Hace aproximadamente unos doscientos años ocurrió un hecho que prueba que la virtud puede hallarse en cualquier lugar y en las diversas clases sociales. Ya que sabemos que hay ladrones que merecen ser penados por los jueces, conozcamos la existencia de actos deprobidad.
Un campesino llamado Perrin y su mujer, Lucette, que eran muy pobres, hallaron, al anochecer, camino de su choza, algo que, caído en el camino, resultó ser un bolsón de monedas de oro. Al principio se alegraron mucho a causa del hallazgo, pero luego se sumieron en seria reflexión.
-Tanta alegría como la que tenemos nosotros será la tristeza de quien perdió este bolsón. ¿Se puede vivir con la conciencia limpia se se sabe que el bien que aprovechamos no nos pertenece?
Y al día siguiente se lo llevaron al cura del lugar. Este hizo diligencias para averiguar el nombre del dueño e incluso dispuso publicaciones en el periódico de ese lugarejo aldeano. Pero todo resultó infructuoso. Durante dos años nadie reclamó las monedas de oro. El cura dijo entonces a los esposos:
-Tomad esto. Es vuestro...Es decir: empleadlo en algo provechoso, pero obrad de modo que la suma no disminuya por si el dueño llega a aparecer.
Perrin y su mujer la aprovecharon; compraron tierras, las trabajaron, levantaron una casa, plantaron árboles frutales y valorizaron en mucho la suma recibida, pero se decían uno al otro:
-Por más que gocemos de sus frutos, bien sabemos que el dinero hallado no es nuestro.
Y efectivamente, un día, por casualidad casi inconcebible y larga de explicar, Perrin supo de la existencia del dueño de aquel dinero. Junto con su mujer se apersonaron a él y lo llevaron a la granja, le ofrecieron la propiedad de la misma y sólo le rogaron una cosa: que les permitiera seguir cultivándola en calidad de asalariados, porque estaban apegados a la tarea de plantar árboles, hortalizas y flores.
El dueño de las monedas de oro no salía de su asombro y les contó que efectivamente en un apresurado viaje a América había extraviado el bolsón, pero como no tenía tiempo de buscarlo, pues el barco zarpaba de un momento a otro, lo dio por perdido. Pero agregó que su fortuna era grande y les dejaba la propiedad del lugar, ya que bien lo merecían.
Este matrimonio se sintió entonces feliz pues concluyeron sus problemas de conciencia. Ahora sabían, que tras la donación, la hermosa granja les pertenecía.
El hecho es real y quien dude de ello debería estudiar si su conciencia tiene algún pequeño desarreglo, no sea que ante igual caso, llegue a obrar de manera diferente a la de esos dos pobres aldeanos. |