Una adolescente y una señora se encontraron un día; la primera se llamaba Marta y la segunda Catalina. Como el día era muy hermoso y estaban cerca de un parque lleno de flores, las dos pasearon a la sombra de unos hermosos tilos y hablaron de distintos temas. De pronto, Marta le dijo a la señora:
-Catalina: ¿cómo ha logrado que su hijo sea tan educado, tan fino y cortés con las personas mayores y posea tales conocimientos, poco comunes para su edad?
Catalina sonrió dulce pero alegremente al pensar cómo era elogiado su hijo, y luego expresó lo siguiente:
-Cuando nos sentamos a la mesa, mi marido y yo tenemos el cuidado de hacer, delante de él, una conversación instructiva. Nunca discutimos con vehemencia, pero cambiamos opiniones acerca de poesía. A mi me gusta el verso libre, sin metro fijo y sin rima, pero a mi esposo le place la poesía clásica. Y uno y otro citamos ejemplos y mi chico escucha en silencio, porque es muy respetuoso, pero al querer saber quién de los dos tiene razón, aprende, pues se interesa por esa fingida competencia. A ocasiones hablamos de ciencia. ¿Qué será el Universo? ¿Habrá otros mundos habitados? ¿Cómo serán sus gentes? ¿Y qué habrá debajo de nuestro suelo: quizá minas de las cuales se pueda extraer riquezas para el país? ¿Y cómo serán las otras naciones que pueblan la tierra y de las que sabemos todavía tan poco? Si nuestro hijo pide permiso para solicitar una aclaración se lo concedemos enseguida. Además si tenemos entre nosotros un disgusto, nunca nos peleamos delante de él y así aprendió a no gritar ni a sus amigos ni menos a sus padres. Mi marido le regala libros apropiados a su edad y le lleva a veces a escuchar conciertos e incluso, a ocasiones, antes de dejar la mesa, nos lee algún cuento o relata una anécdota histórica que le despierte su imaginación. Porque la tiene muy desarrollada y se pasa inventado escenas en un teatro de marionetas que con ese fin le regaló su abuela. Hace un tiempo, en la escuela, mandaron a los niños hacer una composición literaria, y ¡cosa curiosa! cada uno de ellos creía haber escrito la mejor. Pero luego, un jurado de padres declaró, por unanimidad, que la más bella era la de mi hijo Juan. El me dijo luego:
-Es lo que me merecía, pero mis compañeros estaban tan seguros que casi me hacían dudar.
-¿Y a qué se va a dedicar su hijo? ¿Cursará estudios en alguna Universidad?
-Mi marido ha decidido que sea abogado ¿y mi hijo le obedecerá? Pero yo creo que más que abogado será un día lo que más le parezca más afin a sus intereses; saca notas bastante buenas en todas las materias. Creo que todas le gustan. Es por lo menos un chico que sabe pensar bien.
-Le aseguro y le deseo que su hijo sea un día una personalidad en este país. Cuando me case -agregó la muchacha- tendré, si Dios quiere, hijos, y aplicaré el mismo método que usted, señora de Goethe. Dele mis respetos a su esposo, el Consejero. |