1958- A 30 años de la muerte de Vaz Ferreira- 1988 |
Hace
treinta años se extinguió la vida corporal del Maestro, pero ese lapso,
que en otros es suficiente para sumir en el olvido, resulta corto, casi
inicial frente a una obra tan profunda, de dimensión casi desconocida en
nuestro medio continental, de captaciones tan sutiles que asombran y que
precisará muchísimos años más para ir penetrando en las futuras
generaciones. Yo iba, como muchísimas personas, a escuchar música los
jueves a su casa de la calle Caiguá, en medio de aquel jardín donde cada
árbol crecía libremente sin ser podado, y que al verlo tan frondoso, me
comentó un día mi madre: “Parece el jardín de la calle Plumet” (que
describe Víctor Hugo en “Los Miserables”). Muchos hablan y con razón,
de los Derechos Humanos, pero Vaz Ferreira reconocía, me parece, los
derechos de la naturaleza, y entre ellos los del mundo vegetal, a crecer
sin que se limitara su libertad de desarrollar raíces, ramas y hojas. Amaba
la música y escribió a propósito de ella; cuando en el atardecer de sus
jueves musicales escuchábamos a Beethoven, Bach o Mozart; el oro del sol
sobre las hojas del jardín parecía más luminoso. Vaz Ferreira miraba a
menudo a los escuchas que junto a él se sumían en esa comunión de música.
Sus ojos brillaban cuando sorprendía en la expresión de alguien, la
misma emoción que él experimentaba ante un pasaje más bello de una
sinfonía o una sonata. Los estantes de su sala de música llegaban, si no
me falla la memoria, hasta el techo, y en ellos se disputaban el espacio
discos y libros. Cuando se le pedía una obra iba justo hasta donde estaba
el álbum sin la más mínima hesitación y luego colocaba en alguno de
sus tocadiscos, que eran los mejores de su época. Tenía un físico que
daba cierta apariencia de fragilidad, acentuado por sus movimientos suaves
y lentos... pero cuando se ponía a hablar, como lo hacía por ejemplo en
la Cátedra de Conferencias, ¡cómo se elevaban sus ideas, cómo se
remontaba, sereno, su filosofar! A ese respecto le dije un día a Esther
de Cáceres: “Parece el albatros de Baudelaire”. Ella me miró
asombrada: “Justo –asintió- ¡Qué frase más feliz!”. Vaz
Ferreira era escuchado por un público devoto y numeroso, en una sala
llena. Pero en una ocasión, tal vez por un azar que no recuerdo, ocurrió
que en el Paraninfo de la Universidad no éramos sino cuatro. Tres y yo.
Personalmente estaba estupefacto, más bien diría oprimido. Pero Vaz
Ferreira empezó su conferencia a la hora exacta y habló tan
magistralmente como cuando el Paraninfo estaba lleno; eso me resultó una
enseñanza inolvidable de respeto a quienes habían venido a escucharlo y
me sirvió para toda mi vida. Cuando yo hablo en alguna sala y hay poco público,
exijo empezar a la hora por respeto a los puntuales; hago una especie de
prólogo a la diserción y luego de unos minutos entro en la materia; eso
por respeto a quienes, por alguna circunstancia, les fue imposible llegar
a la hora.
EL
INTERLOCUTOR IMBATIBLE Vaz
Ferreira razonaba con una lógica tan perfecta, que en una conversación
resultaba prácticamente imbatible, pero cuando se le tocaba en sus
cuerdas sentimentales quedaba casi indefenso. Alguna vez debí hacer un
llamado a su sentimiento a favor de cierta posición frente unos becarios
extranjeros. La experiencia de esa conversación me resultó muy curiosa,
pero sería muy larga para narrarla aquí. En
general se supone que un filósofo tiene que formar un sistema. Vaz
Ferreira pensaba que todos los sistemas eran demasiado rígidos y que para
sostener tales castillos de naipes había que forzar algunas ideas, por lo
que esa estructuración mental se hacía frágil. Proponía desatar todos
esos encadenamientos de razones y partir de bases sólidas hasta llegar,
si eso era posible, a algunas cristalizaciones de ideas; distinguir entre
lo que es lícito afirmar y la zona de lo probable, la de lo posible y más
allá de esto aquella de lo que por ahora no se sabe nada. Sobre esos
lineamientos el hombre debe actuar, pero siempre dentro de perspectivas
abiertas, dispuesto a rectificar su camino si comprende que puede estar
equivocado. Esta manera de pensar perjudica mucho la propaganda de los
dogmáticos de cualquier especie y es comprensible que se sientan incómodos,
pues quieren acción con poco pensamiento; basta que los caudillos (políticos,
sociales o religiosos) hayan dogmatizado por todos. Y pienso que ellos son
casi totalmente los responsables de todas las guerras de la historia, pues
si éstas hubieran sido puestas a plebiscito por las naciones,
probablemente no habría ocurrido casi ninguna. La
conversación de Vaz Ferreira, por más seguro que estuviera de lo que
pensaba, nunca estaba cargada de una nota de imposición; planteaba el
problema y dejaba con frecuencia que sus alumnos o sus amigos avanzaran
por sí mismos en la hondura de lo sugerido.
LA
EXISTENCIA DE DIOS Me
contaba una vez Sabat Ercasty, cuando él era vicepresidente del Ateneo y
Vaz Ferreira presidente, que en la Comisión Directiva alguien había
narrado jocosamente que el portero de dicha institución decía a un
pariente que a veces venía a visitarlo: “Estoy leyendo un libro muy
interesante, nada menos que a propósito de las pruebas de la existencia y
de la no existencia de Dios. Uno lee unas páginas y piensa: “Parece que
Dios existe”. Lee un poco más y dice: “Parece que Dios no existe”.
Y así me va sucediendo al leer otras más. El
pariente preguntó: “¿Y qué resulta de todo eso?”. Y el portero le
dijo: “Que hay empate”. Todos se rieron en la Directiva y sólo Vaz
Ferreira quedó serio. “¿No
le hace gracia?”
-“No, porque cuando me pongo a pensar en este tema llego a la
misma conclusión que el portero”. Y ella concuerda con su teoría de la
creencia graduada. Otra vez me dijo el
Prof. Evangelio Bonilla que a propósito de un debate, creo que entre
estudiantes, sobre el mismo tema, Vaz Ferreira dijo, con su voz pausada:
“Tal vez Dios exista y a la vez no exista”. A Bonilla le causó gran
impresión la hondura de posibilidades de la respuesta y el mismo impacto
me produjo a mí. Y ahora recuerdo que Lao Tzsé empieza su “Tao teh
Ching” con estas palabras: “Si el Tao pudiera ser comprendido no sería
el Tao”. La
obra de Vaz Ferreira es la de un sensibilizador ante problemas de las más
diversas materias. No fue un ecléctico. El eclecticismo –pensaba- era
la peor manera de razonar, pues parte de la recomposición de un pensar
ajeno. No era un escéptico, pues el sistema inventado por Pirrón de Elis
le resultaba el dogmatismo de la ignorancia. El ajedrez y la música eran
puntos de contacto que tenía con mi padre, Mario Blixen. Un
día él me dijo que Vaz Ferreira era un hombre de tal manera puro, que en
una ocasión, entre una y otra partida de ajedrez, le había contado que
jamás le atrajo una experiencia extramatrimonial; el cariño por su
esposa llenaba toda su capacidad de amor. Pensador
fermental, impugnador de las falsas antítesis, señalador de quienes
creen que un libro, por ser moral, tiene juzgársele ingenuo, completaba
el optimismo de Rodó respecto de la generosidad de los jóvenes, señalando
que mayor puede tenerla el anciano que sigue luchando por un mundo mejor
que no será para él. Cuando falleció Vaz Ferreira y bajaban su féretro por las escaleras de la Facultad de Derecho los más eminentes profesores, me sentía tan pequeño ante aquel cuerpo yacente y el imponente cortejo, que tímidamente pregunté a Giordano: “¿Puedo también llevarlo?”. El me respondió: “El lo contrató para dar cursos en la Facultad”. (Eran cursillos de Literatura Prehispánica). Tomé casi religiosamente el asa que quedaba libre aún. Recuerdo que delante de mí iba Paco Espínola. Así bajábamos, mientras la gloria de Vaz Ferreira iba subiendo. |
por Hyalmar
Blixen
Diario "Lea" - Montevideo
9 de noviembre de 1988
El 10 de octubre del año 2006 se efectuó un homenaje al Prof. Hyalmar Blixen en el Ateneo de Montevideo. En dicho acto fue entregado este, y todos los textos de Blixen subidos a Letras Uruguay, por parte de la Sra. esposa del autor, a quien esto escribe, editor de Letras Uruguay.
Ver, además:
Hyalmar Blixen en Letras Uruguay
Editado por el editor de Letras Uruguay
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