Todo poesía y bondad |
Manos ásperas
Tengo las manos ásperas,
pero hay pan en mi mesa Tengo las manos ásperas
pero hay luz en la casa Tengo las manos ásperas;
me honra su aspereza porque así fueron
todas las gentes de mi raza. No me avergonzó
nunca mi heredada pobreza ni me achicó tampoco
la humildad de mi traza: tengo las manos ásperas
pero hay vino en la mesa, tengo las manos ásperas
pero hay paz en la casa. Mientras los ricos
guantes tú las tuyas enfundas yo, por llenarme todo
de asperezas fecundas, quisiera veinte manos
en lugar de estas dos... pues si pulir un
rumbo me dejó tales huellas, después de haber
pulido la luz de las estrellas qué ásperas las manos le habrán quedado a Dios. |
Rodríguez
Mallarini destacó en Tacconi su “nobleza de inspiración, el señorío
de sus medios expresivos y su sensata preocupación social”. Poeta
de un espíritu selecto en su sencillez, prestó desinteresadamente al país
intensa colaboración; se hizo desde una humilde posición social, tanto
que no pudo, por razones económicas, estudiar en liceo, y sólo cumplió
el ciclo de enseñanza en la escuela de Peñarol, dirigida admirablemente
por la inolvidable María Víttori. La cultura de Tacconi aunque vasta,
fue de formación autodidacta. Trabajó al principio con sus manos, creó
su huerto. Como muy pocos, ha señalado en sus versos la alegría del
trabajo, la paz de la conciencia basada en saber que lo que se ha ganado,
poco o mucho, es resultado merecido del esfuerzo hecho con dignidad. Se
inició, pues, desde humildes actividades, sin dejar de cultivar su huerta
–como aconsejaba Voltaire en la parte final del “Cándido”- y a los
doce años debió dejar la escuela para ganarse el sustento y el de su
hogar. A los dieciséis años consiguió un empleo, casi una “changa”;
se le pagaba cinco centésimos viejos por hora; eso era en el Ferrocarril
inglés y durante siete años actuó con tesón, tratando de aprender y
entrenándose en el sentido de responsabilidad, que es la más alta enseñanza
que pueda tener un ser humano. En 1917, cuando cumplía veintidós años,
se convocó a concurso para obtener un empleo de dactilógrafo en las
entonces llamadas Usinas Eléctricas del Estado. Frente a sesenta y siete
aspirantes, Tacconi obtuvo el cargo. Así empezó su carrera de
funcionario público y lentamente logró ascender por su antigüedad
calificada hasta llegar a ser Secretario General de ese organismo. Pero
paralelamente a su actividad ejemplar de servidor del Estado leía, se
instruía, él era a la vez su propio maestro y su propio discípulo; un
libro le llevaba a leer otro. LOS
COMIENZOS DEL ESCRITOR Desde
niño empezó a escribir, primero para sí mismo en forma de tanteos, de
prueba de fuerzas; luego dio a la prensa algunos poemas en la revista
“Minerva” y también en “Artigas”, publicaciones periódicas que
se editaban en Colón. Su primera experiencia intelectual de envergadura
fue en el género teatral, pues en Mayo de 1920 estrenó, en el entonces
llamado “Teatro Urquiza”, su pieza, “El pecado ajeno”. Tuvo
juicios favorables de la prensa y del público, pero quizá no era lo que
Tacconi buscaba; además había pocas compañías de actores, y aunque
también se representó la obra en Argentina, al fin el escritor se decidió
por la poesía y la prosa. A
esta tarea comenzó a sumar otras y relativamente diversas: trabajó en
comisiones de índole cultural, en la Sociedad de Escritores, en AGADU, en
la Junta Honorable Forestal, en Jurados para otorgamiento de premios
literarios a las mejores obras, en el periodismo, pues colaboró en “El
Bien Público”, del cual fue periodista policial, y parlamentario, y
asimismo gacetillero, todo por un sueldo de treinta pesos mensuales. También
trabajó en “El Imparcial”. Prestó también su concurso a la Comisión
de Nomenclatura de la Intendencia Municipal, de la cual fue Presidente de
gran laboriosidad, puntual en los horarios, poseedor de la sensibilidad y
los conocimientos necesarios para una tarea tan delicada, que requiere un
equilibrio especial para su desempeño. Pero retornando a su obra
literaria, recordemos que en 1947 publicó una en prosa, llena de ternura,
impregnada por los recuerdos escolares: “La señorita María” es
decir, María Víttori; hoy, en Peñarol, una Biblioteca Municipal lleva
el nombre de esa directora ejemplar. Ese
libro ha sido comparado por Vicente Salaverri con “Corazón” de D´Amicis,
que ha logrado cincuenta o más ediciones. Pero el que nace en Uruguay no
tiene más que una, y costeada casi siempre por su propio bolsillo. Señala
Salaverri: “La señorita María”, como obra lírica y sentida y por añadidura
bien escrita, es todo poesía. Y por moral, logra la más pura y máxima
belleza. Moral es eso. “Siempre –según Clemente Estable, del que tuve
el altísimo honor de ser su discípulo en su Curso de Filosofía de las
Ciencias- hacer mal uso de la inteligencia no sólo es diabólico, sino
que resulta una imbecilidad”. ¿Y por qué? La respuesta habría que
encontrarla en la “Apología de Sócrates”, escrita por Platón, y nos
llevaría muy lejos el desarrollar ese tema. EN
CUANTO AL POETA Si
nos retrotraemos en el tiempo, su primer poemario, “Rocío”, lo dio a
conocer en 1927. Tres años después, en 1930, “Pan y estrellas”, con
el que obtuvo su primer triunfo literario. En 1950 editó “Bordón”.
Libro de finos poemas también premiado en los concursos anuales del
Ministerio de Educación y Cultura y dedicado a su esposa Celia Lena, que
fue para él una compañera admirable, que nunca se separaba de su lado
porque sentía que todos los valores que pueden ser dignos de aprecio en
el mundo, representaban para ella menos que su esposo. Así daba ella a
Tacconi la tranquilidad, la paz necesaria para crear una poesía y una
prosa donde resalta la bondad del alma ¿y por qué no? la nota de
felicidad. En 1951, en un concurso organizado por el Ministerio de Ganadería
y Agricultura, obtuvo el primer premio con su poema “Alabanza al
vino”, luego traducido al italiano; sus versos dan ahí una nota alegre
e incluso fueron recitados en Fiestas de la Vendimia en Italia. En 1977 su
“Canto a la paz” ganó el gran premio William Choung. Luego publicó
sucesivamente “Con delantal blanco”, “La voz del ciprés y otras
voces” y “Momentos de un andar”, éste, de 1985. EL
HOMBRE DEL GRAN CORAZON Su
amor a Peñarol, barrio en el que nació y al que vio crecer, se traduce
en “Personajes de mi pueblo”, libro premiado doblemente, no sólo en
el concurso del Ministerio, sino en el de la Intendencia Municipal de
Montevideo. Y así, para las nuevas callecitas de Peñarol, especialmente
de los llamados Jardines de ese lugar, en las sesiones de la Comisión de
Nomenclatura pedía los nombres de escritores uruguayos dignos de
recordación; rasgo de ternura para ese barrio donde abrió los ojos. Elizabeth Durand resume así la personalidad de Tacconi: “¡Qué fácil y qué bello sería vivir si la gente fuese como ese hombre!”. Es que en medio de la cultura que adquirió, nunca se olvidó de su difícil momento inicial y siempre trabajó, no sólo con la inteligencia, sino con las manos, tanto en su hogar como en su casita de La Floresta (balneario que mucho le debe) y que se llama “Monteimar”. Sintió siempre algo que no es usual: la alegría de trabajar, que hace descansada la labor, porque aquel a quien disgusta lo que debe realizar se fatiga doblemente. Por eso, en sus versos alienta a experimentar la maravilla de hacer algo, aunque sea poner un ladrillo sobre otro para formar un hogar, propio o ajeno. Y de ahí el poema “Trabaja cantando” y más aún “Tengo las manos ásperas, pero hay pan en mi mesa” que empieza por alabar su trabajo individual y se remonta a considerar la actividad infinitamente inteligente que construye el Cosmos. Juana de Ibarbourou caracterizó a este poeta con dos palabras que valen por muchas: “sencillo y humanísimo”. ¿Qué más habría que decir? |
A Delmira Agustini Tú del Amor para el
Amor naciste; toda al Amor la vida
consagraste; y en tal modo el amor
jerarquizaste que es sólo Amor
cuanto de ti subsiste. Tanto dolor por el
Amor sufriste. Con tanto Amor la
cruz sobrellevaste Que en el dolor tu
amor santificaste, y, toda Amor, sobre
el dolor te erguiste. Eres, Delmira, Amor;
Amor que canta, Amor que siembra
estrellas y claveles Amor, que en el
martirio se agiganta. No hay pues, Amor,
como tu amor, que en mieles convierte los acíbares
en hieles si alguna vez los hubo en tu garganta. |
Emilio Carlos Tacconi (“La voz del ciprés y otras voces”, 1980) |
por Hyalmar
Blixen
Diario "Lea" - Montevideo s/f
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Emilio Carlos Tacconi Letras Uruguay
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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