Es muy difícil hallar a u hombre que siempre haga el bien y también a otro que no practique sino el mal. De cualquier manera, tanto el acto bueno como el malo nos sirven de ejemplos: el bueno, para imitarlo, y el malo, para saber que al final, quien lo cometa caerá en sus propias trampas.
El emperador Napoleón, en el apogeo de su gloria, equivocó a veces su conducta de modo lamentable, y eso lo pagó de manera muy cara, pero también hizo actos dignos de alabanza.
Una vez oyó decir que Julio César había sido injusto con uno de sus legionarios y eso le causó muy desagradable sorpresa. ¿Cómo podía César haber cometido una injusticia contra un humilde combatiente que lucha día a día por él? Quien arriesgaba la vida por su país debería ser tratado con equidad.
Los reyes anteriores a él, no sólo de Francia sino de Europa, que creían de derecho divino y sólo a Dios debían rendir cuenta de sus actos. La solidaridad entre esos monarcas era tal que se coaligaron contra Francia, desde el momento mismo de la Revolución republicana, para imponerle a ese país un rey que sólo obedeciera a Dios. Además consideraban que a partir del grado de teniente, en el escalafón militar sólo podían ser nombrados aristócratas.
Napoleón, por el contrario, hacía ascender rigurosamente según el valor y la inteligencia; nada de favoritismos; tener en cuenta sólo los méritos. De ese modo, un humilde hombre del pueblo podía llegar a ser Mariscal de Francia; por eso su ejército tenía excelentes generales y soldados.
Un día pasaba revista a sus tropas y vio a uno que, ya veterano, no había salido aún de soldado raso. Conocía, con su memoria prodigiosa, los nombres de todos los soldados antiguos de su ejército y a veces, cuando hacían guardia ante sus antecámaras, fraternizadas con ellos, les tiraba de los bigotes y los palmoteable. Pero esa vez se quedó serio delante del veterano...(¿Cómo se llamaría? No lo recuerdo. Mi madre me leyó, traduciéndola del francés, esa anécdota tomada de una conferencia; el hecho se grabó en mi memoria y me sirvió para ser un poco más justo, pero el nombre no lo retuve, pues debía tener entonces siete u ocho años; para el caso vamos a llamarlo Miloud)
Volviendo al tema, Napoleón dijo:
-Tu estuviste en tal batalla, y fuiste herido en tal otra, y citó algunos de sus combates.
A cada pregunta del emperador, el soldado contestaba:
-Sí, Majestad.
Napoleón se acercó a su Estado Mayor y echaba chispas contra la alta oficialidad que había cometido tal injusticia. Simuló que hablaba con ellos de distintas cosas y de pronto, volviéndose al veterano, lo llamó:
-¡Cabo Mioud!
Con estas palabras el soldado acababa de ascender un grado; salió de la fila, hizo la venia y volvió a su lugar. Un rato después, Napoleón le gritó:
-¡Sargento Miloud!
Aunque sorprendido, volvió a salir de la fila, hizo la venia y tornó a ella. Poco después, interrumpió la conversación con sus generales y gritó:
-¡Subteniente Miloud!
Muy emocionado, tanto él, como sus compañeros, se repitió la misma escena. Al fin gritó Napoleón.
-¡Teniente Miloud!
El viejo soldado, que había estado impávido ante la metralleta enemiga, miraba al emperador y lloraba.
Quizá los altos oficiales que lo habían pospuesto adivinaban la lección de equidad que estaban recibiendo. Pero Napoleón sabía que también eran unos valientes y no los quiso molestar de una manera directa, así es que desvió su atención hacia el hecho lejano que lo había preocupado antes:
-Tal vez, aunque con otra persona, he podido reparar, en cierta medida, la injusticia que cometió César. |