Algunos aforismos de Confucio
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Hace un poco más de 2500 años nació, en un lugar del estado de Lu en China, un hombre que desarrolló una doctrina que, salvando lo perecedero que corresponde a ritos de una época tan lejana, resultó uno de los filósofos más interesantes de todos los tiempos; ese fue Kung-fu-tse (Confucio). Estudioso y profundo, aprobó los dificilísimos exámenes imperiales, primero de su aldea, luego los de su provincia y después los superiores y ascendió en la carrera de los cargos públicos hasta un lugar bastante elevado, algo que se podría traducir aproximadamente como Vice Ministro de Justicia del Estado de Lu. Luego decidió renunciar a ese cargo por cuanto al príncipe de ese feudo abandonó poco a poco las doctrinas morales que le inculcara Confucio. Se dedicó entonces el filósofo a recorrer lugares de China, junto a sus discípulos, predicando normas de alta moral, que están recopiladas en los cuatro libros clásicos del confucianismo. No era creador de ninguna religión, aunque con el transcurrir de las generaciones se le consideró fundador de una, en la cual jamás pensó, pues dejaba de lado las doctrinas religiosas y metafísicas. Así, cuando se le preguntó si creía que Shang-Ti (El Ser Supremo) había escrito una carta a cierto emperador, respondió negativamente: "-¿Habla acaso Shang- Ti? Las cuatro estaciones siguen su curso y todas las cosas se producen a su debido tiempo sin que el dios pronuncie una sola palabra. Puesto que no habla, menos podría escribir una carta". También tenía dudas acerca de la naturaleza de los dioses; así cuando se le preguntó respecto de ellos, respondió: "Si no sabemos cómo son los hombres ¿podemos tener la pretensión de saber qué son los dioses?" Y cuando se le preguntó acerca del más allá, también eludió la cuestión: "Si no sabemos qué es la vida ¿cómo podemos asegurar qué es la muerte?" Por lo tanto aconsejaba suspender toda afirmación rotunda acerca de la supervivencia o no del alma. Reconocía el absurdo de querer perfeccionar las instituciones y personas de un estado sin haber logrado, previamente, adquirir la virtud de sí mismo. Creía que el gobernante debía en especial dar el ejemplo de alta ética, porque el pueblo se mira en él y por él se guía, "como el marino por la estrella polar". Por eso, cuando un señor de la China feudal le planteó su preocupación por la cantidad de ladrones que pululaban en sus tierras, le respondió: "Comenzad vos mismo por no amar las riquezas y el pueblo no robará". También desarrolló otra teoría: la del hombre (moralmente) superior, o "verdaderamente hombre", es decir "el sabio". En cierta ocasión manifestó, modestamente: "Cuando camino en compañía de tres, pienso que siempre puedo encontrar mi maestro entre ellos. Elijo a una persona buena y sigo su ejemplo, o veo una mala y evito ser como ella". Llevaba la lealtad de conducta hasta límites extremadamente curiosos; por ejemplo, pescaba con caña y no con red, porque consideraba que esta última constituía una trampa para los peces, una deslealtad; por la misma razón nunca tiraba sobre los pájaros cuando éstos se hallaban descansando. Era exigente consigo mismo pero no gustaba serlo con los demás. En otras ocasiones, cuando salía a la calle, manifestaba: "No espero encontrar hoy a un santo, pero si encuentro a un hombre de bien me sentiré satisfecho". Un día Tsé Kung le preguntó: "¿Qué opináis, Maestro, de un hombre del que toda la aldea habla bien?" El filósofo respondió: "No es bastante (para que piense bien de él)". El interlocutor tornó a inquirir: "¿Qué diríais si todo el pueblo de una aldea no gusta de él?" ¿Cómo interpretar estas palabras? Es claro que el hombre verdaderamente justo se ve obligado a actuar de tal modo que los injustos no puedan quedar conformes. Y en ese punto discrepaba con Lao Tsé, el otro gran filósofo, que había expresado: "Sé bueno con los buenos y con los malos sé justo. Porque la virtud es justa". Un día se le preguntó si era vergonzoso ser pobre y él hizo la siguiente distinción: "Cuando un país está bien organizado, es una vergüenza ser un hombre pobre y vulgar. Cuando un país está en el caos, es una vergüenza ser rico y mandatario". EL HOMBRE DE SENTIDO HUMANITARIO En el fondo de su doctrina, como vemos, estaba siempre el hombre; así decía: "El hombre es el que hace grande a la verdad y no la verdad la que hace grande al hombre". "Grande como es el Universo, el hombre no está todavía satisfecho con él. Porque aun cuando no exista algo tan grande, puede, sin embargo, la mente del hombre moral, concebir todavía algo más grande que el mundo no puede contener". Pascal, por su parte decía: "El hombre no es más que un junco, el más débil de la Naturaleza, pero un junco que piensa..." "Pero aun cuando el Universo le aplaste, el hombre sería más noble que lo que le mata, porque él sabe que muere. Y la ventaja que el Universo tiene sobre él, el Universo no la conoce". También decía Confucio: "Un hombre de bien se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus hechos". Y caso curioso, expresaba la misma regla de oro de Jesús: "No hagas a los demás lo que no desees que los demás hagan contigo". En otra ocasión expresó: "No presumo ser un sabio ni un "verdadero hombre" (o superior). Admitiré, no obstante, que he tratado incesantemente de lograrlo y enseñarlo a otra gente". Un día dijo a un discípulo: "hay tres cualidades de un hombre verdadero que no he podido lograr: no tener preocupaciones mezquinas; no encontrarme nunca perplejo y no conocer el temor". El discípulo, admirado, le respondió: "Pero, Maestro, ¡Os estáis describiendo!". Una vez fue asaltado en un camino por unos bandoleros y Confucio los convenció a que lo dejaran seguir sin robarlo, expresándoles, en un discurso, el significado de lo que debía ser considerado "virtud", caso único en la historia del bandolerismo. Y sin embargo, no pudo convencer a los príncipes, los cuales, uno tras otro, desoyeron sus principios, aun cuando expresaba, quizá antes que nadie, su teoría de la fraternidad universal, con estas palabras: "Todos los hombres, a lo ancho de los cuatro océanos, son hermanos". La piedra fundamental de su doctrina fue la piedad filial: "Hay, quizá, tres mil clases de ofensas, pero ninguna es tan grave como la de ser mal hijo". En fin, peregrinando de un lugar a otro, rechazado por todos los príncipes de su tiempo, ya desalentado, y una vez que le fueron nombrados algunos, respondió: "¡Ah! ¿Me habláis de esas bolsas de arroz?". Y "Puesto que nadie quiere poner en práctica mis ideas, no me resta otra cosa que morirme". Pero tras la desaparición física del filósofo, su doctrina moral, tan importante quizá como la de Sócrates, creció de modo considerable, como uno de los más frondosos árboles del pensamiento chino. |
por Hyalmar
Blixen
Diario "Lea" - Montevideo
15 de marzo de 1989
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
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