A la sombra de los mármoles y los bronces La vieja Atenas, la del siglo V por Hyalmar Blixen
Atenas, vista aérea |
Cualquiera que en tiempos remotos se haya paseado por la vieja Atenas, la del siglo V, desde luego, habrá visto en todo su esplendor y no destrozados por la depredación, los altos, bellos, elegantes, ricos edificios del Acrópolis, que en las antiguas ciudades griegas era la parte elevada y fortificada; allí habrá podido contemplar el Partenón, elevado por orden de Pericles en honor a Palas Atenea, diosa tutelar de la ciudad, con todas sus hermosísimas columnas y sus cariátides, esculpidas por Fidias y sus discípulos. Habrá visto los Propíleos, peristilos de columnas de mármol, y el Areópago, donde se reunía ese tribunal superior. En la colina del Teseion, pudo admirar, intactos, el templo de Hefastos, y cerca de él, el de Afrodita Urania y más allá, los muros pintados por Polignoto, con escenas de la guerra de Troya, y ante ellos, la estatua de Solón, el célebre legislador ateniense, y uno de los siete sabios de la antigua Grecia. Y ese paseante habrá contemplado las estatuas de bronce, tal, por ejemplo la de Hermes Agoraos, que rivalizaban en belleza con las de mármol; habrá visto el templo de Cibeles en el declive del Aerópago, y también el Busterion, donde el Consejo de los Quinientos celebra sus reuniones, y al lado del cual, en el Tholos, se daban los banquetes públicos, y donde todos lo días tenía lugar la reunión de los pritáneos. En el recinto sacro, consagrado a Euménides, sin duda meditó ese paseante antiguo, ante el sepulcro del rey Edipo de Tebas, viva lección de la lastimosa destrucción de las grandezas y altiveces, hundidas por una Moira cruel, y que merecen esta sentencia de Sófocles: "Este hombre que adivinó el misterio de la Esfinge, este hombre poderosísimo, que no sintió jamás envidia de las riquezas de los ciudadanos ¡por qué tempestad de miserias terribles ha sido derribado! Esto es para que, esperando el día supremo de cada uno, no digáis jamás que un hombre nacido de mortal ha sido dichoso, antes que haya llegado al término de la vida sin haber sufrido". Ese caminante antiguo habrá visto también el templo de Febo Licio (el Likeion) junto a cuyas columnas (peripatoi), Aristóteles, "el maestro de los que saben", en el decir de Dante, daba sus lecciones, o el jardín de Academus, en el que Platón congregaba a sus discípulos, y en fin, habrá asistido, en el teatro consagrado a Dionisios, a las representaciones de la tragedia y de la comedia. Pero ¿quiénes moraban entre esos palacios, junto a esas estatuas, dentro del gran recinto, amurallado para impedir el ataque de los espartanos, de los persas, de los tebanos y de los macedonios? Vivían Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Demóstenes, Sócrates, Platón, Aristóteles... Sin embargo, esos no eran los únicos claros varones, aunque sí los más famosos, y hoy son de tal manera célebres que no nos referimos a ellos. Los griegos no eran dioses ni mucho menos; aún los mejores de entre ellos constituían criaturas de carne y hueso, tremendamente humanas en sus pasiones, ya nobles, ya rechazables, llenas de grandezas y pequeñeces. Pero de entre todo ese cúmulo de datos que nos trasmiten los antiguos, tomemos lo rescatable, lo que no puede morir porque hace la grandeza del hombre. Uno de esos varones fue Solón. Era el ciudadano que dio a Atenas sus más hermosas leyes, pero cuando Pisístrato se apoderó del poder, no quiso soportar la tiranía y se fue de la ciudad, diciendo a los atenienses: "Si expiáis duramente vuestras faltas, no acuséis por ello a los dioses. Sois vosotros mismos los que habéis fortificado a vuestros enemigos; vosotros les habéis dado las fuerzas y de ellas se han aprovehado para imponeros una insoportable esclavitud". Viajó Solón a Egipto, donde gobernaba Amasis, luego a Creta y después visitó, en Sardes, la corte de Creso, el cual se sentía orgulloso de sus grandes tesoros y de su magnificiencia. Creso se mostró ante Solón cubierto de traje suntuoso, lleno de joyas y sobre un trono magnífico, y le preguntó al ateniense si había observado alguna vez espectáculo más hermoso. Solón respondió a Creso: -"Sí, he visto gallos, faisanes y pavos reales; la naturaleza les ha dotado de aderezos más bellos". Según Herodoto, Creso volvió a inquirir del sabio, después de mostrarle sus tesoros: -"¿Has visto alguno más dichoso que yo?". Y le respondió Solón: -"Conocí a un tal Tello, que "vio florecer a su patria, prosperar a sus hijos, todos hombres de bien, y crecer a sus nietos en medio de la más risueña perspectiva. Además de todo eso, le cupo una muerte gloriosa, defendiendo a su ciudad". Algo picado en su curiosidad, Creso volvió a preguntar a Solón, cuál era, después de ese Tello, el hombre más feliz, y el sabio citó el nombre de dos argivos llamados Cleobis y Bitón, que vivieron una vida honesta, humilde, que luego murieron sin sufrir, y que fueron ejemplo de la piedad filial. Creso, algo mohino, quiso saber qué lugar le reservaba él y Solón le respondió: -"De aquel cuya vida no está concluida no se puede decir si ha llevado o no una existencia feliz". Pasó el tiempo y un día Craso decidió ampliar sus conquistas a expensas de los persas, y preguntó a la pitonisa de Delfos si debía o no atacar a Ciro. La pitonisa le vaticinó: "Hazlo, y caerá un imperio". Como todos los conquistadores, Creso creyó que el imperio que caería sería el de su enemigo, pero fue vencido por Ciro, que conquistó a Sardes. Antes de ser quemado vivo, Creso se arrodilló y pronunció tres veces: "-¡Oh, Solón!". Extrañado Ciro, le hizo venir ante sí, para preguntarle a qué dios desconocido invocaba, y Creso le contó su diálogo con el legislador ateniense, lo que impresionó grandemente al rey persa, el cual, considerando lo perecible de la fortuna y del poder, temió abusar de la victoria y perdonó al vencido. Y luego, al ver que la desgracia había hecho cuerdo a Creso, le dijo: -"Dame, en cambio, un consejo". Creso le aconsejó: -"Detén el pillaje de Sardes. Antes tus guerreros saqueaban una ciudad que era mía, pero siendo ahora tuya, es a ti a quien roban". Desde entonces Creso fue uno de los consejeros de Ciro, y muerto éste, de Cambises. Muchas otras cosas se cuentan de Solón. Por ejemplo, a la muerte de uno de sus hijos, le dijo el famoso médico Dioscórides: -"No llores; tus lágrimas son inútiles". Y le respondió Solón: -"Precisamente por eso lloro; porque son inútiles". Referente al tema de la amistad, cuenta Apolodoro que aconsejaba no elegir a la ligera a sus amigos, sino más bien conservar a los que se tienen. Desde luego que no sólo en Atenas había seres de ese temple, sino en otras ciudades del mundo helénico. A vía de ejemplo, podría citarse a Pitaco, otro de los siete sabios, originario de Tracia. Era un hombre desinteresado e independiente, lo suficiente por lo menos como para devolverle a Creso una cantidad de plata acuñada que éste le envió, explicándole que no la necesitaba. Se cuenta también que un hombre mató, por accidente, a uno de los hijos de Pitaco, y que se envió al homicida delante del padre de la víctima, para que lo castigara. Pitaco lo liberó con estas palabras: -"Prefiero el perdón". Una vez también le preguntaron cuáles eran las verdaderas victorias, y el tracio respondió: -"Aquellas que no cuestan sangre". Otro consejo daba a sus discípulos: -"No deis a conocer vuestros proyectos; se reirán de vosotros si no los lleváis a la práctica". Pero volvamos a la bella Atenas, cubierta de palacios de mármol. A ella llegó un día un gran filósofo, Anaxágoras, que había nacido en Klazomenai y que era discípulo de la escuela milesia, es decir, de la de Thales, Anaximandro y Anaximenes. Entabló Anaxágoras una firme amistad con Pericles, del cual fue maestro. Pericles estaba decidido a llevar a Atenas la gracia, belleza y profundidad del pensamiento de Jonia, pues en esa época, el pueblo de la gran ciudad desconfiaba de la filosofía, ya que estaba apegado a las leyendas, mitos y dioses tales como los leía en Homero y Hesíodo. Anaxágoras es, si se quiere, el creador del deismo, pues admitía, contra la religión politeísta tradicional, la inteligencia suprema, el Nous, independiente de la materia, anterior al mundo, que pone en movimiento todas las cosas. Pero también creía, ya en ese tiempo, que la materia era discontínua, pues la suponía constituida de partículas homogéneas, a las que llamaba "homomerías", concepción que, en este solo aspecto, por lo menos, lo acerca a los atomistas griegos, tales como Leucipo, Demócrito y Epicuro, ya que fuera de ello, su doctrina es muy diferente a la de estos. Creía también Anaxágoras en la indestructibilidad de la materia, y en ese punto es un antecesor de Lavoisier, pues afirmaba: "Nada se crea, nada se destruye; la materia es eterna". Cuenta Diógenes Laercio que Anaxágoras había renunciado a la herencia paterna en favor de sus allegados, pues pensó que de los bienes materiales otros podían cuidar mejor que un filósofo. Tampoco se preocupaba de asistir al Agora, donde se discutían los asuntos públicos y eso le fue reprochado. Anaxágoras le señaló a quien le reprobaba tal cosa, el cielo estrellado, en cuyos astros escudriñaba, y le respondió: -"Tómate tú ese cuidado, yo me dedico a estudiar mi patria". Del estudio de su patria, que era el Universo, llegó a la conclusión de que el sol no era un dios, sino materia incandescente. Y esto también, y ante esto, que se consideró una blasfema contra la religión oficial, Cleón lo acusó de impiedad. Fue encarelado y se le habría hecho beber la cicuta, como ocurrió con Sócrates, pero de tal modo abogó Pericles en favor de él, que sólo se le desterró, y se le condenó a pagar una cuantiosa multa. Ya viejo, se radicó entonces en Lampsaco. Conmovidos, los magistrados de esta ciudad le preguntaron qué don quería que le fuese otorgado, y Anaxágoras contestó: -"Deseo que todos los años el mes de mi muerte sea declarado de descanso y fiesta para los niños". Ese deseo del filósofo se cumplió en Lampsaco durante varios siglos. En su tumba se grabó: "Aquí reposa Anaxágoras, el hombre que en el estudio de los fenómenos del cielo se aproximó más a la verdad". De entre la enorme cantidad de filósofos, tomemos, al azar, a alguno menos conocido, por ejemplo, a Antístenes; pocos quizá se acuerden de él, pues los nombres de otros giegos de mayor jerarquía pensante lo eclipsan; sin embargo, Antístenes dio también luz a Atenas. Se cuenta que de joven caminaba una gran extensión diariamente, a fin de escuhar a Sócrates, y de él aprendió el arte de razonar. Cuando le preguntaron qué ganaba con el estudio de la filosofía, replicó: -"Poder conversar conmigo mismo". También expresó un día: "Es mejor tratar con los cuervos que con los aduladores, porque aquéllos devoran a los muertos, pero los aduladores devoran a los vivos". Creía, además, que una sociedad de hermanos unidos vale más que todas las murallas del mundo. Y afirmó también: -"Es mejor combatir con un pequeño número de personas de bien, que con una multitud de malvados contra un corto número de personas de bien". Como Antístenes enseñaba en un gimnasio algo alejado de Atenas, llamado Cinosargo, algunos creen que el nombre de su escuela, llamada "cínica" (nombre que nada tiene que ver con la actual acepción de la palabra) viene del lugar donde enseñaba. Pero "cínico" significa también "perruno" y era un mote despectivo que los atenienses daban a estos filósofos, por sus descuidos por todas las formas exteriores, pues no practicaban las reglas de urbanidad, de buen trato y a veces, de decoro. Por otra parte para los cínicos todo era indiferente: tanto valían la riqueza como la pobreza, tanto los honores como el anonimato, tanto la vida como la muerte. Uno de los discípulos de Antístenes, el más famoso, fue Diógenes de Sínope. Desterrado por sus conciudadanos, se instaló en Atenas, y se dedicó a la filosofía. Zahería a los poderosos por su ambición y a los atenienses en general por sus costumbres poco viriles. Y como reaccionó contra el lujo en el vestir, andaba desnudo, rodeado simplemente de un tonel. Se instalaba en un bosquecillo de cipreses y allí respondía a quien quisiera escuchar sus palabras. Se cuenta que aprendió de un ratón a vivir sin preocuparse de hallar habitación donde residir, ni lecho sobre el que reclinarse. Un día vio que un niño bebía el agua de una fuente en el hueco de su mano; entonces arrojó su copa y dijo: "Un niño me ha dado una lección de sencillez". Acostumbraba a su cuerpo a soportar el dolor; así, en el verano se revolvía sobre la arena quemante y en el invierno en los lugares donde había nieve. Cuando los griegos fueron vencidos por Filipo de Macedonia en la batalla de Queronea, Diágenes, como otros prisioneros, fue conducido ante el rey vencedor, y al preguntarle éste, quién era, le respondió: -"Un hombre deseoso de contemplar tu insaciable sed de ambición". Filipo admiró la austera y valiente respuesta y mandó que Diógenes fuera puesto en libertad. Volvió a Atenas, donde un día le preguntaron cuál era el animal más dañino, a lo que replicó: -"Entre los animales salvajes, el calumniador, entre los animales domésticos, el adulador". Cuando Alejandro Magno llegó a Atenas quiso tentar a Diógenes. ¿No sería que despreciaba las riquezas sólo porque no las podía obtener? Así es que el monarca se dirigió al filósofo, que estaba desnudo tomando el sol en su bosquecillo y le dijo: -"Soy Alejandro el gran rey". Y Diógenes le respondió, como si los dos títulos valieran lo mismo: -"Y yo soy Diógenes el perro". -"Pídeme lo que más desees y te lo daré" - le dijo Alejandro. -"Que te apartes, porque me quitas el sol". Alejandro se retiró, muy impresionado del desprecio que por las vanidades tenía el filósofo, y dijo: -"Si no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes". Y un día alguien le preguntó cuándo se debía comer y él rerspondió: -"Si eres rico, cuando quieras; si eres pobre, cuando puedas". Muchas cosas se cuentan también de Diógenes, imposibles de citar en el espacio de un artículo. Los cínicos fueron, en los planos de la ética, los antecesores de los estoicos, llamados así porque el maestro de esta escuela, Zenón de Citio, enseñaba sobre la parte pintada por Polignoto (Stoa Poikiel) Pero respecto a la lógica, los estoicos aprovecharon el silogismo aristotélico. Predicaban el triunfo sobre las pasiones y también la serenidad o imperturbabilidad ante los acontecimientos adversos o afortunados de la vida. Aconsejaba también Zenón de Citio, con estas palabras, la prudencia en el hablar: -" Tenemos dos orejas y una boca, para escuchar mucho y hablar poco. Decía asimismo: "Lo grande no es el bien, sino que el bien es lo grande". Pero ¿cuántos otros filósofos se pasearon entre aquellos palacios de mármol despreciando su magnificencia gloriosa? ¿Treinta, cuarenta? Deberíamos dar más lugar a los estoicos y también tener en cuenta a los epicureístas y a los escépticos, como Pirrón de Elis, al que los atenienses concedieron el derecho de ciudadanía, y que sostenía que puesto que no podemos tener confianza en los datos de los sentidos, es necesario suspender nuestro juicio sobre las cosas. Un par de respuestas, por lo menos, para clarificar a Pirrón de Elis: un día le preguntaron cuál era el fondo de sus meditaciones y respondió: -"Medito sobre los medios de llegar a ser un hombre de bien". Pero agregaba: -"Nada sabemos de modo absoluto; la verdad está en el fondo de un abismo". Esos, entre tantos otros, eran los hombres que se paseaban y meditaban a la sombra de los palacios de mármol. |
Grecia, el esplendor de la Grecia clásica |
La Atenas de Pericles: arquitectura y democracia |
La Acrópolis de la Grecia antigua - Dimensiones y proporciones del PartenónPublicado el 1 oct. 2014
Este vídeo documental contiene una
descripción de los edificios monumentales de la Acrópolis. Es muy
interesante un análisis que hace sobre las proporciones y
refinamientos ópticos del Partenón. |
por Hyalmar
Blixen
Suplemento Huecograbado "El Día"
3 de julio de 1979
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay. Los videos e imagen fuero agregados por mi.
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