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España y América en los libros de Chilan Balam |
En este 12 de Octubre, en el que nuestro continente recuerda un momento luminoso de la historia del mundo, mi artículo va a tener mucho de disonante. La conquista, la empresa heroica, la gloria, la importación de una alta cultura por parte de un pueblo vencedor, si es vista desde el lado del vencido presenta una tonalidad muy distinta, una dimensión empequeñecida, una luminosidad apagada e incierta. El conflicto entre España y América fue el de dos razas de concepciones religiosas dispares, de modos de vivir opuestos, de tradiciones ético-culturales distintas, de divergentes sistemas económicos. El triunfo de una forma de vivir debía significar la muerte de la otra. En muchos textos de la época de la conquista y primeros tiempos del coloniaje se aprecia ese contraste entre las dos mentalidades, el encono de la raza vencida, el clamor de la sangre humillada, pero quizá pocas veces se observa ello tan claramente como en los famosos Libros de Chilám Balám. Formados éstos por un material caótico, en el que se entremezclan cantares precolombinos copiados de antiguos códices jeroglíficos o venidos de la tradición oral, crónicas, series katúnicas con predicciones astrológicas, a todo lo cual se unen también textos posteriores a la conquista, resultan un confuso mundo en el que se juntan las ideas más dispares, los esquemas mentales más oponibles. Aunque escribieron en maya, los redactores de los Libros de Chilám Balám usaron los caracteres latinos, que aprendieron de los españoles, menos complicados y de elaboración más fácil que los jeroglíficos que poco a poco fueron olvidados. Así, el Chilám Balám de Ixil, el de Tizimín, el de Teabo, el de Calkiní, el de Káua, el de Oxkutzcab, el de Nah, el de Tusik. Casi todos éstos son conocidos de los investigadores por su divulgación en reproducciones facsimilares; sólo el de Chumayel ha sido totalmente traducido del maya por Antonio Médiz Bollo (1930) y por Roys (1933). Posteriormente, en 1948, Alfredo Barrera Vásquez y Silvia Rendón trabajaron en una traducción y refundición de textos paralelos de los distintos Chilám Balám, depurándolos, en su afán de acercarse a la fuente originaria. Porque todos estos libros quizá provengan de un prototipo, de un ancestro perdido, cuyo rescate podría intentarse por ese medio. Vamos a dar una idea, somera en absoluto de la cosmovisión del hombre maya a través del códice de Chumayel y partir de ella para tratar de comprender lo que a aquél puede haberle afectado el cambio que en el orden de cosas (jurídico, social y religioso) significó la conquista española. El mundo, para el maya, era cúbico, con dioses en los puntos cardinales de los tres planos: celestial, terrestre e infernal. Los ángulos cósmicos poseían colores simbólicos que tenían un contenido mítico y al cual se relacionaban los alimentos básicos de aquellas culturas. Parecida concepción se observa en los egipcios, hindúes, chinos y otros pueblos de viejas civilizaciones, pero en el Chiám Balám de Chumayel está todo expresado con gran sentido del orden, del paralelismo, de la dimensión, de la arquitectura, de las frases, del hermetismo, del símbolo, y en fin, de la belleza: "El Pedernal Rojo es la sagrada piedra de Ah Chac Mucen Cab. La Madre Ceiba Roja, su Centro escondido, está en el Oriente. El chacalpulcté es el árbol de ellos. Suyos son el zapote rojo y los bejucos rojos. Los pavos rojos de cresta amarilla son sus pavos. El maíz rojo y tostado es su maíz". "El Pedernal Blanco es la sagrada piedra del Norte. La Madre Ceiba Blanca es el Centro invisible de Sac Mucen Cab. Los pavos blancos son sus pavos. Las habas blancas son sus habas. El maíz blanco es su maíz". De la misma manera se refiere al pedernal negro (mojón o piedra del poniente del mundo) y al amarillo, piedra del sur. También las lluvias están distribuidas entre los cuatro cardinales y simbolizadas por cuatro calabazos místicos, colocados en cada uno de los ángulos y que asimismo tienen sus colores rituales: "El calabazo rojo se derrama sobre las tierras de Oriente. La rosa roja es ju jícara. La flor encarnada es su flor. El calabazo blanco inunda las tierras del Norte. La rosa blanca es su jícara. La flor blanca es su flor. El calabazo negro se derrama sobre las tierras del Poniente. El lirio negro es su jícara. La flor negra es su flor. El calabazo amarillo riega las tierras del Sur. El lirio amarillo es su jícara. La flor amarilla es su flor". En esta primera parte, que es de una concisión muy poética, expresa el Chilám Balám de Chumayel cómo bajan a la tierra de los mayas las divinidades agrícolas: Ah Ppisté (el medidor de la tierra) Chacté Abán (el que prepara la tierra para ser cultivada), Uac Habnal (el que delimita las tierras con señales de hierbas), Miscit Ahau (el que limpia las tierras medidas), y Ah Ppisul (el que mide las medidas anchas). Son cinco dioses. Como el cuatro, también el cinco es número sagrado entre los mayas, pues representaba a los cardinales y al punto centro del plano cósmico. A los cuatro adoratorios primitivos: los de Cuzamil, Ichcaan-sihó, Uxmal y Mayapán dedica este libro páginas de hermosas expresiones y elevado lenguaje; tras esto se refiere a las peregrinaciones del pueblo maya y después a la fundación de diversos linajes. Pero los textos que integran los distintos capítulos del Chilám Balám no tienen mayor orden; así, esta explicación mística y cosmogónica tendría que ser relacionada inmediatamente con otros pasajes del mismo libro, en los que se expresa, con lenguaje de profundo y bello sentido de lo hermético, con esoterismo de alto clima poético, el despertar del mundo tras un período de lucha entre el grupo religioso de los Trece Dioses y el de los Nueve Dioses. Los Trece Dioses están relacionados con el cielo, que es la casa del Sol; forman un sólo dios (Hunab Ku) pero manifestado en trece hipóstasis (Oxlahum-ti-ku).Girard piensa que es el Sol y sus doce posiciones zodiacales, ese principio de lucha contra su opuesto, el de la tierra, relacionado con la lluvia y con el agua en general. La casa del Agua es la tierra. Sol y lluvia constituyen, como se comprende, los dos ejes fundamentales sobre los que se apoya la economía de un pueblo agrícola, como el maya, pero son opuestos entre sí y tienen sacerdotes y cultos rivales: el triunfo de la lluvia oscurece y debilita al sol; el de éste hace desaparecer la lluvia y seca los campos. Estos principios, transportados al plano mítico, y en lucha, se reflejan en páginas hermosísimas del manuscrito de Chumayel, como ser en éstas: "Dentro del Once Ahau Katún (el Katún es una medida de tiempo equivalente a veinte años o "tunes") fue cuando salió Ah Mucen Cab (dioses de los cardinales del mundo inferior) a vendar los ojos de los Trece Dioses. Era el momento en que acababa de despertar la tierra. No sabían lo que iba a suceder". Luego sobreviene un cataclismo, un aniquilamiento del mundo. Tras ello, un nuevo ordenamiento, otro periódo cósmico. Porque los mayas, como otros pueblos antiguos, creían en la existencia de cuatro o cinco edades del mundo, con sus destrucciones y renacimientos, edades que tenían sus dioses regentes, sus comidas rituales, sus elementos culturales propios, sus humanidades, que también eran destruídas. "Y entonces, en un solo golpe de las aguas, llegaron las aguas. Y cuando fue robada la Gran Serpiente se desplomó el firmamento y se hundió la tierra. Entonces los cuatro dioses, los cuatro Bacab lo destruyeron todo"... "A esa hora, Uucocheknal vino de la Séptima capa del cielo. Cuando bajó, pisó las espaldas de Itzám, el así llamado. Bajó mientras se limpiaban la tierra y el cielo. Y caminaban por la cuarta candela, por la cuarta capa de las estrellas. No se había alumbrado la tierra. No había sol, no había noche, no había luna. Se despertaron cuando estaba despertando la tierra"... "Se sintió el reinado del Segundo Tiempo, el reinado del Tercer Tiempo. Y entonces empezaron a llorar los Trece Dioses. Lloraban ante el dios Chacab, que era el que entonces gobernaba en su estera roja. Por ellos se enrojeció el Primer Arbol de la tierra y se enrojeció la inmensidad de la tierra". Estas brevísimas citas, por las que apenas se puede atisbar algo del estilo y del tema, indican, sin embargo, una concepción del mundo y de las cosas absolutamente opuestas a las del hombre europeo y relacionadas, como fue señalado, con las antiguas cosmogonías de Asia y de Egipto. Pero los mayas supieron de la llegada de los españoles, que lentamente se venían instalando en distintos pueblos vecinos. Y previeron la conquista total. Las primeras impresiones que de los europeos capta el Libro que comentamos son benévolas. El sacerdote Chilám Balám, quizá ya bastante interiorizado acerca de quiénes eran y qué querían los futuros conquistadores, predijo el advenimiento de una nueva religión. Parece que su profecía fue cantada por él ante Moó-Chan-Xiu, príncipe (o Halach Uinic) de la ciudad de Maní. Dice: "Recibid a vuestros húespedes que tienen barbas y son de las tierras del Oriente, conductores de la señal de Ku (Dios). Tu eres el único Ku que nos creaste; así será la bondadosa palabra de Ku, Padre, del Maestro de nuestras almas". Pero a medida que el blanco comete violencia y depredación, el tono de los textos indígenas cambia; el estupor, el dolor, la indignación, el abatimiento, el reproche, el espíritu de revancha, todo eso aparece una y otra vez en una mezcla magnífica y en medio de un lirismo soberbio. Porque si bien se llega a veces a admitir al Dios que traen los cristianos, al cual incluso llaman "verdadero Dios" (ya que piensan que no puede ser falso si da a su pueblo victoria sobre los dioses mayas, en los que también creen), se eleva en el Libro la repulsa por la explotación del indígena, repulsa que está cálida y sombríamente pintada: "Solamente por el tiempo loco, por los locos sacerdotes fue que entró a nosotros la tristeza, que entró a nosotros el cristianismo. Porque los "muy cristianos" llegaron aquí con el Verdadero Dios, pero ese fue el principio de la miseria nuestra, el principio del tributo, el principio de la limosna, la causa de que saliera la discordia oculta, el principio de las peleas con armas de fuego, el principio de los atropellos, el principio de los despojos de todo, el principio de la esclavitud por deudas, el principio de las deudas pegadas a las espaldas..." La añoranza de la antigua vida, de la felicidad pasada, de los dioses desvanecidos aparece en páginas de profundo lirismo, como las que aluden a la caduca gloria del pueblo de los Itzáes: "No sabían lo que era pagar tributo. Los espíritus señores de las piedras labradas, los espíritus de los señores de los tigres los guiaban y protegían". O estas palabras, de tremendo sentido fatalista en las que se establece que los mayas decayeron porque el tiempo para ellos como para todas las cosas, está medido: "Toda luna, todo año, todo día, todo viento camina y pasa también. También toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono. Medido estaba el tiempo en el que pudieran encontrar el bien del Sol. Medido estaba el tiempo en el que miraron sobre ellos la reja de las estrellas, de donde, velando por ellos, los contemplaban los dioses, los dioses que están aprisionados en las estrellas. Entonces era bueno todo y entonces fueron abatidos". Y cuando, tras haber creído en los españoles, de haber supuesto que eran los antiguos dioses que volvían, sintieron brutalmente el zarpazo y el despojo de la conquista, el juicio sobre ellos fue una reconversión dolorosa y despechada: "No había Alto Conocimiento, no había Sagrado Lenguaje, no había Divina Enseñanza en los sustitutos de los dioses que llegaron aquí. ¡Castrar al Sol! Eso vinieron a hacer los extranjeros". Estas y muchísimas expresiones más nos muestran la amargura conque los mayas recordaban su antiguo poder, la época de su triunfo sobre la tierra, época dorada y embellecida desde la esclavitud, vestida de virtudes que tal vez no tuvieron totalmente, pero que la lejanía, la tristeza, la humillación convertían en una edad de oro, en un paraíso desvanecido, en una ilusión irremisiblemente rota, en algo acariciado lentamente en medio de la desolación sin límites. Perdónenme los lectores si en el aniversario en que, con toda justicia, con toda razón se tributa al genio de la querida España la loa por el milagro del descubrimiento y de la subsiguiente conquista, haya recordado un instante la palabra de los vencidos. |
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Suplemento Huecograbado "El Día"
26 de Octubre de 1969
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