bromas, o si no eran tales, esa forma de zanjar una controversia literaria. 

Pero la salud de la poetisa se quebraba por el avance de una enfermedad, la más maligna. Entonces, un día, en 1922, se despidió de sus amadas alumnas del grupo correspondiente a ese año y les presentó a la que había elegido por sucesora: una jovencita bella, rubia, de ojos celestes, poseedora de una fineza y calidad maravillosas: nada menos que Alicia Goyena. Esta, tras muchos años al frente de las clases de Literatura, llegó a ser la Directora de más espiritualidad que puede concebirse. Y detrás de la mesa de su despacho de la Dirección del I.B.O., tenía colgados tres retratos: en el medio el de Rodó, a la derecha el de Carlos Vaz Ferreira y a la izquierda el de María Eugenia. 

Y había, en la forma que tenía Alicia Goyena de examinar, algo de su antecesora: buscaba hacer pensar, ampliaba el horizonte cultural de las muchachas, pues les aconsejaba, que además de leer los libros, fuesen a escuchar música clásica al SODRE o al Solís, y a asistir a una representación teatral o a una exposición de arte. Su clase era de una temática abierta, con gran sentido de la libertad de cátedra, pero no imponía ninguna idea y tenía gran preocupación a propósito del profesorado dogmático. Cuando en un examen alguna alumna emitía un juicio evidentemente equivocado y demostrativo de no haber leído bien, Alicia Goyena la miraba suavemente y le insinuaba un "¿te parece? Piensa un poco más". Esta pequeña digresión vale por cuanto a través de la gran discípula, tal vez se comprenda cómo daba sus clases María Eugenia Vaz Ferreira.

La poetisa falleció un 20 de mayo de 1924 y fue enterrada en el Cementerio del Buceo.

Obras poéticas de María Eugenia Vaz Ferreira 

Debe confesarse, ante todo, la dificultad de establecer una cronología de la poesía de esta autora ilustre, porque generalmente no fechaba su producción. Y aun así, con frecuencia los poetas pulen, corrigen sus versos, los llenan de tachaduras y años después los refunden en otros que dan ocasiones a un sentido nuevo o por lo menos algo modificado de la primera concepción lírica. 

En 1903 tenía María Eugenia pronto un poemario que tituló "Fuego y Mármol", con cincuenta y un poemas numerados por la propia autora. Dicho manuscrito fue dado a su entrañable y noble amigo, en el que depositaba su confianza, el escritor Alberto Nin Frías, pero con un número menor de poemas. Sólo cuarenta y uno. Este escritor hizo observaciones marginales del texto, ya en elogios del mismo, y de la propia poetisa María Eugenia Vaz Ferreira, ya a punto de publicarlos, estuvo en tratos con el editor Orsini Bertani, hombre digno de reconocimiento por su generoso deseo de dar a conocer libros uruguayos. Pasó el tiempo, y luego, ya enferma, la poetisa comunicó al editor que no estaba en condiciones de corregir las pruebas. 

En 1925, pero con fecha del año de su fallecimiento, se editó "La isla de los cánticos", María Eugenia seleccionó por sí misma los poemas y recomendó a su hermano Carlos que corrigiera las pruebas de imprenta. El libro consta de noventa y tres poesías editadas por la casa Barreiro y Ramos e incluye el titulado "Único poema" a instancias de su hermano. Lo había excluido de esa antología dándole la explicación de que nadie lo comprendía. Tras esta edición fueron recogidos poemas en antologías hasta que en 1956, el Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social resolvió efectuar una segunda edición en la colección Clásicos Uruguayos (Biblioteca Artigas) que fue prologada por Esther de Cáceres. 

Pero quedaba mucha poesía inédita y se discutía bastante entre los profesores de Literatura a propósito de si debía darse o no a conocimiento del público. Al fin Emilio Oribe se encargó de una segunda antología que reuniera materiales no publicados en el libro primero aunque varios eran ya conocidos a través de su antigua inclusión en publicaciones. Y así, en 1959 salió a luz "La otra isla de los cánticos", en "La impresora Uruguay", con prólogo también del poeta y profesor de filosofía Emilio Oribe. 

Verani señala, a modo de comentario; "Corresponde, sin embargo, hacer una advertencia necesaria, ya que la edición de Oribe presenta varios problemas, tanto en la ordenación de los poemas como en la fidelidad a los manuscritos. En primer lugar Oribe destruye la unidad de "Fuego y Mármol"; publica dieciocho poemas fuera del contexto dado por la autora, sin indicar siquiera que formaban parte de un libro y sin fecharlos, a pesar de ser, precisamente, los únicos poemas inéditos fechado en los manuscritos". (Y en nota aparte explica a cuales se refiere). "En segundo lugar, Oribe enmienda algunos textos, son modificaciones mínimas, es cierto, pero no autorizadas por los manuscritos que hemos consultado". Son puntualizaciones, pero no de mayor importancia.

En 1896, en junio y en los Talleres Gráficos de "El País", Hugo Verani prologa y hace las notas de una edición de las "Poesías completas" de María Eugenia Vaz Ferreira, pues usó además el material inédito que poseía la familia de la poetisa. En realidad constituye un acierto el que toda la producción de la autora sea conocida del público lector. Aunque los inéditos no fueran los mejores versos, aportan otros temas, otras motivaciones que enriquecen el panorama, ahora más amplio, que puede permitir un más claro juicio a propósito de la autora, lo que permitirá futuros estudios más a fondo.

Valoración crítica

A propósito de la acepción que las palabras pueden darse en los versos de esta escritora, Carlos Sabat Ercasty observa que "el lenguaje es manejado interiormente por poderes espirituales que lo enriquecen y le sobreañaden honduras de una revelación que sobrepasa los lineamientos lógicos y lo que la tradición ha dibujado en él". Efectivamente muchos vocablos en su obra no están tomados en su sentido gramátical exacto, sino en una acepción simbólica que permite más de una interpretación. Hay, además, algunos problemas de puntuación, pues María Eugenia no llegó a corregir sus libros y eso obliga a una atención mayor para entender el sentido de algún concepto.

Si tomamos la poesía de María Eugenia en su conjunto cabría preguntarse si la poetisa fue buena jueza de sí misma, porque en "La otra isla de los cánticos" hay poesías que son tan valiosas como las que María Eugenia seleccionó, aunque todo va en cuestión personal de gusto ya demás ¿no creía Cervantes que el Quijote no era su mejor libro?

Hay, a veces, poemas que el escritor quiere por recuerdos que le traen, por sutiles estados afectivos que el crítico no puede entrar a considerar. Con toda su poesía a la vista, venga de donde venga su edición, obligará a revisarla toda en conjunto, sin tener en cuenta que era lo que le gustó a María Eugenia en un momento muy especial de su existencia. Además, lo que en una época y a un apersona no le place, puede resultar buena en otra, al cambiar el gusto y el lector. Lo primero sería, de momento, no rechazar ningún poema: todos tienen su razón de ser si se les sitúa en el espado y tiempo de la poetisa. Había demasiado talento en esa mujer para desechar de buenas a primeras lo que puso en el papel.

La ordenación por temas puede ser una forma de ver su lírica según motivos predominantes de inspiración y de acuerdo al tratamiento dado a ellos, pues presentan variantes de clima emocional. También podría ordenárselas de acuerdo a lo que se considerara más fresco y juvenil hasta lo dramático de otros poemas, pero eso puede ser engañoso.

La poesía de poetas que han sido conocidos en la casi totalidad de su obra, como ser Carlos Sabat Ercasty revela que poemas trágicos sobre la muerte y la soledad, de "Los Adioses", están escritos en 1929, o sea apenas pasados los cuarenta años y en cambio los más entusiastas y de más exaltación amorosa son de los ochenta y después, porque el que ve cercana la muerte trata de equilibrar ese sentimiento penoso con una evasión hacia temas que le compensen la seguridad de su finitud ineludible. Además, ocurre en ocasiones que según los días, a un poema ligero, de apariencia juvenil, puede suceder a poco, uno de fondo dramático, porque las emociones varían a cada instante.

Su poesía es sentimental, a veces dura y fría, y en algunos casos, de arte visual que la acerca a lo parnasiano, pero esto último es sólo ocasional. Tiene también aporte de los simbolistas. A veces es ligera, delicada, a flor de alma pero en otros momentos posee honduras metafísicas e incluso dificultades por cierto barroquismo, o porque no se expresa claramente, sino que sugiere.

Temas importantes de su poesía son el amor, la idealización de un ser amado, real o imaginativamente, el desencanto, la soledad, la belleza, la noche, la tristeza, pero con recuerdos de alegría anterior, la sed de una vida superior, la muerte... Hay temas secundarios no por la importancia, sino por ser menos tratados; el alma, el tiempo unido a la idea de fugacidad...

Glosa de poemas a través de su temática

EL AMOR: Aparece representado en varios poemas de "La isla de los cánticos" y en muchas poesías que permanecían inéditas. Cuantitativamente es el tema prioritario. En "Las quimeras" señala que aquél le ha sido ofrecido, pues "más de una vez las manos me tendieron, más de una vez riéronme los labios" y "miráronme, gozosas, las pupilas". Todo eso lo rechazó "en mal hora", lo que indica un cierto arrepentimiento. Y la causa era que "cargaba la cruz de una quimera, ajustada a la sien ardua corona, sin poder claudicar, y sin tocar la carne de la vida, jamás, jamás, jamás".

Tenía quimeras, hondos espejismos, anhelos superiores a lo que se le ofrecía. Parece rectificar lo que expresó en "Holocausto". ¿Puso su amor en alguien que idealizó mucho y desdeñó otros amores? Pero, ¿valdrían esas sonrisas lo suficiente? A veces también es tierna, amorosa, insistente en su sentimiento, hasta con una dulzura humilde. Pero no halla eco en ese hombre.

Sor Juana Inés de la Cruz, en algunos de sus sonetos, plantea ese desencuentro sentimental: ama a quien la desdeña y desdeña a quien la requiere.  

          "Al que ingrato me deja, busco amante;

          al que amante me sigue, dejo ingrata..."

En "Los desterrados" observa trabajar a un herrero, fuerte y sano. Y siente una atracción humana, muy humana por ese hombre y envidia a la compañera que de noche recibirá sus caricias. Pero ella es un ser espiritual, de sentimientos altos, puros, tiene alma, y ésta es de índole superior. 

Y hay aquí insinuado un gran conflicto cuya solución sólo la sabe Dios: "Dios de las misericordias / que los destinos amparas, / cuando me echaste a la vida, / ¿por qué me pusiste un alma?... ¿Por qué no te plugo hacerme / libre de secretas ansias..." Si sólo hubiera sido de ruda carne habría disfrutado de las caricias de ese hombre; si fuera descarnadamente espiritual no lo habría deseado. Duro conflicto. Por eso "Así me quejé, y a poco / seguí la tediosa marcha..." 

En "La otra isla de los cánticos" hay un poema "Primavera" donde el amor es feliz. También vale la pena citar "La aureola ambigua" de rítmicas cuartetas alejandrina, y "Cabeza de oro", de igual métrica. En el soneto "Yo era la invulnerable" parece sentirse la influencia del tema que Wagner trata en el tercer acto de "La Walkiria" y en el tercero de "Sifgrid", invulnerable hasta que encontró el deseado héroe a quien amar.

Hay, desde luego otros, donde el verso de arte menor, generalmente octosilábico asonetado, parece denunciar la intención de servir de soporte a un "lied". Están en sus tres colecciones de versos. No ha buscado la poetisa hacerlos demasiado profundos, como ocurre con muchos de Heine, Bécquer, Muller, que se potencializan si en vez de ser recitados se les pone música. Tal vez la música que componía María Eugenia y por momentos recitaba y volvía a tocar en el piano, como lo señaló Susana Soca, eran "lieder".

Habría que investigar si la música que se salvó no era para acompañamiento de esos poemas de amor. Porque ¿qué valor de perennidad tendrían los versos de Müller si Schubert no los hubiera revestido de las partituras para canto del ciclo "La hermosa molinera" o "El viaje invernal?" Si alguien compusiera música para ser cantada por contralto o tenor, en el estilo de la canción romántica, del "Sturm und drang" podría comprenderse la melodía de esos pequeños y aparentemente frívolos poemas cortos de nuestra poetisa.

Los otros poemas 

El amor no es correspondido o es desdeñado por María Eugenia; entonces, en un mismo cantar, tras la ilusión llega la desesperanza; tales "¡Oh, tristeza, oh secuencia!", "Desde la senda", "Barcarola del escéptico", "Liberatoria", "Enmudecer". Del tema de la soledad se pasa fácilmente al de la tristeza, a veces sin motivo aparente, como en un famoso poema de Verlaine; en los versos de "Tristeza", "La otra isla", se pregunta María Eugenia por qué en medio de las bellezas de la naturaleza en primavera, no está alegre.

El hundirse en la noche es tema maravillosamente hermoso y además rico y abundante en la lírica de la poetisa: "Sólo tu"; "Hacia la noche", "Nocturno", María Eugenia amaba la noche como puede observarse por la lectura de estos y otros versos. Gustaba recibir a sus amistades, para conversar, no a plena luz, sino en la semioscuridad de las velas, pues todavía no había luz eléctrica en la mayoría de las casas. Es que la penumbra es más propensa a la elevación del espíritu; así lo entendieron los románticos, pues lo crepuscular permite que el alma se independice de lo exterior.

Ciertamente le queda su entusiasmo por lo hermoso, y de ahí su "Oda a la belleza", su "Sacra armonía", su "Canto verbal". El dolor se transforma en creación, en obras perennes. Y de la belleza se eleva, por medio del dolor, a la metafísica, lo obsede un sentimiento raro para una persona católica: pide a Dios que, cuando muera, no vuelva a darle otra vida.

Entonces ¿entrevió la posibilidad de la metempsicosis y la rechazó? Y si no es eso ¿qué significado tiene volver a vivir? Eso lleva a abrir un abanico de problemas místico - metafísico: ¿desea el aniquilamiento total, la nada? Pero ella es, no sólo cristiana, sino católica. ¿Aspirará a reunirse con Dios, en la rosa empírea que concibió Dante? ¿Quería disolverse en el nirvana, en el alma universal, como lo predicaba Buda? ¿Cómo entrever esa tremenda tiniebla metafísica sólo manifestada por ella, que no tiene un claro sentido para nosotros y cuyo secreto se fue con la poetisa?

La sensación de lo inútil de su existencia llega a la negación de su esencia corporal en "La rima vacua", se ve hundida en las charcas, su canto rima con el de los sapos. La conciencia de su descenso desde lo lúcido e inteligente, hasta identificarse con el más bajo de la sustancia animal, casi nos subleva. ¡Cuánto habrá sufrido la poetisa excelsa para llega a expresar algo que apenas entrevió Doré, o si se quiere Goya! Sólo una persona que capta su disolución propia en una alucinación genial que puede haber concebido esta pesadilla de horror. Desde lo alto de la poetisa -Walkiria hasta la charca de la poetisa- sapo, ha bajado hasta la autohumillación de su divina esencia.

Y aun está la desolación de "Único poema": ella sueña con un mar inmenso, que tiene la infinitud metafísica del tiempo y el espacio. Nosotros concebimos el infinito poblado de la inmensidad inacabable de soles, con planetas y en algunos de ellos vida. Pero el mar de María Eugenia carece de brillos: "¡Cuánto nacer y morir / dentro de la muerte inmortal! / Jugando a cunas y tumbas / estaba la soledad". Y en este vació infinito, metafísico, sólo un pájaro vuela, el alma de la poetisa gritando su "¡Chojé!, ¡Chojé!", onomatopeya que por su "Nada" se adelanta al Dadá de los vanguardista de la línea de Tzará. Pero esa soledad en el infinito sólo la sintió Brahma en el momento de despertar de la "pralaya".

Después de lo expresado por la poetisa hay que cerrar el libro, los ojos, el tratar de entender, si es posible, las alturas y los abismos de ese genio a quien su patria no ha sabido aun honrar lo suficiente.

Antología literaria

Notas de Carlos Vaz Ferreira

Mi hermana proyectaba desde muy joven publicar en libro sus poesías, pero no se decidió nunca a hacerlo; en parte, por su temperamento, al que era más grato lo imaginado que lo realizado; en parte, porque le repugnaban ciertos aspectos de la publicidad. 

Lo que hacia fácilmente era dar copias de sus composiciones a personas amigas, o a quienes se las solicitaban para publicarlas en periódicos o revistas. Así fueron conocidas desde el principio, y ejercieron su influencia.

Últimamente, sin embargo, había llevado más adelante su proyecto: había hecho preparar la composición de un folleto con una selección de poesías, y aun había empezado la corrección de las pruebas que tuvo que interrumpir por la agravación de su enfermedad. Entonces convinimos en que yo la ayudaría para la parte material de esa corrección, si mejoraban y, para el caso de su muerte, me pidió que yo publicara el libro. Es el presente.

Las poesías que contiene son exactamente las que ella había elegido (si bien no estoy tan seguro en cuanto al orden).  

En cuanto a la exactitud de los textos, el de cada poesía o de cada parte, está de acuerdo, o con las pruebas que llegó a corregir, o con alguna copia manuscrita. Pero, las pruebas ni son todas, ni ya podía ella corregirlas minuciosamente, en cuanto a los manuscritos, difieren algo entre sí y tienen algunas variantes. Lo que he creído deber hacer es lo siguiente:  

Cuando he podido determinar cuál fue la última versión o corrección, atenerme a ella; así, he respetado las modificaciones que introdujo aun en composiciones ya publicadas; hasta las que me consta hizo por escrúpulos de otro orden que el artístico, con lo cual respeto a su alma.  

Pero, en ciertos casos, no llegaron a ser corregidas las pruebas, y de las copias manuscritas no he podido determinar cuál es la definitiva. He debido entonces, elegir por presunciones y alguna vez, al azar. También encontré dificultades en cuanto a la puntuación; en parte, porque la de ella era personal, y en parte porque, como hacía tantas copias, tendía a descuidarlas precisamente en las últimas. En esos casos, sobre todo cuando esta dificultad podía afectar el sentido, he preferido, o no poner signos, o dejar la puntuación indeterminada, no poniendo ninguno que pudiera fijar un sentido no seguro. Hay partes así en "El regreso" y en otras poesías,  

Si en otro estado de espíritu o en posesión de datos nuevos pudiera más adelante perfeccionar este trabajo, lo intentaré para otras ediciones. Y también resolveré si debo publicar otras poesías. Para uno y otro fin, pediría a las personas que tengan de ella poesías manuscritas (o poco difundidas, aun entre las publicadas), quisiera comunicármelas, así como cartas o datos que yo pudiera no conocer.

Carlos Vaz Ferreira

Resurrección

 

Quiero tenderme en éxtasis beato

Cabe la fuente rítmica de! verbo

Y escuchar en polífona armonía

E! himno espiritual del pensamiento,

Engarzado en fantásticas palabras

Que le revistan en su idioma excelso

Como piedras preciosas, fulgurantes

Del arcoiris bajo el gran reflejo

Quiero que el surtidor abra sus labios

Junto a mi oído religioso y trémulo

Y semejante a la fecunda aurora

Riegue y flamee sobre el parque muerto

Haciendo resonar las arpas mudas

Y aromando las rosas del deseo.

Quiero juntar a la sonante boca

Mi nebulosa trágica del tedio

Que la golpee la potente frase

Entre las ondas diáfanas del verso,

Y a la frescura de benignas lluvias

Bajo el rayo inmortal del sacro fuego

En cánticos de vida y de esperanza

Mi corazón florecerá de nuevo.

 

Solo tú

 

Mi corazón ha rimado

Con el corazón del día

En un palpitar llameante

Que se convirtió en cenizas...

 

Mi corazón ha rimado

Con las rosas purpurinas,

Y se cayeron los pétalos

De las corolas marchitas...

 

Con el vaivén de los mares

Mi corazón hizo rima,

Y se rompieron las olas

En espumas cristalinas...

 

Sólo tú, noche profunda,

Me fuiste siempre propicia

Noche misteriosa y suave,

Noche muda y sin pupila.

Que en la quietud de tu sombra

Guardas tu inmortal caricia 

Balada de las dulces perlas

 

En el crisol de tu boca,

Quisiera verter mis lágrimas

Esas derretidas perlas

Del hondo mar de mis ansias...

 

Sólo tú sabes ser bueno

Y envolver con tus palabras

La inquietud de mis caprichos

Y el vaivén de mi esperanza.

 

Aunque estés lejos te siento

Tan cerca que no hay distancia.

Cuando en la noche profunda

Se llora sin tener causa.

 

Y en el crisol de tu boca

Quisiera verter mis lágrimas:

Yo sé que nunca me los darías

En dulce dicha trocadas

Esas derretidas perlas

Del hondo mar de mis ansias...

 

Vía secreta

 

Cuántas cosas, dueño mío

Cuántas hay que nos separan:

Roca, abismo mar y cielo,

Eternos tiempo y distancia...

 

Pero yo te digo un nombre

Y tantas veces lo digo

Que tengo una ruta abierta

Entre mi boca y tu oído.

 

El Regreso

 

He de volver a ti, propicia tierra,

Como una vez surgí de tus entrañas,

Como un sacro dolor de carne viva

Y la pasividad de las estatuas.

He de volver a ti gloriosamente,

Triste de orgullos arduos e infecundos

Con la ofrenda vital inmaculada.

No sé, cuando labraste el signo mío,

El crisol armonioso de tus gestas

Dónde estaba...

Dónde la proporción de tus designios...

Tú me brotaste fantásticamente

Con la quietud de la serena sombra

Y el trágico fulgor de las borrascas...

Tú me brotaste caprichosamente

Alguna vez en que se confundieron

Tus potencias en una sola ráfaga...

Y no tengo camino;

Mis pasos van por la salvaje selva

En un perpetuo afán contradictorio,

La voluntad incierta se deshace

Para tornasolar la fantasía;

Con luz y sombra, con silencio y canto

El miraje interior dora sus prismas;

Mientras que siento desgranarse afuera

Con llanto musical los surtidores,

Siento crujir los extendidos brazos

Que hacia el materno tronco se repliegan,

Temor, fatiga, solitaria angustia,

Y en un perpetuo afán contradictorio

Mis pasos van por la salvaje selva

¡ah, si pudiera desatar un día

la unidad integral que me aprisiona!

Tirar los ojos con los astros quietos

De un lago azul en la nocturna onda...

Tirar la boca muda entre los cálices

Cuyo ferviente aroma sin destino

Disipa el viento en sus alas flotantes...

Darle el último adiós

Al insondable enigma del deseo,

Cerrar el pensamiento atormentado

Y dejarlo dormir un largo sueño

Sin clave y sin fulgor de redenciones...

Alguna vez me llamarás de nuevo

Y he de volver a t¡, tierra propicia,

Con la ofrenda vital inmaculada,

En su sayal mortuorio toda envuelta

Como en una bandera libertaria.

 

Holocausto

 

Quebrantaré en tu honra mi vieja rebeldía

Si sabe combatirme la ciencia de tu mano

Si tienes la grandeza de un templo soberano

Ofrendaré mi sangre para tu idolatría

Naufragará en tus brazos la prepotencia mía.

Si tienes la profunda fruición del océano.

Y si sabes el ritmo de un canto sobrehumano

Silenciarán mis arpas su eterna melodía.

Me volveré paloma si tu soberbia siente

La garra vencedora del águila potente:

Si sabes ser fecundo será tu floración.

Y brotará una selva de cósmicas entrañas

Cuyas salvajes frondas románticas y hurañas

Conquistará tu imperio si sabes ser león.

La piedra filosofal

Por María Eugenia Vaz Ferreira

 

Obra teatral completa.

 

Acto único

 

En el interior de un cuarto con armario lleno de piedras, francos, libros. A la derecha del espectador una mesa llena de las mismas cosas, más una olla que hierve sobre fuego. Al frente una ventana entreabierta que da para la calle de atrás.

 

Es de noche. A la izquierda una puerta cerrada. Hay sentado a la mesa un alto viejo flaco en larga túnica. Cuando se levanta el cortinado el viejo está mirando con un lente atentamente un pedazo de oro; luego se levanta, elige dos o tres piedras y las estudia. Las echa a la olla y vuelve a sentarse (todo esto deberá, naturalmente, ser hecho de un modo augusto). Luego se ve pasar por la ventana una máscara que se para; se le juntan dos o tres más; todas vichan en silencio y siguen. Luego se siente la música de una serenata que se acerca y pasa; al rato cricarquea la puerta con mucho ruido de llaves y entra un joven hombre con traje corto de terciopelo, gorro de anchas alas adornado de rosas, un ramo de éstas en la mano. Un violín más papeles y una botella. Entra con gran estrépito y alegría terminando una canción.

 

Marcelo (cantando) - Dime, que has hecho de la vida... conoces el placer,

conoces el amor. (Se para y continua tarareando la música; luego tira en un sofá el gorro y las cosas que trae menos algunas rosas que pone en un vaso sobre la mesa del viejo, frente al cual cruza los brazos)

-Buenas noches, maestro: ¿has encontrado la piedra filosofal?

 

Arón: -Marcelo, no te burles de mí; ¿por qué zahieres al viejo con tus sátiras?

 

Marcelo: -Hoy estás triste...

 

Arón: -Es que eres un loco y me descorazonas...

 

Marcelo: -¿Un loco dices? Y bien, ¡así será! Yo adoro la locura... Que bien ríe y canta esa linda mujer... ¡qué bien saben esos besos! ¡Y pensar que desdeño sus caricias por pasarme las horas en compañía de un viejo brujo como tú!... Porque dicen que eres un viejo brujo, que no tienes corazón, y tus drogas envenenan el alma...

 

Arón: -Ese es el pago a mi condescendencia; ¿y a quién, no siendo tú, le permito departir conmigo y turbar con sus extravagancia soledad de mis horas? ¿Qué manos, no siendo las tuyas, poseyeron jamás la llave que descubre al viejo sabio?

 

Marcelo: -Es cierto... ¿Recuerdas cómo nos conocimos? Yo suspiré al pasar por tu ventana; mi queja te conmovió; me arrojaste la llave y me ofreciste entrar; querías ensayarte en el dolor humano, y me dijiste unas palabras crueles. Escuchándote cesaban mis suspiros; pero con ellos cesaban mis memorias, mis deseos y mis ansias... era el vacío: ¡qué amargura! Quise huir, y tu me detuviste, y así quedamos por largo tiempo juntos... Tu me hablabas de no sé qué proyecto fabuloso.

 

Arón: -También por un instante me turbaron tus palabras.

 

Marcelo: -Desde entonces te temo. Sé que eres mi enemigo, pero me gusta luchar conmigo... Siento que los dos somos fuertes, por más que tu desdeñas al pobre loco, y el pobre loco también te compadece y te ama, aunque te turben sus alegres cascabeles... (se acerca y sacude los brazos adornados de cascabeles sonoros. El viejo tapa sus oídos y cierra sus ojos. Marcelo da una vuelta por el cuarto contemplando las cosas; al volver, encuentra al viejo en la misma actitud y le quita las manos de la cabeza). - ¡Eh!, ¡despiértate! (El viejo despierta como de un sueño) - dime ¿cuántos siglos hace que moras en esta cueva hedionda? (Abriendo las ollas) - ¡Uff! (Huele otra) - ¡Eff! (Hace muestras de desagrado y toma del sofá el ramo de rosas que huele con fruición. Se acerca al viejo y se lo hace aspirar)

 

Arón:-¡Bah! Conozco el secreto. (Se levanta, toma un frasquito. Se sienta y da a oler a Marcelo)

 

Marcelo:-(Comparando los perfumes)- ¡Es el mismo! Viejo infame... que la rosa te mal... te maldigan; que se venguen de las manos perversas que profanan los secretos divinos... que las rosas te maldigan, ¿oyes? Y que el error de tu existencia se revele alguna vez a tu cerebro malhechor.

 

Arón:-¡Ay! ¡Cuántas maldiciones pesan sobre mi sabiduría! Si vieras... no hay esencia, materia, forma ni color que resista a la magia de mis combinaciones. Entre los dientes de mis limas o el hervor de mis llamas, primero se retuercen y crujen; luego le entregan su secreto, (y entonces el viejo, tiene una sonrisa diabólica y exclama) –ya eres mío. (saca una piedra del cajón. Se para acercando a Marcelo) -¿Ves esto? Es oro. Yo haré oro... ¿me entiendes?.

 

Marcelo:-¿Para qué sirve esa piedra informe? Yo tengo una más grande y más hermosa... ¿sabes cuál es? El sol. Una moneda que hizo ha tiempo, otro mucho más sabio que tú... si tu quisieras yo te la enseñaría, (lo toma del brazo) -ven, viajaremos los dos por las selvas floridas, yo te contaré cuentos y leyendas de viejos ambiciosos como tú, enceguecidos en los arduos problemas, que buscaban el oro y la luz, mientras que afuera allende los estrechos muros de sus guardias, relucía la aurora, serpenteaban las vetas plateadas de los ríos y vibraba en el cielo, en el aire y la tierra el tesoro fecundo de los causes eternos... Ven, quizás aún puedas calentarte, aún puedas redimir tu alma y escuchando la narración de alegres episodios, comprender el sentido de la vida... ¿ven, no quieres venir?

 

Arón: (que se ha vuelto a sentar como sin comprender nada) - ¿Alma, vida, dijiste? Recuerdo algo de eso...

 

Marcelo: -¿Dices que recuerdas? ¿Dónde las conociste? ¡ah! (Con ironía) ¿las habrás descubierto en alguna aleación de vidrio y cesio?

 

Arón: -No: en un viejo libraco.

 

Marcelo: - ¿Cuál es? Quiero saber lo que te han dicho de ellas. (Toma un libro

y lo alcanza al viejo, quien pretende leer, pero no distingue). Dame. (Quitándoselo) Te ayudará. (Mostrándole el libro abierto) ¿Es eso, no? (Se ríe y queda pensativo mirando al viejo que se refriega los ojos) Tus ojos ya no ven... ¿Quieres que me quede contigo para siempre? Me iniciarás en tus secretos, me dejarás compartir tus glorias. (Cambiando) No, jamás: entorpecer en tus aguas pestíferas mis dedos (Se los mira) hábiles para el juego de las sonoras... enturbiar mis pupilas en la humareda de tus maquinarias, ni enmudecer en el silencio de esta tumba mis labios, hechos para decir dulces palabras... ¿Qué sería de mí sin ellas? (Evocando) Las que me dan la vida, las que me dan la gloria, que son mi inspiración... y la luz de mis ojos .... y la miel de mis labios. Ve como me miran con sus ojitos relucientes... (Señalando la botella que dejó en la sopa) me llaman y me aguardan serpenteando en las hirvientes burbujas (Toma la botella y la mira descubriendo cosas) Hebe la blonda que evapora en mi boca el licor de sus perlas... Gliceria, la ardiente, que enciende en mis mejillas sus rosas de fuego ... Egeria, la sabía, la que acelera el ritmo de mis sienes, donde bullen las divinas ideas. Niobe, la suave, que desliza mis párpados con sus dedos de nácar (Se extasía algo y luego busca en qué beber; repasa los vasos leyendo sus nombres, todos los deja) ¿No tienes nada que no sea veneno? (Toma uno vacío, lo llena y se lo acerca al viejo) Mira lo que hay aquí... ninfas... mujeres... algo más bello que tu oro; ojos más

ardientes que tus llamas; dientes más incisivos que tus limas; brazos que ciñen más que tus tenazas, hay problemas más arduos que los tuyos; enigmas en cuya solución han fracasado filósofos y sabios, para los cuales fueron infructuosos la labor de los días y el insomnio de las noches sin término (Durante toda esta espantosa lata, el viejo estudia metales) (Hay datos, cosas más inmortales, mucho más inmortales que tu ciencia!... (El viejo toma un lente y mira dentro de la copa).

 

Arón: -Aguarda; tengo un doble cristal.

 

Marcelo: -¡Qué imbécil eres! Bebe, bebe y verás... (Le acerca la copa a los labios).

 

Arón: -¡Marcelo, no me tientes! (El otro insiste) Devuélveme la llave... (Se levanta e intenta quitársela).

 

Marcelo: -Viejo ¿estás loco? (Luchan un momento, pero Marcelo tira lejos el llavero, y luego que el viejo se sienta desalentado, le recoge y se sienta junto a él, en postura impertinente) La llave no te la devuelvo. Quiero venir de vez en cuando a visitarte, a hablarte de ese mundo cuyo resorte quieres falsificar; a decirte que el tiempo pasa, y la ausencia es un mal sin remedio; que pese a la magia de tus combinaciones, la tierra está llena de secretos. Quiero venir de vez en cuando a alegrar tu morada... (Tomando las llaves una a una) Esta es la llave de la verja donde Beatriz espera y en sus deditos de culebrie ensortija los rizos... Esta es del cuarto de Teodoro, el musical Teodoro... Esta otra pequeñita abre los surtidores de la selva donde el sol es eterno y florece el manzano sus frutas de oro. Esta es de las bodegas de Florian. Florian tiene jarras de plata, con bordes de cristal. Toma las llaves...

 

Arón: -(Toma las llaves y las golpea) El hierro es sólido (Se las devuelve).

 

Marcelo: -(Sopla en las llaves que sueltan tres silbidos plañideros. El viejo vuelve a taparse los oídos) ¿No te gusta? Es la voz del placer... (Queda abstraído; luego se levanta y toma la copa) Quiero brindar a la salud de mi llavero (Se pasea cantando) Vivan las rosas de mi sombrero. Muera la ciencia del viejo Arón. Vivan las llaves de mi llavero... (Se sienta y juega con las llaves).

 

Arón: -Quimeras, quimeras... Escúchame Marcelo; cuando mi oro sea perfecto poseerás una llave; será una llave todopoderosa; nada habrá que se oponga a su astucia; te será dado penetrar con ella adonde quiera que el deseo te guíe; subirás a la cumbre más alta, bajarás a la cueva más honda...

 

Marcelo;-¡Ay! La cueva más honda; para bajar allí no es menester tu llave, viejo mío...

 

Arón: -¿Acaso tú sabes donde está?

 

Marcelo: -Si; en al sepultura, adonde todos vamos. Unos descienden como tú, solitarios y austeros; a otros los llevan en los brazos (Toma la copa y lo invita) Bebe, si quieres que te ayuden... (El viejo rechaza la copa pegándole con la lima) ¡No! No me la espantes... Bueno (Pone la copa lejos) Tampoco ellas te quieren, ellas no gustan de tus manos ásperas...Tus uñas desgarrarían sus velos... Ellas me aman a mí; aman mis bucles perfumados; (Se los mesa) estrechar en las suyas mis manos suaves, arrullar en sus senos mi frente coronada de mirto... (Busca algo) ¿No tiene un espejo? ¡Ah! Tu no guardas nada que sea mentira... ¡aridez! ¡aridez! ¡aridez! ... (Se para y señala todo el cuarto; luego toma una especie de palangana, la pone en el suelo, le echa agua) Esta palangana y esta agua son cosas que usa el viejo apara sus maquinaciones, ¿eh? (Y se inclina cruzados lo brazos a mirarse en ella) ¡Qué bello es Marcelo! (El viejo se levanta y echa en el agua un líquido que le enturbia; luego vuelve a sentarse) ¡Ah! ¡Maldito! Lo has muerto... (se inclina y golpea el fondo de la palangana) Marcelo, hermano mío, imagen mía, mi sombra, a quien adoro más que a mi propio ser... ¿dónde te has ido, dónde te has refugiado? (Se levanta y busca su imagen en las rosas, en la botella, etc. Pero no encuentra) ¡Ah! ¡Todo lo ha descompuesto la ponzoña de tu ciencia maldita! ¿Para qué traje mi belleza y mis sueños a este lugar de perdición? No importa; aun estoy yo vivo; yo tengo un corazón y a éste no lo puedes matar; su raíz está en la vida misma, y las flores que tú hoy mutilas, resurgen y me brindan de nuevo el néctar de su cálices... Siente como late mi corazón (Le toma la mano al viejo, la lleva a su corazón, pero las encuentra tan frías que se asusta). ¡Ah! ¡Tus manos están heladas! (Las suelta y el viejo las entibia junto a la olla) Es inútil, tus llamas no calientan (Lo toca por la frente y la cara) ¡Si todo tú estás helado! Tu corazón es una piedra... ¿para qué te habrán dado un corazón? (Se queda de pie mirándolo, hasta que se oyen a lo lejos las campanas de un reloj dando las doce) ¡Las doce! ¡Es la última hora y aun estás trabajando! Ven. (Le hace señas para la ventana que está entrecerrada, la abre y se ve el cielo) ¡Ven, no seas pecado! Eros dice que te arrepientas. ¡Eros, fecunda y natural madre de la armonía! (El viejo se levanta, toma un pedazo de metal y con un lente mira sucesivamente el trozo y la estrella).

 

Arón: -" Mira, mira cuanto más nítido es el mío...

 

Marcelo: -¡Calla, calla! Escucha como vibra el rumor de las arpas nocturnas. ¡Arróbate en la bóveda celeste, bajo cuyas gigantescas arcadas resuenan sin cesar la sublime melodía de los mundos! Oye; ¿no te seduce un misterioso arcano? ¿Esa voz ultrahumana no te conmueve? Ella nos dice algo a los dos: algo de ti y de mí... Allí se unificaron los ecos de todos los espíritus; y hay nostalgias de todas las ausencias; desterrados de todas las patrias; sonámbulos de todos los ensueños, que ríen, lloran, cantan y suspiran, en ese ritmo alado donde palpita el corazón del universo... Oye: glosas interminables, adioses de Julieta... imprecaciones, la impotencia de Fausto, tu vanidoso hermano... Cadencias inefables, la seducción de Loreley... Ayes, quejas, sonidos que brotan de las arpas invisibles, en cuyas fibras confunden sus

acentos la Elegía del dolor y el cántico de la eterna Esperanza... (Marcelo mira al viejo que sigue trabajando, toma su sombrero y sale, cuidando de que el viejo no lo vea: luego se escucha fuera la melodía de un violín. El viejo sin escuchar, se levanta y cierra la ventana, nota que no está Marcelo).

 

Arón: - ¡Vete, vete! (Agarra los papeles que Marcelo olvidó y trata de leerlos a la luz) ¡El placer! ¡El amor!... ¿Conozco por ventura el sentido de estas palabras? (toma el libro que Marcelo agarró antes, después de estar un rato descifrando. Hace un gesto de pereza; bosteza, deja los papeles y el libro y se pone a trabajar.

 

Entonces Marcelo que es el que ha tocado la melodía para ver qué lo conmueve, empuja por fuera la ventana para ver el efecto, y al ver al viejo con las piedras hace un gesto de desesperanza y se va. Al rato se escucha la serenata del principio que se acerca. Entra Marcelo; trae cargada una muchacha que tiene mucho pelo rubio, al ver al viejo ella no quiere entrar, pero él la mete adentro).

 

Marcelo: -Maestro, he encontrado la piedra filosofal.

 

(Al decir esto el viejo mira y Marcelo se sienta; le quita poco a poco a la muchacha las horquillas del pelo que se suelta profuso) Mira cuánto oro... (El viejo parece comprender: es la maldición de las rosas. Se levanta, hace un gesto y quiere hundir sus manos en la cabellera; pero la muchacha lo ve; se asusta y grita, escondiéndose en los brazos de Marcelo, que rechaza al viejo)

 

Vete, vete, este es mi oro, verdadero oro. ¡Vasto, luminoso y eterno! (El viejo echa una mirada desolada por el cuarto y cae de codos en la mesa, sollozando. Al golpe, las rosas caen deshojadas por el suelo. Mientras las máscaras que componen la serenata de la cual se desprendió Marcelo y que se han quedado vichando por la ventana, dicen a un tiempo.

 

Una voz: -Vámonos...

 

Otra voz: -Están locos... (Voces confusas y mientras la tela desciende despacio, la música se aleja entonando el motivo primero).

Críticas y noticias

 

Como la vio Esther de Cáceres

 

En medio de esta recordada ciudad (Montevideo) que ya no es, v¡ a María Eugenia Vaz Ferreira, empecé a escucharla y a saberle el alma. Fue en aquella Universidad de Mujeres a donde ella había llegado para enseñar algo más que historia o crítica literaria. Su lección comenzaba en cuanto se la veía; su presencia misma, sola y poderosa, y de una dignidad increíble, constituía la más inolvidable lección que nadie puede dar, y que ella impartía en aquella casa de estudios como en cualquier sitio a donde llegase.

 

Era mujer de cara expresiva y profunda, de mirada segura y firme; con un ceño austero y una boca caída y dolorosa, en contraposición con la risa fácil y de alta música, con la voz serena y melódica, y con un paso suave lleno de majestad y gracia, paso con el que María Eugenia vagaba dando siempre la impresión de que se desplazaba siempre en rara atmósfera de sueños. Así fue lo extraño de su figura, la aparente contradicción y la gracia de su figura; por un lado generosa entrega a la amistad, el juego de la conversación al forcejeo dulce y tremendo con otras almas: por otro lado, vida vuelta hacia adentro, tenaz soledad, encierro heroico en sí misma.

 

De esta contradicción intensa y sorprendente nació sin duda algo de la leyenda de María Eugenia, considerada siempre como un ser paradojal y extraño. Y si que lo era; sólo que en ella todo esto tomaba los tonos de una calidad tan fina y auténtica, de una libertad tan excepcional, que ese paso suave, esa voz melódica y ese silencioso dolor de la boca caída cobraron fuerza solemne.

 

Fue, pues, criatura recóndita, dueña de un delicado pudor y de un profundo respeto por su propia alma.

 

Por eso es tan difícil hablar de su vida; y tan arriesgado ceder a la tentación de aceptar y divulgar un anecdotario que puede dar tan sólo la visión incompleta o frívola de espectadores incapaces de percibir el exacto matiz, la intención profunda, la calidad esencial de una palabra o un gesto, que en ella tenía trascendencia tan honda.

 

Por otra parte, bueno es preferir la categoría a la anécdota; y libertar, en lo posible, a los estudios literarios y al goce de los sentidores de Arte de la invasora y aberrante traba que la crítica biográfica, como la crítica de asuntos, opone al estudio y valoración de las obras per se.

 

La verdadera imagen de María Eugenia Vaz Ferreira está en sus cantos. Y desde la puerta de su libro, ya esa imagen nos dice según soledad y música. ¡Celebremos la adecuación del hermoso nombre de este libro! En él resplandecen amor de soledad y destino de cantar que la artista tuvo en profundo y altísimo grado. Y así el nombre límpido viene a ser como una clave de todos los versos contenido en la obra, y directísima clave de algunos poemas esencialmente orientados a cantar soledad.

 

Cuando apenas algunas composiciones suyas habían sido publicadas, mientras la autora se resistía a la edición de su libro, tales versos eran dichos con grave voz inolvidable por María Eugenia Vaz Ferreira. Los decía ante unas niñas asombradas, en la pequeña aula de la Universidad de mujeres. La clase escolar de Literatura se había interrumpido; la sala había sido amortiguada con cautela en delicada penumbra; la voz de María Eugenia cantaba dulcemente. Ya estábamos solos con ella, lejos del mundo, en un mundo nuevo de alta y pura Poesía.

 

Así pudo redimir los sitios que atravesó, los seres que estuvieron a su lado, las cosas que tocó. Pudo enseñar Literatura salvando los difíciles riesgos pedagógicos, creando clases vivas, en las que mostraba para siempre la grandeza del Arte, la verdadera cara de la poesía: la vida moral del artista y algo difícil de saber en estos medios; la diferencia profunda entre vida intelectual y vida espiritual.

 

Pasando con gracia sobre la información árida, sobre los esquemas de la crítica académica, dio en sus clases las claves esenciales de la experiencia poética, sobre todo la conciencia de que la poesía es la más alta expresión del ser. Con gracia altiva, con libertad ejemplar, enseñó la generosa y justa afirmación de los grandes valores. Y pudo hacerlo porque poseía una seguridad y una fuerza convincente, que imponían de súbito un respeto nuevo, profundo y ennoblecedor para quienes eran capaces de sentirlo.

 

El paso era suave; la voz melodiosa -¡la voz más música! que pudimos oír! - los ojos dulces y tristes, como constelados; algo de seda y de silencio había en ella y a su alrededor.

 

Pero la suavidad, música, dulce tristeza estaban acompañados de aquella fuerza y de aquella seguridad, como si la categoría fundamental de su ser fuera algo corpóreo y mantuviera en ella una actitud por la que todos su ámbito se transformaba en un Reino -en un seguro reino del alma- algo de seda y de silencio; algo de materna ternura suavizaba a estos grandes resplandores y a la solemnidad singular de su presencia.

 

En ese reino del alma, grandes acrisoladas virtudes eran como estrellas cuyo recuerdo puede conmovernos hasta las lágrimas. María Eugenia enseñaba con su actitud ejemplar, la amistad noble, la entrega generosa; el desdén con respecto al profesionalismo literario, a la vanidad y a la triste esclavitud con que estas cosas traban al ser y a sus posibilidades creadoras.

 

Y nadie se acercó a ella que no sintiera esa elección poderosa, ese resplandor vivo como el fuego del Espíritu que irradiaba de todo su ser.

 

Enseñó también, naturalmente sin proponérselo, frente a la aparición de un movimiento feminista heroico y generoso, pero desgraciadamente turbado por errores fundamentales que aun padecemos, la grandeza de una presencia femenina fiel a su destino.

 

Y tanto como se libró de los errores dolorosos del movimiento feminista de su época pudo mantenerse distante de la llamada poesía femenina que abrumó a América en este siglo.

 

Y esto ocurrió porque en María Eugenia se daba el ejemplo de una mujer que no traicionó nunca su trascendencia simbólica, sino que asumió maravillosamente aquello que en nuestros días Gertude Von Le Fort invoca como rasgos invariables de la imagen femenina empírica, o sea, rasgos eternos en el sentido limitado terrenal, cuando se refiera al aspecto cósmico metafísico de la mujer, de lo femenino como misterio.

 

Hoy pensó en imágenes suyas que pueden ser testimonios junto a esta glosa. Entre esas imágenes amo algunas trascendente y fieles, que ya se me han hecho familiares.

 

Y es, por ejemplo, el poema en que Emilio Oribe evoca aquella sacra música, aquella angustia metafísica, aquella actitud meditabunda, y aquel paso suyo solitario entre árboles y cadenas de fuego. 

María Eugenia vista por Susana Soca

Recuerdo una tarde, en un teatro -narró Susana Soca- durante un largo entreacto de una larga representación. Y en un momento en que todo parecía ser opaco e interminable se abrió la puerta de un antepalco y en el claroscuro apareció diciendo algo gracioso y singular, interrumpido, o mejor dicho, seguido por una risa frecuente, baja e inimitable.

 

Sé que experimenté entonces una sensación imprevista; la de una ardiente curiosidad surgiendo del centro mismo de la monotonía. Y una especie de asombrosa gratitud ante el objeto de mi curiosidad. Era la sensación de una presencia particular y agradable rompiendo el círculo indefinido de la general ausencia. Y ahora sé que esa presencia era la del mundo poético y aquélla que involuntariamente habitaba, pensaba y se movía dentro de un mundo, hacia participar de él a sus interlocutores fortuitos. Ellos sin procurar entenderla, la seguían bajo al influencia de un poder de comunicación con todos los elementos mágicos del juego.

 

Algo más tarde recuerdo una habitación con un piano. Era en un crepúsculo ya próximo a la noche, con una lentitud propia del verano, porque recuerdo que las hojas golpeaban contra los cristales queriendo prolongarse hacia adentro. Ella tocaba en la semioscuridad. Sus manos formaban parte del paisaje de las hojas que, en un juego de sombras y de reflejos, se agitaban sobre el teclado con un temblor parecido al que tienen sobre el agua. Sus manos parecían demasiado pequeñas para el largo camino de la música que ellas recorrían. Sensibles, perfectas, eran junto con su voz y sus ojos las tres gracias naturales que la propia voluntad de destrucción no había logrado aniquilar.

 

Ella salía del piano como de una parte de si misma en al que hubiera debido sumergirse, y sin terminar la pieza, decía un poema a la noche, y era imposible no ver que un imperioso mensaje, apenas transformado, continuaba. Su voz era más baja, y de tonos uniformes: decía los poemas con algo de melopea que lógicamente debió dar una expresión de monotonía a pesar de la calidez de su acento. E inexplicablemente sucedía lo opuesto; tenía el patetismo interior que no puede ser descrito, imitado ni olvidado. Decía su verso con todos los acentos correspondiente al secreto trance que cada una de sus partes le representaba, con las diversidades más sutilmente individuales. Era la identificación renovada con la cosa poética vivida y ésta estaba

presente, apenas oculta en el estético plano de la discreción.

 

Conservo en mi memoria el eco de la palabra "desesperanza" que yo tenía por primera vez. Aparentemente pronunciada con el mismo tono de las otras, para mí sigue saliendo de su verso con una lentitud siempre imprevista.

 

Recuerdo y carta de María Eugenia por Pablo Minelli González

 

María Eugenia Vaz Ferreira también era amiga mía y visitaba mi casa; la casa quinta de mi madre. Yo no recuerdo más que sus buenos tiempos y no han dejado de asombrarme los tétricos colores con que se le ha evocado en recientes homenajes. Alegre y risueña la conocí. Era hermosa en su tal vez demasiada opulencia de mujer ya madura y con sus enormes y brillantes ojos oscuros. Yo la recuerdo mimada y querida por doquier: festejada por su espiritualidad y elegante extravagancia, por su reputación intachable de señorita (cosa muy bien cotizada en aquellos tiempo), por su talento de artista del piano, por la donosura de sus recitaciones. Frecuentaba los salones más selectos y respetables de aquel Montevideo de principios de siglo; el de Misia Isabel Torquinst de Rooser, el de Doña Bernardina Muñoz de María, de la Señora de Manuel Herrera y Reissig, de la Señora de Arrien de Howard, entre otras. Sé que tuvo un novio, Arturo Sant´Ana, periodista, destacado hombre de confianza de Don José Batlle y Ordóñez. Su novio era muy joven también. En ese tiempo sentía una ferviente admiración literaria (no sé si también sentimental) por Armando Vasseur, no ocultando su preferencia entre los demás portaliras del ambiente.

 

Estas son mis impresiones personales. Luego me fui a Buenos Aires y allí me instalé, desencantado por mis fracasos literarios y arrepentido de mis dos primeros libros. En Buenos Aires fue corresponsal de las revistas "Apolo" y "La semana" de los poetas Manuel Pérez y Curis y Ovidio Fernández Ríos, mis contemporáneos y amigos, generoso y caballerosos. Y colaboré en revista y periódicos apadrinado por Alfredo Duhau.

 

Volviendo a María Eugenia, a propósito de mi segundo libro, me obsequió esta preciosa carta aparecida en un número de "La Razón" en el año 1916:

 

"Quisiera yo no decir palabras sino cuando ellas pudieran ser de una gracia y una galantería evangélicas, y es rara la obra hija de potencia humana que sólo las inspira así; es pues en honor a su deseo que le hablo de su último poema "El alma del rapsoda" me parece una creación hermosa, hay en ella armoniosa resonancia de consonantes, bellas estrofas de factura musical, y una fecunda floración de imágenes cuya orientación, tal vez ha perturbado la fantasía excesiva. No es sin embargo la musa misteriosa de la leyenda la que inspira en Ud. el poeta que sugiera los amables vizcondes y las maravillosa duquesitas que con su verba frívola y sus inimitables curvaturas eran la prez de los antiguos parques... y es mucho más aun la musa traviesa, la que entre el choque de los vasos bohemios le cuentan los secretos sentimentales del "quartier". Su inspiración, su "pose", su elocuencia, todo Ud. es francés, pero en lo que el alma de Francia tiene de espiritual, inquieto y caprichoso. Sujetar su talento a la continencia clásica me parece algo así como servir el champagne en anáforas de Himeto... Si la marca es buena, la bebida se conservará sabrosa pero perdiendo lo que tiene de más característico, lo que la hizo inmortal, esto es; las bullentes burbujas desbordando el cristal breve y quebradizo, que la deja esparcir por doquiera el oro de sus ondas luminosas... Por mi parte, deseo que vuelva Ud. a evocar los diálogos galantes de las marquesas versallescas; a describirnos el "boudoir" perfumado donde la fémina quimérica sueña aventuras romancescas, y muy especialmente a contarnos las líricas historias de Mimi y de Fanfán, esas pobres flores de amor que matizan la bruma de París con su risa y sus canciones, sus besos y sus lágrimas".

          "Y sus ojeras violetas

          amadas de los poetas”

          María Eugenia Vaz Ferreira.

 

Hyalmar Blixen

 

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