-Papá, el otro día oí decir a mi profesor de liceo que para trabajar en ese local donde el frío se cuela por los vidrios rotos y el agua entra por el techo mientras nosotros charlamos porque estamos apretados en el salón tan chico, había que ser estoico. ¿Qué quiso decir?
-Lo que debiste hacer era preguntarle a él qué es estoico. Nunca tengas timidez, y cuando no entiendas, pregunta. Pero en fin...hace muchos siglos hubo unos pensadores a los que llamaban así. Los estoicos consideraban que ante las adversidades de la vida era de seres débiles el quejarse, por lo que aconsejaban mantenerse imperturbables ante todo. Debían, además, despreciar el lujo que a tantos halaga, y vivir el la sencillez, renunciando a honores y riquezas. Pero te contaré una anécdota, un hecho que le ocurrió a uno llamado Diógenes, que si no fue propiamente un estoico, fue, sí, un antecesor de esa escuela filosófica. Estaba en un bosquecillo tomando el sol y para ello se había quitado la túnica. El rey más poderoso que había en ese entonces por esos lugares quiso tenerlo, porque pensó:
-Dice que desprecia las riquezas porque no las tiene al alcance de sus probabilidades, pero si yo se las ofrezco, abandonará su filosofía del desinterés por el oro y mismo me adulará para que le proporcione más.
Llegó delante de Diógenes montado a caballo, ornado de reluciente armadura de oro y acompañado de un magnífico cortejo. El filósofo, tras mirarlo un poco, siguió acostado sin importarle la presencia real.
-Soy Alejandro, el gran rey -le dijo.
Sin moverse, el hombre contestó, como si ambos títulos valieran lo mismo:
-Yo soy Diógenes, el perro.
Asombrado de la respuesta, le dijo Alejandro Magno:
-Pídeme lo que desees, que te lo daré.
Diógenes tenía la palabra del rey y podía haberle exigido cantidad considerable de bienes o un alto cargo en la corte, pero contestó:
-Lo que deseo es que te apartes, pues me quitas la luz del sol.
Alejandro se retiró tan admirado, que dijo a sus acompañantes:
-Si no fuera que soy Alejandro desearía ser Diógenes.
-¿Y quién tenía razón, papá? -preguntó el chico al escuchar esta historia.
-Mira hijo: Alejandro Magno era rey de los griegos y luego conquistó muchos países de Asia. Se llenó de poder, de riquezas, muchos hombres murieron a causa de sus guerras, y él, entre fatigas y placeres vivió sólo treinta y tres años.
-¿Y Diógenes?
-Diógenes llevó una larga vida feliz y tranquila. No creía que el poder durara siempre y por eso no valía la pena ambicionarlo. Así, cuando muy viejo, ya se iba a morir, le preguntaron:
-¿Cómo quieres que te entierren?
-Boca abajo -replicó Diógenes.
-¿Y por qué?
-Porque un día cambia la Fortuna y todo lo que esta arriba queda abajo y todo lo que está abajo va para arriba.
-¿Así que mi profesor es como Diógenes?
-¡Ah! Eso sí que no puedo respondértelo, hijo. |