Graciela Paterno.
A poco mas de un año de su fallecimiento |
Conocí
a Graciela Paternó desde que era niña, niña de ojos alegres, traviesos,
vivarachos en los que saltaban luces de su rápido y profundo talento, que
cualquiera, desde el primer momento que la conocía, estaba en condiciones
de adivinar. En las reuniones que su familia efectuaba, y ante multitud de
amigos y admiradores, Graciela cantaba composiciones que, creadas por ella
misma, y ejecutadas de su mano ágil y fina en la guitarra, revelaban la
calidad de su voz, la variedad de sus ritmos, ora alegres y vibrantes, ora
lánguidos, que deleitaban a las personas que tuvieron la dicha de
cultivar su trato y su arte. Sobre
textos poéticos propios o ajenos Graciela musicaba, y les sumaba la
propia vibración de su alma llena de sutiles matices. La riqueza de
modulaciones de su voz, fruto de estados emocionales cambiantes, lo cálido
y bondadoso de su expresión trasuntaban la alegría de vivir, y en las lúcidas
transiciones con que pasaba de un tema a otro, por asociación de alguna
idea súbita que le llegaba a su imaginación, se adivinaba el nacimiento
de otro motivo de creación, que tras madurar un tiempo, resultaba un
nuevo cantar. Todo
era amable, la luchadora que trabajaba sin descanso en pro de una superación
en los planos de su propio arte, de su vida y de su hogar, pues adoraba a
sus hijos con esa ternura que siempre puso de manifiesto en todo aquello
que noblemente le fue dado expresar. Sus
canciones estaban al alcance de todas las edades, pues si especialmente
eran dedicadas a niños y adolescentes –tal vez como una emanación de
su instinto maternal sublimado en música- llegaban asimismo a seres
adultos, porque la frescura del corazón no se pierde casi nunca con la
edad, cuando se encuentra ante esos valores líricos que ella poseía. Se
evadía a veces, en sus temas, del tiempo histórico, porque cantaba aires
inspirados en culturas y momentos diferentes de los pueblos, en un afán
de fraternidad universal. ¡Qué hermoso sería hermanar a todos los seres
de los más diversos lugares por la música! Un día me dijo. UN
RAYITO DE LUZ Era
muy bonita, simpática, elocuente, de una mirada tierna o finamente
traviesa dentro del recato; rápida en la respuesta clara y certera,
amplia en los criterios para juzgar a otros, incapaz de decir mal de
alguien, pues nunca le escuché expresarse en menoscabo de nadie. En un
mundo lleno de dificultades y competencias como es el del arte, y más aún,
en el plano internacional, donde la contienda es más ruda, ese rayito de
luz rubia que era Graciela Paternó iba y venía como una avispa, viajaba,
volvía, en una lucha en la que vivía tres años en uno; tal era su
vibrante ansia de vitalidad. Cantautora,
fijó su obra en discos y casetes. En 1960 compuso “Siesta”, tema de
la película “La ciudad en la playa” que recibió mención en el
festival de Bruselas. En 1978 su canción “Luna de Papel de Seda”
obtuvo otra Mención de Honor en el certamen “Lidia Ramos”. Digna de
recordar su comedia musical “Isla Verde, primer premio de A.G.A.D.U., su
canción “Vivir en el Mar” y otras. Con los auspicios de la O.E.A.
recorrió centros de enseñanza para dar a los jóvenes la gloria de
gracia de su música, su decir y su don comunicativo; tal el caso de
“Canciones” y “Canciones de bronce y color”. En 1985 actuó en
Universidades de Estados Unidos: New York, Texas, Washington y New Jersey,
invitada por la oficina de Asuntos Latinos (Colombia). Auspiciada por la
O.E.A. pasó a El Salvador a dar testimonio de la gracia y belleza de esa
voz uruguaya. La
Organización Panamericana de la Salud la patrocinó para la producción
de un programa contra la droga y su abuso por niños y jóvenes. Tenía en
preparación, con el apoyo de la Oficina de Asuntos Latinos, un libro didáctico
sobre temas de su competencia. Generosa con sus amigos, estaba siempre en
actitud de ayudarlos sin que ellos se lo pidieran. La última vez que la
vi tuvimos una larga conversación, quizá más de tres horas sobre varios
proyectos referidos a cultura y música en particular. Estaba llena de
vida, alegría y fe. Y animosa, sin yo pedírselo, quería lanzar mis
libros a conocimiento del público norteamericano, ante mi aceptación un
tanto escéptica sobre eso. Cuando tres o cuatro meses después regresó a
Montevideo y me llamó por teléfono, noté en su voz algo que me
sorprendió, una expresión triste, más opaca y apagada. Me dijo que venía
muy cansada de su actividad y que más adelante trataríamos los asuntos
sobre los que antes habíamos conversado. Y de pronto, la noticia que me
conmovió, como a todos los que la querían: estaba enferma, y gravemente,
del corazón. Corrí a verla. Imposible. Se hallaba en el C.T.I. -¡Pero
se salvará! –pensaba-. Tanta vida no puede extinguirse así, de
pronto”. Cuando iba a entrar en la sala de operaciones, entonó,
previamente, con su voz ya quebrada, pero pura y triste, un ¡Salve María!
Era el canto del cisne. Corría el 29 de enero de 1988. ¿Cómo podía
morir quien era la vida misma? –seguía pensando- Me había olvidado de
los versos de Jorge Manrique: |
“¡Oh, juicio divinal, |
por Hyalmar
Blixen
Diario "Lea" - Montevideo
13 de enero de 1989
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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