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Ha muerto un gran poeta |
Cuando el ser abre los ojos a la existencia es solamente alegría y esperanza, es nada más que un "puede ser" o un "ojalá sea", pero cuando los cierra por última vez al sol de este mundo, entonces cabe decir de él algo de lo que ha sido de su realidad. En el momento de morir Fausto el de Goethe, el poeta alemán imagina que un coro de Angeles levanta, hacia la atmósfera más alta, su parte inmortal, en medio de un triunfal cántico que expresa: "Se ha librado del Malo el noble miembro del mundo de los Espíritus. A aquel que se afana siempre aspirando a un ideal podemos salvarle; y si además, desde las alturas por él se interesa el amor, el coro bienaventurado le acoge con cordial bienvenida". No sabemos dónde está la región que ha recogido esa parte imperecedera de Sabat Ercasty, pero aunque sólo fuese, en resúmen, recibida por la memoria de la humanidad, aunque únicamente estuviera en el alma de sus libros, esa esencia inmortal no le puede ser quitada a aquel que era pobre en bienes materiales y millonario en las riquezas del espíritu. Carlos Sabat Ercasty, uno de los más grandes poetas hispanoamericanos de nuestra época, ha cerrado sus ojos el último 4 de agosto, y aún en medio de la congoja que significa el considerar su tránsito de la materia perecedera a la sustancia espiritual que en sus poemas perdura, y en el recuerdo de todos, no debemos silenciar, por la tristeza que impide nuestro razonar lúcido, hacer el elogio del hombre y el poeta. Sabat Ercasty era un ser luminoso, un espíritu excelso, apasionado de todo lo que significa pensamiento alto, de idea bella, profunda y fuerte. Sus grandes ojos celestes, que se iluminaban ante cualquier estado del sentimiento, del pensamiento o de la sensación estética, contrastaban en los últimos tiempos con la blancura de su cabellera noble, que parecía una corona de luz plateada. Fue siempre amigo generoso, ayudó a todos los que a él se acercaron y les comunicó su verbo fuerte, afirmativo, valorativo, les inculcó el amor por la existencia, y la fe en el resultado de los esfuerzos de la voluntad. Conoció y trató a los espíritus más exquisitamente selectos: Rodó, Zorrilla de San Martín, Carlos y María Eugenia Vaz Ferreira, Parra del Riego, Ernesto Herrera, Lugones, García Lorca, Rubén Darío, Neruda, Oribe, Silva Valdés, Casaravilla Lemos, Basso Maglio... Frecuentó el trato de escultores, pintores y músicos, y se fabricó para sí mismo su mundo de luz, porque es bien sabido que cada uno vive -rico o pobre- el ambiente intelectual o moral al que su sensibilidad le llama. Y de ahí el riquísimo anecdotario que quien ahora escribe estas líneas recogió, dictado de la boca del poeta, y en el que todos esos personajes citados y otros más aparecen pintados en algún momento de su existencia, y que darían y darán ciertamente, materia para un libro. En Sabat Ercasty existía el impulso de admirar, no sólo la personalidad de los demás, sino también las obras ajenas, pues seguro de su propio valer, se sentía, a título legítimo, igual a los demás grandes de nuestro ámbito, sin que una sombra de vanagloria se asomara a su espíritu; todo eso le permitía esa sencilla familiaridad en sus palabras y actitudes del que sabe que donde esté, ocupa el primer rango, cualquiera fuese el de su ocasional interlocutor. Era Sabat Ercasty también un ser capaz de grandes emociones y en esos casos se vidriaban sus ojos de lágrimas viriles, como si un volcán se conmoviera, o como si un árbol alto, recio y noble, pudiera, de pronto llorar. En el poema titulado "Confesión" dice: "No quieran explicarme. Es inútil". "Ni yo, ni nadie, ni todos con mí mismo". "Yo soy una y mil veces una distinta sombra, un desigual abismo, un vasto error cambiante, una miseria eterna, pero mudable. Nunca me fijo y me concreto en una forma"... Es verdad que todos somos desconocidos aún para nosotros mismos, y frecuentemente sacamos de nuestra conciencia ideas, sentimientos que nos causan asombro, como si salieran de una caja de sorpresas. Pero cuanto más rico en espíritu es el hombre, más elementos le aporta su plano emocional, su fantasía que va y viene con la libertad del viento, su sed de experiencias, su curiosidad de alturas metafísicas, su modificación idealista, pero a plena conciencia, de la realidad, para convertirla en belleza, obra todo ello de la presión que sobre aquélla ejerce una individualidad poderosa. Nada de lo que es grande en el hombre le era ajeno y el mismo poeta se hundía en interrogaciones sobre sí mismo, sobre el amor y su delicado misterio, y sobre todas las cosas en general, y sumaba el delirio y el vértigo a la esperanza, y también a la risa en todos sus matices, aunque en los últimos años se había convertido en sonrisa serena, como la de un ancho río caudaloso que se acerca al mar inmenso, plácidamente grande, lleno de la conciencia de lo que entrega. Sabat Ercasty amó los libros y nadie en esta época y en nuestro medio tuvo el conocimiento literario que él poseyó. En las conversaciones que con él se mantenían se podía hablar de escritores de todos los tiempos y de las más recónditas literaturas. Por difícil que fuera la pregunta, Sabat Ercasty, con una sonrisa amable, jocosa o duclcemente triunfal, respondía: "Este libro también lo he leído en tal o cual edición o idioma... En esta casa hay un viejito que también conoce esa obra. Efectivamente , se trata de un libro "bárbaro". Y acentuaba con fuerza ese calificativo. Así fueran escritos de autores modernos, europeos o americanos, como cualquier obra del Renacimiento o de la Edad Media o de la antiguedad clásica, o incluso aún de las culturas de Asia, especialmente de India, por cuyas filosofías tenía devoción, todo lo sabía. El fue el primero que dio en nuestro país un curso de un año sobre literatura sánscrita, en el Instituto de Estudios Superiores, donde fue profesor. Como poeta dominaba el verso libre, al cual enriquecía con ritmos potentes, con cortes bruscos, con imágenes llenas de color, de vigor, con sonoridades orquestales, con asonancias que se corresponden misteriosamente, porque están a veces escondidas dentro del verso y no al final del mismo. Pero Sabat Ercasty fue principalmente un sonetista excelso y fue quien escribió mayor número de sonetos en el mundo, según creo: bastante más de los que compusieron Petrarca, Shakespeare y Ronsard, por ejemplo. Y a pesar de ello, no hay un solo soneto de Sabat Ercasty que no esté bien logrado, no hay uno solo desechable. Y fuese ya en el metro endecasílabo, donde alternaba armoniosamente las cadencias sáfica y yámbica, ya en el alejandrino, su poema es todo musicalidad, ensueño, señorío de metáforas muy a menudo difíciles, y sugestiones, en fin, que obran como un desafío a nuestra capacidad de interpretación. Este poeta que es una gloria de Uruguay, no importa que Uruguay no lo sepa, que era hasta hace poco el único autor vivo del programa de literatura general de nuestra enseñanza media, fue todo voluntad creadora, vitalismo, roble enhiesto. Y sin embargo, dos o tres días antes de ser abatido, en una conversación telefónica, dijo a quien estas páginas escribe: "Ya no tengo nada que decir. Si escribiera algo más repetiría" Y en vano le expresé, dolorosamente sorprendido, que podía explorar tales y cuales formas métricas. Su voz era todavía fuerte, clara, nada indicaba la tormenta destructora inmediata. ¿No expresa sin embargo Edgar Allan Poe que los hombres se entregan a las potencias de la muerte por una condescendencia de su propia voluntad? Cuando Sabat Ercasty pensó que no tenía más que decir, su voz humana se silenció para siempre. Y cierro estas líneas con unas palabras enigmáticas de su tragedia "Prometeo": "Parece que tener alma es tener sombra". Como fueron tomadas del libro abierto al azar, no las elegí yo. Tal vez la sombra. |
Hyalmar
Blixen
Suplemento Huecograbado "El Día"
2 de Octubre de 1979
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