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Los precursores de la Revolución Francesa
Hyalmar Blixen

El pensamiento en el siglo XVIII madura mucho respecto de lo sustentado en el siglo anterior. Hay ahora una más audaz forma de denunciar los abusos de la aristocracia y las complacencias de un rey, que, como Luis XV, para nada se ocupaba del bienestar del pueblo. Los problemas del derecho de gobernar, de sus límites, se plantean en Francia, pero también en otros países y son resueltos de uno u otro modo. Además se plantea clara la cuestión social de sí es legítima o no la desigualdad entre los hombres, y en medio de toda esa polémica surgen las ideas contractualistas, a propósito de la formación de la sociedad y los derechos que al constituirse ésta fueron puestos bajo la potestad del soberano.

Hobbes, en Inglaterra, había sostenido en su Leviathan y en otras obras, disgustado por la anarquía en la que se debatía el poder central, una teoría contractualista encaminada a fortalecerlo. El hombre, explicaba, es malo, “el hombre es un lobo para el hombre” y por lo tanto antes de la formación de la sociedad y se delegó todo el derecho individual en el monarca, destinado a regir con orden y justicia, y que no renunciaba a derecho alguno. 

LA TEORÍA DE ROUSSEAU 

Aunque Hobbes no se lo proponía, esta doctrina fatalmente podía caer peligrosamente en el absolutismo. En cambio, la teoría del contrato social de Rousseau conduce a la democracia.

Juan Jacobo Rousseau nace en Ginebra en 1712, hijo de padre francés, protestante refugiado en Suiza, relojero y profesor de baile. El futuro escritor estudia con un pastor calvinista, aprende algunas nociones generales no demasiado profundas por entonces, y un poco de latín, como era corriente. Los comienzos de su actividad no anuncian para nada el gran talento que tiene; entra a trabajar en una escribanía, pero no se amolda a ese trabajo y es despedido. Quiere aprender el arte del grabado, pero tampoco le va bien. Vagabundea un tanto, y el cura de una aldea Saboya lo envía a la mansión de Mme. Warrens, que ayudaba a aquellos jóvenes que abjuraban del protestantismo y se hacían católicos.

Entró en un seminario con la idea de convertirse en eclesiástico, pero fue devuelto poco después, pues no se adaptaba a esa clase de vida. En medio de ese vagabundeo lo vuelve a proteger Mme. Warrens, que le da alojamiento en una de sus mansiones donde hay una gran biblioteca y Rousseau se dedica afanosamente a leer. Más adelante se instala en París, estudia con ahínco música y se acerca a los hombres destacados del movimiento enciclopedista, que reunía a todos los espíritus avanzados de Francia y cuyas sesiones se hacían en la casa del alemán y ateo Barón Holbach. Junto a él halla a Diderot, a D´Alembert, a Fontenelle y a muchos otros más.

En 1743 se le designa Secretario de la Embajada en Venecia, pero está allí poco tiempo. En 1750 escribe su “Discurso sobre las Ciencias y las Artes”, en 1755 el “Discurso sobre la desigualdad entre los hombres”. Al comenzar la guerra de los siete años se instala en el Ermitage y al año siguiente en Montmorrency. En 1758 escribe su “Carta a D´Alembert sobre los espectáculos”. Es la época del Ministerio de Choiseul. Luego, sucesivamente, edita “La nueva Eloisa” (1761), “El contrato social” y “Emilio” ambos en 1762.

LAS INFLUENCIAS DEL SIGLO

Al terminar la guerra de los siete años, firmado el tratado de París, Rousseau se instala por un tiempo en Suiza para retornar a Francia.

El panorama internacional es siempre complejo: en 1769 nace Napoleón, que tan importante papel desempeñará luego; en 1774 se produce el primer reparto de Polonia, país mártir a través de buena parte de la historia; en 1776 se produce un acontecimiento decisivo, que influirá mucho en la Revolución Francesa y es la Independencia de Estados Unidos, nación que se da a sí misma una constitución republicana. Esto último hace que se debata más sobre el tema de los sistemas de gobierno, pues la monarquía no se había puesto en duda por casi nadie en Francia hasta entonces.

En cuanto a Rousseau, es uno de los espíritus más ricos y por lo tanto complejos del siglo XVIII: se adelanta a su época porque es un imaginativo, sensitivo y apasionado, pero coincide con sus contemporáneos en ser, además, un racionalista y un lógico, y estas dos características aparecen en sus escritos lo que hace que a veces se enfrente con sus contemporáneos. Enamorado de la naturaleza hasta el éxtasis, es, en este aspecto, un precursor de los románticos.

“El contrato social” sienta una base importante: el hombre salvaje o por lo menos el de los tiempos primitivos, era noble, sano, virtuoso y esa idea ya aparece en el “Discurso sobre las ciencias y el arte”, especialmente en la prosopopeya de Fabricio. Este, según Plutarco, era humilde, pobre. Cuando guerreó con Pirro, rey de Epiro, lo hizo lealmente, y al serles ofrecidos por su enemigo presentes para venderse, contestó: “será más difícil torcer el camino de mi honor que torcer el curso del sol”. Dice entonces Rousseau que si Fabricio hubiese vuelto a la vida habría añorado los techos de las antiguas chozas y esos hogares rústicos que hablaban de virtud. “¿Qué esplendor funesto ha sucedido a la simplicidad romana? ¿Qué es ese lenguaje extraño? ¿Qué son esas costumbres afeminadas? ¡Insensatos! ¿Qué habéis hecho? Vosotros, dueños de naciones, sois los esclavos de los hombres frívolos que habéis vencido. Romanos: echad abajo esos anfiteatros, quebrad esos mármoles, quemad esos cuadros, echad a esos esclavos que os subyugan, etc.”. “Cuando Cineas confundió nuestro Senado con una asamblea de reyes, no fue deslumbrado ni por una pompa vana ni por una elegancia rebuscada; no escuchó esa elocuencia frívola... ¿Qué vio Cineas? Un espectáculo que jamás darán vuestras riquezas ni todas vuestras artes, el más bello espectáculo que jamás haya aparecido bajo el cielo: la asamblea de más de doscientos hombres virtuosos, dignos de mandar a Roma y gobernar la Tierra”.

HOMBRES FELICES, HOMBRES IGUALES

En el “Discurso sobre la desigualdad” pinta un cuadro idílico del hombre en la naturaleza, hasta que algunos comenzaron a cercar los campos y a apropiárselos, y a organizar la metalurgia.

El hombre vivía feliz y tenía todos los derechos individuales, pero al formarse dos clases de poseedores y no poseedores, se produjo inevitablemente una guerra. Para salir de ésta, renunciaron a todos sus derechos, pero a favor de todos y se creó la sociedad para tutelar, por medio de sus gobernantes, que ella misma, cedió, los derechos individuales.

Si el gobernante tiraniza, el pueblo recobra su soberanía originaria y tiene derecho a deponerlo. Estas y otras ideas sirvieron de base de argumentación durante la Revolución Francesa, pues en las asambleas se citaba lo preceptuado en “El contrato social” como si esto hubiera existido. Pero respecto de la forma de gobierno, Rousseau señala que ella depende de características morales y económicas de cada pueblo y no puede haber una norma fija a aplicar a todas las naciones.

Hyalmar Blixen
Diario "Lea" - Montevideo

30 de enero de 1989

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