La protesta social en un cuento del Egipto faraónico por Hyalmar Blixen
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Cuando se piensa en la literatura de Egipto
-del Egipto de la Esfinge y de las pirámides, del Egipto de los papiros y
de los templos hipóstilos y de las momias que vanamente intentan competir
con la eternidad- créese frecuentemente que esa literatura está toda
llena del tema del más allá o del de la divinización de esos dioses
vivientes, aparentemente más dioses que hombres, que fueron los faraones
y que sólo sumisión y frentes humilladas hasta el polvo puede encontrar
el lector curioso. Y si es cierto que la idea de eternidad está presente
siempre más o menos en las inscripciones funerarias o en los papiros hieráticos
y si es verdad que las clases sociales superiores aparecen en esa
literatura frecuentemente recordadas, hay también otros textos, en los que el hombre de pueblo preséntase lleno de dignidad, de altivez
individualista y como impregnado su espíritu de "Maat", palabra
que podría traducirse por "verdad", "justicia",
"equidad" o "derecho". No siempre los faraones, en los 4000 años
de cultura precristiana fueron en realidad dioses sobre la tierra; así,
existió en Egipto un período, no de democracia política, pero sí de
democracia social -ajustando este concepto a limitaciones de lugar y de época-
con un notable desarrollo del espíritu
individualista, de la libertad de expresión y del respeto por la
personalidad humana. Fue en un momento de quiebra del poder central: el
imperio de Menfis languidecía y la VIII dinastía era sólo una sombra de
majestad que pronto iba a ser desplazada del poder por los faraones de
Herakleópolis (dinastías IX y X). Pero éstos tampoco lograron una cabal
hegemonía sobre el K.M.T. (letras que representan los tres jeroglíficos
con los que los egipcios escribían el nombre del país del Nilo) pues las
zonas del delta habían visto levantarse un Estado asiático, contra el
que en vano habían luchado los faraones menfitas, mientras que al sur,
los monarcas de Tebas crecían en importancia y desconocían cada vez más
a los faraones de Herakleópolis. La falta de ese poder central había
producido un movimiento de disociación o de fuerza centrífuga, que en lo
político daba por resultado un feudalismo, pero en el orden de las
relaciones personales un crecimiento de los valores del individuo. Estos aspectos, inconciliables en Europa
medioeval, eran conciliables en Egipto. Ese período de debilidad central
termina en una rápida guerra entre Herakleópolis y el nomo de Tebas.
Vence Tebas y surgen las dinastías XI y XII y con ellas el primer imperio
tebano, que sería destruido por los hiksos... Pero esto ya no nos
interesa; detengámonos en el Egipto pretebano o mismo de los primeros
faraones de ese período, o sea en el lapso llenado por las dinastías IX,
X y XI y estudiemos un poco
el clima de la época de elaboración del cuento "Las quejas del
Fellah". Surge una literatura de notable valor, porque el idioma
egipcio se hace entonces maduro y apto para desarrollar ideas y
sentimientos aún los complejos, y el hombre piensa con una audacia de
concepción que nos asombra, si consideramos los escritos de este período
en relación con los del período menfita o del antiguo imperio. Este individualismo literario, esta puesta
del "yo" en el primer plano (tal vez se trate, en cierto modo,
del primer romanticismo que aparece en la historia de la literatura) está
especialmente patente en el "Diálogo del cansado de la vida con su
alma" o en las "Lamentaciones" de los profetas Nefer-rohu y
especialmente de Ipu-wer. Tremendamente cargadas de subjetivismo, las
soluciones dadas en estos textos ora encaran el tema del suicidio, como en
el caso del famoso diálogo citado, ora un triste hedonismo ante la
certeza de la muerte, como puede leerse en estos versos: "-Ninguno vuelve de allá, que pueda
decirnos su estado, que pueda decirnos sus necesidades,
que pueda calmar nuestros corazones, hasta que nosotros vayamos
también al lugar donde ellos han ido. Por consiguiente deja que florezcan
tus deseos, para que tu corazón olvide las beatificaciones funerarias
destinadas a ti y sigue tus deseos mientras vivas. Haz fiesta y no te
fatigues. Los lamentos no libran del otro mundo al corazón del
hombre". Pero en el aspecto positivo, la debilidad de
la autoridad tuvo otras consecuencias: este período resulta el primero de
la historia en que se oye hablar de la igualdad social, no ya entre nobles
y faraón, sino mismo hasta entre los propios hombres del pueblo, los que
acceden a una vida más libre y respetable y al reconocimiento de
derechos, que como el de vida, honor, propiedad, familia, el de abogar por
su causa y enjuiciar a los poderosos y otras concepciones análogas, se
cree nacieron por primera vez en Grecia. Especialmente se desarrolla el
concepto de "justicia" y la idea de que los dioses hacen iguales
a los hombres y que si se producen desigualdades, no es por culpa de
ellos, sino de los hombres mismos. En ese período se logran leyes
escritas e incluso la mujer obtiene igualdad económica frente al marido,
ya que puede administrar sus bienes, heredar y testar. Testimonio de este orden de ideas es el
cuento "Las quejas del Fellah"; de éste existen cuatro
manuscritos, todos del imperio medio, aunque parecen ser copias de otros
anteriores. Los acontecimientos ocurren durante el
reinado de Nebkaur (Khéti II) -faraón de la dinastía XI
"Heracleopolitana" o sea durante el primer período
intermedio. Pocos textos aluden, sin embargo, a este soberano: además de
Petrie y de Newbery hay un papiro hierático que se conserva en el museo
de Berlín. Los papiros que consignan este cuento fueon descubiertos por
Chabas en 1863. El cuento está relatado en tercera persona;
así están también escritos "El príncipe predestinado",
"El rey Keops y los magos", el famoso relato de "Anub y
Bata" (o "Los dos hermanos") pero ésta no es la única
forma de la narrativa egipcia: así, otros cuentos, como la "Historia
de Sinhué", "La historia del náufrago" y el "Viaje
de Unamún" están referidos en primera persona. El primer escenario que el autor anónimo
nos presenta es el de un lugar al noroeste del delta; un pequeño oasis
llamado "Llano de la sal", conocido en el siglo I con el nombre
de "Desierto nítrico". El "fellah" o campesino,
protagonista del cuento, se llamaba Chuen-anup y su mujer, Meret.
Este matrimonio tenía varios hijos. El autor, con una sobriedad
muy grande, va derecho al relato, eludiendo descripciones físicas de
personajes y paisajes. Tampoco acude a la pintura indirecta de los actores
del cuento: no dice si son buenos o malos, justos o injustos, sino que nos
narra sus actos, para que saquemos las consecuencias según nuestra mayor
o menor facilidad de captación
de rasgos. La vida dura del campesino se adivina en estas palabras: "El campesino dijo a su mujer: -Bajaré
a Egipto en busca de alimentos para mis hijos. Ve, pues, y mídeme el
grano que nos queda en el granero. -
Ella lo midió y eran ocho medidas; el campesino le dijo a su
mujer: -Aquí tienes dos medidas para alimentación tuya y de tus hijos.
Con las seis restantes hazme pan y cerveza para cada día de viaje" -
El campesino emprendió el camino hacia Egipto, después de haber
cargado su asno con cañas, juncos, sosa, sal , madera de Uiti, bastones
del país de los bueyes, pieles de pantera y lobo y todo género de
productos del llano de la sal. El relato adquiere aquí valor costumbrista,
pues nos revela la actividad del campesino, comerciante además, y también
los diversos géneros de mercancías que podían ser traficadas en Egipto,
así como los medios rústicos de viaje. Nos da cuenta del reparto
conyugal poco equitativo; seis medidas para el fellah y dos para su mujer
y sus hijos. El narrador es sumamente preciso en cuanto a
situar geográficamente los lugares, es ésta una característica que
también se halla en otros cuentos del Egipto faraónico; así, nos dice
que tomó el "fellah" el camino del sur hacia Herakleópolis y
que llegó cerca de Perfefi, que queda al norte de Medenit; esta precisión
da mayor realidad al cuento, el cual, incluso, puede haber sido inspirado
por algún hecho acaecido verdaderamente. Pero, para desgracia del
"fellah" al llegar a Perfefi, ocurrió que un rico propietario
llamado Dehuti-necht decidió robarle el asno y las mercancías. Como era
este nuevo personaje un hombre artero, buscó revestir su sinrazón de una
burda parodia de legalidad; así, mandó extender una tela en el camino,
de modo que el campesino tuviese que apartarse de él y hacer pasar el
asno sobre los campos de cebada de Dehuti-necht, para no pisar aquella.
Pero al pisar sobre los plantíos, el terrateniente dijo al
"fellah": "-¿Te va a servir de camino mi
cebada?" Pero, como mientras discutían el asno empezó
a comerla, Dehuti-necht, como indemnización ordenó a sus servidores que
confizcaran el asno y las mercancías. Las protestas de éste le valieron, además,
una tunda, la que le fue propinada con una rama verde y esta amenaza: "-No grites tanto, campesino, pues
caminas a la ciudad del señor del silencio". Chuen-Anuc se dirigió entonces a la ciudad
de Heraklópolis, y en busca de justicia fue a ver al Intendente de
Palacio, llamado Rensi. Lo halló a la salida de la casa, pronto para
subir a la barca oficial que por el río lo llevaría al palacio del faraón.
El cuadro vuelve a tener valor costumbrista, pues nos coloca en un
ambiente extraño y en un paisaje lejano para nosotros en el espacio y en
el tiempo. No obstante todo está expresado con la más absoluta
sobriedad. Primero Rensi envió a funcionarios
inferiores para que se informaran del asunto; aquí el autor anónimo hace
una sátira de quienes juzgan por suposiciones, sin ir a la investigación
misma de los hechos y tratan de dar la razón simplemente al más fuerte.
Así, propusieron a Meru esta solución acomodaticia: "-Es seguramente un campesino de
Dehuti-necht, que en vez de acudir a él ha ido a otro; así hacen estos
campesinos, que van a otros en vez de ir
a su amo.¿ Es cosa de castigar a Dehuti-necht por un poco de sosa
y un poco de sal? Se le manda devolver las cosas y las devolverá". Como vemos, nada se habían preocupado de
averiguar los negligentes funcionarios comisionados por Rensi. El cuento adquiere intensidad dramática y
gran hondura conceptual a partir de este momento. El "fellah"
dirige sus quejas al propio Intendente Rensi, el cual, admirado de la
elocuencia de éste, la justicia de cuya acusación reconoce, en vez de
sentenciar enseguida cuenta el caso al mismo faraón. Es que una de las
características de este período es la admiración que despierta la
elocuencia: así, John A. Wilson recuerda al respecto los "preceptos
a Meri-Ka-Re", en los que
se aconseja: "-Se un artífice en el hablar para que
seas fuerte, porque la lengua es una espada para el hombre y la palabra es
más valerosa que todos los combatientes" Por eso el faraón Nebkaur dice al
funcionario Rensi: "-Si quieres verme contento, deténle
por algún tiempo y no respondas nada a cuanto diga, pero que siga
hablando. Haz que se escriba cuanto diga para que podamos oírlo. Entre
tanto vela por el sustento de su mujer y de sus hijos". El fellah se presentó nueve veces delante
de la casa del intendente y son así nueve discursos llenos de conceptos,
en los que los apóstrofes, las sentencias de contenido ético, las
amenazas, los consejos, los epítetos, imágenes y comparaciones se
suceden unas a otras con una intensidad creciente. Los elogios al intendente implican un
compromiso moral para él mismo; en el fondo están más dirigidos a la
función que al funcionario; así, cuando le dice: "timón del cielo,
cuerda que sostiene el peso" o "¿Es que la balanza está
desequilibrada? ¿Es que la báscula pesa mal?", nos hace comprender
que así como la balanza debe pesar con justeza, así el juez debe
sentenciar con justicia. Pero casi en seguida pasa el "fellah" a
las invectivas y demuestra un sentido de independencia que difícilmente
le hubiera creido capaz un lector no conocedor de la literatura de este
período. Así le dicen: "-Pareces un mensajero del cocodrilo;
eres el compañero de la peste. Lo que tu no lo eres, no lo es ella. Es
imperdonable que el rico, aquel que de nada carece, despoje al que nada
posee". Palabras altivas, pero
peligrosas en boca de un humilde campesino que increpa a un alto
funcionario. Y más aún: "No seas inundación que arrastra al que
acude a ti suplicante; ten cuidado, que la eternidad se aproxima".
"Eres el barquero que sólo pasa al que tiene dinero para pagarlo;
eres un ave de rapiña que vive de los pajaritos más desgraciados; eres
un cocinero que se regocija en la matanza de todos los animales; un pastor
que no cuida del rebaño. Eres el que pudiendo oír, no oye".
"Estás encargado, intendente, de los interrogatorios para juzgar
entre dos, equitativamente, y para castigar al ladrón, pero en vez de
eso, amparas al malhechor y eres cómplice del ladrón". El lenguaje empleado contra Rensi, al cual
el "fellah" no puede, ignorando el ardid, sino suponerlo venal,
en convivencia con el delincuente, demuestra un grado de independencia y
personalidad grandes. Pero no es sólo violencia lo que hay en el
"fellah" sus palabras visten continuamente sagaces sentencias y
por ese lado está también el cuento lleno de densidad conceptual: "El bien que hagas a otro te lo harán
a ti"; "obrar con justicia es aliento para la nariz" (por
allí, según las supersticiones de aquel pueblo, entraba el soplo vital) ; "la palabra
buena prospera más que las hierbas vivaces"; "No cuentes con el
mañana antes de que venga; nadie sabe los males que puede traer";
"El que tiene en la boca la lengua ligera y en el pecho el corazón
mudable, no puede formar planes concertados"; "El buen juez obra
según su corazón, pero el que vulnera la ley y destruye la cuenta
exacta, no deja vivir a los miserables a quienes ha despojado y la Verdad
no le saluda"; "La Verdad dura eternamente, y desciende al
jucicio de los muertos con aquel que ajustó a ella sus acciones; aunque
sea embalsamado y enterrado, su nombre no se borra de la memoria de la
gente; se le recuerda por el bien que ha hecho". Así, en breves sentencias, por medio de
este "fellah", el autor anónimo trata de expresar la sabiduría del pueblo.
Y el faraón se regocija luego, al recibir el rollo de papiro donde
están los discursos, "más que con todas las cosas de su
reino". La idea del gobernante povidente, que debe
cuidar de sus súbditos, ya implica una teoría del gobierno y está en
estas líneas: "Eres el padre del huérfano, el esposo
de la viuda, el hermano de la divorciada, el vestido del hijo sin
madre". Los consejos a los gobernantes también
afluyen en el cuento; "Vigila a tus consejeros, a los
encargados de los interrogatorios, que se alimentan de mentiras,
las cuales son peso liviano para tu corazón " o
"No seas ligero, pues eres la gravedad; no mientas,
pues eres la balanza; no
vaciles, pues eres quien lleva el timón; no robes, pues tienes que
perseguir al ladrón y el grande codicioso, no es grande". Cumplida en el cuento la justicia, premiado el "fellah" y castigado el ladrón, cerremos el libro de cuentos. Pero pensemos cuán cerca está de nosotros ese hombre de hace 40 siglos, cuán hermanas de nuestras sentencias son nuestras sentencias y pensemos que, despojado de sus costumbres transitorias, de sus pequeños prejuicios del momento, de sus distintos atavíos, que parece que disfrazan una época, el hombre, desde el Egipto de las pirámides, hasta la tremenda era espacial, tiene en el pecho un mismo corazón que florece o clama de la misma manera. |
por Hyalmar Blixen
Hyalmar
Blixen
Suplemento Huecograbado "El Día"
10 de Noviembre de 1963
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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